Cuaderno de espiral

La poesía y Francisco

Pablo Luque Pinilla escribe sobre cómo el Papa actual es el primer personaje desde la modernidad con una responsabilidad en un ámbito de competencia global que ha concebido esta globalidad poniendo en el centro a las periferias.

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Finalizaba el último texto de este cuaderno en construcción con algunas impresiones relativas al propio quehacer poético, en las que me hacía eco de las polaridades de Guardini como hermenéutica útil para aproximarse a la comprensión de la poesía en términos generales. Podemos explicar la realidad como un guiso de ingredientes diferentes, combinándose para lograr un conjunto sorprendente y sabroso, impensable considerando cada alimento por su lado. Cuando estos elementos resultan muy dispares y hasta divergentes, hablamos de extremos polares, según la olla del pensamiento del italoalemán, donde los opuestos no se anulan, ni sus tensiones se resuelven, sino que se transforman en condimento de la unidad. Por descontado, no deben confundirse con las contradicciones echando a perder la comida. La consecuencia de esta osada manera de mirar la experiencia es la de hallar, a la postre, un sabor último inexplicable, quedando el pensamiento incompleto y desbordado. Un lugar de indefinición favorable a la contemplación de lo sucedido y al discernimiento de cuanto en ello hallamos verdadero. Decíamos cómo ocurre de igual forma en la experiencia poética, por cuanto supone una reunión de palabras tatuándonos de conmoción el alma, como reflejo de una experiencia que nos sobrepasa. Comentábamos, asimismo, cómo este despliegue filosófico ha sido normalmente empleado en los ámbitos teológicos (no podemos pasar por alto que Romano Guardini fue, además de pensador, escritor y académico alemán, sacerdote). Y cómo se cuentan en el mundo católico importantes referentes que se inspiraron en él. Así, al igual que lo siguieron filósofos y poetas como, por ejemplo, Jean Gebser, lo hicieron eclesiásticos como Giussani, Benedicto XVI o, explicábamos, el actual Papa Francisco.

Nos detendremos aquí en el pensamiento de este último por su naturaleza pública de relevancia social indiscutible, independientemente de los sentimientos religiosos o las convicciones antropológicas de quien nos lee, según los cuales probablemente su figura suscitará adhesión o rechazo, o tal vez ni una cosa ni la otra. Ahí no entramos. El propósito ahora será advertir cómo Francisco es el primer personaje desde la modernidad con una responsabilidad en un ámbito de competencia global que ha concebido esta globalidad poniendo en el centro a las periferias, lo que facilita la necesaria integración de los extremos diversos/dispersos en la unidad. Seguramente, parte de esto se deba a su origen porteño invitándole a contemplar el mundo desde una perspectiva menos ombligocéntrica. (Sin ir más lejos, las ideas aquí desgranadas nacen, en su gran mayoría, del trabajo que vengo realizando junto a un grupo de amigos argentinos para preparar una muestra sobre la relación del actual jefe de la Iglesia católica con la literatura latinoamericana. Esta cuenta con el precedente de la exposición «Gestos y palabras» acerca de la etapa formativa y la actividad de Jorge Mario Bergoglio, exhibida en 2018 en el popular Encuentro para la Amistad entre los Pueblos, evento que se celebra anualmente en la ciudad costera de Rímini, Italia). Pero sobre todo tiene que ver con su insistencia en la necesidad de cultivar la conciencia de fragilidad; de no sustraernos al hecho de sabernos dependientes, vulnerables y finitos, para mantener los ojos bien elevados. Al fin y al cabo, esa es la propuesta de Jesús en el Evangelio naciendo en las periferias geográficas y sociales del Imperio romano y de Judea, respectivamente. Su invitación a la pobreza de espíritu, sus advertencias relativas al abotargamiento al que pueden someternos las riquezas, el sentido de las bienaventuranzas y su elección de morir en una desnuda cruz para que apreciemos cuánto necesitamos una otredad/Otredad que cumpla nuestra vida. Y esa es la insistencia de Francisco en las periferias, para que, descentrándonos, podamos trascender.

Por lo demás, quienes conozcan los escritos de Francisco —para profundizar acerca de los argumentos comentados invitamos a visitar en primera instancia algunos de sus textos más sencillos y eficaces, como la exhortación apostólica Querida Amazonia o el más reciente Soñemos juntos, de la mano del escritor inglés Austen Ivereigh—, sabrán que se expresa con una prosa de raigambre poética —de poeta urbano, deberíamos precisar, por cuanto huye del lenguaje alambicado y valora el habla de la calle—, rubricada con la invención de términos extraídos del lunfardo, del lenguaje popular porteño y de neologismos inventados, formando con todos ellos los famosos bergoglismos, tales como balconear, misericordiar, primerear, tironear, rosquear, etcétera.; y la cita infatigable de los clásicos y alusiones permanentes a sus referentes intelectuales, manifestando su admiración por personajes como Borges, Chesterton, Dostoyevski, Hölderlin, José Hernández, Manzoni, Virgilio, y por supuesto Guardini e Ignacio de Loyola, entre otros muchos. Y lo más importante, que este modo de escribir nace, como le sucede al poeta, de su erizarse ante la realidad provocándole a derramarse en palabras. Un derramarse con el cual levanta acta de su habitar el mundo, proponiéndonos en párrafos su vibración personal al unísono de los acontecimientos, sabedor de que todos albergamos sentimientos y contradicciones humanas semejantes. Proponiéndose a sí mismo, en definitiva, para proponernos a todos. Asumiendo la autoconciencia de la humanidad, en suma. La manera de decirse de Francisco, por tanto, tiene forma poética, como decíamos, y encuentra en la palabra un arma decisiva de conocimiento con la que abordar todas las tensiones del mundo de hoy para explicarlas, ya sean de naturaleza educativa, política, económica, social, filosófica, etcétera. Este entresacarse las palabras de la carne, por otro lado, no deja de ser un modo de acercarse a tocar al otro. Y ya sabemos que cuando la experiencia humana nace de lo inefable encarnado requiere del lenguaje poético. Lo vemos, por descontado, en la Biblia, cuyo decir es a menudo metafórico y simbólico. El libro de los salmos y El cantar de los cantares lo son; y Cristo habla con parábolas en el Nuevo testamento.

Pero terminemos con un párrafo de Soñemos juntos donde casi aparecen todos los elementos aquí comentados en feliz confluencia para reparar, siquiera por un momento, en lo que hemos venido queriendo explicar:

«En el mito griego, Ariadna le da a Teseo un ovillo con hilo para poder salir. El ovillo que se nos ha dado es nuestra creatividad para superar la lógica del laberinto, para descentrarnos y trascender. El regalo de Ariadna es el espíritu que nos llama a salir de nosotros mismos, el tirón del hilo [que unas líneas más adelante se alude con el término tironear] del que hablaba G. K. Chesterton en la serie de historias del padre Brown. Son los otros, los demás, quienes como Ariadna nos ayudan a encontrar salidas y a dar lo mejor de nosotros mismos» (Plaza&Janés, pp. 138-139).

IMAGEN DE PORTADA: Retrato del Papa por Shen Jiawei


Pablo Luque Pinilla (Madrid, 1971) es autor de los poemarios Cero (2014), SFO (2013) y Los ojos de tu nombre (2004), así como de la antología Avanti: poetas españoles de entresiglos XX-XXI (2009). Ha publicado poemas, críticas, estudios, artículos y entrevistas en diversos medios españoles y ediciones bilingües italianas y el poemario bilingüe inglés-español SFO: pictures and poetry about San Francisco en Tolsun Books (2019). Asimismo, fue el creador y director de la revista de poesía Ibi Oculus y junto a otros escritores fundó y dirigió la tertulia Esmirna. Participa de la poesía a través de encuentros y recitales, habiendo intervenido, entre otros, en el festival de poesía Amobologna, que organiza el Centro de Poesía Contemporánea de la Universidad de Bolonia; el festival poético hispano-irlandés The Well, que se celebra en Madrid; o el ciclo El Latido, que organizara el Instituto Cervantes de Roma.

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