El confinamiento en la retaguardia y el postureo del yo

Escribe Pedro Luis Menéndez, citando a David Trueba, que «dentro de la burbuja flota feliz el bobo perfecto» (David Trueba), y que en estos momentos la burbuja se resquebraja ante los ojos atónitos de una sociedad infantilizada, falsamente solidaria, en la que el postureo del yo diluye al propio yo y lo convierte en espectáculo, en show.

De rerum natura

El confinamiento en la retaguardia y el postureo del yo

/por Pedro Luis Menéndez/

Cuando pienso en la retaguardia, me vienen a la mente tres historias que desde hace muchos años siento como eslabones de una cadena construida para mi uso privado y que hoy quiero compartir. La primera historia es la del poeta Ángel González durante su niñez en el Oviedo bombardeado de la guerra civil española, recogida en el poema Ciudad Cero:

Pero como tal niño,
la guerra, para mí, era tan sólo:
suspensión de las clases escolares,
Isabelita en bragas en el sótano,
cementerios de coches, pisos
abandonados, hambre indefinible,
sangre descubierta
en la tierra o las losas de la calle,
un terror que duraba
lo que el frágil rumor de los cristales
después de la explosión,
y el casi incomprensible
dolor de los adultos…

La segunda historia hace referencia a la madre de los hermanos Goytisolo, Julia Gay, quien en la primavera de 1938 se había acercado al centro de Barcelona a comprar unos juguetes para sus hijos y muere en un bombardeo fascista de la aviación italiana. Su nieta Julia, hija de José Agustín, en un homenaje organizado por la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña, le dijo a su tío Luis: «Tal vez os hicisteis escritores porque os quedasteis sin madre y solo os quedó la biblioteca».

La tercera historia es más personal. Mi abuela materna murió a los 22 años en Oviedo a causa de una neumonía, también durante la guerra civil, porque no había medicamentos (o, si los había, mi familia no podía acceder a ellos) para combatir la infección ni reducir la fiebre. Mi madre tenía entonces dos años y de mi abuela sólo conserva apenas unas fotografías de cuando ésta era niña. Ni un recuerdo más.

En las guerras, la retaguardia es también un lugar, un espacio más de la misma guerra, con sus grandezas y sus actos miserables, que no se diferencian gran cosa de las miserias y heroísmos de la vida cotidiana en tiempos de paz, pero que aparecen magnificados (tanto los unos como los otros) porque interesan a la propaganda y llenan espacios emocionales que ayudan a sobrellevar la realidad, sea desde el amor o sea desde el odio. En cualquier caso, guarda muy poco parecido con la situación de la población confinada en la España actual ante la pandemia del COVID-19: una sociedad hiperconectada, hipermedicada, abastecida sobradamente, en un país en el que funciona el agua corriente, las calefacciones, los ascensores, el wifi, los mil y un gadgets tecnológicos o los lavavajillas.

Por ello, tal vez ahora estamos recogiendo el fruto —en España, al menos— de una sociedad hiperconsumista (si se me permite el prefijo por tercera vez) en todos sus aspectos, que de pronto siente el freno, un freno que aprecia globalmente como una carga pesada, no fácil de llevar. Parece que la naturaleza nos ha dicho, como hacen padres y madres a veces con sus hijos, «vete al rincón de pensar», y no soportamos hacerlo, de modo que seguimos intentando producir el mismo ruido porque lo que no soportamos es el silencio. Y así, nos confinamos rodeados de consolas de videojuegos, de ordenadores, de móviles, de entretenimientos de una variedad como nunca ha tenido el ser humano: somos esa pandilla de niños o adolescentes enganchados a la pantalla, sobresaturados de azúcares simbólicos (de los reales también, pero ese es otro tema).

Es probable que esto se aprecie mucho más en las sociedades urbanas y de cierto nivel económico, como señala Elvira Lindo en su reciente artículo Coronavirus en tiempos del ego a propósito de la sobreexposición en las redes sociales:

Hay tíos que salen levantando mancuernas y modelos esqueléticas comiendo como cerdas. Hay madres jugando con unos niños tan guapos que parecen de atrezzo. Hay tíos que dan mítines y se quedan tan panchos. Hay individuos haciendo el pino ahora mismo que se van a partir el cuello en su propio domicilio e individuas que se retuercen como contorsionistas. La vida se nos ha llenado de actividades extraescolares, aunque solo duran lo que dura la puesta en pantalla. Luego hay que pensar en el siguiente vídeo.

Y observo que este fenómeno se aprecia más en las sociedades urbanas, porque ayer mismo veía un reportaje televisivo grabado en un pueblo apacible de León, en el que dos ancianos seguían haciendo más o menos su misma vida —sus mismas soledades de hace un mes o de hace años ya— y afirmaban que no tenían miedo al posible contagio. La reportera mostraba entonces casi su asombro por la ausencia de miedo en personas teóricamente mucho más expuestas, dada su pertenencia al grupo de riesgo más marcado. Sin embargo, resulta bastante posible que a ellos —como a mí— lo que más podría asombrarles (si lo observaran) serían esos comportamientos neuróticos de la juventud (también de los de la eterna juventud), a quienes de pronto le han roto o interrumpido su cadena de hábitos y rutinas.

Tal vez, como afirma David Trueba, «dentro de la burbuja flota feliz el bobo perfecto». Y en estos momentos la burbuja se resquebraja ante los ojos atónitos de una sociedad que lleva décadas sin querer detenerse en lo importante, en lo que perdió por el camino, y que aún conservan a su modo los ancianos del pueblo de León: una sociedad infantilizada, falsamente solidaria, en la que el postureo del yo diluye al propio yo y lo convierte en espectáculo, en show; un espectáculo y un show que pasa en la situación actual por una exageración del drama o una dramatización de la vulgaridad de la propia vida expuesta en las redes sociales hasta el agotamiento. Por lo que cualquier comparación entre nuestro confinamiento y sobrevivir en la retaguardia de una guerra real es pura ficción, o puro postureo.

PD.- Una de estas noches se convocó por esas mismas redes sociales una cacerolada contra el Gobierno. Cuando escuché a algunos de mis vecinos, pensé primero que tenía vecinos muy de derechas —por decirlo con cierta ironía—, pero luego me di cuenta de que quizás no era una cuestión ideológica: eran sólo niños protestando contra el castigo del confinamiento.


Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016), la novela Más allá hay dragones (2016), y el libro de prosas cortas Postales desde el balcón (2018). Recientemente ha dado a la luz en Trea el libro de poemas La vida menguante (2019). Desde 2017 mantiene una sección semanal sobre poesía y cuentos en el programa La buena tarde de la Radio del Principado de Asturias.

2 comments on “El confinamiento en la retaguardia y el postureo del yo

  1. ¡El postureo del yo! Otro virus de nuestro tiempo, de fugaz propagación. Saludos 🙂

  2. Marina BL

    Genial.

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