Extraño fruto
/una crónica histórica de Israel Llano Arnaldo/
Tras el final de la primera guerra mundial, en 1917, Estados Unidos comienza a confirmarse definitivamente como principal potencia mundial debido al desgaste de Alemania y Gran Bretaña, que hasta el inicio de la contienda habían mantenido (sobre todo Gran Bretaña) tal posición. Hasta aquel momento, aunque su influencia había ido en aumento, el país norteamericano, en pleno crecimiento económico, se replegaba sobre sí mismo y prefería no entrar activamente en los circuitos comerciales y diplomáticos internacionales. Con el estallido de la Gran Guerra, los contendientes empezaron a pedir créditos y suministros a los estadounidenses, lo que enriquecería aún más a una nación que poco después entraría de forma decisiva en el conflicto decantando definitivamente la balanza hacia los Aliados (Francia, Gran Bretaña e Italia), que derrotarían a los alemanes.
Aquella ruptura del aislacionismo internacional de Estados Unidos al entrar en la guerra sólo fue momentánea. En 1921, volvían los republicanos a la Casa Blanca, manteniéndose en ella hasta 1933; un período en el que se beneficiaron de las consecuencias de la guerra en Europa, que se tradujeron en un crecimiento económico extraordinario del país. Las políticas llevadas a cabo los republicanos eran de nuevo hacia un retraimiento que, al amparo del enorme auge económico, se trasladó al ámbito social en un peculiar nacionalismo denominado WASP (white Anglosaxon protestant). Las legislaciones se encaminaron hacia un estricto control de fronteras que rozaba la xenofobia, impropias de un país levantado por la emigración masiva, pero también en medidas puritanas como la famosa ley seca o en actitudes abiertamente racistas que provocaron el nacimiento de aberrantes asociaciones como el Ku Klux Klan. Los llamados felices años veinte no lo fueron tanto.
El racismo en Estados Unidos venía de lejos e incluso había sido el trasfondo de la guerra civil entre los estados del norte y los del sur a mediados del siglo XIX. Cuando en 1865 esta confrontación acaba, se proclama la igualdad entre negros y blancos, pero los derrotados sureños establecen rápidamente diversas leyes de segregación racial sin que el Estado lo impida. En 1896 la Corte Suprema declaró que estas leyes no vulneraban la igualdad entre negros y blancos si ambos grupos, por separado, recibían un trato igualitario, pero a la postre, sólo sirvieron para que los negros fueran peor tratados. Era aquélla la doctrina llamada separados, pero iguales.

Música de negros en un mundo de blancos
En ese contexto social se había ido popularizando una música que era propia de afroamericanos. El jazz había surgido en Nueva Orleáns en la segunda mitad del siglo XIX y, desde inicios del XX, se había ido extendiendo al resto del país. Sus orígenes estaban en los ritmos que los esclavos provenientes de África y el Caribe interpretaban. A aquellas melodías se les fueron uniendo influencias de la música popular europea que los inmigrantes traían consigo y que también están en la base de otra de las aportaciones estadounidenses al mundo musical: el country. Su peculiaridad es que sus intérpretes desconocían cualquier tipo de técnica, dejando que la música fluyera e improvisando, por lo que cada sesión era única. En realidad, el jazz, no define un tipo de música en concreto, sino que es un conjunto heterodoxo de varios tipos entre los que se incluyen el blues, el ragtime o el swing, entre otros.
Mientras el movimiento WASP de los años veinte se afianzaba, la música jazz se hacía enormemente popular en todo el país, sobre todo en ciudades más abiertas como Nueva York o Chicago, pero también en lugares del más racista Sur. Era interpretada principalmente por artistas negros, muchas veces en clubes donde los clientes eran exclusivamente blancos amparados por las leyes de segregación. El jazz había dado incluso el salto a Europa y muchos eran los clubes nocturnos que ofrecían sesiones, destacando en ese sentido Berlín, ciudad hacia la que había virado el centro cultural europeo en aquellos años en detrimento de París. Los propios nazis odiaban este tipo de música que consideraban impura y propia de razas inferiores.
Nombres instalados en el imaginario popular, como los de Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Nat King Cole, Count Bassie o Duke Ellington tocaban en lugares como el famoso Cotton Club, el Café Society o alguno de los muchos locales que se habían ido abriendo en Harlem, el barrio donde los afroamericanos habían ido concentrándose desde 1920 y que animaba las noches neoyorkinas. Junto a todos ellos, comenzó a destacar la que se convertiría en una de las grandes divas del jazz: Billie Holiday.

Lady Day
Su nombre real era Eleanora Fagan Gough y había nacido en Filadelfia en 1915. Su infancia fue difícil: abandonada por sus padres con unos abuelos que la maltrataban, con diez años ya trabajaba fregando escaleras o de chica para todo en un burdel. Cuando su madre regresó, se fue con ella a trabajar en una casa de huéspedes, donde uno de ellos la violó con doce años. Aunque al hombre lo condenaron a cinco años, a ella la obligaron a ingresar en un centro católico donde sufría vejaciones continuamente y hasta fue obligada a pasar una noche con una compañera de habitación que había muerto.
Esta desgraciada infancia, que le marcaría el resto de su existencia, sólo sería el preludio de una también desgraciada vida en la que la fama se le mezcló con su adicción a las drogas y el alcohol, la depresión y los fracasos en sus relaciones amorosas. En 1947 se declaró adicta a la heroína y perdió la tarjeta que se otorgaba a los cantantes para actuar en los más exclusivos clubes de Nueva York. Para ese momento ya necesitaba que la ayudasen a salir al escenario en muchas ocasiones. Intentó entonces dar el salto a Europa, pero fracasó estrepitosamente, llegando a ser abucheada en París tras una de sus actuaciones. En 1959, con la voz casi perdida y alcoholizada, muere de un paro cardiaco. Tenía cuarenta y cuatro años.
Su carrera se había iniciado debido a una casualidad. A finales de los años veinte se había ido a Brooklyn con su madre en busca de una vida nueva. Aunque ya cantaba a menudo en pequeños locales de Harlem, la oportunidad le llegó tras un casting para bailarina en el que había sido descartada, cuando el pianista del local le pidió que cantara y allí se encontraba un crítico y productor musical. Tras ver el potencial de la voz de Billie, aunque carecía por completo de técnica, logró convencer al mítico clarinetista Benny Goodman para que grabase con ella el que sería su primer disco. Era 1933 y su carrera despegó de forma fulminante. Su gran amigo, el magnífico saxofonista y clarinetista Lester Young, que la acompañaría en la mayoría de sus actuaciones, le puso el sobrenombre de Lady Day.
La década de los años treinta fue su gran momento. Publicó varios discos y tuvo éxitos tan grandes como These foolish things, If you were mine, I cried for you, My last affair (this is) o I can’t get started, entre muchos otros. Grabó y actuó con todos los grandes del jazz, hizo películas, era requerida en las grandes salas de Nueva York y hacía giras por todo el país. Su profunda y hermosa voz sonaba en las radios de todo el país y llegaba a las de Europa. El propio Frank Sinatra diría de ella que había sido su gran inspiración musical.
Pero Lady Day nunca había dejado de ser una negra en un país de blancos. En 1939 grabaría la que está considerada como la primera canción protesta que trascendería al gran público y que se convertiría en un éxito inmediato. Se llamaba Strange fruit.
De los árboles del sur…
Mientras Billie progresaba en su carrera, los maltratos hacia los negros en todo Estados Unidos continuaban a la orden del día. Eran especialmente marcados en los tradicionales estados esclavistas sureños, donde el Ku Klux Klan seguía haciendo de las suyas y donde decenas de negros eran asesinados cada año sin que las autoridades o la Justicia hicieran nada por impedirlo: a veces ni se molestaban en comenzar a buscar a los culpables.
Pero esta violencia racista no era exclusiva del Klan, ni mucho menos. Uno de los episodios que alcanzó más trascendencia se produjo en Marion, una pequeña población del estado de Indiana, en agosto de 1930. Allí, tres jóvenes afroamericanos habían sido detenidos acusados, presuntamente de haber robado y matado a un obrero de una fábrica local para después violar a su novia. Por la noche, una turba incontrolada de blancos, entre los que se encontraba el propio sheriff, asaltó la prisión donde se encontraban los tres chicos y dos de ellos fueron brutalmente apaleados y ahorcados. A uno, que se había intentado zafar de las cuerdas, le rompieron los brazos para que no siguiera intentándolo. Esos dos chicos se llamaban Thomas Shipp y Abram Smith. El tercer hombre, un crío de 16 años y de nombre James Cameron, que había vuelto a ser apresado, tuvo la suerte de que alguien gritó en el tumulto que nada había tenido que ver con el asunto y fue conducido lejos cuando iba a correr la misma suerte que sus compañeros.
En el juicio a Cameron, la supuesta víctima de violación declararía que ésta nunca se había producido. Pero a pesar de carecer de pruebas en firme contra él, Cameron fue condenado a varios años de cárcel. Tras cumplir la pena se convertiría en un activista por los derechos civiles. Finalmente, en 1993 el gobernador de Indiana perdonaría a Cameron, concediéndole las llaves de la ciudad.
El caso se volvería muy popular porque un fotógrafo de un periódico local inmortalizó a los ajusticiados colgando del árbol en el que habían sido ejecutados, en unas fotos de una dureza extraordinaria que pronto trascendieron. Las imágenes se vendían pocos días después como souvenirs turísticos en Indiana.
Esta historia llegó a oídos del compositor y poeta judío de inclinación comunista Abel Meeropol, que compuso un poema llamado Bitter fruit al que poco después le acomodó una sencilla melodía que interpretaba su mujer. La canción llegaría a oídos del dueño del Café Society, uno de los clubes de tendencia izquierdista de Nueva York, donde actuaba a menudo Billie Holiday, que aceptó tocarla rebautizada como Stranger fruit.
Al terminar de interpretar por primera vez, la luz que iluminaba a Lady Day se apagó y el público del Café Society no aplaudió: se quedó petrificado. Daba igual: Billie Holiday ya no estaba en el escenario, se había ido a llorar, destrozada, a su camerino. Como ella misma declararía, «cantarla me afecta tanto que me pone mala. Me deja sin fuerzas».
Nadie tan popular se había atrevido a denunciar hasta ese momento de una forma tan evidente los abusos racistas en el país de la hipócrita doctrina separados, pero iguales. Quince años antes de que el movimiento por los derechos civiles echara a andar y casi veinticinco antes de que Martin Luther King tuviera su famoso sueño, Billie Holiday había comenzado el camino hacia el fin de la segregación haciendo lo que mejor sabía, cantar.
La revista Time declaró en 1999 Strange fruit como la mejor canción del siglo XX. Dice así: «De los árboles del sur cuelga una fruta extraña/ Sangre en las hojas y sangre en la raíz/ Cuerpos negros balanceándose en la brisa del sur/ Extraño fruto que cuelga de los chopos/ Escena pastoral del galante sur/ Ojos saltones y boca torcida/ Aroma de magnolias dulce y fresco/ Después, el súbito aroma de la carne quemada/ Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos/ Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire/ Para que el sol lo pudra, para que los árboles lo suelten/ Esto es una extraña y amarga cosecha».
Israel Llano Arnaldo (Oviedo, 1979) estudió la diplomatura de relaciones laborales en la Universidad de Oviedo y ha desarrollado su carrera profesional vinculado casi siempre a la logística comercial. Su gran pasión son sin embargo la geografía y la historia, disciplinas de las que está a punto de graduarse por la UNED. En relación con este campo, ha escrito varios estudios y artículos de divulgación histórica para diversas publicaciones digitales. Es autor de un blog titulado Esto no es una chapa, donde intenta hacer llegar de forma amena al gran público los grandes acontecimientos de la historia del hombre.
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