Mirar al retrovisor
Venecia y Europa
/por Joan Santacana Mestre/
Siempre que he visitado Venecia, la ciudad me ha parecido un enorme decorado que esconde la decadencia de Europa. La he percibido como un elegante cadáver, ricamente adornado, pero ya sin alma, ante el cual desfilan cientos de miles de visitantes. Sabido es que la República de Venecia moría el día 15 de mayo de 1797 cuando el general francés Louis Baraguey d’Hilliers penetraba con su ejercito en la ciudad. Aquel día no hubo ningún tipo de resistencia: la famosa flota veneciana, que tan importante había sido durante casi mil años, había quedado reducida a una escasa docena de buques hábiles para navegar, y los demás estaban desarmados y abandonados en los diques del Arsenal. Con la entrada de los ejércitos napoleónicos, se prohibió en la ciudad y en su territorio el famoso León de San Marcos e incluso se reprimió el grito de «Viva San Marcos», se obligó a los otrora orgullosos nobles venecianos a destruir los escudos de armas que presidian los portales de sus casas y se impuso una fuerte indemnización a la ciudad, a la que se confiscaron las veinte mejores obras de arte, junto con más de quinientos antiguos y valiosísimos manuscritos. Incluso los famosos caballos de bronce dorado de San Marcos, que en 1254 los venecianos habían robado de Constantinopla, fueron robados a su vez y enviados al Louvre de Paris. La soldadesca saqueó los almacenes, el famoso Arsenal, robó cuanto quiso de los palacios, violó mujeres y destruyó por pura diversión todo aquello que no podían llevarse, como los mármoles de las escalinatas de los palacios y templos, las pinturas de los muros o incluso el inofensivo Bucentauro, el buque ceremonial empleado hasta entonces por los Dux.
Obviamente, todos los bancos de la antigua República quebraron y Venecia desapareció del mapa político y económico de Europa. Los ejércitos napoleónicos, en nombre de la libertad, la arrebataron. De esta forma, la ciudad y su territorio, atados de pies y manos, vaciados de sus tesoros, saqueados sus palacios, destruida su otrora famosa flota, fue entregada a los austriacos como parte de los acuerdos firmados entre Francia y Austria en la llamada Paz de Campoformio. Desde entonces, la antigua y altiva República fue un juguete entre Austria y Francia hasta 1866, en que se convirtió en una provincia más del flamante Reino de Italia.

Hoy, invadidos los puentes y canales por oleadas de turistas, despojada la ciudad de su antiguo esplendor, transformada en un decorado de lo que fue, se asemeja a un parque temático.
Por ello, en nuestros mas lúgubres sueños, como en una pesadilla, viendo la Europa de hoy, nos preguntamos: ¿es Venecia la imagen de lo que le espera a Europa? ¿Será el destino de Europa convertirse en el parque temático de los ricos del mundo? Esta impresión aparece cuando nos damos cuenta de la pérdida de peso específico del Viejo Mundo con respecto a otros territorios, como China. Hoy Europa ya no sólo no es la fábrica del mundo, sino que importa la mayoría de los productos manufacturados. Al mismo tiempo, ya no posee una fuerza militar importante, ni tan siguiera una política exterior común o coordinada. Escuderos de otros imperios que en otros tiempos no muy lejanos nos protegieron, los europeos de hoy somos incapaces de impedir el desorden, la rapiña y el genocidio en los territorios de la vecindad. Inclementes con los que se atreven a cruzar los mares para acogerse a nuestra vera, los abandonamos a su suerte negando de ser tierra de acogida y de libertades. Si en otros tiempos Europa fue abanderada en el campo fértil de las ideas, hoy parece que tan sólo arraigan en su suelo los viejos cardos del fascismo y del racismo más xenófobo. Tan sólo nos quedan los restos de un pasado quizás glorioso para algunos o bien cruel y despiadado para otros, pero, en todo caso, monumental. Y al igual que la vieja Venecia, todavía nuestros dux se pasean alardeando de un poder que ya no tienen mientras que, tal como ocurrió en la Ciudad de los Mil Canales, nos estamos convirtiendo en un decorado de lo que fuimos y, en este trance, hay que preguntarse cuando aparecerá el nuevo Napoleón, aquel que nos obligará a borrar con la piqueta los antiguos escudos de armas, aquel que en nombre de la libertad nos la arrebatará. La imagen de Europa que los artistas barrocos simbolizaban como una bella y opulenta dama, rodeada de los frutos de la abundancia, acogiendo maternalmente a sus hijos, quizás habrá que ser substituida por la de una viejecita avariciosa que en sus desvaríos va ataviada como una joven, pero que ya perdió todo su poder de seducción y a la que sólo le queda el miedo a un futuro incierto.
Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
Muy buen trabajo