/ un relato de Pablo González /
El cronómetro, medio atascado para los unos, desbocado para los otros, se asomaba finalmente al minuto noventa. El equipo local defendía su mínima victoria como gato panza arriba, y casi colgados del arco repelían como podían un furibundo ataque final colmado de balones colgados, disparos desesperados, tremenda voluntariedad y pocas ideas. Bene Bravo, guardameta de galones, comandaba la resistencia desgañitándose a diestro y siniestro, tratando en vano de ordenar una extenuada defensa más preocupada del minutero que de la cordura.
A la salida del último córner, tras barullo en el área, rebote inverosímil y un mal despeje a la frontal, el mediapunta atacante enganchó un prodigioso zurdazo con pinta de gol que impactó en la mano izquierda de un aterrado Euge Pais, bregado lateral que achicaba tarde el espacio. El árbitro, a pesar de la lluvia de insultos y lamentos, no dudó: pena máxima. Bravo, autómata de cabeza fría, analizaba sereno la situación mientras sostenía impasible la mirada de un abrumado delantero que parecía sucumbir al instante más largo de su vida. El lanzador se situó frente a la pelota, con poco ángulo de carrera, dispuesto a golpear con temblorosa pierna derecha, y el arquero lo tuvo claro: «Este tío no me la cambia, me viene a la derecha». Dicho y hecho: el nuevo héroe se estiró decidido para atajar sin siquiera conceder segunda jugada.
Tras la parada de su vida, el imperturbable conoció la locura: ¿se despertaría ahora del sueño de siempre, en el que detenía el penalti del último minuto para ganar el campeonato? Fuera de sí, celebró histérico la proeza, recibiendo a sus compañeros en un abrazo masivo, desmedido, como los que se otorgan aquellos que creen haber nadado sin ahogarse en la orilla, y que iba formando poco a poco una precaria montonera peligrosamente situada a escasos centímetros de la línea de gol. Y lo que cuentan las crónicas regionales de los campitos de tierra es que la desgobernada piña, ante sorpresa general, iba también desequilibrándose, tropezándose… y desmoronándose finalmente en el interior de su propia portería, balón incluido.
Ante el trastabillado y ridículo autogol, la grada mostraba una inusitada diversidad de maldiciones, mofas y opiniones. Definitivamente aquél no era el sueño de siempre; y si fuese pesadilla, sería el momento del despertar.

Pablo González (Grau [Asturias], 1985) escribe sobre tecnología, sociedad y política y ha colaborado en diversos medios digitales. Entusiasta defensor del software libre, ha asesorado al Ayuntamiento de Grau en materia de nuevas tecnologías. Fue cocreador de Moshtown, una app buscadora de conciertos para dispositivos móviles. Ingeniero técnico de telecomunicaciones por la Universidad de Oviedo y máster en Dirección y Administración de Empresas por la Universidad Europea Miguel de Cervantes, actualmente trabaja como consultor de sistemas y seguridad en el sector tecnológico. Además, es aprendiz de músico y gaitero y toca el bajo en la mundialmente desconocida banda de punk The New Ones.
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