/ por Felipe de Luis Manero /
En la segunda mitad de la década de los ochenta, el modesto equipo de fútbol Juventud Cambados protagonizó una sorprendente historia de éxitos deportivos, lujos y excesos de la mano del contrabandista y narcotraficante José Ramón Prado Bugallo (Cambados, 1955), alias Sito Miñanco. Sito jugó en su juventud en el equipo de su pueblo y años después accedió a la presidencia con el beneplácito de su tío. El equipo, que militaba en categorías regionales en 1986, encadenó una serie de rutilantes triunfos que le hicieron rozar el ascenso a la segunda división A. A medida que se va desarrollando el meteórico ascenso del equipo, van surgiendo dilemas: si los futbolistas eran conscientes del origen de sus ganancias, ¿puede reprobarse su comportamiento? ¿Qué cuota de responsabilidad tienen los políticos, periodistas y diferentes cargos públicos que sabían el oficio de Miñanco y le dejaban hacer? ¿Se sustentaba la desmedida veneración de los vecinos de Cambados hacia el narcotraficante en algo que no fuera el mero interés material? Estas y otras preguntas de difícil respuesta se van sucediendo en el libro Sito Presidente, de Felipe de Luis, a la par que el lector ve cómo se juega una magnífica historia con el universo del fútbol como telón de fondo. Lo que sigue es su primer capítulo.
Cuando mi padre murió yo tenía veintiocho años, ganaba trescientos cincuenta euros al mes y aún vivía en mi casa familiar. Cuando Eugenio Prado murió, su hijo —José Ramón Prado Bugallo, Sito Miñanco— tenía treinta años, estaba casado y era padre de dos hijas, había estado una vez en la cárcel y manejaba cantidades ingentes de dinero gracias al contrabando y, posiblemente ya entonces, al narcotráfico.
Mi padre tuvo un infarto de miocardio en plena calle, cuando regresaba de hacer la compra. Cuando llegué al lugar donde se desplomó, aturdido por el impacto y paralizado por la imagen, no encontré mayor pretensión que corresponder al abrazo que me ofrecía mi hermano. Mirar más allá se antojaba un proyecto demasiado ambicioso.
Cuando su padre murió a causa de un virulento cáncer de páncreas, Sito Miñanco decidió ser presidente de un club de fútbol: el Juventud Cambados. Tomó las riendas del equipo de su pueblo, lo ascendió varias categorías hasta casi llegar a segunda división y después se fue dejando tras de sí un reguero de admiración y rechazo casi a partes iguales. Su recuerdo aún perdura en un lugar en el que ser impermeable a la moralidad se convirtió en un hábito imprescindible para sobrevivir.
Todo el clan de los Miñanco estaba haciendo frente a la enfermedad del padre. Sito decidió llevarlo de Galicia a Portugal, donde las perspectivas de curación parecían mayores. No mejoró y de ahí se fue a Pamplona en helicóptero, aunque también fue inútil. El cáncer lo estaba devorando irremisiblemente. Llegó ya muerto a Cambados, a su casa de toda la vida. El círculo debía cerrarse.
Por la noche, y tras un día entero velando al muerto, Sito y su tío, José Prado Acha (Xepe), conversan en el piso bajo de la casa. Arriba está Eugenio, muerto. Han sido muchas horas ejerciendo de fúnebres anfitriones a familiares y amigos. Ahora, solos tío y sobrino, hijo y hermano del finado, la conciencia de la pérdida se hace palpable.
Sito sabe que justo aquel es el momento para confesar sus planes a su tío: va a presidir el Juventud Cambados, el equipo del pueblo. La decisión ya está tomada, no busca su beneplácito, sino su ayuda. Elige bien las palabras, mide los tiempos, seduce a Xepe con proyectos y promesas. Expone un reparto equitativo de poderes y responsabilidades y garantiza una fuente de ingresos: él mismo. Xepe había sido presidente del Cambados durante más de veinte años y miembro del club —como jugador, directivo o simplemente socio— toda una vida. En ese momento, presa de un desencanto que crecía paulatinamente, estaba a punto de echarse a un lado. «No estaba cansado del fútbol en sí —me dijo—, sino de la gente». Cuando escucha la oferta de su sobrino, Xepe pone una condición:
—Las cosas tendrán que hacerse a mi manera. En el fútbol mando yo.
Sito acepta. Sabe que es la persona idónea para llevar el día a día de un club modesto. Xepe conocía a la perfección el fútbol gallego, estaba acostumbrado a tratar personalmente con los jugadores y controlaba toda la logística necesaria. Al sobrino no le preocupaban excesivamente las posibles futuras luchas de poder. Ya se ocuparía llegado el momento. Al fin y al cabo, eran familia.
La de Xepe fue una decisión indudablemente marcada por la muerte de Eugenio. Treinta años después, el tío de Sito duda si hubiera aceptado el cargo de vicepresidente en frío, sin el cuerpo de su hermano unos metros más arriba. El caso es que lo hizo y al escuchar el ambicioso objetivo de su sobrino, le fue claro:
—Si quieres subir este equipo a segunda B, hace falta cacao. Cacao había. Y tabaco. Y fariña también. Y un puñado de historias.
La muerte de su padre marcó, de algún modo, el devenir de la vida de Sito Miñanco. Es una fecha a la que otorga una relevancia extraordinaria. Lo descubrí en octubre de 2018, en un juicio por blanqueo de capitales contra él y parte de su familia que cubrí para la radio. Tras años sin escuchar la verdadera voz de Miñanco, la expectación era máxima en la Audiencia de Pontevedra. Vinieron a informar del proceso judicial decenas de periodistas, algunos incluso llegados desde Bélgica. Prado Bugallo aseveró que él residía en ese país en el momento en el que se le atribuían esos delitos y tenía que justificar de alguna manera sus constantes estancias en España.
La línea de su defensa estaba clara: Sito se esforzó en demostrar que en esa etapa no tuvo relación alguna con su primera mujer, con lo que no pudo haberle dado dinero ni participar en ninguno de sus negocios. Él vivía en Bélgica y si venía a España era por una buena razón: la enfermedad y posterior muerte de su padre. Ante una de las primeras preguntas de la acusación, Miñanco respondió lo siguiente:
—Señor fiscal, hay cosas que una persona no puede recordar. Cosas de hace treinta años, o treinta y dos o veinticinco. Pero hay algunas cosas puntuales que, aunque quisieras, no olvidas. Por ejemplo, yo le puedo asegurar que en el 86 no me hablaba con la madre de mis hijas. Y dirá usted: ¿Y por qué? Pues muy fácil. Porque el 24 de mayo de 1986 murió mi padre en la clínica universitaria de Navarra y yo venía cada semana para poder estar con él. La defensa ante unos determinados delitos trocó en una reflexión de corte casi intimista. Se refirió en varias ocasiones más al fallecimiento de su padre durante esa declaración. Más allá de sus intereses judiciales (librarse de seis años de cárcel), parecía tener grabada a plomo esa fecha.
Las pérdidas traen cambios, reacciones, proyectos. Suelen ser puntos de inflexión porque la vida no puede ser igual con alguien que sin alguien. Significan inicios o finales, impulsos o caídas, intensidad o vacío dependiendo de cada persona, porque todos los duelos son diferentes, únicos.
Cuando mi padre murió, no pude sino marcarme el objetivo único de levantarme de la cama a la mañana siguiente para acudir al Instituto Anatómico Forense. No había después.
Cuando su padre murió, el 24 de mayo de 1986, Sito Miñanco tomó la determinación de convertirse en presidente de un club de fútbol. Con el cadáver presente de Eugenio Prado y en el abrumador silencio que siempre trae consigo la muerte, Sito y Xepe decidieron hacer historia.

Felipe de Luis Manero
Pepitas de Calabaza, 2020
192 páginas
17 €

Felipe de Luis Manero (Madrid, 1984) es licenciado en periodismo por la Universidad Antonio de Nebrija y máster en Radio COPE. El fútbol ha sido su principal ocupación y su mayor sustento, y ha colaborado como periodista deportivo en distintas emisoras de radio (COPE, Es Radio o Libertad Fm, así como en Radio 4G con su programa A la Contra, y en Cadena SER Pontevedra), en televisión (desde 2017 cubre la actualidad de los equipos gallegos en Gol Tv) y en prensa escrita (Panenka, Líbero, Vice, Yorokobu o Ctxt). Es el creador y presentador del pódcast ¿Hablamos de fútbol? Sito Presidente, por el que ha recibido el premio Café Bretón & Bodegas Olarra en 2020, es su primer libro.
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