/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana /
Vivimos tiempos revueltos; tiempos en que se manipula el idioma —se cambia el significado de las palabras— con finalidades espurias, al servicio de intereses inconfesables; aparecen mentiras disfrazadas de verdades, envueltas en imágenes sorprendentes; la propaganda de los grandes grupos bancarios en los medios de comunicación los presenta como organizaciones humanitarias, pendientes del medio ambiente y comprometidas con el bienestar general a pesar de ser ellos los beneficiarios de las crisis que hunden en la miseria a miles de ciudadanos en todo el mundo; las compañías energéticas que monopolizan los servicios de gas o de electricidad aparecen en los informativos como defensoras de la tierra y luchadoras contra el cambio climático; a miles de ciudadanos nos obligan a malvender nuestros vehículos y a comprar otros con la excusa del cambio climático; vivimos, en definitiva, en tiempos tan revueltos, con tanta desinformación, tenemos tantas dificultades, estamos siendo tan cruelmente maltratados, que ya estamos perdiendo la capacidad de resistir. A todo ello cabe añadir la interesada difusión de noticias falsas, cuya responsabilidad recae sobre representantes de los poderes públicos, presidentes de naciones poderosas y responsables de organizaciones políticas.
En estos tiempos confusos hay que mirar hacia atrás mucho más a menudo; hay que consultar el retrovisor para no accidentarnos y, en estas furtivas miradas hacia atrás, hallar que los mecanismos de la manipulación de la opinión pública, comparando el presente con el pasado, cambian sus protagonistas, cambian los medios mediante los cuales se opera, pero en esencia, repiten idénticos esquemas fundamentales. ¿Cuáles son? ¿En qué se basan? ¿Cuáles son sus secretos?
Manipular el lenguaje. Aquí reside el primer gran secreto. Ha sido siempre la solución de cualquier tiranía. Goebbels, un maestro en este arte, escribió en su diario del 12 de febrero de 1942, cuando todavía el Tercer Reich parecía invencible: «He dado instrucciones para que nuestro ministerio prepare diccionarios con destino a las regiones ocupadas donde hay que enseñar y difundir el alemán. Tienen, por encima de todo, que incluir una terminología conforme a nuestra moderna concepción del Estado. Deben comprender también nuestro dogmatismo político. Es una forma indirecta de propaganda de la que espero, a la larga, los mejores frutos». Victor Klemperer —el que fuera insigne romanista de la Universidad de Dresde y que, siendo judío, sobrevivió al terror nazi en Alemania, estudió la transformación del alemán bajo el Tercer Reich y lo publicó bajo el título de Lingua Tertii Imperii— observó cómo determinadas palabras tales como stur («obstinadamente») o Einsatz («empeño, compromiso, ataque…») se convertían en palabras de uso normal. Fue él quien planteó la confusión de significados entre las palabras deportación y evacuación; o la palabra arrestar a la que se le dio el sentido de recoger; la palabra derrota tomó el significado de crisis y a la palabra asesinato se la sustituyó trato especial. Klemperer demostraba en su libro los cambios interesados del idioma y cómo eran aceptados por la mayoría de la población. Se dio cuenta de que una gran parte de la manipulación lingüística consistía en utilizar palabras antiguas y forzar su significado, según conviniera. Fue él quien dijo que la resistencia a la manipulación y a la opresión que le sigue comienza precisamente cuestionando el uso constante de las palabras que los manipuladores ponen de moda.
Además de la manipulación lingüística, otro elemento es importante en todo proceso de manipulación; me refiero a faltar a la verdad; así, para Goebbels, la política y la información eran espectáculo de la tergiversación y la mentira una herramienta más. En febrero de 1942, cuando llegaban noticias sobre la crítica situación del ejercito del Este, decía literalmente en su diario haber dado «órdenes a la prensa alemana de que presente como favorable la situación del frente oriental, pero sin excesivo optimismo».
Finalmente, hay un último elemento, importante, para mantener a la población dormida, entumecida; también aquí Goebbels era un maestro cuando escribía en su diario que «el hambre y el frio están a la orden del día. Pero, hablando en general, las gentes que se sienten cruelmente maltratadas por el destino no son capaces de hacer grandes revoluciones».
Y sí, Goebbels tenia razón; cuando la ciudadanía es maltratada, cuando tiene miedo, cuando tiene empleos precarios, cuando siente amenazadas sus pensiones, en definitiva, cuando se siente vulnerable, resulta mucho más fácil moldearla.
La negación del problema no implica la solución de éste
España ha protagonizado diversos conflictos armados en el norte de África. Uno de los más sangrientos fue la llamada guerra del Rif. Las transformaciones de los antiguos odios religiosos entre los pueblos de ambas orillas del estrecho de Gibraltar, en una auténtica lucha anticolonial cuyo máximo cabecilla fue Abd el-Krim, se debió a las rivalidades francoalemanas durante la Gran Guerra. En efecto, fueron los servicios secretos del Kaiser los que estimularon la lucha anticolonial de los rifeños contra Francia y el conflicto estalló en la zona más débil del sistema colonial: el macizo del Rif, en Marruecos. Aquella guerra fue despiadada y terrible fue la semilla de odios futuros, que no solo afectaron a España sino a todo Occidente.

Las relaciones de Occidente con el islam han sufrido muchos altibajos en el pasado. Hoy, no es necesario recordarlo, son especialmente tensas y no falta quien afirme —en contra de la evidencia histórica— que el islam es incompatible con la modernidad. La frecuencia con que se producen ataques de fobia antioccidental protagonizados por seguidores del profeta es causa de que resurjan en el interior de nuestras fronteras voces innumerables que piden pura y llanamente la expulsión de refugiados y la interrupción brutal de flujos migratorios. El auge de la xenofobia, en especial contra los musulmanes, resulta evidente y con ello retroceden sentimientos de tolerancia y de humanidad.
La reacción del pensamiento occidental de izquierdas, el pensamiento de la izquierda ilustrada europea, ha sido, hasta el presente, ofrecer un bálsamo de tolerancia, ofrecer pequeñas ayudas a los refugiados recluidos en los campos de reclusión de los confines de Europa y estimular los sentimientos humanitarios entre la población. Sin embargo, en la calle, en los barrios obreros, en las periferias urbanas y en los lugares de trabajo, la emigración sigue siendo percibida como un problema; como un gran problema. Muchas personas se sienten amenazadas en sus lugares de trabajo por la presencia de una mano de obra, a menudo muy joven, fuerte, que no exige salarios altos y que se contenta con sobrevivir. Y este problema, percibido como amenaza, no desaparece con bálsamos de tolerancia. La negación del problema nunca ha equivalido a la solución del problema. Negar problemas evidentes conlleva, en primer lugar, descrédito por parte de quien lo niega, y en segundo lugar desafección de las personas frente a la política y a sus representantes. Y el problema crece a las espaldas de la élite política que lo niega. Los problemas, o se afrontan, o se pudren, y en Europa, el problema de la emigración y de las islamofobias se está pudriendo.
Hace años, muchos años, allá por los años veinte de nuestro pasado siglo, en Alemania, también había problemas de naturaleza distinta que los grandes partidos políticos querían ignorar; los tratados internacionales y las condiciones de paz que las potencias vencedoras de la primera guerra mundial habían impuesto a Alemania tenían subyugado al país entero, ya que se habían dictado unas condiciones intolerables a los ciudadanos (si se hubiera cumplido el Tratado de Versalles en sus estrictos términos, hoy los alemanes todavía pagarían indemnizaciones de guerra), pero los sucesivos gobiernos de la República de Weimar, fieles a la legalidad entonces existente, negaron esta problemática; desoyeron las voces de una nación resentida y humillada; negaron los problemas de la gente al tener que pagar con sus impuestos las fuertes indemnizaciones de guerra; negaron la existencia de una política vengativa por parte de los vencedores y con su negación del problema, la desafección política empezó a manifestarse en toda Alemania; la desconfianza en los políticos de Weimar alimentó al monstruo del nazismo; en las elecciones parlamentarias de 1930, el partido nazi obtuvo más de seis millones de votos; en 1932 Hitler alcanzó casi catorce millones de votos y en marzo de 1933 votaron por la cruz gamada más de diecisiete millones de personas. Los nazis no aportaban soluciones al problema mas allá de incumplir los tratados y rearmarse, pero no lo negaban; por contrario, lo convertían en uno de sus eslóganes para sus campañas electorales.
Hoy, mientras se afirma que desde 2015, gracias al control de las fronteras, los flujos de migrantes se han reducido en más del 90%, y que las instituciones europeas han forjado una respuesta enérgica a la presión migratoria, sin embargo, en Grecia y en los Balcanes no se perciben las soluciones adoptadas para la ruta del Mediterráneo Oriental, generada por la guerra de Siria; la ruta del Mediterráneo central, que llega a Italia procedente de Libia —también a causa de la guerra y el hambre— sigue siendo la más usada y difícil de controlar; finalmente, la ruta del Mediterráneo Occidental está recorrida por subsaharianos que atraviesan Marruecos, tiene como zona de entrada España y es difícil de atajar a causa de la inestabilidad endémica de muchos países de la franja subsahariana. Frente a todo este problema, frente a estos flujos, no cabe negar el problema. Hay que afrontarlo seriamente si no queremos que aquellos que hacen del problema su bandera lo solucionen según su criterio, como ocurrió hace noventa años.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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