Buzón de cumbre

Elogio de los clubes de montaña

Pablo Batalla Cueto dedica su 'Buzón de cumbre' sobre experiencias montañeras a la maravillosa y ya extemporánea convivencia intergeneracional a que suelen dar lugar las asociaciones alpinistas.

Buzón de cumbre

Elogio de los clubes de montaña

/por Pablo Batalla Cueto/

Lo recuerdo bien. Salva, interesado en la botánica, fotografiaba las flores que iba encontrando y al regresar a casa comprobaba en un diccionario especializado, en base al número de pétalos, el color y otros indicadores, cuáles eran sus nombres y propiedades, y después componía un vídeo con todas las imágenes y las explicaciones correspondientes y lo reproducía para todos en la sede del club. A otros socios del club, comprometidos con el asturianismo político, les interesaba averiguar la etimología de los topónimos de aquellos lugares por los que transitábamos, e ilustraban a los otros miembros del grupo sobre los nombres vernáculos de plantas y animales: miruéndanu, arfueyu, xaronca… Otro era médico; otro, uno de los jardineros de El Molinón; otro se sabía todos los chistes del mundo.

Más tarde, en Chile, donde viví unos meses, el Club Alemán Andino me ofreció la misma maravillosa paella humana. Volvía a ser aquél un crisol transversal en que las clases sociales y las diferencias de edad se disolvían. Uno de los asesores del presidente Piñera, perteneciente a la muy copetuda familia de los Errázuriz, departía con un electricista de León destinado allá por su empresa; el delegado en Chile de la agencia Efe, con una humilde mestiza que cumplía una promesa devota a cambio de la recuperación de su hermano después de una gravísima enfermedad; la directora del centro cultural más prestigioso de Santiago, conmigo, que había llegado al país buscando el empleo que en España no encontraba y trabajaba de peón para un hostelero vasco. El hombre quería montar un restaurante español en un antiguo pub de temática Picapiedra (Bedrock se llamaba, e imitaba una casa típica de Piedradura, con sus piedras redondeadas y así) y quería despicapiedrizarlo. Más tarde el tipo, ahogado por las deudas, fingió su propio secuestro, pero ésa es otra historia.

A veces, esa convivencia virtuosa entre generaciones da lugar a escenas hermosas. De mi paso por Chile, recuerdo sobre todo una. Fue durante una excursión al cerro Pintor, uno de los ocho imperdonables santiaguinos, es decir, las ocho montañas más emblemáticas cercanas a Santiago de Chile. Un miembro ya entrado en años del Club Alemán Andino caminaba junto a un joven padre español que llevaba de la mano a su hijo pequeño, de unos cinco años. El hombre mayor iba contando al padre todos los terremotos importantes que había vivido (en Chile son muy frecuentes): desde el de Las Melosas de 1958 hasta el de Coquimbo de 2015, pasando por el de Lago Rapel de 1985, todos los cuales habían afectado fuertemente a Santiago. Le explicaba también, ilustrándoselo con ejemplos personales, las técnicas que había que seguir en caso de sufrir uno; y el padre español conocía la mayor parte de ellas, como la de cobijarse bajo una mesa, pero le sorprendió otra en cuya importancia nunca había reparado: abrir todas las puertas de casa para conjurar el riesgo de que el terremoto descuadre los quicios y las aprisione, dejándonos encerrados. El viejo disfrutaba a su vez y se reía a carcajadas con las ocurrencias infantiles del niño y algunas palabras españolas que en Chile tienen significados procaces, como pico, que allá es uno de los nombres mil del miembro viril. Y el padre, que era geólogo de profesión, iba ilustrándolos a ambos sobre las formaciones que íbamos encontrándonos y otras cosas interesantes.

Tiempo más tarde, cuando, durante una entrevista para El Cuaderno, José Félix Tezanos me hable de cierta teoría de las tres ges sobre la sociabilidad moderna, según la cual en este tiempo nos apandillamos casi exclusivamente con los de nuestra misma generación, nuestro mismo género e idénticos gustos, aquella imagen bella y distinta, extemporánea, regresará a mi cabeza como una promesa de otro mundo posible.


Pablo Batalla Cueto (Gijón, Asturias, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24La Voz de AsturiasAtlántica XXIINevilleCrítica.clLa Soga; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. En 2017 publicó su primer libro: Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’. Está próximo a publicarse el segundo: La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista.

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