/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /
No se preocupen: no quiero emborronar más papel sobre el Emérito, y este es el último artículo que le dedico, pero es que hoy he tenido una intuición. El Rey Emérito tiene un doble, un personaje casi gemelo. Lo he hallado en la historia de Francia y es el rey Luis Felipe de Orleáns (1773-1850).
Hace unos años visité el impresionante castillo de Chantilly, hogar de los Orleáns, y vi el notable edificio de las Caballerías, un auténtico palacio dedicado a alojar caballos. Allí me contaron —y supuse que se trataba de una leyenda— que el rey Luis Felipe creía que, en una segunda vida, en una reencarnación, renacería como caballo, por lo que intentó hacer un palacio para estos nobles équidos. Pues bien, Luis Felipe de Orleáns se equivocó y no se reencarnó en caballo, sino en monarca, nada menos que en un miembro de la familia Borbón, el actual Emérito español. Juzguen ustedes si no: al igual que el monarca español, el francés estuvo exiliado de jovencito, entre 1793 y 1815. En esta época gris y difícil para ambos, se ambos casaron con princesas reales: el español con una princesa griega; el francés, con una napolitana. Y años después, ambos se aprovecharon sabiamente de los desbarajustes políticos de su tiempo para ocupar el trono. El español lo hizo por obra y gracia de Francisco Franco, mientras que el francés Luis Felipe se alzó en medio de una revolución que destronó a Carlos X. El monarca español es denominado el Campechano, mientras que el francés prefirió que le llamaran Felipe Igualdad. Dicen que al francés le gustaba salir de palacio con traje oscuro, burgués, con escolta discreta, como quien va de compras: al Campechano también le gustaba camuflarse para ir de copas con señoritas de la buena sociedad o vestirse de sport en yates a los que bautizó como Fortuna o Bribón, nombres que, por cierto, hoy cobran todo su significado.
Ambos monarcas se beneficiaron de ciclos económicos de cierta bonaza, durante los cuales Francia se industrializó, mientras que España entró en plena etapa capitalista. Ambos monarcas se parecieron en su forma de actuar, ya que el rey francés, que iba a comisión en el trazado de ferrocarriles y en todos los grandes negocios de Francia, propició la época del enrichissez-vous, de forma que la alta burguesía del reino se enriqueció y le apoyó. El español se transformó también en comisionista y auspició grandes obras públicas para empresas del IBEX, la mayoría de veces en tierras lejanas de Oriente o de la sufrida América hispana. Ambos reyes coincidían en un gran apego al dinero y se enriquecieron muchísimo. El monarca francés, antes de huir (se fue a Inglaterra), se llevó consigo las obras de arte de la colección denominada Galerie Espagnole del Louvre afirmando que era propiedad personal suya, hasta que en 1853 fue vendida en subasta por sus herederos. Desprestigiado y en medio de una profunda crisis política y moral de Francia, huyó de incógnito por Le Havre, en donde embarcó hacia el exilio inglés con pasaporte a nombre de Mister Smith. Le amparó la reina Victoria y vivió hasta su muerte en Claremont House, una mansión de estilo palladiano del siglo XVIII que se encuentra a un kilómetro al sur de Esher, en Surrey (Inglaterra). Finalmente, murió en un 26 de agosto de 1850, y hay que decir que jamás fue juzgado. El Campechano, a su vez, se ha ido a tierras con olor a petróleo, bajo el amparo del jeque Jalifa bin Zayed bin Sultan Al Nahayan.
¿No hallan ustedes el parecido? Por supuesto que hay una diferencia notable: nuestro Emérito está en Abu Dabi. Ya no hay que especular, puesto que lo ha confirmado la Casa Real. Se aloja, según dicen, en el Emirates Palace, donde he consultado la lista de precios para principios de septiembre y la habitación más cara cuesta 2525 € la noche, impuestos incluidos. Tiene 140 metros cuadrados. El hotel dispone de más de un kilómetro de playa privada y está decorado con mármoles y mosaicos de plata y oro. Todo lo que parece oro, dicen que es oro. Si te alojas en una habitación en este hotel tienes mayordomo privado. Las sábanas son auténticas joyas, la cubertería de plata y el café se puede tomar con oro disuelto (¡sí! He dicho oro disuelto). En el complejo hay 14 restaurantes, entre ellos el Palace’s Caviars, con una selección de champán y caviar del golfo pérsico. Naturalmente hay piscinas, masajes, centro de bienestar, spa y todo cuanto puedan imaginar. El hotel supera la imaginación del autor de Las mil y una noches. En este modesto hotel se repone de la agitación de los últimos tiempos el que fuera rey de España, Juan Carlos I. Luis Felipe de Orleans se alojó a su vez en un palacio extraordinario, de un gusto exquisito, famoso por sus jardines, pero el monarca español prefiere el lujo más bravucón, sin paliativos, aquél en el que todo lo que reluce como oro, es oro.
Juan Carlos sabe, como lo sabía Luis Felipe de Orleans, que está por encima de la ley: años de inmunidad judicial le han permitido amasar una fortuna procedente en gran parte de los Estados del golfo pérsico. Es dinero que recibió graciosamente durante cuatro décadas del sultán de Omán, el emir kuwaití, el monarca saudí y algunos más que nunca sabremos. Según reveló uno de los gestores del patrimonio del Emérito a la fiscalía suiza, en uno de estos viajes, procedente de Al-Manama, la capital de Baréin, llegó con un maletín con 1.900.000 dólares. Con las arcas tan fastuosamentellenas, nuestro rey puede permitirse alojarse en el Emirates Palace de Abu Dabi. Además, ahora sus viajes son privados; nadie tiene derecho a meter las narices en sus cosas. ¡Qué importa con qué señora se meta en la bañera!
Yo imagino al Emérito, en Al-Manama, en el hotel The Ritz-Carlton, que sólo cuesta 272 € noche, en pijama —de seda por supuesto— llenando el maletín con fajos de dólares, como en los westerns. Los guardaespaldas, pagados por el CNI, supongo que le ayudarían en el transporte. Claro que yo no sé cuánto pesan 1.900.000 dólares, pero es papel y los libros, que también son de papel, pesan mucho. ¿Dónde los ingresaría? ¿En una cuenta en Suiza? Uno se lo imagina ayudado por el casposo detective José Luis Torrente. El monarca francés lo tuvo más difícil, ya que, en vez de dólares, cargó obras de arte.
Si dejo de lado mi enfermiza imaginación de monarcas en pijama llenando maletines con dólares y empiezo a pensar, lo primero que me pregunto es: ¿cómo es posible que un individuo como este haya reinado cuatro lustros sin que nadie supiera lo que hacía? Y si lo sabían, ¿por qué no se dijo hasta ahora? Sí, ya sé que un pobre rapero pena por las tierras de Flandes porque se atrevió a decir calumnias semejantes. Puede que nadie se atreviera con esto porque este país goza —¿mejor sufre?— de un sistema eficaz de corrupción institucional, en donde el poder judicial, en su cúspide, está diseñado desde el propio poder político para no ver, ni oír, ni sentir el fétido olor que emanaba de la propia cámara real.
A Luís Felipe le llamaron el rey banquero; al monarca español, el comisionista. Realmente hay pocas diferencias y muchas más semejanzas.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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