Creación

En la terraza de un bar

Fernando Riquelme se fija en los clientes que toman algo en una terraza, con el oído atento a sus cuitas.

/ un relato de Fernando Riquelme /

EL CIEGO QUE BEBE CERVEZA RUBIA

En realidad, no está ciego del todo. Sufre de retinopatía diabética y tiene muy mermada su capacidad de visión. Sin embargo, la expresión de su rostro antes de cada trago de cerveza parece apreciar la limpidez del líquido dorado coronado de blanca espuma. Luego pierde su mirada vacía en algún punto de su horizonte que empieza a dos palmos de su cara. Le pregunto su nombre y, como en un mal chiste, se apresura a decirme que se llama Casimiro.

AMARGURA

Su aspecto demacrado se acentúa con la barba canosa de varios días. La holgura de su ropa denota una delgadez adquirida inesperada. Camina despacio ayudándose de un apoyo parecido a un bastón de cuatro patas. Y su rostro refleja sufrimiento. Se deja caer pesadamente en un sillón de la terraza. Debe de arrastrar una amarga existencia que trata de alegrar con un aperitivo. El camarero solícito le sirve su comanda: bitter con hielo.

HIPOCONDRIA

La señora es vasca. De Bilbao. Siempre lo dice cuando entabla una conversación con otro parroquiano. Eso sí, a cierta distancia porque es hipocondríaca. Tiene un gel desinfectante que usa para limpiar el velador. Frota la cucharilla con una servilleta de papel antes de remover su café con leche.  Acerca a sus labios el borde opuesto de la taza y bebe. No sé si satisfecha o no. Espanta a los gorriones, que considera vectores de infección, ignorados, sin embargo, por el caniche que descansa a su vera. Su mascota es su debilidad. Pone al perrito en su regazo y se inclina para besarlo. Los gorriones pían en la rama y dejan caer su excremento. La señora vasca distraída con su perro no advierte la caca en su café con leche.

TELÉFONO MÓVIL

Mi madre está en una residencia de ancianos de Veguellina de Órbigo… Mi hermana Feliciana ha entrado en la plantilla de Mercadona. No, no es cajera. Hace turnos de limpieza… A mi sobrino Teo lo he traído a Madrid para ayudar en la pescadería, a ver si aprende algo, pero es bastante zoquete. Anda todo el rato canturreando rap. Sí, eso que es como una letanía. Quiere ser rapero… No me digas, pues este con el primer sueldo se ha tatuado una lagartija en un brazo… Espera, que pido una caña…Yolanda tiene novio y quiere irse a vivir con él. Es guardia urbano en Alcorcón. Parece serio… La parienta, como siempre, suspirando por volver a Astorga… ¿El negocio? Aguanta. Unos días bien y otros menos… ¡Ah! ¿Te acuerdas del Venancio? Me lo encontré un día en la Gran Vía con un señor con barba que me presentó como su marido. ¡Manda cojones!… Bueno. Y tú ¿qué tal?…

LOS GUIRIS

Jack y Jill se enfrentan al resolutivo camarero, de nombre Luciano: «Guioha» (hache aspirada), dice Jack esforzándose. «Vale, Rioja», concede Luciano. Con doña Jill no se aclara. Parece que quiere café, pero no acierta a establecer la modalidad. Luciano desgrana las distintas fórmulas sin éxito, pero de pronto pronuncia la palabra mágica: capuchino, y la lady asiente con contento. La alcaldesa de Madrid quiso internacionalizar el café con leche. Lo calificó de relaxing. Pero el sitio ya lo tenían ocupado los italianos con su cappuccino.

DOBLES PAREJAS

Desayunar en casa es aburrido. Al menos en Madrid. Sucede sobre todo a las personas jubiladas. Don Juan y doña Inés leen el periódico con sus gafas de presbicia en la terraza del bar. Llevan ya algunos años practicando la liturgia de comentar las noticias ante sus tazas de desayuno, cada uno con su diario favorito. Por el tiempo que dedican a su lectura comentada no parece que dejen ni un escueto suelto por analizar.

En otra mesa, dos ancianas, seguramente hermanas, rompen el ayuno con actitud diferenciada. La más voluminosa es frugal y constante: un café con leche y una porra. Sostiene aferrado el teléfono móvil al que consulta informaciones varias que obtiene con voz electrónica. La más menuda, exageradamente cifosa y corta de vista, alterna su elección: un día churros, otro cruasán, a veces picatostes, o una caracola, café con leche o chocolate… y un zumo de naranja que insiste sea natural. Y anima a su hermana a obtener nueva información de su móvil que ella no maneja.

EL DESFILE

La terraza es una platea desde la que contemplar un desfile de personajes habituales del barrio. No conozco sus nombres, pero los identifico con los que me he inventado para ellos.

Pepito es retrasado mental. Y tiene los pies planos. Sale y vuelve a una casa de las que los cursis de las inmobiliarias califican de alto standing. Va vestido con dejadez, acarrea una bolsa de plástico en cada mano y una pesada mochila le cuelga del hombro como un lastre. Sonríe. Pepito sonríe siempre y dirige la palabra a los conocidos (porteros y camareros), sin detenerse. Estos no le conceden siquiera una caritativa respuesta.

Zoilo es sudaca. Quizás peruano, pero sin rasgos andinos. Es de mediana edad, bajito y de calva bronceada. Es alegre. Saluda con familiaridad. Ofrece pañuelos de papel y no se enfada si no se los aceptan. Su andar es apresurado, casi un trotecillo, sin más meta que dar vueltas al circuito de calles del barrio.

Fidel es recadero de una tienda de alimentación. Tiene un aire de figura de Giacometti y andares de marioneta descoyuntada. Es cabizbajo y silencioso. Del bolsillo de su pantalón asoma un pañuelo arrugado.

LOS PROFESIONALES

A media mañana, en las oficinas, se impone una pausa para despejar la mente y estirar las piernas. La terraza del bar es el sitio ideal para un café, una cerveza y, quizás, un reparador pincho de tortilla, mientras se establece una conversación informal lejos del lugar de trabajo.

La señora de mediana edad, bien vestida, con uñas pintadas, avasalla a sus contertulios con una airada diatriba contra los juzgados. Son, sin duda, integrantes de un bufete cercano.

Un cincuentón, de aspecto de deportista decadente, conversa con dos jóvenes espigados, pronunciando palabras que oigo repetirse y me dan la clave de su ocupación. Hablan de federación, competiciones, campeonatos y salas de armas. Sé que a la vuelta de la esquina tiene su sede la Federación española de esgrima.

Otra señora, con pinta de ama de casa, pero con una voluminosa agenda trufada de documentos, parece querer convencer a una pareja de jóvenes de las ventajas de montar una cocina de la marca que representa, incluyendo en el precio fontanería, pintura y albañilería.

MASCARILLA

Son tiempos de pandemia. Los clientes del bar son disciplinados y usan mascarilla. La retiran para consumir bebidas y comida. Una dama dependiente, en un despiste de su cuidadora, acerca su taza de café a los labios que se derrama al encontrarse con el obstáculo de la mascarilla que no ha retirado. Aspavientos de la señora, de la cuidadora y del vecino de mesa que se asusta por el inesperado revuelo.


Fernando Riquelme Lidón (Orihuela, 1947) es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid. Ingresó en la Carrera Diplomática en 1974. Ha estado destinado en representaciones diplomáticas y consulares de España en Siria, Argentina, Francia e Italia y ha sido embajador de España en Polonia (1993-1998) y Suiza y Liechtenstein (2007-2010). Como escritor ha publicado Alhábega (2008), obra de ficción que evoca la vida provinciana de la España de mediados del siglo XX; Victoria, Eros y Eolo (2010), novela; La piel asada del bacalao (2010), libro de reflexiones y recuerdos gastronómicos;  28008 Madrid (2012), novela urbana sobre un barrio de Madrid; Delicatessen (2018), ensayo sobre los alimentos considerados exquisiteces; y Viaje a Nápoles (2018), original aproximación a la ciudad de Nápoles.

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

3 comments on “En la terraza de un bar

  1. Roció Fondevila

    Me ha encantado Fernando Buena idea
    Como siempre muy observador

  2. Qué cacofónico ese «de aspecto de deportista decadente». Habría quedado mejor «con aspecto de deportista decadente».

  3. Pingback: En la terraza de un bar – Sarraute Educación

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