/ una reseña de José Carlos Díaz /
A este hombretón de pelo blanco, decir juicioso y mirada reflexiva, se le cargan los hombros más por la discreción que por los años. Conocido y admirado por sus traducciones (de Sade, Lampedusa, Sciascia, Leopardi o Eco), ha mantenido en paralelo una labor creativa que se ha plasmado en la publicación austera pero impecable de unos cuantos poemarios que deberían haberlo convertido en escritor referencial.
Su estilo defiende una poesía minimalista que atiende sobre todo a la idea, sosteniendo un ingenioso equilibrio entre el concepto y el destello poético. Esa inclinación le ha llevado a cultivar el aforismo de manera explícita, pero también de modo tácito. No en vano su poesía, como él mismo ha confesado, se ha ido volviendo cada vez más despojada («lo de ponerlo todo me parece un abuso».
Ricardo Pochtar nació en Buenos Aires en 1942. Allí se licenció en filosofía. En 1974 viajó a Francia para realizar su doctorado. Dos años más tarde, se traslada a Barcelona. Desde entonces fija su residencia en España. Ha sido traductor de organizaciones intergubernamentales (Naciones Unidas, Organización Mundial de la Salud, Organismo Internacional de Energía Atómica, entre otras) y presidente de la Asociation Internationale des Traducteurs de Conférence. En 2010 le dieron el premio internacional de traducción literaria Claude Couffon. Desde 2004 se avecindó en Gijón buscando un clima adecuado para la salud de su mujer. Su obra poética, publicada entre 1994 y 2019, la componen los siguientes títulos: Lugar diseminado, Clinamen, El tamaño de los días, En la pizarra de la noche, El resto del azar, Beneficio del asombro y Ars Piscatoria. En 2016 publicó una colección de aforismos, Pequeñas percepciones, y en 2019 Suaños de sal, una selección de sus poemas traducidos al asturiano por Miguel Rojo. Ha sido antologado en Poemas y poetas argentinos (2013), La doble sombra (2014) y Los que se fueron (2019), así como en diversas revistas de España, Chile y México.
Recientemente, han visto la luz sus Atajos & Escaramuzas (en El sastre de Apollinaire, Madrid, 2022), un libro, como apunta Julio Obeso en su prólogo, de «paredes limpias, espacios diáfanos, palabras sugeridas». Un libro, añadiríamos, de superficies despejadas a las que asoman sus textos como icebergs que muestran de sí mismos sólo lo imprescindible. La poesía de Pochtar, una vez más, se sobrepone a la intención autoexpresiva y comunicacional que es práctica ordinaria de este oficio literario, para convertirse en un acto esencialmente creativo cuya verdad y justificación no deben buscarse sino en los propios versos, en los propios aforismos, que no pretenden, por tanto, ser un reflejo de nada, sino una imagen ex novo.
Hay, quizás, en esa manera de enfrentarse al poema una actitud de escepticismo, de disconformidad hacia lo trillado, un esfuerzo de artista y no un ensayo de artesano. Al contrario de este, que reincide en la variación, el primero imagina, indaga, se pregunta, como lo hace el propio Pochtar parafraseando a Adorno en Variante I: «¿Cómo se puede escribir/ después de las palabras?»; y hasta ensaya una respuesta que incide, de nuevo en esa vocación inaugural de lo creado: «Tiene que volver de un olvido llegar desde otro idioma/ el poema no puede nacer bien sin esa ausencia». Ahí se encuentra tal vez la única certeza del libro: qué no se quiere que sea el poema.
Por otro lado, estaría el cómo ha de ser formalmente. Y en este punto, el propósito es meridianamente deconstructivo: «El placer de ir quitando/ unos líneas, otros palabras/ hasta que el dibujo o el poema poco a poco amaga un vuelo». Ligereza. Casi silencio: «No gastar el lápiz escribiendo: irlo tallando hasta que el grafito se quede sin palabras». Pero sin que en ningún momento esa simplicidad formal incurra, ni de lejos, en simpleza alguna. Nunca manca finezza, ni estilística ni conceptual, en estos Atajos & Escaramuzas, que por muy breves, irónicos e ingeniosos que se antojen a primera vista, mantienen el rigor de la mejor literatura, la que no se escribe ni por ni para distracción, sino socavando certezas y exigiendo para ello la complicidad de un lector nunca complaciente.
Esa lectura atenta curioseará a buen seguro las referencias que a modo de cebo Pochtar va dejando caer en títulos y citas, en los propios renglones de lo escrito (lo cabalístico, la incertidumbre, el santoral filosófico). Son la escarcha sobre el iceberg que nos pone en la pista de cuál puede ser la naturaleza del hielo oculto bajo la superficie.
Más arriba, a la altura del cielo, los pájaros, que con tanta levedad vuelan en algunos de estos poemas. Trasunto quizás de la ingravidez que se persigue para lo escrito. Que no pese sobre el papel, aunque gane luego cuerpo en la rumia. Y materia, como otras muchas observaciones, de esa naturaleza a la que se alude como argumento desnudo, esencial, descrito recelando del tropo, porque «la metáfora no da más de sí» y «apenas arranca un mordisco de la realidad». De nuevo, la desconfianza sobre las palabras acomodadas a las significaciones recurrentes de la poesía representativa: «Para decir algo se necesitan palabras que todavía no quieran decir nada».
Una y otra vez, libro tras libro, ese ascetismo expresivo a través del que Ricardo Pochtar pretende la precisión del estímulo, la creación del objeto singular que diga sin recurrir a lo dicho, en una labor que define bien en la Escalera de Sísifo: «Los poemas son tramos de una escalera de Sísifo/ peldaños que se derrumban para volver a empezar».
Selección de poemas
INVENCIÓN DE LA LÍNEA
Seguro que la inventaron los pájaros: cuando quieren demostrar algo, los pájaros se sumergen en el aire y lo dibujan.
CONTROL DE RUTINA
De vez en cuando un paisaje saca a bailar a su estado de ánimo para ver cuánto queda de empatía.
GRAFITO
No gastar el lápiz escribiendo: irlo tallando hasta que el grafito se quede sin palabras.
LUBINA
Le habrá desgarrado los
labios al sacarle el anzuelo.
Y qué blancura la del paño
que usó para envolverla
cuando una ola mansa
lavaba las rocas.
ENTENDER
No la voz ni el oído
para entender el poema hay
que leerle los labios.
ENVIDIA
Vida que contempla
la hoja en blanco
y envidia su ternura.
PÁJARO
Una pincelada rojiza
resbala por un tobogán de nubes
allí donde el día se acaba.
DUDAR DE TODO
con Wittgenstein
Sólo cuando se pueda dudar de todo Dios será realmente necesario: cualquier resquicio de certeza en este mundo amenaza su existencia.
¿VENCEJOS O GOLONDRINAS?
En la estación propicia, la alegría de poder reducirlo todo a una sola duda.

Ricardo Pochtar
El Sastre de Apollinaire, 2022
98 páginas
13 €

José Carlos Díaz Pérez (Gijón, Asturias, 1962) es licenciado en filología hispánica por la Universidad de Oviedo (1985). En 1984 fue fundador, con Juan Ignacio González, del Grupo Poético Cálamo, que desde entonces, entre otras actividades, viene convocando el Premio de Poesía Cálamo/GESTO. Junto a colaboraciones esporádicas a lo largo del tiempo en distintas publicaciones, es editor desde 2006 la bitácora digital Los diarios de Rayuela y autor de los siguientes títulos de poesía: Velar la arena (1986), La ciudad y las islas (1992), Contra la oscuridad (2004), Convalecencia en Remior (2015), Cantata de los días tasados (2017). En cuanto a obra narrativa, es autor de los siguientes títulos: Letras canallas (2009), Aunque Blanche no me acompañe (2014) y Vísperas de nada (2017).
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