‘Factbook’, de Diego Sánchez Aguilar
/una reseña de Javier Moreno/
Factbook: el libro de los hechos es la primera novela publicada por Diego Sánchez Aguilar (Cartagena, 1973). Su anterior incursión en el universo de la narrativa fue el libro de relatos Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino, que se hizo con el prestigioso premio Setenil.
La escritura de Diego Sánchez transita por espacios y temas contemporáneos. En ella podemos encontrar la perspectiva sociológica y política, pero también la íntima, en igualdad de condiciones. El escenario de Factbook es apenas distópico: crisis económica, políticos corruptos, guionistas de series de televisión que eligen bajarse en marcha para subirse al paraíso de la criogenización, empresarios colgados de toros de Osborne… Tal vez sea esto último lo único que escapa a esa configuración coherente de datos a los que adjudicamos la vitola de realidad.
La novela de Diego Sánchez Aguilar problematiza temas clásicos dotándolos de una rabiosa actualidad. La figura del Fausto encarnada en esta ocasión en Gustavo, un joven culto y con ínfulas de outsider que acaba siendo cooptado por el poder, porque el poder nada añora más que el discurso alternativo, necesitado de fagocitar las diferencias que él mismo genera y —en su propio beneficio— monetiza. El segundo vector de la novela, relacionado con el anterior, tiene que ver con la conformación del imaginario colectivo a través de las ficciones, en este caso las elaboradas por encargo por Gustavo, primero —coincidiendo con la época de las vacas gordas— Maquetas, serie protagonizada por un grupo de muchachos despreocupados e irresponsables que disfrutan a tope de la vida; y, la segunda, Crisis —adecuada al contexto de crisis económica y clases medias de improviso depauperadas—, por personajes que deben trabajar duro para ganarse la vida y salir adelante. Ya tenemos servido el conflicto (vender el alma a cambio del éxito/conservar la dignidad del perdedor), y la balanza una vez más se decanta en el mismo sentido: mejor perder el alma para ganar la fama (conformando los deseos y la expectativas del consumidor de teleficciones) que renunciar a la materialización de los deseos. ¿Y quién encarnará el papel de Mefistófeles? Pues un espectro muy parecido al Nosferatu de Murnau, aunque también podría ser José María Aznar. «Eres como un Mesías. Eres el Mesías de la Nueva Era, el Mesías de la Nada», le dice el señor Guevara a Gustavo en una escena que tiene algo de aparición diabólica y de epifanía, epílogo a una fiesta que hace las veces de noche de Walpurgis.
Gustavo, criado en Ávila, se cree destinado a grandes cosas en la vida. Lo suyo es la música y el cine. Usa las drogas para amortecerse, para aislarse del mundo o flotar por encima de él. Él, Gustavo, lo llama surfing. Gustavo pasa de los estudios de cine a los de guión sin solución de continuidad entre promesas de un futuro prometedor a sus padres, unos padres avulenses que, como muchos padres y madres de una determinada generación, aspiran al ascenso social y económico de sus hijos a través de los estudios cuando, sin reparar en ello, lo que logran es un desclasamiento de esos hijos y, al mismo tiempo, su alejamiento definitivo del hogar.
Vivimos (tal vez nunca dejamos de hacerlo) en la época de los relatos. Ya Platón criticaba en sus diálogos el mito como modo de esparcimiento de las masas, ajeno al compromiso político y al pensamiento filosófico. La ideología requiere cada vez de un mayor número —y cada vez más tiempo— de espectadores. El espectáculo cumple una triple función de entretenimiento, de educación sentimental y de inculcación de un imaginario. No se trata de descalificar en su generalidad a los relatos (el propio Platón los usaba para ejemplificar su filosofía) pero sí podríamos hacerlo con los que perpetra Gustavo, acomodaticios, acríticos, sujetos a la ideología imperante, estupefacientes.
La novela de Diego Sánchez Aguilar está tramada por medio de la alternancia de escenas que tienen por protagonista a Diego, Rosa (la que fue su pareja, profesora de instituto), y un personaje anónimo que bien podría ser un policía que rastrea las redes tratando de desentrañar el enigma de Factbook y que responde a las preguntas (nunca formuladas en la novela) de un personaje invisible y que no sabemos muy bien quién pueda ser: un investigador, un documentalista aparentemente objetivo, aunque sepamos que esa cosa en realidad no existe. Frente al mundo irresponsable y apolítico de Diego, Rosa responde al patrón de fervorosa militante, integrante del movimiento 15-M, odiadora de los que detentan el poder en beneficio propio y/o de sus amigos. Nada más natural que la ira de Rosa, que acabará formando parte de esa multitud anónima que se congrega en las cercanías del toro de Osborne (hallazgo notable en el imaginario de la novela) como si se tratase de un tótem, símbolo de un dios justiciero que viniese a limpiar de injusticia el país.
Factbook: el libro de los hechos, una red social que sirve para declarar lo que uno ha hecho —o no ha hecho— para que la situación del país sea la que es, un big data cuyos algoritmos sirven no al capital sino todo lo contrario, para señalar a los responsables del expolio y la corrupción. Podemos pensar en Factbook como una fantasía aceleracionista: la tecnología al servicio de la justicia, una guillotina —horca, en este caso— alimentada de información, una especie de singularidad que opera satisfaciendo las ansias de justicia y venganza de los empobrecidos y humillados por la crisis.
Gustavo espera en un hotel de La Manga a que llegue el día de su criogenización. Durante su espera hace repaso de su existencia. Uno de los trámites del proceso consiste en anotar en un diario los acontecimientos decisivos de su vida, aquellos que un Gustavo futuro, redivivo, necesitaría para reconstruir su pasado, para recuperar no solo su cuerpo sino su identidad. Por tanto todo lo que sabemos de Gustavo es en realidad la historia que él se cuenta a sí mismo en esos días previos a la suspensión —no sabemos si definitiva— de su existencia. Gustavo no está solo en ese hotel. Comparte circunstancia con un grupo de personas. Más que elegidos, son dimisionarios. Mientras que Gustavo renuncia al mundo que él mismo ha contribuido a conformar, Rosa entra en contacto con Factbook. Militante en el movimiento 15M, Rosa representa —como ya dijimos— el compromiso político. Rosa celebra en su fuero interno los ahorcamientos que tienen lugar en ese lugar que va cobrando tintes legendarios que es el toro de Osborne, y hasta allí peregrina, iniciada en la nueva fe (porque en el fondo Factbook: el libro de los hechos, es algo similar a una nueva religión), para acabar siendo partícipe en sus misterios y cumplidora de sus rituales.
Novela lúcida y al mismo tiempo desoladora (por realista, dentro del marco ficticio en el que se inscribe), obliga de manera ineludible al lector a comprometerse y ubicarse éticamente frente a la narración. ¿Dónde está el mal —se pregunta el lector—: en los que manejan los hilos del poder, en la profesora que se alegra de la muerte de los que ejercen en su propio interés dicho poder, en el hipster apolítico que acaba siendo un engranaje privilegiado de ese mismo poder? Rosa y Gustavo no se proponen como excluyentes ejemplos morales. Ninguno de ellos es salvado para condenar al otro. Factbook problematiza, no proporciona soluciones ni consuelos ideológicos. De lo que se trata aquí, como siempre que un libro merece la pena, es de eso que llamamos literatura.
Factbook: el libro de los hechos
Diego Sánchez Aguilar
Candaya, 2018
352 páginas
18€
0 comments on “‘Factbook’, de Diego Sánchez Aguilar”