Fragmentos inconformistas

Las dehesas

Mario Pérez Antolín escribe una defensa apasionada de «un tesoro natural de incalculable valor», amenazado por «la urbanización descontrolada, el desarrollismo extremo o el ocio exclusivista».

Fragmentos inconformistas

Las dehesas

/por Mario Pérez Antolín/

Las manos artríticas asoman sus dedos torcidos y nudosos entre los poros abiertos del zócalo, cubren su esqueleto con una piel coriácea de reptil tan reseca que parece el fondo de un pantano sin agua. La copa enjoyada de diminutas escamas verdes aguanta la escarcha y el cierzo, demostrando un aplomo casi mineral. Diseminadas por la penillanura, en una formación ahuecada y extensa, cruzan barrancos, saltan riscos, rodean crestones de cuarcita hasta que, de forma imperceptible y gradual, el porte se encoge, la comunidad se degrada, el árbol se convierte en matorral y el matorral en nada.

Después vendrán las bolas de piedra; mamuts estáticos que reposan anclados en la corteza de un pan caliente recién horneado. No cayeron del cielo como los aerolitos, no surgen de la tierra como los hongos; estaban allí, los berruecos, resistiendo antes de que fueran desmanteladas por los meteoros las sucesivas capas de polvo y escoria que depositan las eras.

Este paisaje es el mejor ejemplo de cómo la acción antrópica puede modificar un ecosistema sin degradarlo ni destruirlo. Lo que ahora hemos convertido en un catálogo de buenas prácticas y en un modelo de desarrollo sostenible, resulta que, durante cientos de años, era para muchos ganaderos y agricultores un modo habitual de ganarse la vida respetando la riqueza ambiental de donde sacaban el sustento: leña de encina o alcornoque obtenida de las ramas podadas, bellotas y pasto con los que criar a los cerdos y las vacas, caza que complementaba la dieta y permitía conseguir unos ingresos extraordinarios, el cultivo del cereal en las zonas más ralas. Todo ello en perfecto equilibrio y con un hábitat disperso que fijaba la población, evitando el temido problema del vaciamiento, que hoy angustia a nuestras zonas rurales.

Durante largo tiempo, estas explotaciones extensivas contribuyeron a hacer de las dehesas un enclave propicio para la vida, donde ciertas formas culturales consiguieron crear una peculiar idiosincrasia, a pesar de su apariencia áspera y agreste. Hoy, después de ciertos cambios inevitables, estos parajes siguen ejemplificando, no sin múltiples problemas, la manera en que tradición y modernidad deben de imbricarse con el fin de conservar la biodiversidad dentro de entornos correctamente humanizados.

Esperemos que la urbanización descontrolada, el desarrollismo extremo o el ocio exclusivista no acaben con lo que todavía actualmente es parte de nuestras señas de identidad, y un tesoro natural de incalculable valor.

Estos encinares aposentados en el grano sediento del terruño, al pie de una elevación modesta y rotunda, pretenden esclarecer la confusa toponimia que dejaron los ancestros. Vocablos tozudos y menesterosos donde aún queda algo de la anterior resonancia. Localizaciones tercamente postreras, por las que la novedad pasó de largo sin un asomo de renuncia, parecidas a un rescoldo en la chimenea lóbrega.


Mario Pérez Antolín (Stuttgart, 1964) es uno de los aforistas más importantes de nuestro país. Sus libros en este género (Profanación del poderLa más cruel de las certezasOscura lucidez y Crudeza) han recibido elogios de pensadores tan eminentes como Eugenio Trías, Victoria Camps, Joan Subirats o Vicente Verdú y se han convertido, por méritos propios, en lectura obligatoria para aquellos que prefieran la fusión de la buena literatura con una filosofía disidente. Antólogo del libro titulado Concisos, que agrupa a algunos de los mejores aforistas españoles contemporáneos. Mención Especial en la 6ª edición del premio «Torino in Sintesi» de La Associazione Italiana per L’Aforisma. Su poesía, publicada en cuatro libros (Semántica secretaYo eres túDe nadie y Esta ínfima parte de infinito), destaca por la fuerza expresiva de las imágenes y por la profundidad reflexiva de las ideas, dando forma a un estilo muy innovador que tiene el reconocimiento de la crítica especializada dentro y fuera de España. José Luis Puerto y Juan Carlos Mestre han prologado algunos de sus poemarios. Su obra se conoce bien en Hispanoamérica: cuenta con un libro publicado recientemente en México.

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