Amar el laberinto
/una reseña de Héctor Tarancón Royo/
Leyendo a Natalia Ginzburg uno puede comprobar cómo la palabra se hace carne. Los personajes sufren espasmos, tiemblan, y enferman por su estado psíquico. Las preocupaciones entran en ellos como las olas en la piedra, y se vuelven porosos a su contexto. Cualquier cambio les afecta, y por cada acontecimiento hay una reacción, que configura todo un microcosmos propio. En su atención al detalle, la narradora italiana incide en cada pequeño gesto, que se vuelve esencial y específico. A través de frases cortas, de una simpleza poética, va repitiendo y continuando en el tiempo todas esas expresiones en una suerte de huida, que casi siempre se ve truncada por su dependencia con las leyes superiores, esto es, con las vitales y sociales. Así pues, los personajes existen solamente para terminar cayendo en sus propias sospechas: un deseo laberíntico y tortuoso, sin final, lleno de nuevas cotas económicas y sociales.
Las ambiciones son la causa principal de sus movimientos, y esa ausencia de interioridad, o de una muy vaga y superficial, los acerca al lector, ya que, como en el mundo contemporáneo, en el que domina, a veces con cierto aire falso y romántico, la rapidez y lo difuso, pocas veces se puede capturar una instantánea nítida de la identidad de una persona. Presentes, pues, pero ausentes de sí mismos, ambicionan algo aunque sin salirse de sus mismos prejuicios y defectos. Esa es la contradicción que los atenaza y, con la debida presión, los va rompiendo en pedazos conforme las historias avanzan. Se agarran, en toda su vibrante desesperación, a una ilusión que, después una serena calma en el que todo puede arreglarse, los ahoga hasta dejarlos exhaustos, confundidos, y destrozados.
Ello es posible, en gran medida, gracias al torrente rítmico de la escritora italiana. Esa disposición narrativa en frases cortas («quería que cada una de mis frases fuese como un latigazo, como una bofetada») permite capturar, con pocas palabras, tanto escenas lacerantes como detalles de gran belleza. Esos contrastes, dentro de la melodía literaria, configuran la historia y componen una canción íntima y extraña. Las notas, en este caso, son un preludio de lo que será su labor literaria posterior: la pobreza, la infidelidad, la visión extraña de la maternidad («me daba pena ver lo pequeño y tonto que era porque habría sido bonito que hubiese podido hablar»), los conflictos de clases, la infidelidad, etcétera.
La novela corta El camino que va a la ciudad explora, sobre todo, el egoísmo y la ingenuidad propia de una juventud desparramada, sin un fin concreto, que lucha por agarrarse a alguna verdad. En ese proceso, la inocencia se va perdiendo y el deseo, que con tanta ansia busca toda la familia, se vuelve oscuro y corrupto. Esto último también ocurre en los relatos que la acompañan («Una ausencia», «Una casa en la playa» y «Mi marido»), en los que resurge un aspecto oculto del pasado que, más que desestabilizar, afianza la percepción de que, en el fondo, nada ha cambiado. En el segundo, especialmente, Ginzburg ofrece una visión descarnada, violenta e incómoda de la intimidad, que acaba siendo sustituida, parcialmente, por la comodidad y la pereza mental. Así es el mundo literario de la escritora italiana: un instante de debilidad tras el que se sucede el acomodamiento y la costumbre de una vida vacía, artificial e ilusoria.
Extractos
Y pensé que en eso consistía no escribir por casualidad. Escribir por casualidad era dejarse llevar por el simple juego de la observación y la invención, por todo aquello que ocurre al margen de nosotros, escogiendo al azar entre seres, lugares y cosas que nos resultan indiferentes. No escribir por casualidad es hablar solamente de aquello que amamos. La memoria es una forma de amor, pero jamás es casual. Hunde sus raíces en nuestra propia vida, y por eso sus elecciones jamás son casuales, sino siempre imperiosas y apasionadas. Lo pensé, pero luego lo olvidé, y durante años continué con el juego de la invención ociosa, creyendo que era posible crear de la nada, sin amor ni odio, entretenida con seres y cosas por los que apenas sentía una ociosa curiosidad.
***
—¿Y de quién estás enamorado?—le pregunté, y de pronto se me ocurrió que tal vez estaba enamorado de mí.
Me miró riéndose y me dijo:
—¿Es que es obligatorio estar enamorado de alguien? Uno puede no estar enamorado de nadie e interesarse por otras cosas.
***
Me detuve. La campiña estaba silenciosa a mi alrededor y ya no se veía la ciudad, pero tampoco se veía nuestra casa. Estaba sola a medio camino con aquel miedo en el corazón. Había chicas que estudiaban, que iban a la playa en verano, que se divertían con tonterías. ¿Por qué no podía ser yo una de ellas? ¿Por qué tenía que ser así mi vida?
El camino a la ciudad y otros relatos
Natalia Ginzburg
Traducción de Andrés Barba
Acantilado, 2019
124 páginas
14 €
Héctor Tarancón Royo tiene la escritura, y la corrección de textos, como principal sustento vital y evoluciona cada día con la crítica cultural a través de artículos, entrevistas, exposiciones, libros, conferencias, textos de catálogo y guiones cinematográficos. Estos han sido difundidos en medios como A* Desk, Culturamas, El Coloquio de los Perros, Exit-Express, La Opinión de Murcia, Revista de Letras, Tebeosfera o Vísperas. Con especial atención a los discursos artificiales e ideológicos, se sitúa a contracorriente de la mediocridad y el conformismo. El resto consiste en mirar con desdén los obstáculos que nos presenta este viaje. Su contacto es hector.tarancon@outlook.es, y os espera impaciente.
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