EL CUADERNO ha reunido los textos de un grupo de autores que desde sus cárceles de la cuarentena ha descendido a los infiernos de la pandemia para atisbar la tragedia, pero también la luz, de i nostri tramonti. Las primeras compilaciones recogían textos de José Luis García Martín, Fernando Menéndez, Antonio Manilla, José Luis Gómez Toré, Rosario Neira, Pelayo Puente Márquez, Emilio Amor, Avelino Fierro, Ángeles Carbajal, Carlos Alcorta, José Luis Zerón Huguet, Candela de las Heras, Lourdes Álvarez, Antonio Rivero Taravillo, Sergio Fernández Salvador, Yasmina Álvarez y Héctor Pérez Iglesias, Álvaro Valverde, José Luis Argüelles, Ada Soriano, Luis Muñiz, Marta Mori, Fernando Menéndez, Tomás Sánchez Santiago, José Ignacio González, José Manuel Benítez Ariza, Fermín Herrero e Inaciu Galán. En esta sexta entrega se incorporan los nombres de Melquiades Álvarez, César Iglesias, Carmen Crespo, Xuan Bello, Pelayo Fueyo y Pablo Fidalgo.
Melquiades ÁLVAREZ (Gijón-Xixón, 1956)
Otro tiempo
Después de la tormenta
amanece.
Lentamente renacen del silencio
los sonidos relegados
de los pájaros y el viento.
Sólo está el fino ciprés que se apunta
como exclamación terrestre al cielo
creando con su sombra
la única aguja de un reloj
de sol imaginario
que va recorriendo el suelo entre piedras sueltas;
esas horas expulsadas
del tiempo inmemorial de la galaxia.
También allí anida el mirlo negro
que va y viene
como un minutero loco
y toda la realidad cercana yace serena
pero inalcanzable.
Las cosas se presentan hoy especialmente
nítidas y afiladas en su belleza
explicitando su eterno secreto
que para algunos es amenaza.
Hoy se oyen mejor los corazones,
el palpito distante de las nubes
y el teléfono que suena.
Mientras, la sombra prosigue su marca terrestre
obediente a un corazón
de imperecedera luz distante, y es
tiempo y brújula que duda o se trastorna
al nortear cualquier pregunta.
El día prosigue y se acaba como ayer, como mañana,
creciendo aún más y más las sombras que se alargan
y van cerrando su órbita dictada,
señalando con insistencia
la dirección azul
de los sueños,
la fría morada
de las estrellas
y la posible dirección
del despertar.

César IGLESIAS (Mieres del Camín, 1961)
Necrológica
«Il dolore più atroce è sapere che il dolore passerà» (Cesare Pavese)
Alguien ha muerto.
Tañen a clamor
las campanas de acero en oración.
La mañana procede en la tristeza
de prúa, con sus lágrimas de abril.
Alguien ha muerto.
¿Qué dirá memoria
judicial en sentencias amarillas?
Habrá un hueco de sábanas y arrullos,
cosas de una pequeña eternidad
y ciertas circunstancias de los días:
una silla vacía; un jersey,
también una camisa y su blancura
aguardarán un torso, ya ceniza;
quedará la chaqueta azul de diario
aferrada en la percha de la amnesia
y sus obligaciones burocráticas;
colgarán las corbatas, rayas college,
en el vértigo triste del armario;
los mocasines negros sentirán
la vigilia de ausencias imprevistas;
la cartera raída y el reloj
serán un día saldo del olvido;
esperará otras huellas el viejo iPad,
incapaz de legar nuevos consuelos
y prestar testimonio de un quien fue.
Alguien ha muerto.
Luto sin más lágrimas.
En la calle se oirá el miedo y los pasos
de un transeúnte incierto, sólo sombra,
sin intuir que un día no lejano
tañirán a clamor esas campanas
sin otras conjeturas, sin mas dudas.
No lo olvides: será por ti, por tantos.

Carmen CRESPO (Cáceres, 1962)
Confinamiento poco a poco
algo diminuto nos mata nos confina y desde nuestras islas – también diminutas gritamos cómo es posible que algo así nos mate. la soberbia y nuestro ombligo –tan insignificante se hacen grande y más grande cada vez
aquí no hay intenciones ocultas. la naturaleza no sigue un plan para exterminarnos ella simplemente sigue su curso. esta pandemia no sólo va de un bichito que nos mata todo lo que ha sucedido no es sino el corolario resultante de una mala gestión de nuestras formas de vida. el virus nos ha desafiado nos ha colocado en la almendra en el quid sobre nuestra propia capacidad de sobrevivir
pero los muertos son los muertos. todos los días mueren cientos de personas y aún así creemos que ésa la alargada invisible no se arrimará a nosotros que no nos tocará. seguimos sin ser conscientes de nuestra propia finitud. mañana o dentro de un mes nuestra memoria ya no será
ruido mucho ruido a pesar del aislamiento. ruido para provocar reacciones enfados gritos. una gran campana vocinglera reverberando continuamente martilleando nuestros límites – tan quebradizos tan indefinidos. dónde quedó la sopladura de tantos y tantos pulmones anegados la ataxia que no queremos escuchar. nos percatamos aún de todo ello?
para Diógenes de Apolonia el aire nos gobierna trae consigo el entendimiento pero este otro aire apenas deja huecos para el pensar –tan apretado tan impelido. respiramos hacemos ejercicio siguiendo a monitores en nuestros monitores ipad iphone mac android cursos online charlas skype zoom duo work at home repostería cómo hacer tu propio pan mantenga la casa y el culo como una patena. todo parece ser ahora recreo o necesidad dónde tu aire Diógenes
se promueve se vocea el apremio de nuevos paradigmas la tan terrible frase de moda la nueva normalidad. hay jabalíes correteando por nuestros campus universitarios pavos reales familias de patos canguros – nuestros otros seres acompañantes paseando minuciosamente las calles. cómo será esa nueva normalidad. (des)confinar para confinar?
se han convertido los aplausos de las ocho en otra cosa más?

Xuan BELLO (Paniceiros-Tinéu, 1965)
Coronavirus
De repente la muerte como esa vecina
qu’esperabes finalmente nun viniera
cola tarta d’arándanos per casa.
¿Por delicadeza perdiesti tu la vida?
Y la cabeza, tantes veces.
Sabes agora que ta equí carpiendo
na tos unánime de la parroquia,
nel ronquiellu sordu del miedu
y hasta —sospeches— naquellos que más quieres.
¿Nun viesti esa elástica sombra atrecida
nel abrazu que te fai ensalendar?
Llegó la muerte p’allugase en ti
y esperar nel ángulu escuru
contigo’l to destín.
Llegó
ensin priesa. Nun hai remediu.
Si llograres falar con ella diba ‘icite:
«Toi contigo desque tienes vida
y yá taba contigo muncho enantes».
Coronavirus
(Traducción al castellano del autor)
De repente la muerte,
igual que esa vecina
que jamás esperabas
con su tarta de arándanos
a la puerta de casa.
¿Por delicadeza has perdido la vida?
Y la cabeza, tantas veces.
Sabes ahora que está aquí, en la fatiga,
en la tos unánime de la parroquia,
en el jadeo sordo del miedo
y hasta —sospechas— de aquellos que más quieres.
¿No has visto esa elástica sombra aterida
en el abrazo que te hace respirar?
Ha llegado la muerte y en ti se refugia
para esperar en el ángulo oscuro
contigo tu destino.
Ha llegado
sin prisa. No hay remedio.
Si pudieras hablar con ella te diría:
«Estoy contigo desde que tienes vida
y ya estaba contigo mucho antes».
La solombra
Miou buelu contóume qu’un día
en volviendo de la feria de Navelgas
nu Altu Forcaḷḷáu víu crespa, sólida,
una solombra que lu amenazaba.
El caballu ya él sintienon
seique un reḷḷampu interior,
una usḷḷada qu’a Pepe Manulón,
miou buelu, obligóulu
a querer garrase de la clina del aire
unde naide en pía se tenía.
El caballu sutrumíuse
cumo ḷḷeí que feixo Xantos,
el d’Aquiles, cuando-y esclarióu al heroe
ente ḷḷárimas ya n’hexametros
por gracia d’Hera, vengatible,
la muerte de Patroclo, sou camarada.
Los dous caballos sutrumiénonse
chóquele-chóquele con pasos esquivos
hasta que miou buelu ya Aquiles cayenon
mancándose enforma unde se tembla de valiente
en decatándose que lo mesmo yera
ganar Troya que perdelo.
Cumo Aquiles, exactamente, miou buelu.
Inda quedaba pa siempre —¿nun la presientes?—
la inmensa belleza d’Helena.
Muitos años despuéis —pasara la guerra
ya na televisión unde faloupaba
daltónicos los nenos adevinábemos la color
del mundu qu’ensin dulda yera—
contóume d’aqueḷḷa ḷḷaparada
qu’inda fai que temble respigándome.
Confieso qu’aqueḷḷa solombra
foi la ḷḷercia de la mia infancia.
Confieso qu’esa solombra tolos días
adéitase na mia cama amenazádome.
Miou buelu yá nun ta
(se nun tar ía nun vese)
pero esa solombra que xinglóu daqueḷḷa
sigue acurrucándose comigo.
Un reḷḷampu interior digo you
pero él matizaba qu’aqueḷḷa lluz
tan blanca escurecía:
«Nada, miou nenu, nada, nada».
Ya añedía:
—Nada de nada.
Yera una solombra sola.
La nueite siempre duerme fuera».
La sombra
(Traducción al castellano del autor)
Mi abuelo me contó que un día
al volver de la feria de Navelgas
en el Alto de Forcaḷḷáu vio erizada y solitaria
una sombra que le amenazaba.
El caballo y él sintieron
quizás un relámpago dentro,
una hoguera que a Pepe Manulón,
mi abuelo, le obligó a querer
asirse a la crin del aire
donde nadie en pie se tenía.
El caballo se sacudió
como leí que hizo Jantos,
el de Aquiles, cuando le aclaró al héroe
entre lágrimas y en hexámetros
por gracia de Hera, vengadora,
la muerte de su camarada Patroclo.
Los dos caballos se sacudieron
dubitativamente con pasos esquivos
hasta que mi abuelo y Aquiles cayeron
hiriéndose mucho donde se tiembla de valiente
al comprender cómo es lo mismo
ganar Troya que perderla.
Como Aquiles, exactamente, mi abuelo.
Aún quedaba para siempre —¿no la presientes?—
la misteriosa belleza de Helena.
Muchos años después —había pasado la guerra
y en la televisión donde nevaba
daltónicos los niños adivinábamos el color
del mundo que sin duda era—
me habló de aquella llama
(una sombra apenas, pero que relampagueaba)
que todavía hace que me estremezca a veces.
Confieso que aquella sombra
fue el terror de mi infancia.
Confieso que esa sombra todos los días
se acuesta en mi cama amenazándome.
Mi abuelo ya no está
(si no estar es no verse)
pero esa sombra que presintió entonces
sigue abrigándose conmigo.
Un relámpago interior digo yo
pero él matizaba que aquella luz
tan blanca oscurecía:
«Nada, mi niño, nada, nada».
Y añadía:
—Nada de nada.
Era una sombra tan solo.
La noche siempre duerme fuera».

Pelayo FUEYO (Oviedo-Uviéu, 1967)
Un misterio social
No me beses ni abraces, amor mío.
Todos tenemos miedo al contagio
De un virus exportado desde China,
La patria del filósofo Confucio,
Que conocía los valores éticos.
Esta triste aportación de Asia
Ya no compensa con la habilidad
Del obrero, que no abandona el tajo
Por construir un hospital que acoja
A los enfermos del maldito virus.
Que esta desolación que afecta al mundo
no nos cierre las puertas al turismo,
aunque remita a una Biblia laica
comulgar capital y comunismo.
Es tan grande el contagio, que se estudia
Una forma de vida más austera:
Ciudades sin vehículos y espacios
Acotados para el juego del niño
Con sus padres y amigos. En las casas
Conviven hasta tres generaciones,
Y aunque el trato en familia es cordial,
La escasez de alimentos y materias
Lleva del sufrimiento a la violencia.
El HUCA, en este instante, no da abasto
Con tanto ingreso por Corona virus;
La fiebre, tos, y afección pulmonar
Son síntomas de esta epidemia,
Y hay enfermos que dicen que provoca
Dolores y afecciones insufribles.
Y los cadáveres, descuartizados
Y en cajas o en bolsas encerrados,
No tienen entidad, ni imaginaron,
Desde la vida de sus familiares,
Que llegarían a este hacinamiento.
Los jóvenes parecen soportarlo,
Pero entre los asilos de ancianos
La pandemia se extiende brutalmente
Por falta de defensas en el cuerpo,
Y ya no son inmunes al contagio.
En todas las naciones se plantea
Una estrategia que conmina al orden
Del transeúnte, las prohibiciones
De actos que antes no eran reprensibles.
La cuestión es que ni pobres ni ricos
Están a salvo de esta profecía
Moderna. Es posible que sepamos
El mal que provocamos sin pensar
En merecer sufrir esta pandemia.
Míster Trump, a cuidado de los suyos,
Exige la patente antiviral,
Como si fuera el pueblo elegido,
Tendiendo luego al caos, donde perdura
La técnica sobre el hombre común.
Y yo, desde mi casa, donde paso
Las horas encerrado pero a gusto
Con lecturas, y música y gimnasia,
Y acompañado por mi dulce madre,
Como se puede comprobar ahora
Escribo un poema que contiene
Una terapia y un afán salvífico.
De tarde, a las ocho, con la calle
Vacía, asomados al cristal,
Pasamos aplaudiendo unos minutos,
No sólo en homenaje a los enfermos,
Médicos, limpiadoras y enfermeras,
Sino por esos hombres y mujeres
Que, de forma altruista , dan socorro
Sin pensar en que puedan contagiarse
Por gentes que les son desconocidas.
Como la ciencia avanza, en poco tiempo
Puede aplacarse el virus peligroso,
Pero aún más oscuro es el motivo,
No del primer contagio, sino el auto
De demonios pactando el mal global,
Aunque sea en la forma de un ritual,
Cuando ya no hay motivos personales.
Por último, proclamo mi esperanza
Por los que proyectaron su nobleza
Al cuidar con peligro al enfermo
Como un doble; espero la llegada
Del tiempo de las flores en los árboles,
A cuya sombra yacen los amantes;
Que en la tierra se vea un Paraíso
Sin contaminación, y la alegría
Contagiosa del niño al animal;
También, para los niños , trazaré
El mapa de los juegos vespertinos,
O el paseo habitual con el abuelo;
Y el «hombre de la casa» que desplega
Sus cualidades al buscar trabajo;
Y a todos los banqueros y empresarios,
Religiosos, políticos, soldados,
Que hagan una disección del alma
Para reconstruir al pueblo enfermo.

Pablo Fidalgo Lareo (Vigo, 1984)
Cuaderno
1. Nuestra aventura no tiene nombre. Permite que tu aventura no tenga nombre.
2. ¿De qué cacería huyes tú?
3. Desde que estoy encerrado noto pequeños movimientos de tierra. Pienso que estoy paranoico, por los terremotos que he vivido en Italia y, sobre todo, por el de Ciudad de México. A las dos semanas leo en el periódico que el encierro aumenta nuestra sensibilidad a los pequeños movimientos sísmicos y que muchos los están percibiendo.
Quien pasa mucho tiempo solo acaba teniendo un oído muy fino (Djurna Barnes).
4. Salí sin ser notado.
5. El descubrimiento puede ser irracional y no seguir ningún método reconocido. Feyerabend a través de Amador Fernández-Savater
6. Se ha escrito que los nazis prohibieron a los judíos sentarse en los bancos de la calle. Los viejos, entonces, no salían de casa y empezaban a morir.
7. De las 80 películas que he visto estos dos meses, ninguna tan impresionante como Sicilia, de Huillet y Straub. Solo se habla de lo que importa, solo hay cosas esenciales. Comida, dinero, trenes, islas y bicicletas.
8. Los planes para este tiempo eran estar en la isla, visitar cementerios y museos arqueológicos. Habríamos visto a Antonello en Cefalú y las Metopas de Selinunte.
Al final, excavar por aquí.
9. Los grupos de adolescentes al final de la tarde salen a patinar o en bici, hacen su passeggiata. Son grupos más pequeños que los de Italia. Saben que el verano ha llegado antes para ellos. Una libertad inesperada. Hay menos iluminación estos días, sin coches. Solo en esa penumbra se les ve la cara y pueden ser ellos mismos.
10. Es un modo de abandonar cualquier competición, cualquier actividad. Simplemente entrar dentro a esperar. Como le digo a Juan. Tanto habíamos buscado el fin del mundo.
¿Ahora nos vamos a quejar?
11. Quienes fueron sagrados siguen siéndolo,
la santidad no desaparece, es una presencia
de bronce, solo quien la vio
dudó y se apartó de ella.
Una antigua alegría regresa en su sagrada presencia.
(Denise Levertov)
12. No pasar por casa nunca más.
13. Solo en la zona del Club de Regatas, cuando hay temporal y el mar salta sobre las piscinas, puedo imaginarme que estoy en Rapallo o en un pueblo de Liguria.
14. Los skaters toman posesión de la ciudad.
15. Siempre que voy hasta El elogio del horizonte me sale decir El peine del viento. Un amigo lleno de fe me explicó hace años su significado. Con los años fue perdiendo la fe, quién sabe hasta qué punto. Pero El elogio del horizonte sigue ahí.
16.Solo nos han pasado dos cosas en la vida. El 15 y el encierro. ¿Con cuál te quedas?
17. Aquí estamos en Portugal y el señor es italiano, nosotros pertenecemos al sur, a la civilización grecorromana, nada tenemos que ver con Centroeuropa, perdone, nosotros tenemos alma. Es verdad, le dije, tengo alma, es cierto, pero también tengo Inconsciente, es decir, ya tengo Inconsciente, sabe, el Inconsciente se coge, es como una enfermedad, yo cogí el virus del Inconsciente, son cosas que pasan. (Antonio Tabucchi).
18. Todo el verano leí a Paul Bowles y Edmond Jabès. Me preparé para sobrevivir al desierto solo con una pequeña manta.
19. Y los amigos italianos y portugueses escriben: los árboles de San Lorenzo te esperan, Villa Pamphili te espera, los jacarandás de Dom Carlos te esperan. ¿Será verdad que me esperan? ¿Será que florecerán más tarde?

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