/ una reseña de Álvaro Valverde /
Dije en cierta ocasión que Susana Benet era la más japonesa de nuestras poetas. Más allá de la moda, por momentos pegajosa (como todas), sus haikus sobresalen. Por verdaderos. No hace falta decir más. Andrés Trapiello, uno de sus defensores, al comentar una lectura de ella en la librería Rafael Alberti de Madrid, dijo de esta estrofa que «es lo que está más cerca de una pintura, de la poesía pura, inmediata, lo que mejor podemos comprender en un golpe de vista. De una vez y sin juzgar, como el presente eterno, como el eterno retorno. El haikú, como el átomo, la unidad más pequeña con sentido del universo poético». Añadió que «en sus haikús habrá siempre gracia para dar y tomar».
Benet no es precisamente una autora precoz. Su primer libro, Faro del bosque, se publicó en Pre-Textos (su editorial de referencia) en 2006, cuando ella contaba cincuenta y seis años de edad. Luego fueron llegando Lluvia menuda, La muerte, Jardín, Huellas de escarabajo, La durmiente, Lo olvidado, La enredadera, El último gesto, Don de la noche y Grillos y luna. En catálogos de editoriales como Renacimiento y Comares (La Veleta). Además, es coautora, junto a Frutos Soriano, de la antología de haiku Un viejo estanque.
Ya que mencionamos la pintura, conviene recordar que Benet es también acuarelista, un arte que acompañó los haikus de su libro Jardín. En el que comentaremos ahora, Falsa primavera, que forma parte del exquisito catálogo de Libros Canto y Cuento, colección dirigida por el poeta José Mateos, encontramos una pequeña muestra de ese delicado quehacer, inseparable o casi, de esta manera oriental, digamos, de entender la poesía. Sí, porque no es solo que ella sea haijin o haikista: es que el tono de sus poemas está empapado de una forma de ver el mundo, y de entenderlo, que es propia de aquella lejana tradición. Lo bueno de la poesía es que en ella las fronteras no existen y menos aún las naciones o las patrias. Y eso ha de comprenderse con la misma naturalidad con la que Benet escribe.
Hace tiempo, por cierto, que algunos descubrimos que ella era algo más que haikista. Que era capaz de concebir y ejecutar poemas que no se ciñen a las estrictas normas del haiku y que las superan. O que llevan ese espíritu a otra dimensión, donde, a pesar de contravenirlas, sigue presente. Se ve a las claras en este libro donde se incluyen diez haikus que se van alternando con poemas, pongamos, al uso. Sin olvidar la presencia de una tanka («el aire de una ausencia»), que no deja de ser un haiku con dos heptasílabos más.
Se abre el libro con citas de Sánchez Rosillo, Jane Kenyon y Li Quingzhao, que alude a la «primavera líquida». Pronto la sencillez se hace con todo. Flores y plantas. Gatos. La luz y la sombra. Las estaciones. Con estos elementos suele construir Benet su microcosmos. En la pequeñez, el detalle. En la intimidad de lo cotidiano. En eso que llama la «vida anodina»: «Una calle vulgar/ de casas anodinas.// ¿Qué aventura me aguarda/ en una tarde/ tan corriente e idéntica/ a tantas otras tardes/ marcadas por el tedio?». Y ahí, ya decía, los gatos (y el misterio), y los pasillos en penumbra y la transparencia de una acuarela.
Como en la poesía oriental que venimos nombrando, no faltan las correspondencias con el medio natural. Elementos como el viento o los insectos. Las mencionadas estaciones: la primavera, pero también el otoño y el invierno. Y ya en lo doméstico (clave en esta poética de la cercanía), las macetas que cuida y riega. Símbolo de la fugacidad. De lo efímera que resulta la belleza a pesar de su constante renovación. Todo es aquí sensibilidad y mirada («La mirada» se titula un poema, que empieza: «Qué difícil fijar/ en algo la mirada»). Todo mediterraneidad. Luz. Sin embargo, el dolor, por humano, acecha. Y hay soledad y tristeza y hospitales y pérdidas, como en «Humo», dedicado a la memoria del poeta José Luis Parra.
En «De qué me serviría», uno de los poemas más logrados y hondos del conjunto, leemos: «De qué me serviría lamentar,/ interrogar al cielo./ La trama está tejida y el destino/ fijado de antemano». Más adelante: «No menos precio/ el más mísero instante/ que a tu lado la vida me conceda./ No solo el más feliz,/ tampoco el más amargo». Estos poemas son, sin duda, más que meras estampas. Se aprecia en la última parte del volumen, más apesadumbrada. En poemas como «Insomnio» o «Huellas». Muy hermosos me han parecido «Madre» o «El peral». De «Y cada noche» nos llega la fragancia del jazmín, «mi propia voz vibrando/ al fondo del lamento interminable». «Vendrá» (cómo no recordar a Pavese) es otro poema central, memorable en su intensidad. El que cierra, «Regreso», invita a la esperanza: «Y cómo crece entonces,/ de pronto, en mi interior,/ la rara flor/ de la alegría».
Selección de poemas
Noche silenciosa
No se escucha esta noche
ni el más leve sonido.
Ni una tos, ni un ladrido, ni un sollozo.
Sólo silencio,
tan denso como el aire de los sueños.
Pero no estoy dormida,
ni estoy muerta,
aunque apenas percibo mis latidos
envuelta en esta calma silenciosa,
donde soy una sombra
callada que respira.
III
Nadie ha llamado
a mi puerta en dos días,
excepto el viento.
Invierno
A Juan José Romero Cortés
Leve bruma de invierno
sobre el rojo apagado
de los geranios.
Se ha oscurecido el sol
en la densa arboleda,
mientras se yergue el tallo
hacia la claridad.
Qué lejanos se escuchan
los sonidos, qué borrosas
las sombras de los pájaros.
Bajo el inmóvil cielo
parece que la tierra
se haya dormido
y que el jardín, desdibujado,
no sea más que un sueño.
VI
Nubes de lluvia.
Nadie con quien mirar
por la ventana.

Susana Benet
Canto y Cuento, 2021
100 páginas
12 €

Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) es autor de libros de poesía como Las aguas detenidas, Una oculta razón (Premio Loewe), A debida distancia, Ensayando círculos, Mecánica terrestre, Desde fuera, Más allá, Tánger y El cuarto del siroco (los cinco últimos en la colección Nuevos Textos Sagrados, de Tusquets) o Plasencias (De la Luna Libros). Sus poemas están incluidos en numerosas antologías y han sido traducidos a distintos idiomas. También es autor de dos novelas: Las murallas del mundo y Alguien que no existe; un libro de artículos, El lector invisible, y otro de viajes, Lejos de aquí. La editorial La Isla de Siltolá publicó, en edición de Jordi Doce, la antología Un centro fugitivo; y la Editora Regional de Extremadura, Álvaro Valverde. Poemas (1985-2015), con dibujos de Esteban Navarro.
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