La verdad del cuentista

Dando gato por liebre

Antonio Monterrubio comenta 'El capital en el siglo XXI', célebre obra de Thomas Piketty.

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El éxito de audiencia conseguido por Piketty con El capital en el siglo XXI en 2016 provocó un contraataque masivo y marrullero de los economistas académicos, o sea neoliberales, y su gárrula infantería mediática. Al igual que en otros casos, el desencadenante de esa reacción no fue tanto el contenido de la obra como la difusión que conoció, notablemente mayor de la que podía esperarse. Esa operación tempestad y estruendo dejó al descubierto serias carencias de la ciencia económica oficial. En sus manuales, de los grandes mamotretos académicos con pretensiones científicas a los raquíticos catecismos para uso de las clases cultivadas, se suceden los eslóganes y las formulaciones vacías. Piketty analiza, cuantitativa y cualitativamente, un considerable número de variables, a lo largo de siglos y a través de los países más señeros en la economía mundial. Por una vez, nos las habemos con muestras realmente significativas para profundizar en un estudio y obtener frutos. ¿Cuál es el problema? Que las conclusiones extraídas son francamente demoledoras. El libro se extiende sobre múltiples aspectos que no es posible abordar aquí. Una cuestión que sí resulta muy interesante señalar es el uso extraordinariamente hábil de fórmulas aparentemente sencillas, pero de gran poder heurístico. Frente a la matematización a machamartillo de la economía académica, con sus series cortas, su elección de variables a la carta y sus manipulaciones destinadas a hacer pasar el camello por el ojo de la aguja, Piketty ofrece seriedad. Con sólo tres variables, r (tasa de rendimiento del capital), s (tasa de ahorro del país) y g (tasa de crecimiento nacional) establece dos leyes básicas y esclarecedoras del capitalismo. La primera se enuncia α = r x ß, siendo ß la acumulación de capital en años de ingresos del país. El valor de α nos da entonces la parte del capital en el total de la renta nacional, dato que es fundamental conocer en series históricas que conduzcan a certidumbres, no a espejismos. La segunda ley es simplemente la formulación de ß. Pues ß = s/g  mide con precisión, mediante la cuantificación del stock ahorrado en función del PIB, la acumulación de capital en años de ingreso nacional.

Aún más importante es la definición de la desigualdad básica del capitalismo, expresada por r > g. El sistema presenta una tendencia a largo plazo a que el rendimiento medio del dinero se mantenga netamente por encima de la tasa de incremento del PIB. El rédito del capital tiende siempre a ser mayor que el crecimiento de la economía. Es ahí donde las series prolongadas y el uso de estadísticas de numerosos países logran una capacidad de convicción difícilmente refutable. Lo que se deduce ya se sospechaba, pero ahora la evidencia empírica lo corrobora de manera aplastante. Un cierto periodo del siglo XX, correspondiente a los treinta gloriosos (1945-73) y quizás comenzando un poco antes, fue una mera anomalía en la evolución normal del capitalismo. La reducción de desniveles durante esa época se debió a guerras y catástrofes, así como a las políticas públicas implementadas para paliar sus secuelas. Por el contrario, a partir de los años setenta y sobre todo de los ochenta, se llevó a cabo una sucesión de demoliciones, en especial en materia fiscal y financiera, bajo los auspicios de los gurús neoliberales, que devolvieron la brecha a niveles desconocidos desde aquellas primeras décadas. Aparecen en el libro, uno tras otro, gráficos en forma de U donde las cifras actuales se van acercando a las existentes en el cambio de siglo XIX-XX. Estudiadas sus implicaciones, podemos afirmar que la inecuación r > g es la imagen matemática de la contradicción central del capitalismo. En efecto, «los patrimonios heredados, provenientes del pasado, se recapitalizan más deprisa que el ritmo de progresión de la producción y los salarios». Esto supone repercusiones devastadoras para la dinámica a largo plazo del reparto de riqueza y la redistribución. La tendencia a la apropiación de una porción creciente de la riqueza por parte del capital en detrimento del trabajo, asalariado o autónomo, es un dato empírico. Para contrarrestarlo, hacen falta medidas políticas y fiscales que requerirían modificaciones radicales de criterios y prioridades. Y por el momento, lo que se está haciendo no es combatir el fenómeno, sino favorecerlo gracias a las disposiciones tomadas una y otra vez a mayor gloria del Capital. Probablemente el razonamiento que más animosidad despertó fue la denuncia, como poco ajustada a la realidad, de las ideas de meritocracia y justicia social en las que presuntamente basa su legitimidad el Sistema. Nuestra época, con sus remuneraciones hiperbólicas para las élites, independientemente de la calidad de su trabajo, y su concentración extrema de los patrimonios, muchas veces heredados, pone en ridículo esas premisas.

Dado el inveterado hábito de meter la pata hasta la axila que adorna a nuestros omnipresentes chafarderos locales, no fue uno solo el que reprochó a Piketty la simplicidad de esas ecuaciones. Por supuesto, tan augustas figuras ignoran que algunas de las más relevantes fórmulas científicas —de verdaderas ciencias— son de una sencillez y elegancia que deja estupefacto. La relación de Einstein E = mc2, que pone en acción energía, masa y cuadrado de la velocidad de la luz, o la de Planck E = h.υ, que determina el valor de un cuanto de energía en función de una constante y la frecuencia de la onda, son estupendas muestras. Difícil es imaginar una ecuación tan desnuda como ∆S ≥ O, y sin embargo tan pesada de consecuencias. Que la entropía sólo puede variar aumentando es la forma científico-poética de decir que todo acaba por deteriorarse, descomponerse y fenecer. He aquí en una extensión mínima una de las verdades más irrebatibles que puedan ser dichas. Y no se requieren largas disquisiciones ni profusión de letras y números para exponerla. Muchas evidencias son sencillas de expresar. Pero los vigilantes del Sistema proceden a oscurecerlo todo.


Antonio Monterrubio Prada nació en una aldea de las montañas de Sanabria y ha residido casi siempre en Zamora. Formado en la Universidad de Salamanca y ha dedicado varias décadas a la enseñanza.

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