Estudios literarios

Poesía es el canto*

El primer modo de expresión del hombre para manifestar los secretos que se guardan dentro de sí y establecer una comunicación con las fuerzas que le son extrañas fue la danza, a la que pronto añadió palabras. Una disertación de Ricardo Martínez sobre la dimensión cantoral de la poesía.

* el canto es ser (Rilke)

/ por Ricardo Martínez /

En el canto está la vida. En él se guarda y expresa su significación, su vital simbología. Y aún puede decirse que en él se contiene un algo de divino, pues por él es posible convocar a la emoción, a los sentidos. Como rito iniciático, ha nacido de la sombra: «El desarrollo de un lenguaje inteligible a partir de los primeros gritos emotivos está tan envuelto en misterio y es tan dificil descifrarlo —escribe Bowra— que es prácticamente imposible hacer conjeturas sobre el momento en que los hombres adquieren el dominio suficiente sobre las palabras que les permite dedicarlas a una tarea tan bella y exigente como la composición de cantos».1 Es de señalar, sin embargo, que el primer modo de expresión del hombre (¿para manifestar los secretos que se guardan dentro de sí? ¿Para establecer una comunicación con las fuerzas que le son extrañas?) fue la danza. En ella se depositaron desde un principio dos destinos: «Bien se consideraba de utilidad religiosa para complacer a los dioses», bien «solían ser ritos mágicos relacionados con el deseo —y la necesidad, tan siempre unidos— del hombre de imponer su voluntad sobre los animales, a fin de poder cazarlos».

Durante los primeros albores de la vida del hombre, había de ser solo la danza, pues las palabras no se utilizaban para aumentar la fuerza de los ritos o para explicar lo que la danza en sí expresaba; pero pronto se alcanzaría la convicción de que las palabras eran necesarias. «Un rito practicado durante tanto tiempo que su verdadero significado se había oscurecido —relata Bowra— exigía una explicación en palabras que pusiera al alcance de todos su pertinencia y su objetivo».2 Es así que la danza existía y el canto surgió de ella, de su ritmo, otorgando mayor significación y valor a la ceremonia. Probablemente el primer proceso fue la aplicación de sonidos desprovistos de sentido. El canto, así, parte casi de la nada, pero con el tiempo va a florecer en formas más complejas hasta arraigar en un arte consciente, «compuesto con una concentración especial y apreciado por la fuerza que confiere a las palabras». En efecto, el fin residía en que «debían encontrarse las palabras justas para un propósito particular y adaptarlas a una tonada»: así obtendrían su auténtica validez y significación.

Cuando el primitivo se dirigía a los dioses o a los espíritus para algún propósito especial o definido, «podía haber sido imprudente suponer que sabían de qué se trataba, a no ser que se les explicase o por lo menos se proporcionasen ciertos indicios». Más aún, a la hora de la celebración de algún acontecimiento estrictamente humano, tales como el nacimiento, el matrimonio o la muerte, las palabras podrían ser necesarias para «exponer el significado menos evidente del proceso y relacionarlo con otras experiencias humanas». De ahí la necesidad de encontrar «las palabras justas para un propósito particular» y, complementariamente, «adaptarlas a una tonada». ¿Por qué? Porque la unión, de algún modo, ya venía dada. La danza como el mensaje gestual, el canto como expresión del ritmo, aunque este en un primer momento fuesen «sonidos desprovistos de sentido; pero útiles, inexcusables al ritmo». Y, por último, la palabra, la ofrenda explicativa de las palabras.


El canto aparece entonces como el medio necesario, como el vehículo transmisor, como la gran intercesión a fin de alcanzar la mayor y más sublime expresión. «Canta, oh diosa»: Así se inicia ese gran poema que constituye la Ilíada. ¿Y no es en cantos (al modo de una formulación necesaria, en favor del más sublime poema concerniente a las tribulaciones del corazón del hombre) la forma expresiva en que se divide la Divina Comedia, ese «poema sacro en el que han puesto mano cielo y tierra»?3

Tal vez cabría decir que, en el fondo, todo es canto. Esto es, el canto ha quedado erigido en el lenguaje y en la historia, luego de los primeros balbuceos iniciales en que se solicitó su participación a fin de dar significado, como la alta posibilidad que al hombre concierne para expresar, a su través, las causas de la vida, de sus anhelos, de su ser. El canto es el móvil y el argumento para la expresión de la rica existencia del hombre, que exige un medio para dejar constancia de su presencia, de sus miedos, de sus anhelos y debilidades. Quizás por eso, como canto ha definido un poeta tan alto como Jorge Guillén toda su vida, como si solo un canto pudiese recoger el rico transcurrir de su memoria como hombre. Sentimiento este, el de la rememoración personal, que Wordsworth había de expresar de un modo tan grafico y contenido a la vez:

¿Era ésta la razón
                        por la cual el más bello de todos los ríos gustaba de mezclar sus murmullos a las canciones de mi aya,
 y desde la sombra de sus alisos y sus saltos rocosos,
desde sus vados y balsas,
enviaba una voz
que fluía por mis sueños?
¿Para esto decidiste tú, oh Derwent, discurriendo por los llanos verdes
próximos a mi dulce lugar de nacimiento,       decidiste tú, bella corriente,
hacer una música incesante noche y día
que con la cadencia firme que atempera
nuestra indocilidad humana, organizó mis      pensamientos
en algo más que la infantil ternura, dándome
entre el vivir inquieto de los hombres
un saber, una ligera intuición, de la calma
con que la Naturaleza respira entre campos y bosques?
4

El canto unido, vinculado a una imagen y a un sentimiento vital a modo de una manifestación propia. ¿Será, acaso, así como el poeta se eleva hasta la máxima representación de su ser?


«La poesía prospera —escribe Bowra— a base de detalles, y cuanto mayor sea la precisión con que las palabras capten los matices más delicados de la emoción, la sensibilidad o la percepción, más convendrá al canto».5 ¡Qué sutil asociación como argumento valorativo del hombre cuyo destino es ver —la danza— y escuchar —el canto—; justo los principios que han de regir necesariamente su destino vital en la naturaleza, y que suponen la expresión de su ser más inexcusable!

Se trata de otorgar valor a lo más sencillo bajo la exigencia de la precisión, de la definición, de los límites. Es así, y no de otro modo, como el ser solitario que es el hombre ha de encontrar su lugar en la creación: en el relato de lo elemental, de la utilidad, de la forma. Y a partir de ahí tendrán cabida, valor y justificación, las manifestaciones de su espíritu: el pensamiento con sus dudas, el sentimiento con sus vínculos. El germen (sustancial) de la poesía. No va más allá el corazón y la sustancial forma de ser del hombre que de aquello que es capaz de ser reconocido y de suscitar armonía, claridad, belleza. Es ahí donde habita y ha de habitar siempre, por más que pasajeras violencias pretendan alterar el destino de su ser unívoco e irrenunciable.

A tenor de estos principios, es posible pensar que hace su aparición una forma nueva y enriquecida de racionalidad, un nuevo matiz para la armonía, ahora sustentándose en las formas de expresión: gesto, sonido y palabra, uno en los otros, uno hacia los otros: «Escoger las palabras justas, aceptables, eficaces, de entre tantas alternativas disponibles, entraña una concepción de lo que debe ser el canto si va a servir de acompañamiento digno de la danza».6 Veamos: de lo que debe ser. Queda así definido el valor de un canon, y con él la prueba de una implícita aceptación. Ello en favor de la danza, del canto, de la poesía y de la vida. He aquí la magnitud del crecimiento interior del hombre a través de argumentos de su pensamiento apoyados en la manifestación exterior. Con el tiempo, ser de ese modo será una forma de identificación, una forma alegórica de ser. Algo obtenido habiendo arrancado de la raíz de la elementalidad, como en el origen biológico de la vida.

A partir de ahí, tomando tal referencia como valor vital, dirá Ezra Pound (autor de ese magnífico y gran poema épico titulado Los cantos) aludiendo a la importancia de las manifestaciones originarias en el hombre y extendiendo la danza y el canto más allá de nosotros: «Tradición no significa ataduras que nos liguen al pasado: es algo bello que nosotros conservamos».7 Tan íntimamente forman parte de nosotros que, conservándolos, nos conservamos a nosotros mismos, y así nuestro destino.

Por su parte, un poeta contemporáneo, Juan Perucho, ha escrito estableciendo un vínculo necesario (más allá y más acá del decir desde el hombre): «A veces, los árboles nos escuchan, agradecen nuestras palabras, nos hacen compañía y se entristecen cuando estamos tristes».8 Es la representación del sentir interior que se extiende, armonizando y unificando con ello el universo. Es un no estar (o ser) solo; es un ir más lejos en el tiempo: hacia lo otro, hacia los Otros.

Al poco, entonces, la expresión poética se establece como una consumación del canto: «En sí mismas las palabras son un llamamiento que se formula basado en el afecto, la necesidad y el ansia, es decir, lo esencialmente importante, y esto permite su empleo en numerosas ocasiones diferentes». Y añade Bowra: «Se puede confiar en que el espíritu comprenda la situación y cumpla con lo que se le pide. La plegaria aspira a establecer una relación y emplea los medios más breves y directos. La situación se reduce a su esencia y, si bien el resultado es muy breve y sumario, contiene, sin embargo, reservas de poder en su misma moderación».9 Una formulación precisa, relevante, genérica. Verdadera y exacta en su condición científica.

Ahora bien, ¿por qué no escuchar, a su sombra, una formulación alegórica para sentir la transformación de su contenido sin alterar la sustancia del mismo? Veamos, pues la prueba es hermosísima, lo que nos dice Rainer María Rilke, que llena de emoción nuestros sentidos uniendo sonido y palabra camino de una forma armoniosa de significación:

Aunque veloz el mundo cambie
como forma de nube,
lo terminado cae
a su tierra natal.

Sobre este cambio, este andar,
más libre y más extenso,
dura aún tu pre-canto,
dios de la lira.

No se conocen los males,
no se aprendió el amor,
ni aquello que en la muerte nos aleja

ha sido desvelado.
Tan solo sobre el campo la canción
santifica y celebra.
10

O bien, confirmando la celebración que es el canto, su arraigo en la tradición y la palabra, cuando, en la estrofa final del soneto XXI escribe:

Oh, lo que el maestro le enseñó, lo mucho     y lo que está impreso en raíces y largos
troncos difíciles: ¡ella lo canta, lo canta!
11


El canto como representación y, a la vez, el canto humanizado: «En el núcleo original de sonido e imagen que Wordsworth descubre en las raíces de su voz poética —escribe Seamus Heaney—,12 “un río discurriendo de modo hipnótico al fondo del paisaje y un personaje inmóvil que escucha atentamente en un estado de duermevela”, descubrimos prefigurados otros momentos de su vida poética, momentos que llegarán a ser definidos gracias a esta música personal». Canto, pues, e identidad. Sonido y palabra —portadora de imágenes— como formulación humana. De ahí «la primera voz de la poesía, es decir, la voz del poeta que habla conmigo mismo… o con nadie, la voz que uno encuentra para expresar un embrión oscuro, algo que germina en el poeta y para lo que debe hallar palabras».13 Una voz, no obstante, que, por provenir del poeta, el tiempo habrá de transformarla en canto universal, en voz de todos. Algo que Wordsworth nos explica cuando dice: «El poeta aproxima sus emociones a las de las personas cuya emoción describe y, aunque solo sea durante unos pocos instantes […] se deja llevar por una ilusión total, confundiendo e incluso identificando sus emociones con las de aquellas».14 De ahí su valor universalizado, cuya herencia perdurará.

Y para ello habrá vivido, tal como exigía el canto primigenio del hombre, desde la raíz más honda de su ser, desde el paisaje y la tierra que le han sido propios y que han conformado sus vínculos:

Y cantaré a la tierra purgadora
del alma humana, que hacia el cielo es vía
de la que se hace él merecedora.


Tradición. Confirmación del origen.

De hecho, no nos hemos apartado en ningún momento de la condición generadora del canto, de su valor original en la creación de los modelos de manifestación del hombre. Como lo han hecho el gesto, la danza, la ceremonia.

El sonido. La palabra. (Más tarde la palabra elegida). El canto. Todo como un proyecto unificador, expresivo del hombre, a partir de su nacimiento cultural.

Bruce Chatwin, habiéndose ocupado de la vida y la historia de los aborígenes australianos escribió: «Los Patriarcas hicieron camino cantando por todo el mundo. Cantaron los ríos y las cordilleras, las salinas y las dunas de arena. Cazaron, comieron, hicieron el amor, bailaron, mataron: fueran donde fueren, sus pisadas dejaban un reguero de música. Envolvieron el mundo íntegro en una malla de música; y finalmente, cuando la Tierra hubo sido cantada, se sintieron exhaustos. Todos ellos volvieron dentro».15

Esto es, habiendo cantado habían tomado posesión del mundo. He ahí la historia (una historia) del hombre; y de la poesía, a través de la que expresa su anhelo interior y universal (lejos de las preocupaciones que puedan atribular a los dioses), como un canto:

El canto que tú enseñas no es anhelo,
ni pide algo que al final se alcanza;
            … Es fácil para el dios.
Pero nosotros, ¿cuándo somos?
16

De algún modo podemos interpretar, así, que el hombre, que ha erigido su canto desde la incertidumbre hacia el dios pagano retoma luego, como mensaje propio, el canto, vinculándolo ahora a un dios del que se siente más seguro, en el que identifica unas virtudes que anhela. Retorna, al final, a una nueva divinización si bien de signo distinto. Como siempre, invocadora; acaso inquiridora.

El poeta, que ha vivido su vínculo con la tierra:

Cuando una patria ha de morir, elige
el espíritu a un hombre finalmente,
y en su canto de cisne suena la última vida.
17

lo resume en el canto, y aún presta su voz en favor del sentimiento, del canto de los otros

En verdad, oh poetas, cuando azotan
las tormentas de Dios, hemos de estar erguidos,
la cabeza desnuda, y recoger
en nuestras mismas manos los rayos de los   padres
para entregar al pueblo,
envuelto en canto, el don de las alturas.
18

Y es así como, en la voz más alta, la del poeta, ha engendrado vida el canto pagano en un canto divino. Tal como decir: la vida del hombre sencillo y sagrado es canto. La vida del hombre que duda y aguarda estaba ya en la memoria poética del canto.

[EN PORTADA: Representación prehistórica de un grupo de bailarines en los abrigos rupestres de Bhimbetka (India)]


1 C. M. Bowra: Poesía y canto primitivo (ed. Antoni Bosch), Barcelona, 1984, p. 276.

2 Ibídem, p. 277.

3 Dante Alighieri: Divina comedia (trad. e introd. Ángel Crespo), Barcelona: Orbis, 1982, 2 vols., introducción, p. 45.

4 Cit. en Seamus Heaney: De la emoción a las palabras (ed. Francesc Parcerisas), Barcelona: Anagrama, 1996, pp. 80-81.

5 C. M. Bowra: Poesía…, p. 277.

6 Ibídem, pp. 277-278.

7 Ezra Pound: Ensayos literarios (sel. y pról. T. S. Eliot), Barcelona: Laia/Monte, 1989, p. 19.

8 Joan Perucho, diario Abc, 20 de septiembre de 1996, p. 38.

9 C. M. Bowra: Poesía…,  p. 279.

10 R. M. Rilke: Elegías de Dunio: los sonetos a Orfeo (ed. Eustaquio Barjau), Barcelona: Cátedra, 1993, p. 153.

11 Ibídem, p. 153.

12 Seamus Heaney: De la emoción…, p. 80.

13 Ibídem, p. 81.

14 Wordsworth: prefacio a Lyrical ballads, cit. en Seamus Heaney: De la emoción…, p. 81.

15 Bruce Chatwin: Los trazos de la canción, Barcelona: Muchnik, 1988, p. 92.

16 Rilke: Elegías de Dunio…, parte I, soneto III.

17 Hölderlin, cit. en Paul de Man: Escritos críticos, Madrid: Visor, 1996, p. 141.

18 Ibidem, p. 143.


Ricardo Martínez realizó los estudios de filosofía y letras en las universidades de La Laguna y Valladolid, concluyendo su carrera universitaria con los estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Su obra como escritor es bilingüe, habiendo publicado tanto en gallego como en castellano. Como ensayista y crítico literario ha colaborado tanto en prensa (La Voz de Galicia, El País) como en revistas especializadas (Clarín, Revista de Occidente). Ha cultivado distintos géneros como autor. En poesía podemos citar: Lento esvaece o tempo (Milladoiro, 1990), Los argumentos de la tarde (A.G., 1991), De cuanto nos es dado (Calima, 2006) y Na terra desluada (Espiral Maior, 2009). Su obra Orballo nas camelias pasa por ser la primera obra de haikus en la literatura gallega. En prosa ha publicado varios libros de aforismos: Debullar (Galaxia, 1996), Cuentas del tiempo (Pre-textos, 2004), Alusión al paisaje (Calima, 2006), Ecos da néboa (Trifolium, 2012). Es autor, asimismo, del libro de relatos La luz en el cristal (Calima, 2011). Ha obtenido el premio Benasque de poesía y diploma de honor en el concurso internacional de relatos breves Jorge Luis Borges y en 1997 le fue otorgado el premio Reimóndez Portela de periodismo. Colabora en prensa y revistas especializadas. Desde el año 2014, la Fundación Jorge Guillén es la depositaria de la obra del autor. Dispone de su propia página web.

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