Mirar al retrovisor

La moral y la alcoba. Reflexiones amorales

Joan Santacana vuelve a escribir sobre la historia de la cama ocupándose de la alcoba medieval y la práctica del amor cortés.

/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /

Que los conceptos morales, como casi todo, son históricos no requiere muchos argumentos: basta con estudiar las fuentes primarias de la edad media hasta el siglo XVI para darnos cuenta de que realmente es así. Sin embargo, hay temas que en nuestra sociedad se perciben como eternos, ahistóricos, como si la regla general antes enunciada no rigiera en estos casos. Nos referimos a la concepción del matrimonio como exclusivamente monogámico y a la precepción del concepto de amor como un sentimiento inalterable. Nada mas lejos de la realidad. Para ello es importante fijarnos en cosas aparentemente tan banales como la historia de la alcoba y de la cama.

Ciertamente, desconocemos muchos aspectos de la alcoba medieval, pero sabemos que en la Alta Edad Media, durante el Imperio carolingio, la cama fue el escenario de las relaciones sexuales tanto en el seno del matrimonio como fuera de él. El propio emperador se casó varias veces y, al mismo tiempo, dispuso de varias concubinas que eran aceptadas como algo normal por los coetáneos. Es su cronista, Eginardo, quien nos dice con toda naturalidad que «tras la muerte de ésta (Liutgarda) tuvo cuatro concubinas: Madelgarda,  que dio a luz una hija llamada Rotilda; Gervinda, de origen sajón, de la que le nació otra hija, llamada Adeltrudis; Regina que le dio a Drogón y a Hugo; y Adelinda, de la que tuvo a Teodorico». Lo cierto es que el concepto de monogamia, así como el tema de la indisolubilidad del matrimonio, antes del siglo X no era generalmente admitido ni practicado. El concubinato no se consideraba una falta grave y se admitía con cierta normalidad. Por ello, la cama era el escenario de encuentros sexuales que no incluían sacramento alguno, ni tan siquiera afecto entre los practicantes de sexo.

Todo esto fue cambiando en la Baja Edad Media. En algunas zonas de Europa, la transformación fue introduciéndose por influencia de la lítica trovadoresca, originaria de la zona de Occitania, en donde aparece una corriente ideológica y literaria a la que en el siglo XIX se bautizará con el nombre de amor cortés. Se trata de una derivación de las relaciones feudales, aplicadas a las relaciones amorosas entre hombre y mujer. En todo caso, se trataba de caballeros y damas, pertenecientes a la nobleza o a la alta burguesía. Era un amor que se desarrollaba fuera del matrimonio, dado que éste era siempre resultado de una relación pactada entre las familias, por lo que el amor que ellos llamaban verdadero solo se desarrollaba fuera del matrimonio. En realidad, se puede hablar de amores adúlteros, pero que se consideraban muy superiores al amor por interés que implicaba el matrimonio. El amor cortés surge a partir de finales del siglo XII y se desarrolla durante los dos siglos siguientes. No ha de extrañar que los cambios en las relaciones amorosas implicaran un cabio en la concepción de la cama y de las alcobas.

Representación del amor cortés

Un buen ejemplo de estos cambios aparece reflejado en innumerables relatos de El Decamerón. La mayoría de los relatos que tienen la cama como escenario se ubican en el interior de una alcoba Una descripción sacada del Decamerón de estas alcobas lujosas nos explica: «Ella, después, tomándole de la mano le llevó abajo a su salón y desde allí́, sin nada más decir, con él entró en su cámara, la cual a rosas, a flores de azahar y a otros olores olía toda, y allí́ vio un bellísimo lecho encortinado y muchos paños colgados de los travesaños según la costumbre de allí́, y otros muy bellos y ricos arreos; por las cuales cosas, como inexperto que era, firmemente creyó́ que ella no era menos que gran señora». Los lechos encortinados, con tapices y ricas telas, se pusieron de moda entre los poderosos y se convirtieron en escenarios del amor cortés. como en esta descripción de una fiesta campestre con lechos encortinados esparcidos en un hermoso valle: «Pero luego de que llegó el final del almuerzo, y las viandas y las mesas fueron retiradas, todavía más contentos que antes empezaron a cantar y luego de esto a tañer sus instrumentos y a danzar; y después, habiéndose puesto camas en muchos lugares por el pequeño valle, todas por el discreto senescal rodeadas de sargas francesas y de cortinas cerradas, con licencia del rey, quien quiso pudo irse a dormir».

Es curioso observar que algunas alcobas aparecen perfumadas, como hemos visto en el texto anterior, hecho que se repite con frecuencia en los encuentros amorosos medievales: «Y después de que han bebido y han comido dulces, bailado una danza o dos, cada una con aquel a cuyas instancias se le ha hecho venir, se va a la alcoba; ¡y sabed que aquellas alcobas parecen un paraíso a la vista, de bellas que son! Y no son menos odoríferas que los tarritos de especias de vuestra tienda cuando mandáis machacar el comino; y tienen camas que parecen más hermosas que las del dogo de Venecia, y a ellas van a reposar».

Los relatos del Decamerón muestran a su vez como había cambiado el equipamiento de la cama, con colchones y sabanas, en algunos caso de telas finas y muy ricas y colchones de guata: «Y casi acababa de entrar en ella cuando aparecieron dos esclavas cargadas de cosas: la una llevaba sobre la cabeza un grande y hermoso colchón de guata y la otra una grandísima cesta lleno de cosas; y extendiendo este colchón sobre un catre en una alcoba de la sala, pusieron encima un par de sabanas sutilísimas listadas de seda y luego un cobertor de blanquísimo cendal de Chipre con dos almohadones bordados a maravilla; y después de esto, desnudándose y entrando en el baño, lo lavaron y barrieron óptimamente».

Esta suerte de alcobas, decoradas y perfumadas, con cortinajes que protegían las camas de las miradas indiscretas de siervos y parientes, es claro indicador del amor cortés. Entre otras cosas, y como signo de intimidad, vemos que las alcobas se pueden ahora cerrar con llave: «La señora, como lo sintió levantado y fuera de la alcoba, se levantó y cerró la puerta por dentro».

Habrá que esperar hasta el siglo XVI para que estas relaciones amorosas en la vida y costumbres de la burguesía europea empiecen a cambiar hacia un fortalecimiento de la monogamia y con ello de la moral. Pero esta será otra historia.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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