/ De rerum natura / Pedro Luis Menéndez /
Una sociedad adolescente reúne en sí lo mejor y lo peor de esa edad confusa y convulsa, esos años sin norte en los que cada quien busca asideros, certezas, complicidades; años en los que el presentismo, las pulsiones físicas y emotivas y el miedo adoptan a veces su aspecto contrario. A esa edad es más fácil que nunca ser héroe y villano a un tiempo, las dos caras de la moneda.
Nadie debería ir a la cárcel por un chiste, una broma elaborada para hacer reír a los demás. Pero cualquiera que elija tal medio como profesión debería pensar en la posibilidad de adoptar algún tipo de código deontológico, unas normas éticas en las que puedan aparecer marcadas sus líneas rojas con claridad. Sí, hablo de líneas rojas porque todos y cada uno de nosotros tiene —aunque a veces lo niegue— muy marcadas esas líneas en su día a día.
Responder a las críticas recibidas con la afirmación de que quienes las hacen son idiotas y fascistas resulta tan infantil como la risa floja del pis, caca, teta, culo. Andan revueltos estos días los medios por el juicio a un humorista, David Suárez, que se juega una pena de cárcel por elaborar una serie de chistes sobre las personas con síndrome de Down. El que más ha trascendido dice así: «El otro día me hicieron la mejor mamada de mi vida. El secreto fue que la chica usó muchas babas. Alguna ventaja tenía que tener el síndrome de Down».
Me parece un completo disparate que tal cosa pueda conducir a su autor a la cárcel, pero no puedo ni quiero eludir la idea de que, detrás de sus chistes, se encuentra un individuo de una evidente bajeza moral, aunque tal vez ni él mismo lo aprecie y, por eso, construye un edificio verbal de resistencia al sistema, de cambio generacional y cosas así, como justifica en una entrevista reciente, que no entendemos los dinosaurios de cincuenta para arriba (son sus palabras).
Detrás de cada actuación humana deslumbra o se esconde un fondo ético, unas maneras de posicionarnos ante el mundo que indican la coherencia o incoherencia de nuestro arsenal de ideas, creencias, intuiciones y deseos. No existe ningún ser humano coherente al cien por cien. No está en nuestros genes. Pero, quien más quien menos, sí marca líneas que intenta no traspasar. Una de ellas, por ejemplo, es la de procurar el menor daño posible a quienes consideramos de los nuestros.
Y esa consideración (¿Quiénes son los nuestros?) va dibujando la trayectoria de este deambular que compartimos durante un tiempo, al que llamamos vida. Cualquier capo mafioso, hasta el más sanguinario que podamos conocer, tiene profundamente marcadas unas líneas morales intocables, que bien pueden ser sus hijos o sus perros, no importa demasiado. Lo esencial es que las tiene. Por eso me pregunto cuáles serán las líneas rojas de David Suárez, por pura curiosidad.
La parodia escondida tras la crítica en la película más reciente de Fernando León de Aranoa, El buen patrón, con la que podemos o no estar de acuerdo, personifica en un individuo a un colectivo poderoso, seres humanos detentadores de poder que, en consecuencia, en no pocas ocasiones pueden utilizarlo —y lo hacen— de manera despótica. Podríamos añadir ejemplos de críticas dulces o feroces a todo tipo de poderosos, políticos, obispos o reyes. La crítica al poder como válvula de escape o como deseo revolucionario, la crítica a las castas, es una constante histórica a la que no queremos renunciar, aunque en bastantes lugares del planeta te juegues literalmente la vida por hacerla.
Pero en la España de Lázaro de Tormes, esa España ruin y maliciosa, resulta mucho más sencillo dirigir tus dardos satíricos hacia colectivos o personas muy vulnerables por sus limitaciones físicas o intelectuales. Chistes sobre mujeres, sobre gordos, sobre ciegos o cojos, sobre maricas, sobre tortilleras, sobre monjas, sobre gangosos, sobre locos, sobre enfermos de cáncer, se cuentan por miles. Ya sabemos, la tonta de la clase, la mongola.
Insisto en que posiblemente David Suárez no lo sepa, o no se lo haya planteado nunca, o sólo sea un cínico que aprovecha el tirón mediático para sus propios intereses, pero no encuentro en su obra más que bajeza moral, vulgaridad chabacana. Nadie niega la altísima calidad literaria de Francisco de Quevedo, su dominio del lenguaje, su agudeza conceptual, la casi inalcanzable técnica de sus grandes sonetos de amor, pero, más allá de esto, su talante clasista y misógino se cuela por las rendijas de su obra cuando se lee de él más que lo obvio. Esto no lo hace peor escritor, pero sí puede reflejar su resentimiento social o sus complejos.
Hacer chistes incluso crueles sobre la Monarquía, por ejemplo, resulta hasta saludable en una sociedad democrática, aunque en la mayoría de las ocasiones solo suponga adoptar un papel de bufón. Y al bufón se le toleran cosas que a otros no (también hasta un límite, que se lo digan a Boadella). Pero hacer chistes sobre personas con síndrome de Down no sólo no ayuda a una sociedad enferma de egos, sino que cava una trinchera aún más profunda entre los nuestros y los otros.
Aunque David Suárez no lo sepa, o no quiera saberlo, o quizás por eso aparezca en sus chistes, la despersonalización es un punto clave en cualquier totalitarismo. La tonta de la clase, la mongola, pertenece a los otros. Para mí tiene nombre, María, con sus trece años preadolescentes. La conozco desde hace diez y solo busca, como cualquiera, su lugar en el mundo, en el nuestro.
PD- En la escalera hipotética en que Miguel Gila ocupa el puesto más alto y Arévalo el más bajo, ¿en qué escalón se encontrará David Suárez?

Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016), la novela Más allá hay dragones (2016), y el libro de prosas cortas Postales desde el balcón (2018). Recientemente ha dado a la luz en Trea el libro de poemas La vida menguante (2019) y el poema-libro Ciudad varada (2020) en los cuadernos Heracles y nosotros. Desde 2017 colabora de modo asiduo en El Cuaderno y mantiene una sección semanal sobre poesía y cuentos en el programa La Buena Tarde de la Radio del Principado de Asturias.
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