Crónicas ausetanas
Intelectuales y asesinos
/por Xavier Tornafoch/
La figura reverenciada del intelectual comprometido con las causas nobles apareció a finales del siglo XIX en Francia a raíz del caso Dreyfus. Este oficial del ejército francés, Alfred Dreyfus (1859-1935), fue acusado, y posteriormente condenado y degradado, por una traición que no había cometido. En realidad, su delito fue ser judío en un momento en que el nacionalismo y el antisemitismo campaban a sus anchas. El escándalo fue denunciado por el escritor Émile Zola (1840-1902) a través de su famoso texto Yo acuso, en el que sacaba a la luz pública la retahíla de mentiras y prejuicios que llevaron a Dreyfus a la cárcel. Zola enfrentó su denuncia ética a la grosería de un estado racista que condenó a un inocente. La figura del intelectual, una persona culta y sensible que emanaba justicia y verdad, empezó a ser valorada como una de las características de la modernidad. Sin embargo, a medida que avanzaba el siglo XX, esta figura canónica se ha ido degradando y hoy en día aparece casi como una caricatura de lo que inicialmente fue.
En nuestros tiempos, la figura del intelectual se asimila a menudo a la del charlatán, aunque ésta sea, por supuesto, una generalización injusta. Para llegar a este punto, se ha pasado por muchas estaciones intermedias que han ido degradando la consideración social del intelectual. Existe un libro magnífico del historiador francés Christian Ingrao que analiza la pertenencia social y los aspectos personales y formativos de los miembros de las SS hitlerianas: Creer y destruir: los intelectuales en la máquina de guerra de las SS (Acantilado, 2017). Este estudio nos presenta a los miembros de la orden negra como un grupo de fanáticos asesinos con muchos doctorados y otros títulos académicos. La mayoría de ellos, con una exquisita formación universitaria, no dudaron en participar en acciones de extraordinaria crueldad en los territorios del este de Europa, donde se practicaron políticas de exterminio. La profusión de datos que ofrece Ingrao apoya la teoría de que este cuerpo de élite nacionalsocialista combinaba una sólida formación con un fanatismo fuera de toda duda. Si nos acercamos a la realidad española, también nos encontraremos con sólidos intelectuales que estuvieron al lado de Franco. Algunos de ellos armonizaron la poesía con los puños y justificaron muchas barbaridades. Podríamos continuar repasando el caso italiano, también paradigmático. El malogrado Umberto Eco siempre explicaba la anécdota de los profesores universitarios italianos que a la llegada del fascismo firmaron masivamente el documento de adhesión a Mussolini, sin el cual perdían inmediatamente su trabajo. Sólo un uno por ciento de los más de mil profesores se negó a firmar, por lo que tuvieron que abandonar la universidad, partiendo la mayoría de ellos al exilio. Hay que decir que cuando acabó la guerra y las universidades italianas volvieron a abrir sus puertas, la mayoría de rectores fueron reclutados entre los que se negaron a adherirse al fascismo. Lo mismo sucedió en muchos otros países como Rumania, Hungría, Austria o Croacia.
A finales del siglo XX, las guerras civiles que descompusieron la antigua Yugoeslavia evidenciaron a criminales de guerra con títulos universitarios, como el líder de los serbobosnios Radovan Karadžić, famoso psiquiatra y poeta e inductor del asedio de Sarajevo además de autor intelectual de algunos de los peores episodios de esas guerras. Personajes así proliferaron en todos y cada uno de los conflictos balcánicos que se sucedieron entre 1990 y 1995. Se trataba de personas instruidas, vinculadas a la Universidad muchas de ellas, que abrazaron el nacionalismo más agresivo que desembocó en violentísimas guerras donde se practicó la limpieza étnica, el asesinato arbitrario y las violaciones sistemáticas, de las que fueron víctimas centenares de mujeres por toda la antigua Yugoeslavia. Entrados ya en el siglo XXI, las cosas no han hecho más que empeorar en referencia al prestigio social del intelectual. La nueva izquierda y la nueva derecha tienen también a sus intelectuales, pero éstos no responden a los cánones clásicos. A fuerza de intentar ser originales se han convertido en estrellas mediáticas, algunos, y en una especie de astrólogos, otros. En muchos casos, el discurso ético al estilo Zola no aparece por ningún lado, por lo que el ejército de fanáticos que destruyó la paz durante la primera mitad del siglo XX podría volver a estar preparado para actuar.
Mientras tanto, los intelectuales comprometidos con la verdad y la justicia, que los continúa habiendo, tienen dificultades crecientes para hacer oír su voz, a pesar de la multitud de altavoces que supuestamente proporcionan las nuevas tecnologías. Ahí entraríamos en otro debate, el de la contribución, o no, de Internet y todo lo que deriva de ella, al pluralismo y a la adquisición de criterios objetivos en base a información verídica y contrastada. Insisto, esto daría para otro artículo.
Xavier Tornafoch i Yuste (Gironella [Cataluña], 1965) es historiador y profesor de la Universidad de Vic. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Barcelona en 2003 con una tesis dirigida por el doctor Jordi Figuerola: Política, eleccions i caciquisme a Vic (1900-1931) Es autor de diversos trabajos sobre historia política e historia de la educacción y biografías, así como de diversos artículos publicados en revistas de ámbito internacional, nacional y comarcal como History of Education and Children’s Literature, Revista de Historia Actual, Historia Actual On Line, L’Avenç, Ausa, Dovella, L’Erol o El Vilatà. También ha publicado novelas y libros de cuentos. Además, milita en Iniciativa de Catalunya-Verds desde 1989 y fue edil del Ayuntamiento de Vic entre 2003 y 2015.
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