Desde la antesala
Tauromakias (1): La muerte del monosabio
/por José Manuel Vilabella/
La muerte en el ruedo del monosabio Salvador Hernández, en Guadalajara (México), demuestra con sangre taurina los peligros reales a que se enfrentan los auxiliares de los picadores. Qué injusticia. Van los desdichados con gorrilla y blusón rojo y nunca, que se sepa, han sido aplaudidos por el respetable y requeridos a que saluden desde los medios. Jamás un matador le ha brindado un toro a su compañero de riesgo y, montera en mano, le ha dicho al borde de la lágrima: «¡Va por ti, Manolo!».
En el toreo hay clases. Demasiadas. Es una fiesta injusta como la vida, como el fútbol. Es un remedo de la sociedad y ahora que está en franca decadencia y abocada a la desaparición para ser archivada, como la esclavitud, en las páginas de la historia, reverdece con fuerza y surgen vocaciones y gladiadores nuevos. Llega Roca Rey cuando las mujeres no le arrojan bragas al matador. Ahora, al torero, le insultan por la calle, además de las feministas, las irritadas animalistas. Hay, sí, una endogamia taurina que grita «¡No pasarán!» y que defiende el espectáculo con desesperación, sabiendo interiormente que el barco se hunde, que es un Titanic que se va a la mierda. Al monosabio le llaman mono pero para compensarlo, ay, le llaman sabio. Y aunque lo parezca no es el último mono de la fiesta. El último, el auténtico, el fetén, es ese señor gordo, ese caballero de aire acanallado que coge sobre sus hombros al torero para que salga por la puerta grande en loor de multitud. Al portador de toreros se le llama, con pitorreo, capitalista. Todo es sangriento o irónico en el lenguaje del mundillo. El capitalista siente en el cogote los cojones, los testículos (con perdón) del glorioso. El torero pesa lo suyo y el capitalista lo siente en los riñones, suda la gota gorda, se tambalea. «¡Haber estudiao!», le gritan los silencios de la multitud vociferante. A buenas horas, mangas verdes. «Estudiar, sí, hombre. Estoy yo en este momento para hincar los codos como me decía mi difunta madre».
Al monosabio ahora se le ignora, pero antaño se le odiaba, se le insultaba todavía más que al picador. Le llamaban de todo desde los tendidos. Cuando los caballos no llevaban petos y morían en la plaza destripados, el monosabio era el cirujano del ganado equino. Metía tripas y mondongos y los cosía sin anestesia. El caballo pateaba, pero el monosabio se arreglaba para ponerlo de pie y llevarlo otra vez a la lidia y por un jornal sin gloria oía que la gente —el respetable— le llamaba hijoputa. A los monosabios, como al Piyayo, a chufla los toma la gente y a mí me dan pena y me causan un respeto imponente.
José Manuel Vilabella Guardiola (Lugo, 1938) ha publicado más de 2500 artículos en prestigiosos diarios y revistas: entre otros, La Voz de Asturias, La Nueva España, El Comercio, El Progreso, Dunia, El Extramundi, Gastronómika, Abc, La Voz de Galicia, Heraldo de Aragón, El Periódico, Lar (Buenos Aires) o Gourmand (Santiago de Chile). Mantiene desde hace más de 23 años la columna literaria «Hasta la cocina» en la revista Sobremesa y firmó durante dos décadas «Gastrónomos y caballeros» en la revista Restauradores. Entre sus libros destacan: La cocina de los excesos, Delirios gastronómicos, Gastromanía, Cocinadeasturias, Los humoristas, El crimen de don Benito, Cuerda de santos, infames y profetas, Teoría del insulto en Asturias y El día de matamos a Kennedy y otros relatos poco edificantes. Próximamente pubicará Memorias de un gastrónomo incompetente. Obtuvo, entre otros galardones, el Premio Juan Mari Arzak 1999 por el mejor artículo gastronómico del año; el Premio Nacional de Gastronomía 2002 por su libro La cocina extravagante o el arte de no saber comer y el Premio de Periodismo Gastronómico Álvaro Cunqueiro 2005. Pertenece a la Academia de Gastronomía de Asturias, a la Academia de Gastronomía de Aragón y al Colegio de Críticos Gastronómicos de Asturias.
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