El cuerpo alienígena de Greta
/por Cristina Morini; traducido por Lola Matamala/
Demasiadas cosas se han dicho y escrito sobre la figura de Greta Thunberg; sobre su edad, sobre sus trenzas, sobre su presunta rareza. Rara, si no insoportable, fue la manera con que Barack Obama escuchó su intervención en las Naciones Unidas. Para la derecha y para sus medios de comunicación —gritones y groseros, pero que recogen el consenso de un país siempre dispuesto a reírse de las mujeres o de sus sujetos no normativos (extranjeros, homosexuales, trans, personas de color)— es Gretina; pequeña y poco inteligente, como aquéllos que la apoyan. También en la izquierda, para algunos de sus líderes maduros es sólo una niña que se entromete en asuntos complejos en lugar de quedarse en su sitio, en su pupitre, en la escuela. Otros se vuelcan a confrontar la inverosímil credibilidad concedida a la chica y las palabras de la ciencia y de los científicos, discutiendo verdades y predicciones injustamente desoídas por los expertos.
No voy a aportar la enésima opinión en defensa de Greta, pero sí a ampliar el análisis sobre cómo el lenguaje y los comportamientos sociales, sedimentados en la historia, impregnan fuertemente el espacio público y continúan, decenio tras decenio, marcando la diferencia para mantenerlos a la debida distancia o viceversa, colonizándolos para proceder a su neutralización o cancelación.
He releído un revolucionario libro de Nirmal Puwar, socióloga de la Goldsmith University, publicado en Gran Bretaña hace unos años y que mantiene inalterada su eficacia en orientar el foco hacia tales procesos. Se trata de Space Invaders: race gender and bodies out of place (Bloomsbury, 2004). Puwar descibre el desconcierto que experimentó Winston Churchill cuando se encontró cara a cara con la primera mujer elegida como diputada en la Cámara de los Comunes (Nancy Astor en 1919): un sentimiento de desorientación; un estado de ansiedad que sacude todo tipo de certeza ontológica, como si uno se encontrase frente a una amenaza inminente. La percepción de uno mismo y la profunda intimidad que se tiene con el espacio público en que uno se encuentra, por un momento, pierden su base. Este encuentro concreto se integra en una serie de encuentros sociopolíticos más amplios, determinantes para la creación de posiciones de privilegio en la esfera pública y en particular para definir el cuerpo político como territorio privilegiado del dominio del macho blanco.

Este tipo de percepcíón codificada se refleja en torno a nosotras en el lenguaje, en las leyes, en la estructura misma de los espacios, en las emociones. En definitiva, los cuerpos disonantes respecto a los canones elitistas preestablecidos del hombre blanco continúan siendo considerados propiamente alienígenas, fuera de lugar, siendo invisibilizados, inferiorizados, infantilizándose sus palabras, poniéndoselas en duda, vigilándoselas, y sometiéndose su aspecto al examen de las prescripciones del sexismo y de la racionalidad.
El lenguaje y la comunicación ocupan un rol central en la creación del sentido común. Desde este punto de vista, los movimientos deben prestar atención a los mensajes, pues sexo y ¡sexualidad en el lenguaje es cualquier cosa que establece relaciones de dominación y de sumisión: es de estos fantasmas de trofeos masculinos —que ciertos memes involuntariamente rebotan— de lo que se nutre desde hace siglos el imaginario establecido por la cultura masculina, estratificando y jerarquizando el poder. Como ejemplo esta frase de Graziella Priulla en Parole tossiche: cronache di ordinario sessismo (Settenove, 2014): «Si a la lengua se le reconoce un rol fundamental en la construcción social de la realidad, es necesario que devenga respetuosa hacia ambos géneros». Por tanto, se reconoce incluida como lugar en el que el patriarcado está enclavado y apoyado por una serie de categorías verbales, de imágenes mediáticas y de costumbres sociales que favorecen la inclusión de los cuerpos dentro de sus deseos y placeres.
Mientras, si Maria Luisa Boccia advierte en su texto Le parole e i corpi (Ediesse, 2018) que no es fácil pensar en las mujeres como una institución construida solo por y para los hombres, Bel Hooks recuerda en Todo sobre el amor (Javier Vergara, Editor S.A.) cómo el movimiento feminista ayudó a las mujeres a entender cómo el poder personal de una determinada afirmación de sí (cuidado de sí mismas) puede conquistar. Las críticas a Greta Thunberg parecen reproducir el eterno orden del discurso patriarcal, pero sus lágrimas de rabia son una liberación como un «acto de incredulidad contra los saberes codificados» e indican que en un mundo que requiere de la constante ficción de felicidad, debemos «aprender de nuevo a rebelarnos, a estallar frente a una cultura de la docilidad, de la amenidad, de la cancelación del conflicto, puesto que vivimos en un estado de guerra permanente» (Catherine Malabou).
Publicado originalmente en la revista Effimera el 9 de octubre de 2019.
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