Mitos y flautas

The Notwist: la tristeza era esto

El lanzamiento de 'Vertigo days', de The Notwist, brinda a Sergio Fernández Salvador la ocasión perfecta para revisar la trayectoria de uno de los grupos más singulares de las últimas décadas.

/ Mitos y flautas / Sergio Fernández Salvador /

Hay grupos que desafían las clasificaciones que, con todo, nos sirven para hacernos una idea de por dónde van los tiros. The Notwist es uno de ellos. La exploración sonora es el magma en el que se cuecen los ocho discos de estudio dados hasta hoy por la banda (el último de ellos, Vertigo days, aparecido en este 2021). Fundada por los hermanos Markus y Michael Acher en Alemania en 1989, inició su andadura con dos discos muy próximos en todos los sentidos, The Notwist y Nook, de 1991 y 1992 respectivamente. Eran los años del reinado del grunge, con el Nevermind de Nirvana como cima. El sonido de estos dos álbumes oscila entre el noise y el post-punk, muy en la onda de los noventa: andanadas de distorsión impenitente, velocidad, rupturas y cambios de tempo, canciones cortas y voz en grito. Pero aun en esa selva metalera ya se adivina otra cosa.

Esa otra cosa empieza a llegar en 12 (1995). Encontramos ya temas de antología (de playlist, diríamos ahora) como «The string»; pero a este le sigue una absoluta paranoia como «Instrument». Continúa habiendo distorsión, pero más limpia, no tanto como argumento cuanto como contexto. La voz aparece más recogida, las guitarras menos afiladas, la forma más cuidada. Y por primera vez asoma el rayo de sol del modo mayor, ciertamente poco presente en un grupo tan introspectivo como melancólico.

A 12 le siguió Shrink (1998), considerado por muchos acta fundacional de lo que se llamó indietrónica, etiqueta que funde indie y electrónica y engloba a grupos como The american analog set, Lali Puna, Ms. John Soda o múm, todos ellos bajo el paraguas del sello germano Morr Music. Pero ya Stereolab tiraba de las programaciones electrónicas y esas cajas de ritmos que junto con bajos obsesivamente repetitivos marcaban un ostinato al que también se llamó krautrock; y antes de Stereolab lo hizo Neu! en los setenta. En fin, que con esto de los estilos no sabe uno si ayudan a entenderse o a desentenderse. En Shrink encontramos los primeros glitches (esos samples a modo de fallos electrónicos, como cuando se salta un CD) y coqueteos con el jazz («Another planet») que se mantendrán en trabajos posteriores. En definitiva, ya tenemos al grupo con todas sus facetas y preparado para su mejor trabajo.

Neon golden (2002) es el disco que dio a The Notwist notoriedad (las alabanzas fueron unánimes). Poco rastro queda del noise en este pop de una melancolía luminosa en el que la voz ahilada de Markus Acher se encuentra como en casa, como muestran «Pilot», con su feliz estribillo, y «Consequence», para uno la mejor canción del álbum y de la banda.

The devil, you + me (2013) tiene un sonido aún más ligero, con la peculiar voz de Acher cada vez más segura dentro de su fragilidad. «Good lies» (cuyas armonías traen a la memoria a The radio dept.), «Sleep», «Boneless» o el tema que da título al álbum (una de las escasas baladas del grupo) van también para la selección. Después firmaron Sturm, una banda sonora que no se puede considerar propiamente un disco de la banda. Ni suena a The Notwist ni tiene sentido juzgar la música incidental al margen de las imágenes para las que fue creada.

Close to the glass (2014) es un trabajo más experimental. Predominan los samples (muestras de sonido tomadas en cualquier sitio y de cualquier objeto) y la distorsión sigue perdiendo peso. Los mejores temas son los que más se ciñen al formato de canción convencional: «Casino» o «Run, run, run», con la excepción quizá de la ensoñadora «Lineri», que se va a los nueve minutos y atrapa con su armonía depresiva, subrayada por un bajo sintetizado.

A Close to the glass siguió Messier objects (2015), una curiosidad para incondicionales y coleccionistas que muestra la faceta más experimental del grupo: 16 piezas (objects, las titulan) pensadas para el teatro. Seguidamente la banda publicó un directo (Superheroes, ghost-villans + stuff, 2016) en el que, a lo largo de 100 minutos, los temas se retuercen, se enlazan o se dan a improvisaciones que los estiran, como en «Pilot», que llega a los 13 minutos frente a los 4 de la versión de estudio. Quienes han tenido la suerte de ver a The Notwist aseguran que pocos grupos trabajan tanto sus directos. Tanto que Superheroes puede llegar a abrumar.

Por fin, en enero de 2021 Morr Music lanzó Vertigo days, un trabajo de (aún más) amplio espectro, a lo que contribuyen las numerosas colaboraciones. Es quizá un disco menos electrónico, más orgánico, y de nuevo con elementos jazzísticos. Pero por lo que sea, después de cada ejercicio de exploración The Notwist vuelven a caer en la introspección tristona, con la voz de Acher como indiscutible protagonista. Una tristeza (la de «Loose ends» mismamente) que tiene algo de adictiva, como de no poder dejar algo atrás. La tristeza, sin ir más lejos.


Sergio Fernández Salvador (León, 1975) es autor de los libros de poesía Quietud (2011) y Lo breve eterno (2013), editados por La Isla de Siltolá, así como de la miscelánea Mitos y flautas (2013) selección de su blog homónimoHa sido incluido en la antología Neorrurales: antología de poetas de campo. Desde 1996 reside en Valladolid, de cuyo conservatorio de música es profesor.

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