Arte

Trasudores

Daniel Ramos Sánchez reseña la primera exposición individual de la artista ovetense Paula Blanco: una serie coherente de veintún obras pictóricas que nació antes del confinamiento y durante su proceso de creación se quedó atrapada en él.

/ por Daniel Ramos Sánchez /

«¿Cuándo volveremos a vernos? ¿Cuándo el sabor terroso de los labios vendrá una vez más a rozar la ansiedad de mi espíritu?»

Artaud: El arte y la muerte

En Trasudores, su primera exposición individual, la artista ovetense Paula Blanco despliega una serie coherente de veintiún obras pictóricas realizadas en técnica mixta.

El trasudor es el sudor tenue y leve causado por la angustia y el temor, una especie de película de ansiedad que emana de la piel. El término proviene de La naúsea, de Jean Paul Sartre, e ilustra que Trasudores es una piel tatuada de referencias literarias y plásticas. El existencialismo de Sartre, el teatro de la crueldad de Artaud y las asociaciones entre erotismo y muerte de Bataille forman su corpus de inspiraciones literarias.

En cuanto a los visuales, las masas carnosas con consistencia de cera derretida hacen saltar en un primer momento el recuerdo de Francis Bacon. Pero es una percepción superficial: se esquiva pronto aquella oscuridad. Su auténtico modelo es la taxidermia fría y objetiva de las esculturas de Berlinde de Bryckere, encontrando como ella la sexualidad escondida entre las capas de piel desollada y la belleza en la deformidad.

Trasudores nació justo antes del confinamiento y durante su proceso de creación se quedó atrapado en él. Como consecuencia, los materiales y formas van mutando hasta acabar registrando un diario meticuloso del impacto de la cuarentena.

La serie comienza con lienzos de gran formato que muestran desnudos reducidos a formas intelectuales como los frutos de un bodegón de Cézanne. En esta fase, los cuerpos son aún reconocibles y poseen un erotismo ideal y platónico. Un entorno de planos geométricos y colores lisos los contiene.

Pronto comienza una metamorfosis. El paso de las semanas infecta los cuerpos, que empiezan a descomponerse. Se deforman y se amalgaman entre sí; van perdiendo la nitidez racional y produciendo quimeras surrealistas. Los contornos se ablandan y los colores se ensucian hasta que la podredumbre toma lo que antes lucía terso y ordenado.

En el estadio final, el contagio se transmite al soporte, que se curva y se retuerce. El aislamiento va imponiendo los materiales y el espacio. Los lienzos en bastidor han quedado convertidos en un tapiz de papeles encolados, dispuestos como escamas de piel: el medio se ha hecho uno con el motivo. Las figuras que antes resultaban autónomas son ahora criaturas de Frankenstein formadas por retales de cuerpos cosidos entre sí, confundidos en un solo ser, igual que sucede en los monstruos… y en la cópula.

Los contornos han pasado de ser trazos de pincel a estar formados por los propios cantos del papel, Cuanto más abstracta e irreconocible se vuelve la forma humana en Trasudores, más reales y tangibles se hacen los bordes que la contienen, hasta llegar a liberarse de la opresión de la línea.

Finalmente, el paisaje irrumpe a través de un ángulo y derriba los fondos geométricos. El soporte es ya una onda que ha tomado una forma propia, orgánica, que se rige por el azar. La naturaleza acude al rescate contra la claustrofobia que produce la arquitectura.

Y en esta culminación, se activa la cita de Sartre que da la bienvenida al visitante: «De existir, había que existir hasta eso, hasta el verdín, el abotargamiento la obscenidad».

Queda al descubierto lo que ha desnudado la pandemia: nuestra condición de cuerpos vulnerables a la enfermedad y la muerte. Suspendido el mundo racional de tiempos medidos y actividades sociales, estuvimos durante la cuarentena condenados a no hacer otra cosa que existir. Una muerte de los estímulos como única alternativa a la muerte física que trae la epidemia.

Era hora, entonces, de volver a lo único con lo que naturaleza puede trasgredir la muerte: la procreación. Disolver el invento cerebral de las líneas que delimitan los cuerpos y los espacios. Recuperar el tacto y el deseo, usarlos en lugar de la vista y la razón. Reproducirnos y morir para que otros nazcan y continúen el único sentido que posee la existencia.

Volvernos virus nosotros.

Trasudores es la segunda exposición y la primera muestra monográfica de Espacio Brecha Núcleo Artístico (Postigo Bajo 26, Oviedo). Brecha nace a finales de 2019 en Oviedo como un espacio interdisciplinar concebido para atravesar el muro que aprisiona la cultura local. La exposición estará abierta durante todo el mes de julio en horario 12:00-15:00 y 17:00-20:00.


Daniel Ramos Sánchez es licenciado en filología hispánica, grado en historia del arte y doctor en filología inglesa. Ha trabajado en la edición y la educación, fue becario de traducción en el Parlamento Europeo y ha traducido obras como Cuando la vida te da un martillo, de Kate Tempest, o Apegos feroces, de Vivian Gornick. Durante la última década ha colaborado con la revista Clarín, donde ha escrito reseñas, traducciones y varios artículos propios. Escribe también en Ñ, revista de los expatriados españoles en Corea del Sur, We Mag, Plastic Crowds y Cultura Creativa.

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