/ por Jónatham F. Moriche /
[Estas notas fueron redactadas en algún momento en torno a 1996-1997. Salvo por un puñado de copias mimeografiadas distribuidas privadamente por entonces, han permanecido inéditas. En ellas resuenan ecos de muchas inquietudes, lecturas y proyectos compartidos en aquellos días con Carmen Abuín, Susana Tarancón e Inma Guillén, y a ellas, hilanderas de conversaciones prodigiosas, de cuyo brillo el paso del tiempo no ha sido capaz de apagar un solo ápice, va dedicada un cuarto de siglo después esta edición.]
«De la luz nace la sombra,
y en ella se muere
nadie se encontrará a sí mismo
si primero no se pierde».
José Bergamín
1. (Cartografía)
Como en una constelación inexplicable, vemos a pensamiento filosófico y creación poética confluyendo en extrañas armonías, poderosamente evocadoras. Encuentro estas palabras de Claude Levi-Strauss: «cada uno de nosotros es una especie de encrucijada donde ocurren cosas, encrucijadas que son puramente pasivas: algo sucede en ese lugar». Y por sí sola surge la idea de una disciplina fascinante, polisémica, interminable: una cartografía del espíritu. Trazar un mapa, siempre cambiante ―la inquieta geografía de los desiertos, de sus dunas en perpetuo movimiento― de nuestra propia experiencia, del confuso y contradictorio entretejido de nuestros deseos y aflicciones, abismos y jardines, alimentos y santuarios, señalizar ―aunque en un empeño científicamente vano, puede que meramente estético― la soledad más última entre las que habitamos.
2. (Lovecraft)
Hay algo en la obra de Lovecraft que le aleja de sus predecesores de la narración gótica de horror o el cuento fantástico acercándole peligrosamente al ámbito de la filosofía. Los pensadores de la sospecha ―Marx, Nietzsche, Freud― colocan su obra fuera de la égida de la metafísica. Lovecraft sí se sitúa en el campo de una comprensión metafísica de la realidad, pero combatiendo el platonismo con una intuición aterradora: que el orden superior del universo y sus principios rectores no son azarosos o naturalmente tendentes al bien, sino esencialmente malignos. Sólo algunas de las sectas gnósticas que afloraron con el fin del Imperio Romano atisbaron esa inquietante posibilidad. Explorando convenientemente la obra de Lovecraft hallaríamos toda una epistemología, basada en el horror y la nausea, y uno de los pensamientos más estimulantes del siglo.
3. (Tres imágenes)
(I, Alejandro)
En las tórridas arenas de Egipto, un brillante general, que ya goza de las virtudes que elogiara Montaigne, y que será pronto el César de un imperio que marcará la medida de cuantos hayan de sucederle, interrumpe su paseo triunfal por el mundo conocido para arrodillarse y llorar de rabia y frustración ante un antiguo sepulcro, presa una admiración trágica cuyo peso ha de medirse en siglos.
Esa extraña, incomprensible visión, tendrá el joven macedonio Alejandro, caminando por los desiertos de Persia, bajo los afectos del hash, en su ruta hacia la India.
(II, Prometeo)
Bajo la mirada y la lente de los hermanos Lumière, Prometeo desfila entre sus iguales, cabizbajo, a la salida de la fábrica. ¿Quién supuso que las gestas míticas ya concluyeron? ¿Quién imaginó el Olimpo clausurado? En el gemido de la primera y rudimentaria máquina de vapor conviven peligrosamente el orgulloso grito triunfal del hombre y el rabioso lamento de los dioses agraviados.
(III, Shelley)
El cadáver de Percy Bisshe Shelley, devorado por los peces, arribando a la playa entre tablones y otros restos de su barco. Su esposa Mary, Byron, caminando apresurados a su encuentro, hacia la orilla. Poderosísima imagen: la vida como obra de arte, un instante que alumbra vigorosamente las tinieblas de una existencia romántica ―instante que suele coincidir con el de la muerte― y justifica sus padecimientos, epifanía de una estética devenida en religión. Este espíritu posee a gran parte del siglo XIX, y aún goza de vigencia en algunos rincones clandestinos del alma de Europa.
4. (Dios)
Por puro respeto a Dios, excluyo vivir cobijado bajo la fe en su existencia. Me considero completamente sólo en el mundo, desvalido, sin más compañía que la de mis semejantes, sin consuelo alguno más allá de ellos. En tal situación y con las armas que mi condición humana me ofrece, trato de desenvolverme con la mayor gallardía y aplomo posibles. Y en parte porque, de existir finalmente Dios alguno, supongo de su agrado tal empeño: pues ningún buen padre gustaría de engendrar hijos castrados y quejumbrosos, perpetuamente apelantes a su infinita misericordia.
5. (Nómadas)
La prédica filosófica en favor del nomadismo rara vez incluye referencia alguna a sus contrariedades. Esa soledad inmensa que oprime al que no es de ningún lugar, al que carece de resguardo en la tormenta. Pero lo peor será saberse sin derecho a paz alguna. La paz es privilegio de quien la ha buscado intensamente, en silencio, y no de quienes apelan a ella tan sólo en tiempos de derrota y retirada: quienes jamás invocan su nombre en el desdeñoso momento de la victoria. Tragedia de los conquistadores, ahora enseñoreados por la desesperanza, infelicidad propia del otro tiempo poderoso: a pesar del honor rendido por los otros, cada signo desentrañado le dice: pobre inútil, alma tullida. Pero todo esto es niebla que el arroyo de los clarines por venir deshará en un instante.
6. (Alicia)
Cuando ya habían caído las primeras bombas, cuando el sucio, eficaz oficio de los francotiradores ya resonaba por las avenidas, la conocí. Una paz envenenada parecía llegar cuando aún me torturaba el haberla perdido. Por eso, aunque toda nuestra historia ocurriera a miles de kilómetros de distancia, en la otra punta de Europa, no puedo evitar pensar que lo que sucedió entre nosotros no fue sino un episodio más del largo asedio de Sarajevo. En cierta forma nunca podré dejar de amarla, como nunca los habitantes de la ciudad martirizada podrán volver a mirar hacia los montes que les rodean sin sentir un oscuro temor.
7. (Griegos)
(I, Telémaco)
El cadáver de Héctor cae pesadamente al suelo, su choque violento contra la tierra le religa con ella para siempre. Los poderosos brazos de Aquiles le han derribado sin contemplaciones, el cuerpo sudoroso bajo los mantos y el cuero, el pecho saciado de cicatrices, restos de sangre seca en el rostro.
Telémaco proyecta esta imagen, una vez más, en el cielo cristalino de Ítaca, sobre las estrellas que sin él saberlo guían en ese mismo momento la nave de su padre hacia el hogar. Se entrecruzan brutalmente en el aire el tintineo obsceno de las copas de los pretendientes, su alborotado reír y el incesante manar del vino de las ánforas, el silencio que en la alcoba de su madre alberga un pesaroso tejer y destejer.
Las estrellas guiarán a Ulises al hogar, la sangre de los pretendientes anegará pasillos y dependencias, servida con aún mayor generosidad que el vino de las ánforas, el tapiz no será jamás completado. Por primera vez el hombre se descubre a sí mismo, en la Hélade, reflejado en los mitos, en los dioses, en el mar embravecido.
(II, Renacimiento)
Incluso en sus obras más perfectas, el arrogante genio renacentista destila una sutil y lacerante melancolía. Mientras los mayores talentos de su tiempo reelaboran en su quehacer prodigioso el edén de los habitantes de la Hélade, escriben utopías y avivan el fuego de los antiguos cultos paganos, los Borgia rehacen la faz del mundo, alejándolo para siempre del ethos de la polis. De ahí el halo de tristeza que envuelve al humanismo, el decadentismo perplejo de sus logros. Sin ser molestado por el sonido de plumas y cinceles, Maquiavelo dicta sus consejos para príncipes, y el espíritu de la antigüedad clásica se postra ante la faz inhumana de la Modernidad. A lo lejos, se pierde el desolado lamento de los troyanos…
(III, sabiduría)
En Atenas, entonces: ponte un tonel roñoso por toda vestimenta, busca a un hombre iluminando con un candil la repleta plaza pública bajo el sol del mediodía, malvive en lo alto de tu columna y come gusanos, arráncate los ojos para que no te perturbe la hermosura superflua de las cosas: serás escuchado, perdurará, si es sabia, tu palabra.
Hoy, aquí, haz lo mismo: conocerás el oscuro olvido psiquiátrico.
8. (Racionalismo)
Es muestra de hasta qué punto ha calado en nosotros una versión pacata y descerebrada del espíritu de la Ilustración, que todos y cada uno de nosotros, si pudiésemos, cederíamos a la tentación de conocer la causa y cada minúsculo detalle de nuestra propia muerte futura, e incluso, ante la perspectiva de tamaña desgracia, ser capaces de encontrar en ello un inexplicable consuelo. ¡Qué pesada carga sobre los hombros de nuestra débil Razón, qué descanso para los extenuados dioses!
9. (Pessoa)
(I) Ser plenamente cuantos puedo ser, cuantos podría haber sido. ¿Por qué los heterónimos? Es conocida la singular relación de la cultura judía con el nombre. A unas palabras del cabalista, coronadas con el secreto nombre de Dios, la mole de barro cobra vida. Al otorgarles nombre, Pessoa pretende revivir a todos los egos que Pessoa pudo ser y no siendo asesinaba. Pero hay una perfecta armonía entre sus voces… Los heterónimos de Pessoa son una obra de amor, una disculpa por ser quien era y no cualesquiera otro que hubiera podido habitar su cuerpo enjuto. Amor, por supuesto, platónico, que «ama a la amada en su nombre, que en su nombre la posee y en su nombre la mima (…). Para él, la existencia de la amada procede, como rayos desde un núcleo incandescente, del nombre, y de éste procede incluso la obra del amante» (Walter Benjamin).
(II) Otro judío, Freud, se empeña también en cartografiar el espíritu. Estudia y nombra sus continentes; sabiéndolos dinámicos, cree poder otorgarles unas coordenadas constantes y universales. Si Pessoa hubiera gozado de tiempo para ello, hubiera puesto un nombre a cada ola del océano que se sabía, uno por cada instante de su vida, sabiendo que cada ola, a cada momento, está formada por gotas distintas. Y a cada una hubiera dado nombre, obra, biografía. El mayor secreto de Pessoa: saberse inacabable. La máxima heraclítea, «nunca te bañarás dos veces en el mismo río» se encarna prodigiosamente en el poeta, y la leyenda inscrita a las puertas del templo, «conócete a ti mismo», se revela imposible y hermosísima.
(III, definición) Pessoa es una deslumbrante, cegadora opacidad. Pessoa es el hombre que troca su papel con el de su sombra, y camina prudentemente tras de ella.
10. (Idus de marzo)
Aniversario del asesinato de Julio César. Tras leer el encendido elogio que de él hace Montaigne, queda la duda de si se trató de la cruel muerte de un gran hombre o un triunfo del demos sobre un poder ilegítimo y opresor. O ambas cosas a la vez, y a veces obtengamos el pan y la paz de herramientas manchadas con la sangre de los hombres más justos.
11. (Amantes)
Desnudos ambos sobre la cama deshecha, el joven amante atormenta a la mujer madura que yace a su lado: «Cuando yo me marche y no regrese más a tu lecho, cuando rechace tu compañía por otras más alegres y jóvenes, entonces podrás estar segura: el tiempo de tu belleza ya se habrá consumido, y sólo te cabrá esperar en silencio la vejez y la muerte».
12. (Cuatro nocturnos)
(I) Pese a su luz y sus voces plenas y sonoras, el día es más propenso al engaño que a la realidad. La verdad escasa de las cosas no suele manifestarse entre la barahúnda iluminada, sino que se deja vislumbrar apenas a media luz y en una decorosa discreción. En la noche, el pensamiento apoya sus sienes en lechos de murmullo y de tiniebla.
(II) De entre todas las fuentes del insomnio, la pasión es la más singular y compleja. De su dispar cosecha, los paseantes solitarios recogen los frutos más amargos, y los amantes los más dulces, entre las sábanas, en inauditas contorsiones.
(III) De un modo inexplicable, la ciudad parece arrastrar a algunos de sus pobladores hacia las simas más profundas de sus noches. En esas horas ninguna oración puede conjurar los peligros que nos acechan, tan sólo podemos aspirar a comprender los maleficios y, de una u otra forma, aliarnos a la fuerza que los invocó.
(IV) Más allá del meridiano del sueño, son los lares y espíritus rectores quienes conversan entre los muros y entrecruzan amenazas en el éter preñado de signos. Quien, aun habitando el estrépito de las horas punta, no ha oído esas voces, no conoce el verdadero rostro que, tras su máscara, distingue a la ciudad.
13. (Memoria)
Recordar es percibir el eco legado por las cosas y las personas. Esto es: el vestigio de lo sucedido y también las perturbaciones que en él imprime indelebles el paso del tiempo.
La memoria, como el resto del alma, es maleable por la experiencia.
14. (Carta)
El tiempo es como una densa y elevada columna de humo que nos impide ver el camino tras nosotros, y por eso ya no sentimos ahora (ya no sentiremos más) lo que entonces. Toda generosidad, todo amor, se consumen como un fósforo en la oscuridad: apenas un destello, y ya, un instante después, habrá sido en vano nuestro esfuerzo por hacer acogedora la tiniebla. Fui yo mismo la cera y la cuerda que empleé para hacer más largo ese instante, y aún yazco extenuado, incapaz de dar luz a nadie, ni a mí mismo. Ten compasión de mi cansancio, pasa despacio, junto a estas brasas, sin hacer ruido, aléjate deprisa, y no vuelvas jamás.
(Eso podría decirle, un breve resumen de cuantas misivas, con la imaginación y el sueño, le he enviado ya.)
15. (Judas)
«Por treinta míseras monedas», pensaba Judas a punto de que su cuello se quebrara, suspendido de la soga, «ese maldito Jesús no sólo me ha traicionado, sino que además ha usurpado mi lugar en el Calvario».
16. (Oración)
A los soles estremecidos de explosiones que pueblan el cosmos, yo opongo el resplandeciente fogonazo de mi Razón. A sus agujeros negros insondables, el sagrado misterio de mi existencia. Debo el enigma que soy a la azarosa generosidad de su configuración, debe su magnificencia a la maravillada atención de mi constante escrutinio. Y así vivimos abrazados, indistintamente uno dentro del otro, siendo yo una infinitesimal partícula suya y cabiendo todo él en un sólo pensamiento mío.
17. (Habitaciones)
Aquellos lugares que habitamos y que ahora esporádica pero necesariamente volvemos a visitar registran los cambios que experimentamos en nuestro ser (pese al extraordinario parecido, no soy yo quien ayer habitó este cuerpo) y ejercen de mudos notarios del extinguirse de nuestro tiempo. Una de sus peculiares virtudes consiste en, mágicamente y de improviso, propiciar analogías (climáticas, sonoras,…) que nos hacen revivir sentimientos y emociones que creíamos sepultados, inevitablemente, por las estaciones transcurridas, y que han quedado allí preservadas. Parecen, pues, contener en su espacio la suma de todos los tiempos en los que las habitamos, enrareciendo o perfumando, con sus vaharadas de esencias ya conocidas, el presente. Es una sensación hermosa, a la par que llena de peligros ―y es, además, lo más parecido que conocemos a los míticos agujeros negros del espacio; en su inmensidad, todo el cosmos físico no es más difícil de cartografiar que el cosmos de una sola vida humana.

Jónatham F. Moriche (Plasencia, 1976), activista y escritor extremeño. Ha publicado textos de análisis político y crítica cultural en medios como El Salto, La Marea, Eldiario, Rebelión o Diario Hoy.
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