/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /
Estaba haciendo cola ante un establecimiento comercial. Frente a mí, una pareja de avanzada edad hablaba con una transeúnte a la que sin duda conocían: «¿Ya os habéis vacunado?», inquiría la vecina. La respuesta del marido: «¡Yo no me vacuno! Esto son cuentos». Seguía una larga y caótica argumentación que concluía en que él no quería ser un conejillo de indias. Su mujer asentía callada. Eran negacionistas. Esta escena ocurría a principios de junio de 2021, cuando la campaña de vacunación avanza en una buena parte del mundo y se pone de manifiesto que las vacunas funcionan. Y funcionan muy bien. Un 99,9 de las personas vacunadas —y son millones— están evitando la enfermedad; la esquivan. Y las pocas personas que por alguna razón la contraen, si están vacunadas, son asintomáticos o con pocas consecuencias graves.
En la historia del mundo, desde que se produjo la revolución científica del siglo XVII, siempre hubo negacionismo científico; personas que no se fían de la ciencia y del método científico. En algunas ocasiones, este negacionismo respondía a prejuicios religiosos, como el caso de Galileo Galilei (1564-1642), que cuando argumentaba sus leyes, la respuesta de los inquisidores era que todo cuando mostraba constituía una obra diabólica. También Newton (1642-1727) tuvo problemas, porque estudiar la ley de la gravedad era como investigar a Dios, y esto era inadmisible. Los científicos cuestionados por falsas teorías negacionistas son muchos más y, en ocasiones, el negacionismo procede de rivalidades mezquinas: los ejemplos van desde Alfred Wegener (1880-1930), que enunció la deriva continental, hasta Ignacio Semmelweis (1818-1865), que relacionó la muerte de mujeres posparto con el hecho de que los médicos practicaban autopsias con cadáveres, asistiendo posteriormente a los partos sin lavarse las manos.
Los negacionistas actuales lo son por pura y simple ignorancia y las evidencias tampoco les van a convencer; ellos defienden mitos estúpidos como el del magnetismo de la vacuna, el del micro hip que te inyectan con la aguja (este es de los más surrealistas), el mito de que «experimentan con nosotros», desconociendo los protocolos de seguridad; el mito de la modificación del ADN, como si la vacuna pudiera atravesar la membrana nuclear de las células, y otros muchos que se unen a teorías conspiratorias.
Ante esto, cabe interrogarnos sobre las causas de la proliferación de estas teorías conspiratorias y el negacionismo científico: ¿por qué tanta gente cree en estas cosas? ¿Por qué cuando mas posibilidades tenemos de comunicarnos más desinformados estamos? Las respuestas a todas estas cuestiones no son fáciles, porque son diversas. En primer lugar, hay una cierta desconfianza hacia el sistema político y los políticos, de modo que, en capas importantes de la población se genera aversión a todo cuanto dicen y, por lo tanto, lo más fácil es atribuirles el origen de los males. En segundo lugar, en un mundo en donde es difícil singularizarse, el ser negacionista te singulariza. En tercer lugar, aceptar el razonamiento científico implica saber muchas mas cosas que creer una explicación sencilla que no admite contrarréplica. Así, por ejemplo, cuando se afirma que las vacunas modifican el ADN, si se quisiera discutir en términos científicos semejante aberración, deberíamos explicar primero qué es el ácido desoxirribonucleico, conocido por las siglas ADN, hacer ver que se trata de un polímero de nucleótidos, que las moléculas de ARN se copian exactamente del ADN en el núcleo celular, etcétera. Y, además, a todo ello habría que añadir la compleja explicación de lo que es un virus. Naturalmente, los mitos acientíficos son mucho más simples.
Pero lo cierto es que las vacunas han protegido a la humanidad de la tuberculosis (vacuna BCG), una de las causas de mortalidad de los jóvenes en el siglo XIX; también nos han protegido de la hepatitis B, una infección de hígado muy peligrosa; del polio virus, que paraliza a quienes contraen el virus; la difteria, que infecta garganta y amígdalas y que mata por asfixia; el tétanos, la tos ferina, el sarampión, las paperas, la rubeola, y muchos más.
Y si todas estas enfermedades hoy ya empiezan a ser muy minoritarias, es porque la mayoría de la población, en su momento se vacunó, como ocurrirá con el COVID-19. Pero si nuestros padres y abuelos hubieran sido reacios a vacunarse o no hubieran podido acceder a las vacunas, nuestro mundo sería mucho más inseguro. Por esta razón es necesario combatir las estupideces de los negacionistas, porque saldrán nuevos tipos de vacunas y con el paso del tiempo, como siempre suele ocurrir, sus argumentos ira perdiendo credibilidad, pero lo que no tenemos es precisamente tiempo. Por esto, no solo hay que defenderse de ellos, sino que hay que combatirlos y dejarlos en ridículo, porque son los falsos profetas de nuestro tiempo.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
Fenómenal!!
Estoy totalmentte de acuerdo, Joan. Son gentes mediocres y envidiosas, que quieren destacar como sea. Porque por sí solas no pueden hacerlo; no dan la talla. Y siempre ha habido y habrá mucha gente así, ¡Qué le vamos a hacer! Saludos.
Gracias Ramón Montanyà. Un abrazo
De res, Joan. Una abraçada igualment.