/ La verdad del cuentista / Antonio Monterrubio /
A veces una gran obra toca un tema sumamente importante, aunque elude profundizar en él. Esta reserva se debe a múltiples razones, desde la concentración de los esfuerzos del creador sobre otras cuestiones hasta la autocensura o las amenazas más o menos veladas de este o aquel poder. Pero el responsable último es el espíritu de la época, el famoso Zeitgeist. En la actualidad, todo lo relacionado con el tráfico de personas nos parece una tan increíble barbarie que a duras penas conseguimos creer que hace apenas dos siglos, pasaba por algo normal. En Cultura e imperialismo, Edward Said se detiene en la novela de Jane Austen Mansfield Park, y anota: «Fanny Price recuerda a su primo que después de preguntar a Sir Thomas acerca de la trata de esclavos “hubo un silencio de muerte”». A lo largo del relato, solamente afloran alusiones a las plantaciones de los Bertram en la isla de Antigua, en el Caribe. Se mencionan los viajes que el patriarca tiene que realizar en aras de la buena marcha del negocio. Sin embargo, es la única referencia a esa lacra en el libro. «Todas las evidencias afirman que aún los aspectos más rutinarios de la posesión de esclavos en una plantación de azúcar en las Indias Occidentales implicaban una gran crueldad. Mientras que todo lo que sabemos de Austen y sus valores está en contradicción con la crueldad de la esclavitud» (ibídem). Algunos críticos de las viejas escuelas consideran que pararse a reflexionar sobre este hecho es una especie de blasfemia contra el Arte. Naturalmente, no se pretende menoscabar el mérito literario de Austen, ni poner en duda sus cualidades personales o su bondad, que brillan sin discusión en sus seis novelas señeras. Pero la ideología dominante en un periodo histórico o en una formación social lo permea todo. La visión del mundo que transmite impide que hasta las más refinadas sensibilidades reparen en injusticias que a siglos ulteriores les saltan a la vista. En cuanto al colonialismo o el imperialismo, incluso severos críticos de sus efectos llegaban a asumir premisas que hoy nos parecen inaceptables.
Este tema presentaba ciertamente aspectos delicados en la sociedad británica de la época. En 1774, el año anterior al nacimiento de la insigne escritora, se publicó Historia de Jamaica, cuyo autor, Edward Long, era un gran terrateniente que ocupó altos cargos políticos y jurídicos en la isla. La obra funcionaba como un barco (pirata, por supuesto) fuertemente artillado por babor y estribor, disparando aplastantes andanadas en dos direcciones. Por un lado, el blanco eran los negros, descritos como seres infrahumanos, sumidos en el salvajismo, incapaces de gobernarse, sólo aptos para la esclavitud. La otra diana eran los abolicionistas, motejados de filántropos vacíos e ingenuos, buenistas cuyas ideas hacían peligrar las bases de la prosperidad económica del Imperio. La soberbia de la clase propietaria estaba entonces en su cenit, pero en unos pocos años, la situación cambió seriamente y las posturas antiesclavistas empezaron a abrirse paso decididamente. A ello contribuyeron acontecimientos internacionales como la Revolución francesa y su pionera aunque efímera abolición, así como la rebelión victoriosa de los esclavos haitianos.
Mansfield Park se publicó en 1814. En 1807, Gran Bretaña había prohibido la trata, y en 1833 decretaría la emancipación. La narración comienza con la frase «hace unos treinta años», lo cual nos sitúa hacia 1785, con el sistema esclavista en todo su esplendor. Sin embargo la acción principal transcurre en 1808, como determinó Nabokov gracias a una ingeniosa estratagema (Curso de literatura europea). El relato cubre un periodo en el cual los estamentos involucrados en la economía esclavista tenían un claro interés en pasar de puntillas sobre las fuentes de sus fortunas, y no es extraño que los personajes no hagan referencia a ello en sus diálogos. Fuera este o no el propósito de Austen, parecen querer ignorar de dónde procede el dinero que sufraga los cuantiosos gastos de la extensa propiedad y el alto nivel de vida característico de la aristocracia rural. Pero nosotros sí que lo sabemos. Y por mucho que nos impliquemos en las cuitas familiares y tribulaciones amorosas de los Bertram, los hermanos Crawford, la impagable chismosa Señora Norris o la encantadora Fanny Price, no lo olvidamos. La historia, como sabía Heródoto, es maestra de vida. Y mal que les pese a los defensores de la eterna candidez del arte, el mundo de Mansfield Park no puede ser apreciado en todo su significado si se prescinde del contexto. No es baladí enmarcar una creación en las coordenadas sociopolíticas de su tiempo. Pues a veces, el contenido de verdad sobrepasa cuanto el autor se propuso o supo ver en su criatura, y si bien está marcado por su época, transmite signos que una humanidad futura sabrá descifrar.

Antonio Monterrubio Prada nació en una aldea de las montañas de Sanabria y ha residido casi siempre en Zamora. Formado en la Universidad de Salamanca y ha dedicado varias décadas a la enseñanza.
0 comments on “En busca de la verdad profunda”