Estudios literarios

Un tártaro converso, un sacerdote uniato y un médico a su pesar

Publicamos un adelanto de 'Dostoievski', una biografía del literato escrita por Virgil Tanase, y publicada ahora en castellano por Subsuelo, en traducción de Laura Claravall.

/ por Virgil Tanase /

El joven Fiódor Dostoievski es detenido el 23 de abril de 1849. Lo juzgan y lo condenan el 13 de noviembre de ese mismo año. El 22 de diciembre, a las siete de la mañana, es conducido ante el pelotón de ejecución.

Si la hubiera escrito él mismo, a su manera, su biografía podría pasar, para aquellos que no la conocen, por una de sus novelas. Hasta ese punto el protagonista, contradictorio y de actos sorprendentes, está atrapado en un torbellino de historias tan inverosímiles que parecen inventadas.

No lo son.

Lo someten a unas pruebas terribles que, para sobrevivir, lo obligan a sumergirse en esos rincones normalmente ocultos de la personalidad donde se alojan los mecanismos de nuestras conductas. Conduciéndonos hasta allí, Dostoievski nos descubre a sus personajes. No debe sorprender que estos se le parezcan, tan profundamente asombrosos cuando rozan el misterio de la existencia, tan ordinarios en la vida cotidiana, en la que son, al igual que él, un ser como cualquiera de nosotros.

Fiódor Dostoievski nace el 30 de octubre de 1821.

Es noble y ruso en la medida en que su ascendencia, que se ha podido rastrear hasta el siglo xiv, sigue el tortuoso camino de un pueblo que se está formando uniendo a través de la lengua y la religión a gentes muy diversas. En 1389, un tal Aslan Chelebi-Murza habría abandonado a su kan tártaro para, una vez bautizado, entrar al servicio del príncipe de Moscú. En 1506, uno de sus herederos recibe de su señor, el príncipe de Pinsk, en recompensa por su lealtad, el burgo de Dostoevo, situado entre los ríos Iaselda y Pina. El heredero adopta el nombre de esa propiedad que acredita su nobleza.

A lo largo de los dos siglos siguientes, los Dostoievski se extienden, con destinos desiguales. Hay magistrados, un obispo y varios oficiales cosacos. En el siglo xvi, tras refugiarse en tierra católica, donde se siente a salvo, cierto noble llamado Fiódor Dostoievski se burla de su antiguo amigo y señor, el zar Iván el Terrible, escribiéndole unas cartas de una inusitada dureza. Más o menos en esa misma época, procedente de otra rama familiar, María Stefánovna Dostoiévskaia es condenada a muerte por asesinar a su marido e intentar matar a su hijo adoptivo con el fin de apropiarse de sus bienes usando documentos falsos. Más tarde, hacia mediados del siglo XVII, un tal Filip Dostoievski es acuado de pillaje. La familia cae en desgracia, pierde sus tierras y de sus títulos de nobleza no quedan más que unas actas polvorientas y sin ninguna utilidad. Los Dostoievski de los que procede el escritor son popes de padres a hijos desde hace varias generaciones. El abuelo paterno del novelista es un sacerdote uniato en Podolia, una región dominada por los otomanos que también reclama la Polonia católica. El padre Andréi regresa al seno de la Iglesia ortodoxa cuando, en 1793, el Imperio ruso toma posesión definitivamente de esas tierras que habían pertenecido a la Horda de Oro. Orgulloso de su ascendencia, que tal vez tiene interés en reivindicar convirtiéndose de nuevo en súbdito del zar, redacta en ruso un «canto de penitencia», un acróstico con el nombre de sus orígenes: DOSTOIEVSKI. Casado, como permiten los cánones de la Iglesia ortodoxa, tiene varios hijos, de entre los cuales Mijaíl, nacido en 1789, que inscribe en 1802 en el seminario de Kamianets-Podilskyi, la ciudad más importante de la región, con la esperanza de poder cederle algún día su parroquia.

La decisión del destino será otra.

Para sacar a su país de un inmovilismo que lo hace vulnerable en una Europa en pleno crecimiento y para acabar con un estancamiento económico y social debido, en parte, a que la Iglesia capta a las mentes más brillantes y, tras formarlas, las encauza a funciones de sacerdocio en un momento en que Rusia necesita una élite científica y técnica y una administración competente, el zar, con su decreto del 5 de agosto de 1809, obliga a un determinado número de jóvenes a abandonar el seminario para llevar a cabo, pagados por el Estado, estudios científicos. Así, Mijaíl Andréievich se encuentra ocupando los bancos de la Academia Imperial Médico-Quirúrgica de Moscú, que abandona en 1812 para ocuparse de los heridos de Borodinó, donde los ejércitos de su país se enfrentan a los de Napoleón. Cuatro años más tarde es nombrado médico castrense.

Mijaíl Andréievich deja el ejército para casarse, en enero de 1820, con María Fiódorovna Necháieva, la hija de un comerciante acomodado de Moscú. Llegado a Moscú sin un céntimo desde un pueblo de Kaluga, el padre de María entró a trabajar de vigilante en el establecimiento de un comerciante. Inteligente y emprendedor, unos años más tarde ya tiene su propia tienda. Se casa con Várvara Mijáilovna Kotelnítskaia, cuyo padre, instruido y corrector en una imprenta religiosa ha transmitido a sus hijos el gusto por los libros y un sentimiento religioso particularmente intenso. Aunque no se hacen ricos, la pareja consigue comprarse una vivienda y casa a su hija mayor con Alexandr Kumanin, un comerciante rico y consejero titular, un rango civil de gran relevancia. La hija menor se casa con el médico Mijaíl Andréievich Dostoievski, el padre del escritor. El hermano de ambas, Vasili Fiódorovich Necháiev, cursa estudios científicos y se convierte en un prestigioso experto, profesor de farmacología y decano de la facultad de medicina de Moscú.

Según los Recuerdos de su hijo Andréi, Mijaíl Andréievich tenía un hermano y varias hermanas que por lo visto intentó localizar infructuosamente más adelante, veinte años después de haber dejado la casa paterna. Esta iniciativa no era desinteresada: al irse de casa siendo muy joven y sin sospechar que sería para siempre, Mijaíl no se llevó ningún documento, de manera que cuando se instaló en Moscú y necesitó demostrar que formaba parte de la nobleza, no tenía ninguna prueba que lo certificara.

Los esposos Dostoievski tienen caracteres muy distintos. Alcohólico, Mijaíl Andréievich es arisco, colérico, a veces incluso brutal. Es suspicaz y celoso sin motivo. Su mujer es dulce y sumisa. En un retrato que ha llegado hasta nosotros, María Fiódorovna luce un bonito vestido blanco, bordado. Unos rizos negros enmarcan su rostro redondo, de rasgos delicados. Sus labios finos no sonríen. Fiódor heredará su frente ancha y sus párpados caídos. Mujer cultivada, adora los libros, la poesía y canta acompañándose de la guitarra. No hay nada relevante en la veintena de cartas que intercambiaron los esposos y que han llegado hasta nosotros. Están escritas cuidadosamente, con un estilo esmerado que a veces permite adivinar unos sentimientos intensos, expresados con pudor.

Afincado desde 1865 en Yaroslavl, a unos setecientos kilómetros de San Petersburgo, donde vive su hermano Fiódor, a quien apenas ve desde entonces, Andréi Mijáilovich Dostoievski (1825-1897) escribe al final de su vida, a veces con la ayuda de su hijo, unos Recuerdos (воспоминания) que los primeros biógrafos de Dostoievski utilizan, aunque no será hasta 1930 cuando las Ediciones de los escritores de Leningrado las publicarán.

La única vez que habla de sus padres, un tema que parece evitar, Dostoievski dice que «se avanzaron a su época» y que «hoy en día todavía lo harían». En una carta a su hermano Andréi, añade estas palabras: «Te señalo […] que esta idea de aspirar constantemente a estar entre los mejores (en el pleno sentido de la palabra, en el sentido más elevado) fue el principio fundamental de nuestro padre y de nuestra madre, a pesar de todos los extravíos». También da a entender que la única preocupación de sus padres fue la felicidad de sus hijos, que han heredado el mismo apego por la familia y por sus valores, la base de una vida social serena.

Tras ser contratado como médico a cargo de las «pacientes», dicho de otro modo, como ginecólogo, en el Hospital Mariinski para los Pobres, Mijaíl Andréievich se traslada a una de las alas del edificio recientemente construido en un barrio más bien pobre, cerca del cementerio de los indigentes, donde también acaban los que se han suicidado y los criminales a los que se niega una sepultura en el camposanto. En los alrededores hay un manicomio y un orfelinato.

Es en esta vivienda oficial donde nacen, en octubre de 1820, un niño que se llamará igual que el padre, Mijaíl, como manda la tradición, y, un año más tarde, Fiódor, nombre de su abuelo materno, quien asiste al bautizo en la capilla del hospital.

Los niños pasan los primeros años de su infancia en un pequeño apartamento de uno de los cuatro edificios anejos al hospital, destinados al personal. Los edificios delimitan ambos lados del patio, al que se entra atravesando cuatro portales con arcada, rematados con leones y al fondo de los cuales se encuentra, detrás de una hilera de tilos, el cuerpo principal de dos pisos de altura. Un centenar de ventanas sencillas, más altas que anchas, se suceden a lo largo de una fachada austera a la que se han añadido, en la parte central, unas columnas y un frontón de templo griego. Unos pasillos fríos atraviesan el edificio. Las puertas de cristal dan acceso a unas estancias rectangulares donde se alinean camas metálicas con colchones de lana. En los edificios laterales, donde viven el personal médico y los administradores, unas paredes blancas delimitan las habitaciones, que hay que calentar a conciencia en invierno. Algunos años más tarde, la familia, que ha aumentado con el nacimiento de Várvara (1822) y de Andréi (1825), se traslada al ala derecha, donde nacen Vera (1829) y su hermana gemela Liuba (muerta a corta edad), Nikolái (1831) y Alexandra (1835). En esta nueva vivienda, los Dostoievski ganan espacio, lo que les permite colocar un tabique en la entrada, que proporciona una habitación suplementaria para los dos chicos mayores. Aunque ellos prefieren jugar en el parque que se encuentra cerca del hospital y en el bosque de María, también cercano, donde los feriantes instalan sus barracas. Para complacerlos, su tío, el decano de la Facultad de Medicina, que vive cerca de allí, los lleva a ver a domadores de osos, malabaristas, cómicos y actores de obras populares del mercado de Smolensk.

Mijaíl Andréievich se levanta a las seis de la mañana, se asea y desayuna con los niños. A las ocho, va al hospital, al «Palacio», como él lo llama. A las diez, los niños estudian, vigilados por María Fiódorovna, y Mijaíl Andréievich se dirige a la ciudad para atender a sus pacientes. Por la tarde, en pijama, hace la siesta en el salón. Los niños juegan en su habitación sin hacer ruido, o en el exterior si el tiempo lo permite. Después del té de las cuatro, Mijaíl Andréievich vuelvel al hospital.

A última hora de la tarde, cuando «papasha» ha terminado de anotar las observaciones del día en el registro de los pacientes, la familia se reúne en el salón. Los padres se turnan para leer en voz alta largos pasajes de los grandes autores rusos: Derzhavin, Zhukovski, Pushkin, y, a menudo, páginas enteras del éxito editorial del momento: Historia del Estado ruso, de Karamzín, apólogo tanto de la madre Rusia como de la aristocracia imperial que ha convertido el país en una gran potencia europea. Para enseñar a leer a sus hijos, María Fiódorovna utiliza la traducción de un libro alemán que cuenta en un lenguaje accesible las edificantes historias de la Biblia. A Dostoievski le impresiona particularmente el Libro de Job, hasta el punto de arrancarle lágrimas. También lo atraen las novelas góticas de Ann Radcliffe, que descubre a través de las lecturas de su madre antes de poder devorarlas él mismo con pasión. Asimismo, lo fascinan los cuentos populares rusos que le narran las diversas niñeras, todas ellas procedentes del campo: Lukeria, con sus zapatillas de corteza de abedul, Daria, Katerina y finalmente Aliona Frolovna, «el tonel», como la llama por su insaciable apetito y sus redondeces. Aliona seguirá sirviendo a la familia sin cobrar cuando los Dostoievski, a causa de graves dificultades económicas, no puedan pagarle; incluso llegará a ofrecerles sus ahorros.

Dostoievski reconoce que escuchar las ingenuas historias de estas campesinas lo motivaron a inventar otras él mismo. Cuarenta años más tarde, todavía recordará algunas aventuras que imaginó en aquel entonces y que quedaron grabadas para siempre en su memoria.

En sus Recuerdos, Andréi se limita a señalar que su hermano Fiódor se «entusiasmaba» fácilmente, que era «demasiado apasionado» y que su padre le ordenaba que se calmara porque aquello «acabaría mal». También comenta los viajes de una semana a Sérguiev Posad para conmemorar, el 25 de septiembre, la muerte de san Sergio de Rádonezh. Para los niños, aquel era el acontecimiento del año. Sin embargo, Andréi no menciona en ningún momento un episodio que sin duda marcó a su hermano, aunque este sólo habló de él una vez, muchos años más tarde, casi por casualidad, en una conversación en el salón de su amiga Anna Pávlovna Filosófova, que él anotó en sus Recuerdos. Dostoievski debía de tener unos diez años y estaba jugando con la hija, de su misma edad, de un sirviente cuando un borracho se echó encima de ella y la violó. La gente que acudió al lugar lo envió a que avisara al padre de la niña, porque estaba perdiendo mucha sangre, pero este llegó demasiado tarde para salvarla. Dostoievski también ve morir a su hermana Liuba, una de las dos gemelas nacidas en 1829. La otra, Vera, sobrevivirá, pero ese embarazo difícil deja muy débil a su madre. De salud frágil, apenas se recupera y, dos años más tarde, el nacimiento de su séptimo hijo, Nikolái, la agota hasta el punto de que su organismo no puede luchar contra la enfermedad pulmonar que contrae y que acaba matándola después del nacimiento, en 1835, de Alexandra.

Sin embargo, la vida profesional del doctor Dostoievski prospera. En 1827, le conceden el grado de asesor colegial y se le reconoce su título nobiliario. Promovido a consejero áulico, se le inscribe, al igual que a sus hijos, en el Libro genealógico de la nobleza hereditaria de Moscú. En 1831, compra en Darovoie una propiedad con una cuarentena de siervos masculinos, cerca de Tula, a unos doscientos kilómetros de Moscú. Dostoievski, un niño hiperemotivo y propenso a la soledad, va por primera vez a ese lugar justo cuando un incendio devastador, probablemente provocado por uno de los siervos, ha arrasado la aldea. Tan sólo queda en pie, algo alejada, la casa de tres estancias de los señores, una modesta construcción de madera sobre unos cimientos de piedra, en medio de un patio invadido de hierbas donde se alzan, inmensos, majestuosos, robles, abedules y algunos abetos.

La tierra está quemada, se construyen algunos refugios improvisados en torno a chimeneas verticales de ladrillo, único vestigio de las casas de madera desaparecidas; los árboles, esqueléticos y ennegrecidos, bordean el camino. Pero alrededor hay campos y, más allá, bosques. A Dostoievski le gusta particularmente el de Brikovo, adonde va a menudo ya sea solo o con su hermano Mijaíl: «Nada me gustaba más en el mundo que un bosque con setas y bayas silvestres, sus insectos y sus pajarillos, sus erizos y sus ardillas, y ese olor húmedo, tan agradable, de las hojas podridas», escribe cuarenta y cinco años más tarde. Hostiga a las ranas con ramitas de avellano, observa a los insectos y atrapa escarabajos para su colección. Corre detrás de las lagartijas, recoge champiñones, se aterroriza imaginando animales salvajes escondidos entre los arbustos y los inmensos helechos por los que desaparecen los caminos y él se queda allí solo, sin ayuda, perdido entre la vegetación. En una ocasión, le parece que el lobo está realmente ahí, que lo vigila, dispuesto a atacarlo. Dostoievski huye despavorido, sin saber hacia dónde corre, se echa en los brazos de un campesino que por fortuna pasaba por allí. Es el viejo mujik Maréi, cuyo verdadero nombre es Mark Efrémov. Se hacen amigos. El niño descubre en este hombre simple, pero de corazón generoso y tierno, una nobleza que se trasluce en su mirada clara, directa, serena. Es bueno por naturaleza y transmite la paz de espíritu propia de aquellos que saben instintivamente dónde se encuentra el bien. Dostoievski está convencido de que esas gentes rudas e incultas tienen en su interior una luz divina que es esencial preservar. Las dificultades de una vida miserable de trabajo y sufrimientos ponen en peligro esta semilla milagrosa que existe incluso en los más desafortunados, como Agráfena, la idiota de la aldea de quien conserva un tierno recuerdo. Sacará provecho de este cuarenta años más tarde, cuando incorpora a los personajes de su novela Los hermanos Karamázov el de Lizaveta Smerdiáschaia, una débil mental que sobrevive en la calle gracias a las limosnas de la gente, siempre descalza y desarrapada, pero cuya alma resplandece con ese destello con el que la divinidad ha dotado a todos los seres humanos.

En 1833, la propiedad aumenta con la adquisición de una aldea vecina, Cheremoshnia, donde viven unos ochenta siervos. La familia, ya numerosa, del doctor Dostoievski pasa las vacaciones en el campo, pero los primeros días de otoño los niños regresan al apartamento sombrío y poco acogedor de Moscú. Mijaíl y Fiódor estudian latín con su padre, que se muestra siempre exigente y severo. Para la educación de sus hijos, solicita los servicios a domicilio de un sacerdote y de un tutor francés, Souchard, a quien se le ocurre adaptar su nombre al ruso haciendo un anagrama: Drachousov. Este dirige también una escuela donde los dos hermanos Dostoievski prosiguen sus estudios a fin de alcanzar el nivel necesario para ingresar en uno de los centros más reconocidos de Moscú: el pensionado de Leopold Chermak. A pesar de una situación económica más bien precaria que le hace temer obsesivamente dejar a su familia en la miseria si él muriese, Mijaíl Andréievich no duda en hacer todos los sacrificios necesarios para costear a sus hijos una educación en una escuela de calidad, donde los alumnos no tengan que soportar los castigos humillantes que se imponen indiscriminadamente en las escuelas públicas tanto a los niños de condición modesta como a los nobles —en esa misma época, Lev Tolstói los sufre en sus propias carnes—. Fiódor, particularmente unido a su madre, le escribe a finales de la primavera de 1834 a la casa del campo donde esta se ha instalado para pasar el verano.


Dostoievski
Virgil Tanase
Subsuelo, 2021
376 páginas
22 €

Virgil Tanase nació en Galati, Rumanía, donde recibió el Premio Unión Latina, el Premio Serban Cioculescu del Museo Nacional de Literatura Rumana y el Premio de Dramaturgia de la Academia Rumana. Cursó estudios de letras en la Universidad de Bucarest y de escenografía en el Conservatorio Nacional rumano. Es autor de una tesis de semiología del teatro bajo la dirección de Roland Barthes, y desde 1977 reside en Francia, donde ha llevado a cabo treinta puestas en escena. Es autor de quince novelas en lengua francesa. La última de ellas, Zoïa, fue publicada por la editorial Non Lieu en 2009. En 2011 publicó un volumen de memorias con la editorial Adeva ̆rul, de Bucarest, y la obra de teatro Les Fauves con la editorial Axis Libri. También es autor, en la colección «Folio Biographies», de las obras dedicadas a Chéjov (2008), Camus (2010), Dostoievski (2012) y Saint-Exupéry (2013). Tanase ha hecho adaptaciones para teatro de obras de autores diversos, de Balzac a Anatole France, pasando por Proust y Dostoievski. Su adaptación de la obra de Antoine de Saint-Exupéry El principito fue llevada a los escenarios en París, en el teatro de la Comédie des Champs-Elysées, así como en teatros de otros países.

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