ANDORRA
/por Xavier Tornafoch/
Como él mismo explica en Lugares fuera de sitio, el escritor madrileño, afincado en Zaragoza, Sergio del Molino acudió a Andorra en busca de una de esas esquinas dobladas de la península y se encontró con un Estado orgulloso de serlo a pesar de su exigua geografía. Quedó sorprendido —cuenta— de comprobar que en ese país de siete pueblos y tan sólo ochenta mil habitantes se tomaban en serio su soberanía y la ejercían contra viento y marea aun en aquellos aspectos más controvertidos, tales como el secreto bancario, que tantos quebraderos de cabeza ha producido en la política interior española.
Los que hemos nacido y vivido a pocos kilómetros de esa minúscula nación pirenaica, a la que acudimos con frecuencia para cosas tan cotidianas como hacer unas compras o realizar una excursión montañera debemos tomar distancia para objetivar una opinión sobre lo que en realidad es Andorra. A menudo, no sabemos gran cosa de sus cifras oficiales. Lo desconocemos todo acerca de su seguridad social, que Del Molino nos descubre como una de las más generosas de Europa del sur; ignoramos los requisitos para acceder a la nacionalidad o la tasa de desempleo. De su historia, interesantísima y origen de sus peculiaridades actuales, aún sabemos menos. Ahora bien, estamos al tanto de cualquier nuevo centro comercial o tienda, de las rutas que uno puede llevar a cabo por sus montañas o de los nuevos remontes de tal o cual estación de esquí. Eso es lo que conocemos de Andorra y lo que fue a investigar Sergio del Molino. También sabemos —porque estos pueblos del otro lado de la frontera son parte de nuestro pasado— muchas historias de contrabandistas, aunque esta actividad ilícita, que durante años significó la pura supervivencia para muchas familias, también ha cambiado: lo que antes eran largas caminatas en condiciones durísimas, la mayoría de las veces protagonizadas por hombres y mujeres solitarios, ahora son complejas organizaciones que se desplazan con potentes vehículos por pistas forestales. En cualquier caso, para los españoles que llegan a este país, el primer contacto con Andorra es la aduana de la Farga de Moles, un gran edificio que sirve a la Guardia Civil para controlar las mercancías que entran y salen. Más adelante, encontraremos el puesto andorrano, con menos actividad que el anterior, lo que no debería llevarnos a pensar que los andorranos no tienen interés en saber qué entra y qué sale de su país. Sí se interesan por esas cosas, pero disimulan.
Hoy en día, Andorra es un microestado miembro de la ONU, un coprincipado parlamentario, los jefes de Estado del cual son el obispo de la Seu d’Urgell y el presidente de la República Francesa. Desde la promulgación de la Constitución de 1993, se ha conformado como un moderno Estado de derecho en el cual las funciones ejecutivas las ejerce el cap de Govern y los diversos ministerios, mientras que el poder legislativo descansa en el Consell General de les Valls d’Andorra. Para la interpretación de los textos normativos del sistema político andorrano, existe un Tribunal Constitucional. La dinámica política del país tiene como protagonistas a liberales —repartidos en diversas facciones— y socialdemócratas. La única lengua oficial es el catalán, aunque el español, el portugués, el gallego y el francés son idiomas maternos de muchos de los residentes, e incluso de buena parte de los nacionales andorranos. La bandera fue creada en 1866 y combina en sentido vertical los colores azul, amarillo y rojo. La letra del himno nacional hace referencia a la leyenda según la cual Carlomagno entró en estos valles para liberarlos del yugo árabe. Las misiones diplomáticas de Andorra están ubicadas en Nueva York, Viena, Bruselas, Madrid, París y Lisboa.
Una de las curiosidades de este país es que no tiene ejército ni Ministerio de Defensa: tan sólo un modesto cuerpo de policía y agentes de aduanas. Dispone, eso sí, de una milicia popular, de la que deberían formar parte todos los andorranos de entre 25 y 60 años si la soberanía del país se viera amenazada. En 2018, por otra parte, la Unión Europea, después de años de escándalos —algunos de muy sonados, como el de la familia Pujol—, sacó de la lista de paraísos fiscales a Andorra, por considerar que había alcanzado estándares de transparencia e información homologables internacionalmente, aunque continúa atrayendo a personas ricas que simulan residir en este país, muchas veces de forma fraudulenta, para obtener un trato fiscal ventajoso.
En cualquier caso, para llegar hasta aquí, estos valles recónditos habitados inicialmente por un puñado de campesinos han pasado por numerosas vicisitudes, empezando por la propia justificación de su independencia, que según algunos historiadores tiene relación con un documento de Carlomagno que aún se conserva en el Archivo Nacional de Andorra, pero que otros expertos consideran falso. En este papel estarían detallados los privilegios que se ofrecieron a los valles durante la Baja Edad Media.
Más allá de los oscuros tiempos medievales, durante los cuales Andorra fue sometida a las diversas jurisdicciones feudales que la rodeaban, el hito que marcó la consolidación de este minúsculo país como estado independiente fue la Revolución francesa. En realidad, los revolucionarios franceses intentaron incorporar estos territorios a la nueva república, llegando a invadirlos en sus guerras contra la corona española. Napoleón Bonaparte tuvo más éxito y consiguió anexionar los valles al Imperio francés, pero éstos recobraron su soberanía, esta vez de forma definitiva, después de la derrota del general corso. A partir de ese momento, se inició en el país una pugna, que ha durado hasta nuestros días, entre modernizadores y conservadores, que culminó en 1880 en una guerra civil que empezó por un asunto aparentemente intrascendente, como fue la construcción de un Casino. Después de unas cuantas batallas, que se saldaron con una mujer herida en el asalto al pueblo de Canillo, se firmó un tratado de paz entre los dos bandos: el Tractat del Pont dels Escalls.
Ya en el primer tercio del siglo XX, un ciudadano de origen lituano, Boris Skósyrev, intentó coronarse como primer rey de Andorra con el nombre de Boris I. Este miembro de la pequeña nobleza rusa, exiliado en Inglaterra, aventurero y timador, llegó al Principado en 1934 con la intención de convertirlo en lo que sería años más tarde: un paraíso fiscal, a cambio de convertir al país en una monarquía de la cual él sería el primer rey. La determinación de uno de los miembros del Consell General, que se opuso a los propósitos del lituano y buscó la ayuda del obispo de la Seu d’Urgell, evitó que se saliese con la suya, siendo finalmente detenido por un destacamento de la Guardia Civil, que lo trasladó a Barcelona y posteriormente a Madrid para ser internado en la cárcel Modelo. La azarosa vida de aquel aventurero, que no volvió jamás a Andorra, acabó en la población alemana de Boppard, donde murió en 1989.
Durante la segunda mitad del siglo XX, los debates entre modernizadores y conservadores para actualizar las instituciones andorranas y abrir la sociedad a los nuevos tiempos desembocaron en una constitución moderna y la adhesión del país a la ONU. Entrado el siglo XXI, estas disputas aún no han culminado: quedan muchos aspectos de la arquitectura legal andorrana que generan controversia, como la situación de los no residentes o las relaciones con la Unión Europea, que unos querrían más intensas y otros pretenderían más suaves. Mientras tanto, la economía del país se ha adaptado al turbocapitalismo imperante en Occidente, con el corolario de desmontaje del Estado social que se ha llevado a cabo en toda Europa, la cual cosa promete generar tensiones sociales que tradicionalmente se desviaban hacia los Estados vecinos, pero que quizás ahora no podrán ser centrifugadas con tanta facilidad. Por otra parte, no hace mucho el papa Francisco avanzó que la Santa Sede debería reconsiderar el papel del obispado de la Seu d’Urgell en relación a Andorra. Y algunos interpretan esto como el primer paso para la conversión del país en una república.
Xavier Tornafoch i Yuste (Gironella [Cataluña], 1965) es historiador y profesor de la Universidad de Vic. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Barcelona en 2003 con una tesis dirigida por el doctor Jordi Figuerola: Política, eleccions i caciquisme a Vic (1900-1931) Es autor de diversos trabajos sobre historia política e historia de la educacción y biografías, así como de diversos artículos publicados en revistas de ámbito internacional, nacional y comarcal como History of Education and Children’s Literature, Revista de Historia Actual, Historia Actual On Line, L’Avenç, Ausa, Dovella, L’Erol o El Vilatà. También ha publicado novelas y libros de cuentos. Además, milita en Iniciativa de Catalunya-Verds desde 1989 y fue edil del Ayuntamiento de Vic entre 2003 y 2015.
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