/ por Francisco Abad Alegría /
La culta latiniparla (Quevedo, 1624) y Les femmes savantes (Molière, 1672), por ejemplo, son tardíos coletazos literarios de una literatura sapiencial civil que florece en remota Antigüedad en India y Mesopotamia, recogida inicialmente sobre todo por el Calila e Dimna, síntesis poligénica de advertencias morales sueltas que ya se encuentran hacia los años 500 a 100 a. C. en la Gran India y posteriormente son compiladas verosímilmente por Valmiki, autor acreditado del Panchatantra hacia el siglo III. Quevedo se hace sublime, como siempre, al glosar de forma inmisericorde los discreteos necios de la gente de su época, en los que las mujeres destacan, ¡cómo no!, por la desenvuelta ignorancia que exhiben, incluyendo un docto disparatario, léxico glosado o vocabulario adaptado a los tiempos (infelices por excesiva similitud con los actuales) en que vive, y Jean-Baptiste Poquelin, Molière, medio siglo después, compone una coreografía con tres mujeres pedantes y un ignorante adulador al que llama Trisotin (Tritontito).
Cediendo a una morbosa pulsión, durante esta temporada de encierro parcial, en rebusca de textos yacentes en los anaqueles domésticos, mis ojos y manos se ensañaron de nuevo con las páginas del Decamerón de Boccaccio y a continuación cayeron por la largamente pospuesta entrada en el Heptamerón de la reina Margarita de Navarra. Una vez más resultó cierta la afirmación de que hasta de los libros malos o mediocres se pueden obtener enseñanzas, o al menos datos. A caballo entre dos épocas, las páginas escritas por una noble dama real francesa, que acabó siendo la última reina consorte de Navarra, creo que con todo merecimiento, fueron entretenimiento para algo más distinguido que matar el ocio con bordado de petit-point o el huso de frivolité; podrán divertirse con los frutos literarios de esta distinguida dama, de equívoco nombre, que designa tanto a la perla como a la humilde flor pariente del crisantemo.
Precedentes de literatura sapiencial profana
Quizá la recopilación más amplia en este terreno sea el Calila e Dimna, larga serie de relatos ejemplares en los que el rey Dicelem solicita consejo o aviso de su sabio filósofo consejero Burduben, que se organiza en 18 capítulos a su vez subdivididos en varios relatos menores que desentrañan el hilo argumental fundamental de la consulta o disquisición, de modo que aúna casi 80 pequeñas historias ejemplares. Lo relatado se disfraza a menudo, humanizando en su conducta (unas tres cuartas partes de lo escrito) las relaciones y vicisitudes de diversos animales, desde el león a la serpiente o la tortuga. Es posible que la similitud con la conducta de personajes concretos utilizase tal disfraz para evitar posibles represalias del Poder o también que la cualidad animal de determinadas especies actuase como máscara (persona) que enfatiza destacables cualidades de los protagonistas que interactúan.
Las historias del Calila e Dimna abarcan casi todos los aspectos de la vida humana: la relación con la Divinidad, la sabiduría o necedad en el obrar, el trabajo y las relaciones amorosas (en menguada medida) se contemplan en una recopilación que quizá abarca relatos ejemplares sueltos surgidos ya antes del año 500 a. C., reunidos con obra propia y ajena anónima en la India del entorno del siglo III, luego traducido al persa literario (pahlavi) en el siglo VI, traducido al árabe por los sabios al servicio del califa Ibn al-Muqqafa en el siglo VIII y finalmente vertidos al castellano por orden de Alfonso X el Sabio (a la sazón aún príncipe heredero) en 1251.
Mientras verosímilmente Chaucer en Inglaterra va por otros derroteros (Cuentos de Canterbury, c. 1390-1400) aunque recoge textos de Boccaccio y Don Juan Manuel, en España medra la semilla plantada por la versión alfonsí del siglo XIII del Calila e Dimna, con abierta divergencia de estilo aunque tenga una misma raíz sapiencial. Don Juan Manuel, nieto de Fernando III y sobrino de Alfonso X (1282-1348), dedica su vida al ejercicio del poder de origen real, con notables acciones militares, pero al tiempo, con un cierto laconismo moralizante, a la literatura sabia y docente, entre la que destaca el libro del Conde Lucanor (1335). La estructura, muy sencilla, agrupa relatos ejemplares sobre conversaciones entre el conde y su sabio consejero Patronio, reunidos en cinco partes que incluyen 51 cuentos moralizantes, entre los que hay escasos ejemplos de humanización de animales emblemáticos, escasísimas referencias a la vida licenciosa y predominan los paradigmas de la vida virtuosa en el trabajo, la palabra y el ejercicio de actividades plenas de honorabilidad; cada apartado concluye con una breve moraleja versificada, a modo de recapitulación práctica fácil de recordar. Don Juan Manuel, muy apegado a la aún joven Orden de Predicadores, poseía numerosos castillos y tierras en toda España, hasta la misma Navarra y entre la multitud de títulos nobiliarios que acumulaba, destaca el del señorío de Villena, que llegó a tener importancia capital en las postrimerías de la Edad Media. Fue enterrado en el templo conventual dominico de Peñafiel y sus restos reunidos posteriormente en una urna pétrea que se encuentra en el mismo templo, de espartana severidad (y que recuerdo de un paseo al pie de la imponente figura del alargado castillo vallisoletano, muy cerca de una de las pocas plazas de toros conformadas como patio interior de antiguas viviendas, casi frente al templo). El Conde Lucanor llegó a ser preceptor de buenas costumbres de muchas generaciones de españoles, estudiantes, nobles o gente llana y quedó como paradigma de la honorabilidad con algún destello levemente pícaro.

Contemporáneo de este libro es el prolijo, a veces amable, a menudo lascivo o malévolo, siempre graciosamente escrito Decamerón de Giovanni Boccaccio (1313-1375) que se redacta en la Florencia de mediados del siglo XIV (probablemente entre 1351 y 1353) a partir de la inspiración estilística del Hexamerón de san Ambrosio de Milán, que enlaza relatos breves y ejemplares a partir de la narración bíblica de los seis días de la Creación (s. V). Diez jóvenes que huyen de la peste negra que está asolando Florencia se reúnen en una villa campestre, lujosa y bien aprovisionada, alejándose del contagio de la ciudad y amenizan sus ocios con relatos diversos durante casi dos semanas, totalizando 100 relatos de temática libre, al que tardíamente se une otro breve cuento. Aventuras de todo tipo, amoríos, amores desgraciados y otros mundanos y francamente lujuriosos, trabajos diversos y enredos civiles de relaciones interpersonales y hasta tramas legales, desfilan por la obra, que se caracteriza, en general, por un cierto desenfado (huída de la terrible realidad que se está desarrollando a pocos kilómetros) que hizo del Decamerón libro de entretenimiento y solaz de todo tipo de personas cultas, acomodadas y con largas veladas que soportar a lo largo de los peores momentos del año. Aunque el origen de buena parte de los relatos que se allegan en el compendio escrito proceden del Calila e Dimna, los estudiosos han encontrado fuentes españolas, árabes, griegas antiguas, tradiciones populares e incluso algunas narraciones de Chaucer, que en tal caso pasaría a ser fuente más que plagiario de Boccaccio, aunque en contadas ocasiones, corroborando la divergencia de las narrativas británica y meridional de docencia moralizante o de asueto.
Margaritas de la Margarita de las princesas
Es el título que la propia reina Margarita de Navarra da a una de las recopilaciones de abundante producción literaria (novelesca, poética y dramática), haciendo incursión incluso en el resbaladizo terreno teológico, lo que le ocasionó problemas con la Jerarquía de la ortodoxia.
Margarita de Orleáns (1492-1549) nació en Angulema, hija del conde Carlos de Orleans y Luisa de Saboya, parientes directos de la familia real francesa. Su hermano, Francisco I, ocupó el trono de Francia como heredero de su tutor Luis de Valois, luego rey de Francia como Luis XII. Tras un fracasado intento de ocupar parte de Italia (batalla de Pavía), en contra de los intereses del emperador Carlos V (I de España) fue prisionero en Madrid durante un par de años. Agradecido Francisco a la mediación de su hermana Margarita por el tratado de Madrid, que supuso su liberación en 1526, la promocionó en el seno de la familia real y facilitó su matrimonio con el rey Enrique Albret (Labrit) de Navarra, pasando a ser reina consorte, cuando ya Navarra había quedado anexionada a Castilla en régimen sui generis (la última testa coronada como reina de España y Navarra fue Isabel II de España, como Isabel I, antes de la Primera República). De modo que Margarita es reina consorte de lo que de hecho es únicamente la Baja Navarra, en territorio prepirenaico, un pequeño reino casi de opereta. Del matrimonio real nació la princesa Juana de Albret (1531), que luego fue madre de Enrique II de Navarra, quien a partir de 1607, con el nombre de Enrique IV de Francia. Recuérdense las guerras de religión y la encanallada expresión del rey Enrique al abrazar el catolicismo «París bien vale una misa», aunque poco después de cambiar Pau por París, el desgraciado Ravaillac diese muerte al escasamente ejemplar monarca.
Margarita, ejemplar modelo de parasitismo real, hermana y abuela de rey y reina consorte, gustaba de rodearse, en un momento de explosión literaria y humanística, de sabios y literatos de todo jaez y ello motivó que sus tiernos dedos acabasen siendo más diestros con la péñola que con la aguja, aunque su fruto no fuera excelso, Real, aunque sí real.
Deslumbrada la francesa por el Decamerón de Boccaccio, encargó a Antoine Le Maçon la traducción al francés (1545) de la obra (la reina, a pesar de su esmerada educación, hablaba francés, parece que conocía algo de español, inglés y alemán, pero ignoraba el italiano y mucho más el romance navarro-aragonés, ya relegado a escasos documentos reales previos). No se esconde la señora al ubicar su colección de escritos, que en lugar de situar en el contexto de la huída de la peste o la peregrinación a la tumba de santo Tomás Becket en Canterbury, y simula la consecuencia, a la manera del Decamerón, en una reunión de nobles en los baños medicinales de Cauterets, donde estos quedan retenidos por unas copiosas lluvias que cortan las comunicaciones y propician las reuniones en que se desgranan los relatos. La intención expresa es hacer otros cien cuentos, que se quedan inacabados, en siete jornadas (y media) totalizando 72 relatos, de donde deriva el nombre de Heptamerón. La obra fue escrita entre 1540 y 1549 y tuvo su primera edición, póstuma, en 1558. Su difusión fue escasa, a pesar de una segunda edición impresa en París en 1560 y circularon bastantes copias manuscritas y parciales de ella hasta la segunda mitad del siglo XIX.
Llama la atención la absoluta falta de disciplina en la redacción, de modo que se prodigan los tratamientos galantes y formalistas en medios socialmente totalmente ajenos a ellos y, sobre todo, la extensión desigual de los relatos, mucho más llamativa que en Boccaccio, en que se suceden cuentos de muy breve texto con otros que hacen de la lectura un auténtico ejercicio de paciencia. Es patente la artificiosidad de las construcciones y no pocas veces el deslizamiento más que por la emulación por la pendiente del plagio. Al revisar detalladamente la obra, creo observar que el 60% de los relatos son de tema pícaro, a veces tan limado de aspereza moral que parece chascarrillo de niños malotes. El 30% de los relatos dan avisos morales sobre el correcto y ejemplar proceder vital y el 10% restante se ocupa de temas religiosos, en un amplio sentido. En ocasiones parece que Margarita se entrega más a la divagación que a la reflexión dirigida; alimento de poca sustancia intelectual y literaria.
Colofón
Al final de su vida, Giovanni Boccaccio, quizá tras recibir tardíamente órdenes sagradas, deja por escrito un libelo minuciosamente argumentado, en forma de prolongada reflexión u homilía, desencantado ante un frustrante atardecer vital que se le prometía venturoso o al menos gratamente acompañado, asfixiado por lo que nos acontece a muchos de los mortales. En el Corbacho (despectiva alusión al cuervo agotado y de mal carácter), escrito entre 1354-1355 e impreso hacia 1365 (muy distinto, aunque de tema concurrente, del Corbacho del Arcipreste de Talavera, Alfonso Martínez de Toledo [1438]), alude como se sigue a la extendida convicción entre la mayoría de las mujeres de toda condición de una pretendida sabiduría ligada a la femenina condición, antítesis de la pregonada brutalidad y torpeza del varón. Si estamos ante el desquite de un alma frustrada o de un desencantado escribidor actual, júzguelo el paciente lector:
«Y son de tanta audacia [las mujeres] que a quien en algún punto denigra su sensatez incontinenti dicen: ¿Las Sibilas no fueron sabias?, como si cada una de ellas debiese ser la undécima. Admirable cosa, en tantos millares de años que han transcurrido desde que el mundo fue creado, que entre tanta multitud cuanta ha sido la del femenino sexo, se hayan encontrado diez famosísimas y sabias; y a todas las mujeres les parece ser una de ellas. O dignas de ser contadas entre su número. Y, entre sus otras vanidades, cuando mucho por encima de los hombres, dicen que todas las cosas buenas son femeninas […]».

Francisco Abad Alegría (Pamplona, 1950; pero residente en Zaragoza) es especialista en neurología, neurofisiología y psiquiatría. Se doctoró en medicina por la Universidad de Navarra en 1976 y fue jefe de servicio de Neurofisiología del Hospital Clínico de Zaragoza desde 1977 hasta 2015 y profesor asociado de psicología y medicina del sueño en la Facultad de Medicina de Zaragoza desde 1977 a 2013, así como profesor colaborador del Instituto de Teología de Zaragoza entre los años 1996 y 2015. Paralelamente a su especialidad científica, con dos centenares de artículos y una decena de monografías, ha publicado, además de numerosos artículos periodísticos, los siguientes libros sobre gastronomía: Cocinar en Navarra (con R. Ruiz, 1986), Cocinando a lo silvestre (1988), Nuestras verduras (con R. Ruiz, 1990), Microondas y cocina tradicional (1994), Tradiciones en el fogón(1999), Cus-cus, recetas e historias del alcuzcuz magrebí-andalusí (2000), Migas: un clásico popular de remoto origen árabe (2005), Embutidos y curados del Valle del Ebro (2005), Pimientos, guindillas y pimentón: una sinfonía en rojo (2008), Líneas maestras de la gastronomía y culinaria españolas del siglo XX (2009), Nuevas líneas maestras de la gastronomía y culinaria españolas del siglo XX (2011), La cocina cristiana de España de la A a la Z (2014), Cocina tradicional para jóvenes (2017) y En busca de lo auténtico: raíces de nuestra cocina tradicional (2017).
Admirable y estimulante artículo.