Mirar al retrovisor
Las islas de la razón en los océanos de la irracionalidad
/por Joan Santacana Mestre/
A mí me gusta definirme como un racionalista. Valga esto como declaración de principios para este texto porque desde esta óptica voy a hablar de espíritus, de karma y de reencarnaciones. También hablaré de otro racionalista sin duda alguna más importante que yo.
No sé si es verdad, pero las estadísticas suelen decir reiteradamente que el catolicismo en España atraviesa horas bajas. La mayoría de los españoles no participa de forma regular en los servicios religiosos. Se dice que menos de una cuarta parte de la población adulta asiste alguna vez a un servicio religioso, situación que tiende a mejorar en la medida que el laicismo reciente de los aborígenes peninsulares se compensa con las prácticas religiosas de los emigrantes latinoamericanos. Puede ser. Pero hay otras creencias, entre las que destaca el islam, el cual es practicado por una parte importe de los casi dos millones de personas originarias de zonas culturalmente musulmanas. Sin embargo, al parecer, casi un tercio de los que practican el islam en España han nacido en suelo peninsular. Y, claro está, hay otras minorías religiosas en el país, tales como las diversas confesiones cristianas, testigos de Jehová, mormones, hindúes, budistas o sijs. Sean fiables o no estas estadísticas, lo que sí parece cierto es que una mayoría afirma creer en Dios (no sabemos a qué tipo de Dios se refieren) mientras una cuarta parte suele decir que no cree en las iglesias, pero sí en algún tipo de espíritu o fuerza vital. La otra cuarta parte afirma no creer en nada después de la muerte.
Parece como si las religiones dominantes otrora hoy fueran sustituidas por creencias que rozan el animismo. No me estoy refiriendo a la existencia de supersticiones, que las hay en abundancia. De hecho, cualquier animal asocia un castigo o una recompensa a alguna señal. El perro sabe que si empieza a ladrar y le dan comida, cada vez que tenga hambre y ladre podrá volver a tener su rancho. También hay aficionados al fútbol que creen que si celebran un triunfo antes de que se juegue el partido puede ser señal de mala suerte, y por ello nunca beben champán antes del partido. Así mismo, en muchos pueblos polinésicos manejan un concepto al que llaman mana, que es una suerte de fuerza que reside en todos los objetos y en todos los animales. Nosotros no creemos en el mana polinésico, pero creemos en la suerte y en conceptos parecidos, como por ejemplo el karma, una especie de principio de causalidad universal. Pero estas creencias no pueden ser consideradas propiamente religiosas. En todo caso, la creencia en fuerzas ocultas, invisibles, que actúan sobre nosotros suele ser la base o el origen del pensamiento religioso. La mayoría de estas creencias enlaza con las antiquísimas religiones de carácter animista. Para éstas, la categoría principal de seres a tener en cuenta son los antepasados del grupo, los espíritus de los antepasados o de los familiares recién fallecidos, ya sean madres o padres que invocan el espíritu de sus hijos o al revés. Los rituales animistas básicos pueden ser muy variados y van desde hablar con ellos hasta la invocación a partir de un objeto o de un recuerdo suyo. Siempre se plantean algunas formas de comunicación entre los vivos y los muertos. Estos rituales, en numerosas ocasiones, requieren intermediarios, que en realidad forman parte de lo que en antropología cultural llamamos el chamanismo. El chamán —término procedente al parecer de algunos pueblos siberianos del grupo de los kirguises— es persona experta en la comunicación con los espíritus mediante sueños, estados de trance, cartas u otros elementos. En general también suelen controlar las fuerzas malignas y alejarlas de los seres queridos. Pueden asimismo curar enfermedades utilizando métodos muy diversos, que van desde la imposición de manos a la curación por succión. Es estos casos el chamán extrae el cuerpo extraño del paciente por succión y lo escupe posteriormente por la boca. En realidad, esta expulsión del objeto succionado del cuerpo enfermo no es otra cosa que el mostrar un símbolo material de la realidad espiritual. Pero la curación puede ser efectiva en la medida que el enfermo esté convencido de que va a curarse, en cuyo caso puede tener reacciones inmunológicas y aumentar las probabilidades de recuperación, más que aquellas personas que han perdido la esperanza.
Vinculado a este pensamiento animista, hoy mucha gente adopta también ideas extraídas del budismo, el jainismo o el hinduismo y que nosotros denominamos reencarnación. Es la creencia que hay un ciclo vital en el cual la vida no se extingue nunca, sino que se transfiere en el momento de expirar a otro ser que inicia su andadura, es decir, que nace. Y la rueda de la reencarnación abarca desde los dioses a los insectos considerados más inmundos. Este tipo de creencias, que suponen evidentemente un reconocimiento explícito del animismo, es también muy primitivo y la arqueología documenta practicas semejantes desde la protohistoria más remota.
¿Qué hay detrás de este florecimiento de ideas animistas en pleno siglo XXI? No se trata de un fenómeno que afecte solo a personas ágrafas o iletradas; lo vemos en enfermeras y médicos, entre arquitectos y químicos, artistas y periodistas, sin distinción de genero ni de edad. A lo largo de la historia el pensamiento científico, racional y cartesiano ha sido combatido muchísimas veces y parece como si este tipo de razonamientos científicos represente pequeñas islas en medio de océanos de irracionalidad y de mitos. Hay un interesante ejemplo de esto en la vida de uno de los científicos más importantes de la era moderna: Johannes Kepler (1571-1630). A este astrónomo y matemático —una de las figuras fundamentales para comprender la revolución científica de la Era Moderna— le tocó vivir en unos años convulsos, durante la guerra europea de los Treinta Años, en plena tensión religiosa en Europa y cuando quizás más barbaridades se cometieron en suelo europeo si exceptuamos el nazismo y el estalinismo. Pues bien, él, que había escrito El misterio cósmico (1600), La astronomía nueva (1609), la Harmonices mundi (1619), De cometis libelli tres (1619) o el Epitome astronomiae copernicanae (1621), y había formulado las tres leyes que llevan todavía hoy su nombre y que describen el movimiento de los planetas alrededor del Sol, junto con todo el desarrollo matemático de las mismas, tuvo que sobrevivir haciendo de astrólogo y elaborando los horóscopos de Albrecht von Wallenstein (1583-1634), uno de los caudillos guerreros de la trágica Europa de su siglo. Y el pobre Kepler ciertamente no pudo predecir al militar que sería asesinado por uno de sus oficiales en Cheb en 1634, cuatro años después de morir el mismo Kepler. Pero fue una isla de racionalidad, una especie de faro en medio de una Europa oscura. Hoy como ayer, afortunadamente, en un mundo lleno de irracionalidad, existen las islas de la razón. Confiemos en ellas.
Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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