De rerum natura
Maneras de colgar el sambenito
/por Pedro Luis Menéndez/
No existían aún las redes sociales de Internet pero de las otras redes, las de toda la vida, muchos (sin que sea necesario haber alcanzado la senectud) tendrán el recuerdo —extendido como se extendían los chascarrillos, de boca en boca— de los chistes sobre el ministro Morán: «Señor Morán, suba a la planta más alta. Y se subió al ficus». Hasta tal punto se hicieron populares que en 1984 Delfín Rodríguez, con dibujos de Santiago Almarza, publicó un libro/tebeo con el título Los chistes de Morán.
En su mayor parte se trataba de chistes viejos, de esos que permiten intercambiar el personaje y ajustarlo para la ocasión. Entre ellos se encontraban chistes comunes:
—¿Tú sabes por qué es tan chato el perro de Morán?
—No…
—Porque sólo corre detrás de los coches aparcados.
Pero la mayoría guardaba relación directa con su cargo, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores del primer gobierno de Felipe González, y sobre todo con su supuesta ineptitud, falta de inteligencia o cortedad de miras (como usted prefiera definirlo): «Problema. Enunciado: Todos los ministros, en una zapatería, de espaldas, están probándose zapatos. ¿Cómo se sabe quién es Morán? Respuesta: el que se está probando las cajas». O bien: «El profesor pregunta a un alumno: ejemplo de Producto Nacional Bruto. Y contesta el niño: Fernando Morán».
Fernando Morán López es un avilesino de 1926, nieto de indiano, licenciado en derecho y ciencias económicas, que ingresó en la Escuela Diplomática en 1952, con destinos en Lisboa, Londres, Sudáfrica o Buenos Aires, y que a su etapa de ministro añade otra como eurodiputado y otra más como embajador de España en las Naciones Unidas. Antifranquista que coqueteó con el juanismo de Estoril, tuvo sus más y sus menos con el nombramiento del rey Juan Carlos, por tratarse de un nombramiento diseñado y configurado por el franquismo. Resulta menos conocida su faceta de escritor, que incluye libros de relatos, de poemas y novelas como También se muere el mar, además de alguna investigación filológica, ensayos políticos y hasta unas memorias.
He detallado con cierto pormenor estos datos biográficos para resaltar el carácter culto, cosmopolita y abierto del personaje, en clara contraposición con la idea que los chistes proporcionaban sobre él. En su tiempo se llegó a comentar que esta operación chiste era en realidad una campaña dirigida desde la derecha para socavar su prestigio político y, de paso, si era posible (que no pareció serlo) su estabilidad personal. Algunos de esos chistes los heredó después Miguel Ángel Moratinos, uno de sus sucesores en el cargo ministerial.
Pero el tema que me interesa es la elección de la persona: ¿por qué se elige a una determinada persona para volcar sobre ella todos los camiones de basura posibles, y no a otra? Máxime si en el caso de Fernando Morán se trataba de alguien ajeno a cualquier imagen de prepotencia, que no justifica nada y sin embargo en algunas ocasiones podría explicar el fenómeno (piénsese en Trump). ¿O todo es más sencillo y se produce sin más la misma bola de nieve que también se observaba en los chistes sobre pueblos? ¿Por qué Lepe y no Somiedo o Torrejón de Ardoz? Es posible que cuando ponemos el sambenito a alguien o a algo, ya no nos detenemos hasta que se acaba la danza.
El mismo Camilo José Cela intervino en la polémica con un artículo en el diario El País en el que afirmaba:
Si Fernando Morán fuera idiota, el asunto transcurriría de forma muy distinta. Estamos en un país en el que la inteligencia se premia con la moneda del odio y la rabia del prójimo, y la estupidez, cuando no se aplaude, siempre, al menos, se disculpa. No pocos prestigios políticos españoles obedecen a la falta de talento y, en consecuencia, de peligro, del prócer o del fantasma de turno. La patente de corso puede alcanzarse enarbolando el gallardete que pregona la ausencia de cualquier virtud capaz de hacer sombra a nadie y, en tales casos, tampoco es preciso que circulen los viejos chistes reciclados. El camino es fácil, quizá demasiado fácil, y Morán es diferente. Y, para colmo, socialista.
¿Está ocurriendo algo parecido en nuestros días con las redes sociales? Tal vez sí, pero una de las características más importantes de eso que llamamos viral en situaciones de supuesto humor es sin duda que presenta una mayor dosis de violencia (ponga usted el ejemplo que se le ocurra, a mí se me ocurre el chalé de Galapagar). Del chiste cruel se pasa al insulto directo, también cruel. Es cierto que todos los chistes guardan en su interior algo de odio, o de rabia, o de manía, pero esos sentimientos acababan disimulados con mayor o menor tino por el humor que los envolvía, aunque éste fuera negro o grueso o ambos.
Sin embargo, en las redes sociales, en situaciones en que la máscara del humor se desecha, aparece descarnado en su realidad el fondo insultante y difamatorio, y las bromas dejan de ser tales para convertirse en ataques directos a la figura pública. Es el paso que va desde el ninot de Felipe VI a los dardos lanzados sobre su fotografía en una feria agrícola y ganadera de Vic. De las redes de nuevo al mercado, y así cerramos el círculo de los insultos al poder. No me parece tan importante. Durante años, en las fiestas de mi colegio, se instalaba una barraca en la que se arrojaban globos con agua a caricaturas de profesores, lo que, en realidad, no dejaba de ser un desahogo contra el poder; una suerte de concurso que ganaba el más antipopular, el más odiado o el más temido, vaya usted a saber.
Nada nuevo bajo el sol y, sin embargo, este era un juego absolutamente infantil al lado de los grupos de WhatsApp que los padres y madres actuales mantienen sobre los profes de sus intocables retoños. Aunque este es otro tema, que queda para mejor ocasión.
Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).
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