L EPÍSTOLAS A UN PERRO ET IV DERROTAS
Advenimiento
/por José Manuel Sariego/
No fuiste un perro deseado. Lamento espetártelo a bocajarro a las primeras de cambio, pero responde a la pura verdad y no creo que debamos andarnos con melindres si queremos mantener una relación cordial que dure trece o catorce años, tu previsión de vida y quizá el tiempo que a mí se me conceda. Desde luego, no pienso morirme antes que tú. Tenlo claro.
Allá por las Navidades del 14, como mencioné en la carta primera, Clara y Jorge me abordaron un viernes por la tarde a las puertas de la sidrería Peón, situada en la calle de Saavedra, y me pidieron que metiera la mano en una especie de zurrón de tela que le colgaba al guaje del pecho. Allí bullías tú, hecho un ovillo, medio adormilado, calentín, indefenso, tan poca cosa, tan insignificante, emitiendo tus propios tembleques de vida, tus iniciales y trémulos agites.
De nada valieron los rechazos frontales al cobijamiento de animales en un piso, ni las apelaciones a la responsabilidad añadida, ni las protestas por las incomodidades venideras, ni las quejas por una diferente y antojada carga. Jorge te metió en nuestra casa y hasta hoy. Él, tu teórico dueño, se marchó, al poco, a Nueva York. Clara, su cómplice, retornó, después de Reyes, a las aulas de la universidad de Salamanca. O sea, ambos te eludieron de buenas a primeras como quien dice aquí me las den todas o allá te las compongas; y tú campas a tus anchas por nuestros lares desde entonces. Has de saber, en honor a la verdad, que los hechos sucedieron tal y como ahora te cuento: ni Mar ni yo quisimos acogerte más que a regañadientes, como si fueras un hecho consumado, una desgracia adventicia; aunque, todo hay que decirlo, nos hemos convertido en tus principales valedores.
Como las noticias desgraciadas no suelen venir solas y atraviesas ya la edad de descuidar tu impronta de cachorro, me siento obligado a comunicarte que, hasta donde sabemos, tus orígenes natalicios tampoco resultaron halagüeños: Clara te encontró, de recién nacido —dos meses apenas—, abandonado entre contenedores de basura de una calle de Salamanca, te recogió y te trajo a Gijón. Lo más significativo de tu calamitoso estado era que tenías las almohadillas de la pata izquierda trasera en carne viva, quemadas, abrasadas.
No tengo ningún interés en hurgar sobre las ascuas de heridas pasadas, Bilbo, sino cumplir con la obligación de informarte acerca de tus primeros pasos, de tus principios conocidos. Ahora ya lo sabes: no eres de Bilbao, como tu nombre podría indicar, eres charro; no naciste con buena estrella, entre algodones, sino desdeñado; no heredaste pedigrí alguno, eres un vulgar mestizo; no cundió el alborozo en tu proceso de adopción, dicho está; pero puedes ciertamente presumir de andar vivito y coleando.
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José Manuel Sariego Martínez (Santibáñez de la Peña, Palencia, 1954), más conocido por su dedicación a las tareas políticas como concejal, diputado regional y dirigente del partido socialista gijonés, ha publicado dos libros en los que se entremezclan reflexiones y comentarios derivados de aquella actividad junto a textos más intimistas: La ciudad y la memoria que se me escurren entre los pliegues de la rutina (La Productora, 2004) y Desusado estuche de mi memoria (Trea, 2013). En 2015 publicó en Trea su primera, decidida, neta incursión en los inabarcables territorios de la república literaria: Los reinos tristes de Acilina.
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