Poéticas

Li Po y la melancolía

«El poema, para que sea verdad, ha de ser sincero. Y el poeta, para ser tal, ha de cuidar de ser sincero también, pues su canto es escuchado por el espíritu melancólico, que pudiera morir, en verdad, de sentirse engañado». Un artículo de Li Po.

/ por Ricardo Martínez-Conde /

Sabía que iba a pescar solo
a causa de la melancolía.

Peter Handke

Quizás el poeta no ha asumido todavía del todo su condición de cantor. Pero así al menos es como la naturaleza y el corazón de los hombres le conminan a ser: un cantor, un ser distinguido por cuanto, estando en posesión de las palabras (que hacen significativas las cosas y ahondan en los sentimientos) y del ritmo que propìcia el canto (por medio del cual pueden llegar al cielo y al más alejado corazón la compañía de aquel que ama), él es el único que puede añadir vida a la vida: esto es, esperanza, alegría. El puede propiciar hasta en el más humilde los sueños más aventurados, allí donde es posible la felicidad, aunque esta pareciera quimérica y lejana.

El primer hombre y la primera mujer, aun sin decirlo, ya deseaban que el poeta fuese el cantor, y como tal estaban dispuestos a elevarle a lo más alto en el rango social. Sin embargo, es como si aquel que es capaz de atesorar las palabras y el canto en su interior tuviese miedo de asumir la noble y vieja función que le solicitan y encomiendan los hombres. ¿Tal vez por una reserva de carácter o por timidez? ¿Acaso porque él, mejor que nadie, conozca algún secreto que resida en lo alto y que no sea agradable al hombre, prefiriendo así guardar silencio?

¡Pero el canto —se dicen el hombre y la mujer, juntos— es tan sencillo y facil de entender y su mensaje está tan lleno de verdad y armonía…! ¡El canto del poeta verdadero es tan agradable a los sentidos: a cualquier hora del dia o de la noche, en cualquier estación!

¿Tal vez lo que le resulta facil y placentero a los corazones que escuchan le resulte dificil al poeta? De ser así, todo el respeto y honra le sean dados, como compensación, pero, por favor, que cante. Y el poeta hace oir su voz y el contenido de su canción, que se transcribe así

La joven, tan bella, alza su velo.
Sentada, pensativa, fruncidas las cejas,
tiene huellas de lágrimas en sus mejillas.
¡Ay! ¿A quien le deberá
esa rencorosa melancolía?

Y en el aire, que se ha quedado quieto para escucharle, se guarda todavía el eco dulce y triste de la canción que ha entonado el poeta con su voz, desde su corazón también enamorado.


El poema, para que sea verdad, ha de ser sincero. Y el poeta, para ser tal, ha de cuidar de ser sincero también, pues su canto es escuchado por el espíritu melancólico, que pudiera morir, en verdad, de sentirse engañado. (Engañado equivaldría a humillado, y, cuando así ocurre, ¿de qué vale continuar viviendo? Sobre todo cuando el vivir va unido a una forma de sentir, a uno de los muchos estados en que puede manifestarse el sentimiento). Por eso es decisivo que el poeta no mienta, y para ello, considerando que las palabras que ha elegido son las mejores a la ocasión y las más adaptables al canto, estas deben también ser portadoras de una realidad afin al sentimiento; esto es, deben ser tangibles, transformables en algo que pueda constituir un sentimiento con el que se pueda vivir; que otorgue, por su condición de verdad, aliento y no suspiro de decaimiento y tristeza.

¿No resulta lógica, entonces, la honda preocupación (incluso, ¡ay!, la sospecha, por lo que tiene de alimento de tragedia) que suscita ese verso tan hermoso (y esquivo) de Li Po? «Esa rencorosa melancolía».

¿Por qué unir rencor, que es un agravio de amor, con melancolía, que es un deseo de este? ¿Por qué esa sombra tensa, fría y oscura del rencor en el espacio de luz (aunque tenue) que debería constituir la melancolía? ¿Es que acaso es posible la melancolía con rencor? ¿No sería, este, mas propio de la derrota de la muerte, donde reposan los restos vencidos del amor?


Melancolía, dicen los libros, es «una armonía en que dominan las afecciones morales tristes»; es «una pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos». Casi podríamos decir que es una forma de amor demorado. Así pues, ¿por qué vincular a este sentimiento tan noble con el rencor? Y es que la preocupación nace, no ya del agravio que vierte el verbo del rencor en la vecindad de la melancolía, sino debido a que el poeta, por su condición de tal, ha suscitado en nosotros la presunción de verdad, de que es sincera su alma cuando escribe. Es más, ¿los primeros versos de este bello y trágico poema no son convocadores de un sentimiento noble y alto, propio del triunfo del amor? Sin embargo ahí está, inmarcesible, el puñal del rencor clavado en su seno. ¿Y cómo desentrañarlo de ese contexto que el poeta nos ha transmitido? ¿Y cómo no verlo con los ojos de la tragedia y sentirlo con el corazón de la derrota? «Esa rencorosa melancolía»…


La respuesta parecía desvanecerse con sus dias y sus noches enteras hasta que, por fin, en un momento de breve calma, el lector pensó, ¿tal vez esté la respuesta en otros versos del poeta, también verdaderos? Pero ¿dónde? ¿Cuándo cabalga lleno de ilusión y exclama:

El viajero cabalga el viento
que lo lleva a tierras lejanas
como un ave que emprende el vuelo
sin dejar rastro en el cielo

o bien cuando canta

Su traje es una nube, su cara una flor
radiante con el rocío de la primavera.
¿Estoy en la cumbre de la Montaña de Jade
o en la terraza del paraíso de la luna?

La conclusión, me temo, aún ha de quedar abierta durante un tiempo en su leve tristeza. ¡Es tan conmovedor el poeta cuando alude al sentimiento de amor sin herir a la melancolía!


Ricardo Martínez realizó los estudios de filosofía y letras en las universidades de La Laguna y Valladolid, concluyendo su carrera universitaria con los estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Su obra como escritor es bilingüe, habiendo publicado tanto en gallego como en castellano. Como ensayista y crítico literario ha colaborado tanto en prensa (La Voz de Galicia, El País) como en revistas especializadas (Clarín, Revista de Occidente). Ha cultivado distintos géneros como autor. En poesía podemos citar: Lento esvaece o tempo (Milladoiro, 1990), Los argumentos de la tarde (A.G., 1991), De cuanto nos es dado (Calima, 2006) y Na terra desluada (Espiral Maior, 2009). Su obra Orballo nas camelias pasa por ser la primera obra de haikus en la literatura gallega. En prosa ha publicado varios libros de aforismos: Debullar (Galaxia, 1996), Cuentas del tiempo (Pre-textos, 2004), Alusión al paisaje (Calima, 2006), Ecos da néboa (Trifolium, 2012). Es autor, asimismo, del libro de relatos La luz en el cristal (Calima, 2011). Ha obtenido el premio Benasque de poesía y diploma de honor en el concurso internacional de relatos breves Jorge Luis Borges y en 1997 le fue otorgado el premio Reimóndez Portela de periodismo. Colabora en prensa y revistas especializadas. Desde el año 2014, la Fundación Jorge Guillén es la depositaria de la obra del autor. Dispone de su propia página web.

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