Creación

Dos quimeras

Dos cuentos surrealistas de Josemanuel Ferrández Verdú: «Biografía del suelo» y «Café Irlandés».

/ cuentos de Josemanuel Ferrández Verdú /

BIOGRAFÍA DEL SUELO

Después de crear el mundo, el Señor se dio cuenta de que había olvidado hacer el suelo. Un detalle en apariencia poco importante, porque en el paraíso había muchos árboles y nuestros primeros padres bien podrían irse por las ramas, igual que sus primos los primates. Sin embargo, con el correr de las estaciones, los hombres comenzaron a sospechar que debía de existir algún tipo de entidad real o irreal, innombrable e indiscernible e ininteligible y omnipotente y omnisciente que era el sostén de todo y a la que muchos desaprensivos pisoteaban para denostarla y desacreditarla.

Un misterio insondable se cernía sobre el espíritu del suelo y muchos cantaban sus alabanzas. Otros que llegaban de largos viajes afirmaban haberlo visto en tal o tal país, emergiendo de la espesura y de lo profundo como un amigo, aparece cuando menos se lo espera. Poco a poco el suelo ganó partidarios, y todos querían utilizarlo en su provecho y defensa. Aparecieron sectas que adoraban al suelo durmiendo cerca de él. Muchos hacían agujeros para demostrar que el suelo existía debajo de la sociedad y de él emanaba toda autoridad y poder.

El suelo ha sido uno de los grandes inventos en la historia de la humanidad. Los primeros homínidos se movían exclusivamente por los árboles porque no creían en la existencia del suelo, hasta que en plena Edad de Piedra se puso de moda y a partir de entonces todo el mundo quería andar por el suelo; era casi una droga. Entonces los hombres bajaron de los árboles y se encontraron pisando fuerte, y esto fue lo que los convenció de la existencia de Dios. Pero los dioses enviaron al ángel exterminador, que esgrimió su espada de tierra y cercenó la esquina del suelo por una de sus partes más íntimas y lo rajó y lo abrió. Por allí salió la soledad solar, imagen y raíz de todo solecismo, que era una mujer bella pero hermosa, y el ángel se quedó de piedra y su espada se congeló de risa. Y el suelo era tan poderoso que llamó a la mujer con una voz llena de maravilla y la sedujo y la amó. Sin embargo, ella se levantó un día y se elevó de nuevo hasta la sociedad.

Esto hizo montar en cólera al suelo, que blandiendo una espada hecha de agua y miel fraccionó la montaña en varias dependencias auxiliares, adonde empujó al océano hasta alcanzar el monte de Venus. Todo esto ocurrió en los tiempos solares, y en un solar que era propiedad de su amo y señor. Pero fue puesto en tela de juicio por los estrategas del imperio, que afirmaban no saber nada de nada. Después alguien dijo no sé qué del suelo patrio y muchos corrieron a ver qué era aquello hasta que apareció un trozo de tierra que parecía suelo patrio y todos dijeron que aquello era un milagro y que el que no corriera a adorarlo era reo de gran tontería y alta tradición folclórica.

Los griegos eran tan inteligentes que querían inventar todas las cosas, y, de hecho, cuando quisieron inventar el suelo, se dieron cuenta de que ya lo estaba. Alguien dijo que lo habían fabricado los troyanos y que gracias a aquel ingenioso mecanismo se habían podido largar con Helena por una ruta poco concurrida. Pero los griegos, orgullosos de su estirpe, no quisieron utilizar el suelo para ir a Troya, de manera que fueron con barcos, pero al llegar, los troyanos se reían de ellos, ya que si se quedaban sobre sus naves no conseguían nada y si se rebajaban a pisar suelo troyano eso sería una humillación internacional. Cuando esto llegó a oídos de Aquiles, montó en la cólera de Aquiles, que era de su propiedad, y echó a correr detrás de una tortuga, que era con lo que le habían hecho llegar el chiste desde Troya. Sin embargo, como había estado mucho tiempo sin perseguir tortugas, no consiguió alcanzar a la de Zenón de Elea, y este, después de una opípara cena, se meaba de risa al ver a aquél grandullón intentando coger inútilmente a la tortuga por el rabo.

Cuando los persas se enteraron de que los griegos ya disfrutaban de suelo patrio, quisieron arrebatárselo, pero fueron derrotados y se llevaron tan solo piedrecillas sueltas. Sin embargo, Roma los derrotó y querían llevarse el suelo de Grecia a su país. Los helenos cubrieron todo el Peloponeso con libros de mitología, de manera que los romanos tomaron aquellos libros por el auténtico suelo y los cogieron y se los llevaron tan contentos. Luego, en Roma, los repartieron entre algunos patricios que al ir a ponerse de pie sobre ellos, como ignoraban las instrucciones de uso, se dieron un tortazo contra el suelo patrio y patricio de Roma, la ciudad eterna. Tanto se les estampó la cara en las calles que descubrieron las termas de Caracalla.

Durante la Edad Media, la Iglesia dijo que el suelo era cosa de brujería y que todo aquel que mantuviera tratos con el suelo sería quemado y abrasado en la hoguera, por lo que la gente procuraba ir volando a todas partes. Pero como era imposible, la Iglesia empezó a quemar a todo el que iba andando por el suelo y era sospechoso de haber mantenido tratos con él. Pero con la llegada del Renacimiento el suelo se convirtió en objeto de especulación. Como acababan de inventarse los espejos modernos, que renacieron junto a muchas más cosas, algunos miraban al suelo a través de esos espejos y veían espejismos, por lo que se especuló mucho con la posibilidad de imitar el suelo pero más arriba, y se construyeron grandes monumentos para intentar que el suelo estuviera en las alturas y no arrastrado por sí mismo.

La revolución francesa y la industrial convirtieron el suelo en un lugar apropiado para la lucha de clases. Las diferentes clases se dispusieron a lo largo de un gran trozo de suelo y se lanzaron unas contra otras, pero como las suelas de los pobres eran de peor calidad, estos no podían correr, y tuvieron que asistir impávidos a esa lucha sin poder participar, como habría sido su ilusión. Tuvieron que venir los hermanos Marx para que todo se aclarara y se comprendiera que en muy poco suelo se podía celebrar una fiesta por todo lo alto y lo ancho de un camarote abarrotado de gente.

Parecía que el suelo patrio había sido olvidado por la comunidad internacional cuando unos pocos románticos se pusieron a llorar y a escribir versos acerca de lo bonito que era el suelo de su pueblo. Todo el mundo se fue a su pueblo y se puso a mirar el suelo con lupa. Fueron inventados los lupanares, que servían para este propósito patriótico, hasta tomar conciencia de lo bonito que era, de manera que la gente empezó a discutir acerca de si el suelo de su pueblo era más bonito que el suelo del pueblo vecino y así surgió la llamada industria del suelo patrio, o hipersuelo, pues fue calificado así por algunos que se sumaron a la afición antigua de extasiarse por las cosas modernas.

Algunos cogían puñados de tierra de sus pagos y lo exhibían en los parlamentos europeos y todos los parlamentarios comenzaron a arrojarse unos a otros puñados de suelo patrio a la cara, con lo que los parlamentos se convirtieron en un lugar muy lindo y apto para plantar coles de Bruselas.


CAFÉ IRLANDÉS

Es muy triste que cualquiera pueda entrar ilegal y clandestinamente en las casas ajenas para hacer arreglos domésticos y mejorar en lo posible el desastre que pueda encontrar en algunas de ellas, con total impunidad.

Cuentan los evangelios apócrifos que don Qixxott adquirió a bajo precio en el mercadillo de San Esteban, en Dublín, una caja de herramientas bendecidas por el deán Swift. Quiso con ellas desfacer un tuerto consistente en arreglar el cuarto de baño del patriota Parnell, ya que la Iglesia católica de Irlanda lo traicionó en su lucha contra la opresión británica, al haberse hecho público, con estupor de las conciencias intachables, el estado de abandono y degradación moral del bathroom del político al que el pueblo irlandés amaba como a un padre. Los obispos le hicieron la vida imposible a Parnell a raíz de ese desafortunado descubrimiento íntimo que rayaba en la herejía y en lo demoníaco.

Llegados a oídos de Kierkegaard tan tristes acontecimientos, este exclamó, en medio del jardín de la iglesia de Elsingor: «Si compras una caja de herramientas, te arrepentirás, si no la compras, también, pero al menos te habrás ahorrado seis o siete coronas que te pueden venir bien si se muere algún amigo y tienes que encargarle alguna corona para el entierro en el jardín de la iglesia». Después de tener esta reflexión ornamental, envió un telegrama urgente a su discípulo Unamuno, contándole con pelos y señales lo sucedido con el cuarto de baño de Parnell y la adquisición por parte de Qixxott, el manco, de la caja de herramientas herrumbrosas, cual lanzas de Juan Benet Hernández, el inagotable defensor de los derechos y los izquierdos, ya que a todos defendía con herrumbrosa y brillante prosa de observatorio.

Cuando el Imperio británico conoció de cerca las intenciones del fontanero de la triste figura, envió a un contrafontanero del MI16, quien se enfrentó al hidalgo acusándolo de pervertir a los jóvenes con falsas promesas de hidalguía y falsas ínsulas no demasiado baratas y con herramientas indignas. El primero en desenfundar los alicates fue el agente especial llamado Bond, James Bond, quien fue confundido en seguida con James Joyce por la crítica especializada, que había asistido al combate en calidad de invitado de honor, ya que el honor es patrimonio del alma, y el alma solo es de Dios, por lo que se celebró una misa eucarística en memoria de Jesús de Galilea y durante el ofertorio, cuando el deán Swift elevó al cielo la patena diciendo: «Recibe, Señor, esta ofrenda que ahora te presentamos para que en la hora de la resurrección no se quede nadie sin resucitar en medio del alboroto».

Qixxott aprovechó para arremeter contra los grifos del baño de Parnell confundiéndolos con grifos y enroscando con toda la fuerza de su brazo heroico y temerario hasta que las tuberías explotaron y sostuvo con ellas desigual combate. Después blandió un trozo de plomo en alto y dijo al espía británico: «Creatura, si no reconoces en menos que canta un pollo manchego que Dulcinea es la más fermosa y alta dama que merodea por la prosa ibérica, entonces escupiré sobre tu tumba». Pero Bond, sin pérdida de tiempo, extrajo una cabina de teléfono portátil plegable y, mientras con una mano entretenía mediante juegos malabares al heroico fontanero, con la otra llamó a otro agente llamado Hamlet, contratado por el MI16 en el siglo XVI, en la pútrida Dinamarca, como analista de dudas.

—Tengo aquí a don Quijote de la Mancha —le dijo.

—¿Dónde?

—En un lugar de cuyas coordenadas no quiero ni acordarme.

—¿Y qué?

—Que amenaza con hacer un arreglo tan caballeresco del baño de Parnell que los obispos irlandeses apoyarán la causa irlandesa si no reconozco a Dulcinea como la más alta señora del canal.

—¿De qué canal?

—¿De qué canal va a ser, pedazo de indeciso, del uno, del cinco? Del de la Mancha, hombre, del de la Mancha.

—Reconocer o no reconocer —dijo Hamlet—, ¿qué es mejor para el hombre? ¿Soportar las exigencias de los novios más incandescentes y dulcineos o ir a ver uno mismo a esa moza y darse cuenta de lo despistado que anda el agente manchego, turbio de literatura?

—¡Que es para hoy! —dijo Bond.

Hamlet cogió una carabela portuguesa, confundiéndola con una calavera, que tenía aparcada en el amarre para casos de extrema necesidad, y apareció en el cuarto de baño a través de un sumidero de postín y dijo: «Aquí huele a asno podrido, y en Dinamarca también». Claro, acababa de llegar Dalí para pintar a Dulcinea, para que Bond viera cuán alta dama es, y ha venido en un asno que nada más llegar se pudrió de un modo surrealista.

Hamlet y Bond también querían que Dalí les hiciera un retrato surrealista, pero Swift dijo ite misa est y todo el mundo tuvo que salir de allí tan deprisa que se armó un enorme barullo, lo que obligó al Gobierno británico a firmar la independencia de Irlanda justo el mismo día que Joyce le pedía prestados tres chelines a su amigo Gogarty para irse de putas, pero su también amiga Lady Gregory habló con el cardenal Newman para que se le concediera indulgencia plenaria al poeta por la publicación reciente de un artículo sobre unos poemas de Yeats en los que se menciona repetidamente un carro de heno tirado por bueyes y un lago rodeado de cardos, acerca del cual corrían rumores sobre un posible encuentro entre el dios Pan de los griegos y una hippie de gales que se las daba de haber almorzado con un grupo de terroristas del Úlster del Sinn Féin y sin afeitar.

Entonces Unamuno, que había estado callado observando el proceso kafkiano, apareció en compañía de Jesucristo. Qixxott exigió de inmediato a nuestro Señor que reconociera a Dulcinea como la más alta dama desde Jerusalén hasta Oviedo, a lo que Cristo respondió:

—En verdad te digo, ¿pero es que no sabes quién soy, pedazo de bachiller?

—Mi brazo es tan poderoso que, con esa barba y esos pelos, no te había reconocido, pero ahora sé que eres el mago Maravillas, y no pienses que me vas a embaucar con tus malabarismos.

—Soy el Hijo del Hombre y tú eres Qixxott y sobre tu tumba las academias celebrarán actos irrisorios, homenajes y pompas mujeriles y bizarras, pero el cielo y la tierra pasarán antes de que el Hijo del Hombre venga con las trompetas del apocalipsis a tocar una samba griega de esas de agárrame por el cogote.

—No soy yo hombre de agarrar a nadie por muy hijo de su padre que sea. Ahora bien, si lo que quieres es recibir un mandoble como Dios manda, no tienes más que negarte a ir al Toboso y presentar tus respetos a aquella dulcísima y clarísima señora que anda por los prados como embebida en su propia y natural virtud que arrastra medio dormida por entre los lirios del valle.

—Ni Salomón con todo su cash se vistió con la elegancia de los lirios del valle, ni los pajarracos se preocupan de buscar alimento y aun así el señor los convida a diario a alpiste y bogavante, así que no tienes apenas que preocuparte de anunciar la desenvoltura de tu pareja de hecho, pues eso es lo que sois ambos.

—¿Pareja de qué? —dijo Qixxott el Bueno.

—Bueno, quiero significar que, con tanta alabanza y engatusamiento, en realidad no tenéis papeles ni nada, y ningún cura de esos que andan por ahí dando la tabarra con lo mío (que no es moco de pavo) os ha convocado y os ha hecho las amonestaciones aconsejables para un buen arreglo con la decencia debida.

—¿Y tú crees que, si yo hablo con el cura y el barbero de Sevilla de Rossini, podríamos arreglarlo antes de que todo se vaya por el sumitorio?

—¡Hombres de poca fe! —dijo Unamuno, que había estado escuchando la conversación detrás de una cortina de humo—. ¡Qué barbero ni qué barbero! Antes preferiría amonedar otra insolencia que tratar con barberos de aquellos que prefieren ejercer la cochina lógica de Russell antes que reconocer la piedad del corazón humano como síntoma de la falsedad de la vida del hombre y su agonía cristiana y hasta bárbara y tragibárbara.

—¿Quién es este —dijo Qixxott el manco de Lepanto—, y qué astucias pretende contra mí y contra mi caballo?

—Sepa mi buen Quijanoso que nunca he de hendir mi honrado verbo en nada que no convierta en trágica la sustancia de la agonía transitoria de la existencia inevitable del sentimiento poético.

—Qixxott estuvo a punto de arrimarle un terrible espadazo, pero se le desencajó el hombro y además la espada salió por los vientos volando en volandera metáfora hasta clavarse en el costado de Cristo resucitado, que recibió allí mismo un poco de vinagre en la herida provocada por la ira del hidalgo.

—Padre, que pase pronto de mí este cáliz, ya que entre este par de energúmenos me van a amargar la resurrección, de la que aún estoy tierno.

Por fortuna uno de los evangelios apócrifos que llevaba siempre encima por si las moscas detuvo un poco la espada y lo salvó de una muerte segura. Hamlet acudió enseguida a socorrer a Jesús como buen samaritano que era.

—No sabía que fueras de Samaria —le dijo Cristo.

—Yo tampoco —dijo el príncipe—, pero estuve allí de vacaciones con un grupo organizado hace años y recorrimos algunos caminos, donde las agencias nos ponían a hombres medio muertos para que los turistas pudiéramos ayudarlos y hacer así turismo cristiano, ejerciendo el samaritanismo de verano por un pequeño suplemento.

A continuación se acercó Joyce, que, viendo la situación, aprovechó para pedirle prestado a Jesús unos denarios sueltos para tomarse unas pintas con unos amigos.


José Manuel Ferrández Verdú (Orihuela, 1953) es escritor y dibujante. Ha trabajado como escribiente durante treinta años y ha ganado un premio de cuentos  cortísimos acerca de las costumbres secretas de los irlandeses, titulado O’Connor y publicado en esta misma revista. Así mismo, ha publicado relatos en las revistas La Lucerna y Empireuma, es colaborador habitual de la revista El Murmullo, que dirige Manuel Susarte, y ha escrito la novela La Torre de los Músicos, publicada en formato digital en Scribd, así como el libro Doce novelas imposibles, inédito, siguiendo el modelo de las novelas ejemplares de Cervantes,  admirable poeta español de los siglos XVI-XVII.

Acerca de El Cuaderno

Desde El Cuaderno se atiende al más amplio abanico de propuestas culturales (literatura, géneros de no ficción, artes plásticas, fotografía, música, cine, teatro, cómic), combinado la cobertura del ámbito asturiano con la del universal, tanto hispánico como de otras culturas: un planteamiento ecléctico atento a la calidad y por encima de las tendencias estéticas.

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