/ por Juan Granados /
Artículo originalmente publicado por Crítica.cl el 8 de noviembre de 2021
Tanto T. S. Eliot como Albert Camus opinaron sobre la obra de Simone Weil: el primero indicó que se trataba de prolegómenos de política que merecen ser leídos por los jóvenes antes de que la propaganda pública nuble su juicio; el segundo, editor y enamorado de Weil, considerará que la obra de esta será una de las más importantes del fin de la guerra. Sobre la mujer Simone de Beauvoir dirá: «Me intrigaba por su gran reputación de mujer inteligente y audaz. Por ese tiempo, una terrible hambruna había devastado China y me contaron que cuando ella escuchó la noticia lloró. Estas lágrimas motivaron mi respeto, mucho más que sus dones como filósofa. Envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero». La vida, el pensamiento y la obra de la francesa Simone Adolphine Weil, filósofa menor para algunos, se vertebraron y sintetizaron en una frase suya: «La desgracia de los otros entró en mi carne». Esta expresión es tan emblemática como polémica, y más aún, incómoda.
Simone Weil no solo sintetizará o articulará vida, pensamiento y obra: también será una crítica, desde su juventud, en especial, de la doctrina marxista, quizás la única de la época que pensaba con ahínco la libertad, la revolución y la igualdad humanas. Este trabajo, como apunte, se divide en tres partes. En un primer momento, se indicarán algunos datos biográficos, hasta 1934, año en que escribió Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social. En un segundo momento se tratará brevemente de esta obra, «Testamento personal» de Simone Weil y, en un tercer momento, se pondrá de relieve la crítica a Marx y el marxismo que inició Weil en sus Reflexiones, en el primer capítulo, titulado «Crítica del marxismo», que continuará con un texto titulado «Sobre las contradicciones del marxismo» y terminará con un ensayo incompleto del 43 con el nombre de «¿Hay una doctrina marxista?». Esta crítica al marxismo puede considerarse como un antecedente importante de su reformismo revolucionario o propuesta de disminución de la opresión social. No se esperen conclusiones, sino, más bien, una invitación a la lectura de la obra de esta filósofa.
Simone Weil: crítica de Marx y del marxismo
Simone Weil nació en el seno de una familia judía, pero agnóstica, el 3 de febrero de 1909. Su padre era un médico renombrado y su hermano mayor por tres años, André Weil, un matemático brillante. Estudió filosofía y literatura clásica en el Liceo Victor-Duruy en París. En 1925 ingresó al Liceo Henry-IV, en el que fue alumna de Alain (Émile Chartier). A los diecinueve años ingresó, con la calificación más alta, seguida por Simone de Beauvoir, en la Escuela Normal Superior de París. Se graduó a los veintidós años y comenzó su carrera docente en diversos liceos. Al comienzo de los años treinta, parte por algunas semanas a Alemania y a su regreso escribe algunos artículos donde expresa con lucidez hacia dónde se dirige el fascismo allá. A los veintitrés años fue transferida del liceo donde trabajaba por encabezar una manifestación de obreros. Los problemas con los superiores de los liceos se suceden, por cuestiones políticas y de metodología docente, lo que significó que una y otra vez fuera transferida. Por esta época conoció a León Trotski en París, con quien discutió sobre la situación rusa, Stalin y la doctrina marxista. Antiestalinista, participó desde 1932 en el Círculo Comunista Democrático de Boris Souvarine, a quien había conocido por intermedio de Nicolás Lazarévitch. A los 25 años abandonó provisoriamente su carrera docente y en 1934, y 1935, trabajó como obrera en Renault: «Allí recibí la marca del esclavo», dirá.
En 1934, en junio, inició la purga del partido nazi. Adolf Hitler, en agosto, fue nombrado presidente y canciller de Alemania y se le otorgó el título de Führer; en octubre tiene lugar en Asturias (España) la revolución que dio, por quince días, el poder a la clase obrera; y en este año Simone Weil escribe sus Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social. En 1935 publicó La condición obrera. Participó en la huelga general de 1936. Militó apasionadamente por un pacifismo intransigente, pero, al mismo tiempo, se comprometió con la columna anarquista Durruti, que luchó contra Francisco Franco dentro del bando republicano español. Fue periodista voluntaria en Barcelona y se incorporó al combate armado en Aragón. Allí aprendió a usar el fusil, pero nunca se atrevió a dispararlo. De esta cruda experiencia, le quedó el amargo sentimiento de la brutalidad y el sinsentido de la guerra. En 1941, en Marsella, trabajará como obrera agrícola.
Las Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social son una obra póstuma, que Weil consideró siempre su testamento. Este libro fue considerado por la misma Weil como su obra principal. Varias ocasiones habló de él a quienes la rodeaban. Cada vez más, en cartas y comentarios, se testimoniaba la importancia particular que atribuía al ensayo. Para presentar este texto, nos serviremos de las palabras de la misma Weil. En 1940 escribió a un amigo:
«Hay en París, en mi portafolio, un texto en prosa, bastante largo, dactilografiado, cuyo título no recuerdo, pero que tiene como epígrafe una cita de Spinoza. Es esencialmente un análisis de la opresión política y social, de sus causas permanentes, de su mecanismo, de sus formas presentes. Data de 1934. Es muy actual, sin embargo. Creo que valdría la pena de que no se perdiera. Pero no sé si sería prudente que usted se lo llevara a su casa. Léalo y juzgue usted mismo […] Ahora lamento mucho no haberlo publicado. Quería primero reescribirlo a causa de la imperfección de la forma, y mi estado físico me lo ha impedido siempre. Ahora no se lo puede publicar. En cambio, se puede publicar el poema. Se lo confío. No lo olvide. Pues yo no me ocuparé más y aunque no se pueda prever lo que el futuro nos traerá, parto sin ánimo de volver. No es simplemente a causa de las circunstancias. Siempre pensé que partiría así alguna vez».1
El epígrafe de Spinoza es el siguiente: «En lo que concierne a las cosas humanas, no reír, no llorar, no indignarse, sino comprender». Pero hay otro epígrafe que también debe atenderse, uno de Marco Aurelio: «El ser dotado de razón puede hacer de todo obstáculo materia de su trabajo y sacar partido de ello».2 Ambos epígrafes señalan tanto la metodología como el proyecto emprendido con sus Reflexiones: hacer de las condiciones humanas de vida y sus obstáculos materia de trabajo, de comprensión. Las Reflexiones señalan el punto de inflexión entre una etapa de la vida de Simone Weil, marcada por el activismo y la militancia sociales y políticos, y una etapa de replanteamiento y esfuerzo de comprensión de esos mismos problemas sociopolíticos en el plano de la cultura y de la realidad humanas, lo que no significa el distanciamiento de aquellas luchas por la justicia.
Las Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social son el análisis de las condiciones de posibilidad de la liberación y la disminución de la opresión. Dicho análisis distingue entre opresión y subordinación. Esta se debe a los caprichos individuales, dice. Aquella se da cuando hay separación entre los que ejercen y los que soportan. En este sentido, si el trabajo manual es el centro de la cultura, la separación creciente a lo largo de la historia entre la actividad manual y la actividad intelectual no ha sido sino la causa de la relación de dominio y poder que ejercen los que manejan la palabra sobre los que se ocupan de las cosas. De ahí surge la sociedad que cerrará y aplastará a los individuos en límites estrechos por medio de reglas. En la fábrica, por ejemplo, se reduce al obrero a un engranaje, a un instrumento en manos de los dirigentes. Más aún, el progreso técnico de los medios de producción, en el que tanta confianza depositaron Marx y sus seguidores, no garantiza la disminución de la opresión. De hecho —señala Weil— en ocasiones resulta vano, desde esa perspectiva, aligerar el peso doble que suponen sociedad y naturaleza.3
Pacifista radical, luego sindicalista revolucionaria, pensará que sólo es posible dar solución a la opresión a través de un reformismo revolucionario. Los pobres están tan explotados que no tienen la fuerza de alzarse contra la opresión y, sin embargo, es absolutamente imprescindible que ellos mismos tomen la responsabilidad de su revolución. Por eso es necesario crear condiciones menos opresivas mediante avances reformistas para facilitar una revolución responsable, menos precipitada y violenta. Estos avances reformistas consisten en la creación de una vida menos inhumana por medio del estímulo de las capacidades de pensar y actuar individuales, en enseñar a no subsumir la voluntad a la historia, en descentralizar la economía y dejar de dar tanta importancia a la técnica y las máquinas, tan unidas a la opresión como la ideología capitalista. La civilización actual —concluye— supone elementos para aplastar al hombre, pero también tiene elementos para liberarlo.4
El análisis anterior, apenas esbozado como preámbulo a lo que interesa exponer, se inicia con un diagnóstico de la sociedad de su tiempo que, a su vez, se engarza con la anunciada crítica a Marx y el marxismo.
El panorama de la situación social mundial en 1934 descrito por Simone Weil no es nada halagüeño. Todo debe replantearse —señala—, porque todo se desvanece. El triunfo de los autoritarismos solo es una parte de un mal más profundo. Se vive, dice, en una época privada de futuro. La sociedad está cerrada a los jóvenes. Más aún, el progreso ha fracasado. En lugar de bienestar trajo miseria física y moral. Piénsese en las guerras: todas las innovaciones técnicas han sido bélicas. El progreso científico es inútil por la especialización y la imposibilidad de abrazarlo por completo. La experiencia demuestra que el conocimiento de los científicos no puede ser el conocimiento de las masas. Lo que a estas se da no es sino una caricatura del conocimiento y dicha caricatura las habitúa a la credulidad. Y el trabajo no se realiza con conciencia de utilidad, sino que se ha vuelto un humillante y angustioso privilegio. El progreso técnico no ha reducido el trabajo, porque la nueva técnica supone un mayor esfuerzo tanto para su uso como para su producción y su explotación. No hay forma de reducir el esfuerzo humano.
Desde 1789 la palabra mágica, rica en esperanzas, ha sido la palabra revolución. Simone Weil constata que su sentido ha decaído: nada puro o sano tenía en aquella época, ni ahora. La clase obrera ha perdido toda espontaneidad. Frente a esto, a ojos de Weil, se impone el deber de preguntar si (la) revolución es más que una palabra, si tiene contenido preciso, si no es un engaño suscitado por el capitalismo, si no es una sombra, una quimera, por la que ha corrido demasiada sangre, como parte del proyecto de replantearse todo. Y en el punto de partida de esta tarea, la de preguntar por el sentido de la revolución, está Marx.
Muchos —precisa— han encontrado (o han creído encontrar) apoyo a sus sentimientos revolucionarios en Marx. No obstante, ha de aceptarse que la demostración de la abolición del capital dada por él se ha asumido sin crítica, revisión o examen. De hecho, sin inquirir científicamente, el socialismo científico ha sido convertido en dogma. La demostración de la abolición del capital de Marx, empero, implica más dificultades que las supuestas por el socialismo científico. Esto ya lo había constatado mucho tiempo antes. En su ensayo «Sobre las contradicciones del marxismo», señala que desde su adolescencia encontró, además de la asunción acrítica de la supuesta demostración marxiana de la abolición del capital, contradicciones y lagunas tanto en El Capital de Marx como en los textos de los llamados marxistas:
«Cuando, todavía en mi adolescencia, leí por primera vez El capital, me saltaron a la vista en seguida ciertas lagunas y contradicciones de la mayor importancia. En ese momento su misma evidencia me impidió confiar en mi propio juicio. Me decía a mí misma que muchas personas inteligentes adictas al marxismo hubieran debido percibir también estas incoherencias y lagunas tan claras; que por cierto las unas hubieran sido llenadas, y las otras resueltas, en otras obras de doctrina marxista. ¿No ocurre acaso que muchos jóvenes ahogan sus dudas mejor fundadas, por desconfianza en sí mismos? En cuanto a mí, en los años siguientes el estudio de los textos marxistas, de los partidos marxistas o que se dan a sí mismo ese nombre, y de los acontecimientos mismos, sólo ha confirmado en mí el juicio de mi adolescencia. Por tanto, no es que yo considere defectuosa a la doctrina marxista por comparación con los hechos, sino en sí misma; o más bien, creo que el conjunto de escritos redactados por Marx, Engels y quienes los han tomado por guías no constituye una doctrina».5
«El conjunto de los escritos redactados por Marx y Engels […] no constituye una doctrina», porque además de las contradicciones internas de la teoría, los partidarios y adversarios han asumido acríticamente o que hay una doctrina marxista o que las demostraciones de Marx son demostraciones en sentido estricto. En «¿Hay una doctrina marxista?», Simone Weil dice: «Muchas gentes se declaran o adversarios o partidarios mitigados de la doctrina marxista. Casi no piensan en preguntarse: ¿Marx tenía una doctrina? No se imaginan que una cosa que ha suscitado tantas controversias pueda no existir. Sin embargo, el caso es frecuente […] Después de un examen atento quizás haya que responder negativamente».6
Además de no encontrar una doctrina en Marx, destaquemos ahora las contradicciones encontradas por Simone Weil. Por una parte, Marx, en El capital, explica el mecanismo de la opresión capitalista tan bien que no puede imaginarse cómo dejaría de funcionar. Téngase en cuenta que para lograr esto reduce todo a economía. La razón de la explotación por los capitalistas no está en el goce y el consumo, sino en el afán de agrandar la empresa para hacerla más poderosa que la competencia. Mientras haya lucha por el poder y el factor victoria sea un producto industrial, habrá necesariamente explotados. Marx —dice Weil— suponía, sin probarlo, que en el socialismo, una vez establecido, desaparecería la lucha por el poder. Cosa que los hechos refutaron. La revolución no puede hacerse igual en todas partes y, si llegara a hacerse, necesariamente supondría competencia y lucha tanto entre quienes participan en la revolución como entre los revolucionarios y los no-revolucionarios, como efectivamente sucedió con la Revolución rusa.
Por otra parte, la fuerza de la burguesía para explotar y oprimir a los obreros reside en los fundamentos de la vida social, que no puede ser —asegura la filósofa francesa— abolida por una transformación política o jurídica. Por fuerza de la burguesía entiende régimen de producción moderna, es decir, la gran industria. Marx destacó que los trabajadores no eran sino engranajes de las fábricas. Dicho de otra forma, el maquinismo proliferante ha hecho que el hombre desaparezca. El obrero, en este sentido y como consecuencia, se subordina más a la estructura de la fábrica que al régimen de propiedad. La estructura de la fábrica, donde los obreros y los patrones cumplen con su rol de acuerdo con su especialización, se repite en la cultura. Se vive una cultura de especialistas, en la que se separa entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. La ciencia monopoliza el conocimiento. Los profanos solo tienen acceso a los resultados y no a los métodos. Los profanos creen, pero no asimilan. El socialismo científico adolece de lo mismo: ha quedado como monopolio de algunos intelectuales.
Para Marx, la opresión estatal se da por medio de aparatos de gobierno permanentes, distintos de la población, a saber, burocráticos, militares, policiales, etcétera. Olvidó que la opresión se da también en los obreros mismos, al margen de los aparatos de gobierno. El movimiento obrero reproduce los vicios de la sociedad burguesa. Toda la civilización se funda en la especialización, que implica la subordinación de los que ejecutan a los que coordinan. Los líderes del movimiento obrero, permítaseme aclararlo, son los que coordinan; son los patrones de dicho movimiento. El resto ocupa un lugar específico dentro del movimiento. Así las cosas, la fábrica se repite incluso en la base de la revolución augurada por Marx cuando dijo: «Obreros de todo el mundo, uníos» en el Manifiesto del partido comunista. Piénsese también en Lenin y los bolcheviques, los más, que llevaron por la fuerza la revolución a quienes no eran capaces de llevarla a cabo por sí mismos. La fábrica se repite.
Para Marx y los marxistas el desarrollo de las fuerzas productoras suponía el cambio de clases sociales. La tarea de los revolucionarios, los intelectuales del socialismo científico, consiste más —dice Simone Weil— en la emancipación de las fuerzas productoras, no en la emancipación de los hombres. De acuerdo con ellos, la perfección técnica llevaría a la liberación del hombre para el desarrollo de sus capacidades. Marx y los marxistas saben que las transformaciones sociales jamás van acompañadas de una clara conciencia de los alcances de esas transformaciones. Admiten, empero, que las fuerzas productoras poseen una virtud secreta que permite superar obstáculos. Se trata de una verdad evidente, aunque sin demostración: «la capacidad ilimitada de las fuerzas productivas». Esta verdad es la base de la revolución marxista, pero no tiene carácter científico. Para entender esta fe de Marx y los marxistas en la capacidad ilimitada de las fuerzas productivas es menester —dice Simone Weil— acudir a Hegel. Para este el Espíritu oculto del mundo tendía a la perfección. Marx corrigió a Hegel y sustituyó Espíritu por Materia como motor de la Historia. Dio la especificidad del Espíritu a la Materia, como si esta pudiera aspirar a ser mejor. Y esta opción resultó para desgracia de Marx la confirmación del capitalismo: la religión de la industria no es sino la religión de la materia a la que sucumbió Marx. En otras palabras, creer que en la voluntad individual converge una voluntad misteriosa es creer en la providencia. Todas las religiones hacen del hombre objeto de esta. El socialismo científico hace lo mismo: pone al hombre al servicio del progreso histórico, del proyecto de producción. Aunque Marx aspiraba a la libertad e igualdad, la URSS las negó. Marx hace uso de un vocabulario en sus expresiones que parecen religiosas o místicas, por ejemplo: «La misión histórica del proletariado». Si el socialismo científico es una religión, entonces, ha funcionado con y para muchos, dice Simone Weil en «¿Hay una doctrina marxista?», como otras religiones, esto es, «como opio del pueblo».
En sus Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social indica que, además del análisis económico, y al margen de considerar el materialismo como una religión o una doctrina, el gran hallazgo de Marx es el método de acción y conocimiento, el materialismo dialéctico. La gran idea de Marx es que «en la sociedad lo mismo que en la naturaleza nada se efectúa sino por transformaciones materiales».7 Este método —se atreve a decir Weil— está virgen. Ningún marxista se ha servido de él, ni siquiera el propio Marx. La única idea preciosa de Marx fue olvidada. No es raro que los movimientos sociales surgidos de Marx hayan fracasado. Haciendo uso adecuado del método se descubre con facilidad que el progreso no ha sido tal. La complejización y el aumento de necesidades hacen del progreso más bien una regresión, si es que se entiende aquel como mejoría de las condiciones con menor esfuerzo y gasto. Pero la técnica supone más esfuerzo que el ahorrado. Esta opinión sobre el método, sin embargo, no sobrevivirá. En 1943, en su «¿Hay una doctrina marxista?», declarará que el concepto materialismo dialéctico es vacuo, ya que los obreros preguntaban su sentido. En su texto titulado «Sobre las contradicciones del marxismo», dirá que en el marxismo «hay contradicción, una contradicción evidente e innegable, entre el método de análisis de Marx y sus conclusiones».8
En síntesis, en nombre de la religión a la que sucumbió Marx, la religión de las fuerzas productoras, los jefes han aplastado a las masas. Esa misma religión se ha vuelto factor de opresión en el movimiento socialista. Y hasta aquí llega la crítica de Simone Weil a Marx y el marxismo en su obra juvenil Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social. Y esto es apenas el comienzo. Aún queda pendiente la tarea de «repensarlo todo».
Bibliografía
Weil, Simone: «Nota del editor», en Opresión y libertad (trad. María Eugenia Valentié), Buenos Aires: Sudamericana, 1957.
— «Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social», en Opresión y libertad, Buenos Aires: Sudamericana, 1957.
— «Sobre las contradicciones del marxismo», en Opresión y libertad, Buenos Aires: Sudamericana, 1957.
— «¿Hay una doctrina marxista?», en Opresión y libertad, Buenos Aires: Sudamericana, 1957.
Notas
1 Simone Weil: «Nota del editor», en Opresión y libertad…, o. cit., pp. 7-8.
2 Simone Weil: «Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social»…, o. cit., p. 51.
3 Ibídem, pp. 71-72.
4 Ibídem, pp. 144-147.
5 Simone Weil: «Sobre las contradicciones del marxismo»…, p. 173.
6 Simone Weil: «¿Hay una doctrina marxista?»…, o. cit., p. 198.
7 Simone Weil: «Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social»…, o. cit., p. 60.
8 Simone Weil: «Sobre las contradicciones del marxismo»…, p. 174.
Juan Granados Valdéz, licenciado en filosofía, máster en arte contemporáneo y sociedad por la Universidad Autónoma de Querétaro (México), doctor en artes por la de Guanajuato, es coordinador del doctorado de Artes de la Facultad de Bellas Artes de la UAQ, así como de su Repositorio Digital de la Cultura Artística (ReDCA). Entre sus temas de interés y trabajo destacan la estética, la filosofía de la religión, la ética y la teoría del arte. Es colaborador del Cuerpo Académico Estudios Cruzados sobre la Modernidad y miembro del Cuerpo Académico Perspectivas Transversales de las Artes. Funge como docente de las licenciaturas en artes visuales, arte danzario y docencia del arte de la FBA de la UAQ; en las maestrías en arte contemporáneo y cultura visual, diseño y comunicación hipermedial y creación educativa de la UAQ y en el Doctorado en Artes.
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