/ una reseña de Carlos Alcorta /
Dámaso Alonso nació en Madrid en 1898, ciudad en la que falleció en 1990, y fue poeta «solo a rachas», como en alguna ocasión se le ha definido. Su labor fundamental se ha desarrollado en el ámbito de la filología. Fue catedrático en las universidades de Valencia y Madrid además de ejercer como profesor en universidades americanas e inglesas durante algunos años. En 1968 fue elegido presidente de la Real Academia de la Lengua. Su primer libro, Poemas puros, poemillas de la ciudad, data de 1921. Tras un periodo de más de veinte años de silencio, en 1944 publica dos libros: Oscura noticia ―cuyo título proviene de un verso de san Juan de la Cruz y recoge poemas escritos entre 1919 y 1924― e Hijos de la ira. Este último título se convertiría pronto en una obra de referencia para los poetas de posguerra, inaugura lo que se ha convenido en llamar poesía desarraigada e influye de manera decisiva en la llamada poesía social.
Alonso se consideró, poéticamente hablando, más cerca de la primera generación de posguerra que de la Generación del 27, probablemente porque fue a partir de estos dos títulos cuando encontró su voz más personal: una voz desgarrada de tono existencial que apuesta por un lenguaje prosaico, el más apropiado para trasmitir el dolor y la indignación por los violentos acontecimientos que le había tocado vivir ―la guerra civil española y las dos guerras mundiales―, un lenguaje capaz de establecer un vínculo irrompible entre el sentimiento con la historia, muy diferente del esteticismo que predominaba en su primera entrega, tan cercano a la poesía pura e intimista de herencia juanramoniana, como el propio título delata. Llama la atención, además, la creencia en un Dios omnipotente que, sin embargo, no se manifiesta en toda su potestad ―«el Dios de Dámaso Alonso es un Dios silencioso, hasta el punto de hacernos dudar a veces de su existencia», escribe Menzio― como único camino de salvación.
Aunque el carácter imprecatorio no está del todo ausente, en estos poemas el ser humano se convierte en el protagonista central y la idea de que gracias a la fe este conseguirá la redención y el perdón fecunda toda su poesía. El propio poeta lo explica con unas palabras que hoy en día no han perdido vigencia: «Para otros, el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de toda armonía y de toda serenidad. Hemos vuelto los ojos en torno, y nos hemos sentido como una monstruosa, una indescifrable apariencia, rodeada, sitiada por otras apariencias tan incomprensibles, tan feroces, quizá tan desgraciadas como nosotros mismos… Y hemos gemido largamente en la noche. Y no hemos sabido hacia dónde vocea».
Aunque Gozos de la vista es una de sus últimas obras (vio la luz en 1981), algunas de sus partes se publicaron ente 1954 y 1957, lo que ha provocado cierta desubicación crítica. Probablemente fue una decisión voluntaria del poeta, para distanciarse de alguna forma de la fuerza centrípeta de Hijos de la ira y Hombre y Dios (1955), escrito al tiempo que Gozos de la vista. Dámaso Alonso, siendo muy joven enfermo gravemente de la vista y no resulta improbable que esta circunstancia alentara la escritura de este libro. Según Pino Menzio, el autor de esta edición, Gozos de la vista «se podrá considerar un texto de carácter “perceptológico”, es decir, marcado por la exaltación, posiblemente un poco ingenua, del sentido de la vista: interpretado […] como superior a los demás sentidos y celebrado por su capacidad de captar colores, los matices, los contrastes formales de la realidad…». Los ojos y la luz adquieren, por tanto, una importancia capital para percibir el mundo: «Mis ojos inventores crean la luz./ Colaboran a cada millonésima parte de segundo/ en el plan providente de la gran Creación:/ prolongan Creación, inventan luz».
El hombre se hace así cómplice de Dios en la creación y contribuye además a perfeccionar con su mirada la obra divina: «Sí, me eriza de espanto pensar que ni a Dios mismo/ le es dado deponer ―ni un instante―/ la cuidad sin riberas de su vista,/ tan lejos de la humana:/ que para ver, humanamente,/ su Creación,/ necesita mirarla/ a través de mis ojos,/ a través de los ojos/ del Hombre». Estos ojos, sin embargo, no son unos ojos cualquiera: son los del poeta, un ser este que, gracias a la palabra poética, por su carácter simbólico y metafórico logra desvelar los oscuros resortes de la realidad: «El objeto del poema no puede ser la expresión de la realidad inmediata y superficial ―escribe Alonso―, sino de la realidad iluminada por la claridad fervorosa de la Poesía: realidad profunda, oculta normalmente en la vida, no intuible, sino por medio de la facultad poética, y no expresable por nuestro pensamiento lógico».
La relación de dependencia entre el Hombre y Dios a la hora de completar el proceso de la Creación es notoria en muchos momentos de estos poemas, pero quizá sea más explícita en los versos que ponen fin al volumen: «Yo digo “Dios”, y quiero decir “te amo”,/ quiero decir “Tú que me ardes”, quiero decir “tú, tú, que me vives, vivísimo, alertísimo”,/ te digo “Dios”, como si dijera “deshazme, súmeme”,/ como si dijera “toma este hombre-Dámaso, esta diminuta incógnita-Dámaso,/ oh mi Dios, oh mi enorme, mi dulce Incógnita». El objetivo final de Gozos de la vista no es otro que dejar testimonio de la felicidad que supone el poder contemplar el mundo físico en general y, en particular, las cosas, los objetos de su entorno con los cuales se establece una relación de dependencia. A través de los ojos, el poeta entona un canto de gratitud que no es solo contemplativo ―gracias a los ojos puede captar la realidad en su mayor amplitud―, sino activo, porque el lenguaje las reconstruye y las perfila hasta convertirlos en gracia y luz de la existencia.
Selección de poemas
Oración por la vista humana
Oh Dios, guarda mis ojos, guarda estos zumos sápidos
que me penetran misteriosos y «color» nombro.
Protege esta vidriera por la que llevo un mundo
inocente, encendido dentro de mí.
Muy cerca,
fanales semejantes me contemplan: protégelos.
Qué hermosos son: Dios mío, haz que siempre me miren
aquellos ojos negros en que te vi más límpido
reflejar tu belleza, y los amé por eso
(finito e infinito, en un reflejo único).
Y protégeme aquellos circundados de arrugas
(tersos cuando yo niño), y diles que no lloren.
Bendice los que ahora, a través de mi verso,
reciben en chispitas tus lejanos efluvios.
Si me quieres llevar, llévame entero. Pronto
para partir estoy; pero nunca me dejes
huérfano de color, acá torpe en las salas
de las tres dimensiones lóbregas, tanteando,
triste lombriz de tierra, borrosa larva en duelo,
con el zumo, la pulpa del color, aún vibrante,
ardiendo en mi memoria. ¡Entero, hacia tus gozos!
Del gozo del color —mi cielo— iré a tu cielo
que me eriza (soy hombre), para ver con tus ojos
tus paisajes unánimes. Como hoy tú ves los míos
a través de mis ojos. Y aprenderé de súbito
—cuando esta luz variada se me cuaje en un hielo—
la delicia suprema, la gran monotonía
de la divinidad, toda luz blanca. ¡Llévame!
Mas, entre tanto, deja que beba esta hermosura,
tu inmediato reflejo, traducción de tu esencia
a nuestro idioma bajo: lo que la carne puede
columbrar, desde lejos, de tu presencia enorme,
simplísima, extrañísima para el mortal. Oh, deja,
déjame que me embriague en estas lumbraradas,
verbena de este mundo, la fiesta que a los niños
mortales —cual juguete— al lado pones, hasta
nuestro estirón, el gran estirón hacia ti.
(Oh niños en la vida, sólo adultos en muerte.)
Déjame: un niño ávido soy. En juego me embriago.
Bebo colores, forma. A borbotones, vida.
Bebo en color la vida.
Oración por los colores
VERDE
Consérvame los verdes
con que el agua se expresa en tanto amor (follaje)
sobre la tierra (pradizales, choperillas,
en giro, desde el tren). Consérvale sus verdes,
su antiguo halago a este planeta en que yo vivo,
tan calcinado y triste.
ROJO
Labios. La sangre, el alma,
se transparentan, rojas. Sí, besarlos, morderlos,
oh muchachas, oh vida. (Los hematíes suben
por intrincados cauces, desde el tuétano lóbrego.)
Ay, Dios de Dios, yo amo lo rojo de la sangre.
AZUL
Azules que te velen, en el mar, en el cielo,
tu inocencia, extendida entre el aire y las aguas,
la siesta de ese sueño con que soñaste el mundo.
Prolónganos el lento azul de tu soñar.
OCRE Y AMARILLO
Y también tu tristeza: tus enlutados ocres,
los arduos amarillos primigenios, aquella
vibración inicial, cual madeja, nostálgica
ya, hacia música y verso, nebulosa amarilla,
esencial, emanante melancolía absorta,
mientras la Creación en espiral rodaba.
Sí, también la tristeza, tristísimos colores:
en mi raíz más honda me fluye la tristeza,
venero mío, de hombre. ¡Flúyeme, dulce, dulce
tristeza!
VARIEGADO
¡Señor, quiero variación! Matices
de raso o jaspe, alegres variegados, calientes
claroscuros. Los choques, en destellos y chispas,
de diamantes y sol; o sol y muslos y agua
chapoteada: ninfas en fuga. O sombra mórbida
de anchas hojas espesas, carnales, donde brillan
fosforescencias turbias. O manchas y jirones
de los colores híspidos, como gritos hirsutos:
duras centellas verdes, los yesos heridores,
las vibraciones próximas al ultravioleta
letal: color, color, color.

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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