Poéticas

‘El desnudo’, de Li-Young Lee

Carlos Alcorta reseña un poemario que indaga sobre el sentido de la existencia y la significación personal en la contrucción del propio destino.

El desnudo, de Li-Young Lee

/una reseña de Carlos Alcorta/

Li-Young Lee

Mi primer contacto con la poesía de Li-Young Lee, poeta de origen chino nacido en Yakarta (Indonesia) en 1957, tuvo lugar gracias a la publicación en esta misma editorial en 2012 de Mirada adentro, traducido por Enrique Servín. Algunas de los temas de ese libro, como el exiio, la desubicación espacial, los desastres de la guerra o la relación con su familia siguen presentes en El desnudo, su quinto título, que fue publicado en su idioma original, el inglés, el pasado año y ahora podemos leerlo en español gracias a la traducción de Sara Cantú Pérez de Salazar.

Li-Young Lee conoció muy pronto, de primera mano, las consecuencias de la pérdida y del exilio. Su bisabuelo fue el primer presidente republicano de China y su padre, un cristiano profundamente religioso, médico del líder comunista Mao Tse-Tung. Después del establecimiento de la República Popular China en 1949, los padres de Lee escaparon a Indonesia. En 1959 su padre, después de pasar un año como preso político en las cárceles del presidente Sukarno, huyó de Indonesia con su familia para escapar del sentimiento antichino. Después de un viaje de cinco años por Hong Kong, Macao y Japón, se establecieron en los Estados Unidos en 1964.

Su obra poética consta de otros cuatro libros de poesía y todos ellos han recibido elogios por parte de la crítica: Rose (BOA, 1986), ganador del Delmore Schwartz Memorial Award de la Universidad de Nueva York; La ciudad en la que te amo (BOA, 1991), una antología de poesía Lamont de 1990; Book of my nights (Ediciones BOA, 2001) y Behind my eyes (WW Norton, 2008). Ha publicado además un libro de  memorias  tituladao The winged seed: a remembrance (Simon y Schuster, 1995), que recibió un American Book Award de la Fundación Before Columbus.

El desnudo está integrado por cuatro secciones, siendo la que da título al conjunto un largo poema de más de cuatrocientos versos que comienza con la palabra «Escucha», palabra que incita a pensar más que en una orden, en algún tipo de ruego, porque, en realidad, se trata del inicio de una conversación o, mejor, del intento de mantener una conversación, pues uno de los interlocutores se muestra reticente a tomárselo en serio y desvía su atención con insinuaciones y actos de carácter sexual: «Desabrocho el botón superior de su blusa/ y mordisqeuo su cuello con más besos.// Continúa, le digo, estoy escuchando./ Más te vale, dice ella,/ serás examinado». Más que de intercambios verbales, somos testigos de un intercambio físico de carácter erótico que enmascara una relación de amor. El moroso proceso del desnudamiento —un símbolo del depojamiento identitario que ha sufrido el poeta— («Mientras tanto, batallo/ con el nudo de su falda, sus dedos/ frustrando mi progreso,/ en tanto ella continúa repsasndo los puntos inciertos») se desarrolla de forma paralela a una indagación ontológica («Uno es uno, dice ella./ Lo desnudo reluce desnudo.») y metapoética («Una palabra tiene muchas vidas./ Presa, la palabra es juego, impronunciable»). El desnudamiento es tanto físico (el lenguaje que lo describe es sensual y cotidiano, conversacional) como espiritual (el lenguaje, en este caso, resulta mas esmerasdo y simbólico porque busca la comunión entre alma y cuerpo). «Hablamos con nuestras voces,/ y hablamos con nuestros cuerpos», dice la amada a un amante circunspecto poco amigo de teleologías. Sin embargo, el vuelo de este largo poema nos lleva a establecer analogías mas atrevidas. Basta para ello con remontasre a san Juan de la Cruz para ver que amante y amado categorizan dos posturas vitales casi contrapuestas, la del orador y la del creador, la del ser y la del universo, un universo que exige ser adorado, ser cantado: «El canto/ es origen. Fuera de ese temblor modulado, cósmico/ y arraigado en lo primoridal, cuántico y oculto/ en lo temporal, todas las formas llegan a aser», de la misma forma que el Creador, Dios, demanda nuestra fe absoluta. Dios está presente en toda la acción del libro. El Dios presentado es, como ocurre en nuestro Juan de la Cruz, tanto un testigo como una de las más altas expresiones de amor: «Así que todo es una forma de Cosmos o Dios. Se siente como algo más grande que yo, algo que no puedo comprender, pero estoy incrustado en él», afirma Li-Young Lee en una entrevista reciente. Mas que un poema, «El desnudo», parece una meditación mística, una salmodia con ecos bíblicos en la que palabra, cuerpo y mundo son esferas de un cococimiento superior que se trata de alcanzar gracias al trampolín del amor: «Pero estoy pensando,/ Mis manos saben cosas que mi sojos no puede ver,/ Mis ojos ven cosas que mis manos no pueden sostener». La vía del conocimiento está más cerca de la intuición que de la razón, más próxima a lo visionario que a lo verificable puesto que en estos poemas existe una religación crucial entre consciencia e incosciencia, entre lo público y lo privado.

Otras tres partes integran el volumen. Ninguna de ellas posee título y todas están integradas por poemas de muy diferente propósito, aunque la última ofrece ciertas particularidades que luego veremos. Así, en la primera de estas secciones, predomina una idea del amor como salvación, como renacimiento personal y como cauterio ante la violencia de la vida cotidiana. Las relaciones con el largo poema inicial resultan evidentes, como comprobamos en la estrofa final del poema «Adorar»: «Este desperdigar y aglomerar/ del rostro del Amor, de la mirada del Amor, y solo esto,/ iniciado en el público de la muerte, es la acción/ fundadora, llámalo el paraíso/ fundamental… ¿dije el paraíso?/ Quise decir paradoja… la paradoja fundamental/ de las respiraciones que respiramos,/ los pensamientos que presenciamos,/ los besos que intercambiamos,/ y cada poema que escribes». Li-Young Lee explora la condición humana a través de las relaciones amorosas entre los amantes, pero no renuncia a integrar (sucede en muchos poemas de la tercera sección), como método para analizar la sociedad en la que vive, acontecimientos de su turbulento pasado, historias íntimas, familiares —la pastilla de jabón que su madre le pasa a su padre de tapadillo en la cárcel, la hermana que no acaba de alcanzar la otra orilla del río en el poema «Nuestra parte secreta»— que han determinado su vida, un largo peregrinaje por países y continentes, porque, como ha declarado en alguna ocasión, mediante la poesía tarta de responder a preguntas tales como «¿qué estoy haciendo aquí, qué estamos haciendo aquí? ¿Cuál es la naturaleza del deseo y cuál es la naturaleza del amor? ¿Toda la cultura humana está suscrita por la violencia? […] ¿Cómo podemos continuar participando en la cultura cuando toda la cultura está respaldada por la violencia y la guerra y la expulsión y el asesinato?». Quizá la conclusion, la respuesta a todas esas preguntas se encuentre en un poema como el titulado «El amor victorioso», un emotivo homenaje a su padre en el que encontramos la raíz más profunda de la identidad de Li-Young Lee, el momento en el que toma conciencia de sí mismo.

La última parte está integrada por dos poemas, uno breve y otro muy largo, de mayor extension, incluso, que «El desnudo»: «Intercambiando lugares en el incendio», y que muy bien puede servir de contrapeso, porque si en el primero se establecía una conversación entre el amante y la amada (lo que no es obstáculo para que en este poema final se reanude el diálogo, como delatan estos versos: «El cuerpo de la amada/ es la verdadera patria del amante, dice ella»), de una forma, si queremos, idílica, en este ultimo, el poeta es objeto de reprobación al vivir alejado de la realidad y mantenerse distante de los terribles aconteciminetos que suceden a su alrededor, tales como violaciones de mujeres, linchamientos públicos, disturbios o decapitaciones (la función de la memoria familiar es primordial, pues la mayoría de estos hechos el poeta los conoce solo a través de las palabras de los otros): «¿Te haces llamar poeta? ¡Tú, … /dócil rematador de manchas miserables!/ […] ¡Simulas poesía/ y destruyes la imaginación!/ ¡Tus palabras desconciertan, engañan y confunden!/ Tu imitas La Palabra hecha carne/ ¡con palabras hechas palabras/ para multiplicar más palabras y palabras sobre tus palabras!». Palabras («En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios»—); las palabras son el eje central, fuente de sabiduría pero también, en una dicotomía que enfrenta al placer con el dolor y que, posiblemente, tenga su origen en el ángel terrible de Rilke, «La Palabra alberga nuestra respiarción, nuestra vida, el espacio/ de nuestro sueños y nuestrospensamientos,/ nuestra quietud y nuestro movimiento. Y el presente emergente/ es uno de sus cuerpos».

La poesía de Li-Young Lee es reveladora y reflexiva: reveladora porque no teme valerse de los recuerdos, propios y ajenos, para conocerse y para enfrentarse al futuro, y lo hace, sin embargo, sin asomo de egolatría; es más, da voz a distintos familiares y son éstos los que le ayudan, gracias a la rememoración colectiva, a saber quién es. Tal vez por eso, sus versos están plagados de anfractuosidades, de nudos semánticos, de ideas en curso. Es reflexiva porque en cada poema la narración de los hechos es sólo el escenario que posibilita la introspección y, con ella, la meditación, el ensimismamiento, si se quiere, necesario para trasladar al lector la pesada responsabilididad de dar voz (hay un fuerte componente social en muchos de estos poemas) a quienes carecen de ella, porque, como él mismo escribe, «Creo que el poeta escribe desde la identificación con el sufrimiento del planeta». Es reflexiva, en definitiva, porque indaga sobre el sentido de la existencia y la significación personal en la contrucción del propio destino.


Un poema de Li-Young Lee

La mañana desciende a esta ciudad vacía de ti.
Páginas y ventanas prenden fuego y tú no estás.
Alguien barre su tramo de acera,
despierta a los borrachos, tirados como ropa sucia,
y tú estás lejos.

No estás en el viento
que alguien anota en el margen de un libro.
Te has ido de las breves hogueras en solares vacíos
donde formas humanas se apiñan,
aspirantes a su propio fantasma.

Entre muros de ladrillo, en un espacio no más ancho que mi rostro,
un retoño sin hojas se yergue sobre el barro.
En sus ramas, un nido de bocas desolladas
abriéndose y piando, fuegos escuálidos que han de comer.
Mi hambre de ti no es menor que la suya.

Poema traducido por Jordi Doce, incluido en Libro de los otros (Trea, 2018)


El desnudo
Li-Young Lee
Vaso Roto, 2019
184 páginas
20€

 

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