/ El viejo que pasea por el barrio / Sergio Gaspar /
Son las seis de la tarde del 14 de abril en Barcelona.
Es jueves santo de 2022.
Maria y yo salimos a pasear. Recordamos a mi padre, que todos los 14 de abriles nos hablaba emocionado de la proclamación de la República. Mi padre está muerto y la República también, aunque tal vez logre resucitarse —la República, jamás mi padre— porque, cuando llegamos a la plaza Francesc Macià, oímos un vocerío sordo que sube del cruce de la calle Urgell con la avenida de Sarrià. Miramos. Desfila una muchedumbre de cuerpecitos gritando a lo lejos.
Digo yo: No sabía que hubiesen convocado manifestación por la República esta tarde.
Dice Maria: Esta mañana sí ha habido un acto institucional en la Generalitat. Cuatro gatos nacionalistas, como dirías tú. Pere Aragonés, algunos políticos, cinco o seis músicos. Tal vez alguien más celebrándolo fuera, en la plaza Sant Jaume.
Digo yo: ¿Y han celebrado la proclamación de la República Española…? Mira que me extraña.
Dice Maria: No te confundas. De la República Catalana, la que proclamó Macià en la plaza Sant Jaume, no de la española, que era unitaria y retrógrada. Nuestra República Catalana nos duró tres días. Macià tuvo que cambiarla por la promesa de un estatuto de autonomía. Bueno, tres días son más que el minuto que duró la República de Puigdemont.
Digo yo, sonriente y jubilado: ¿Y por qué no me lo has dicho? Hubiésemos ido a Sant Jaume.
Dice Maria, sonriente y profesora de lengua y literatura catalanas: Porque eres un facha y no hubieses ido.
Exclamo yo, enfático: ¿Yo facha? ¿Facha yo? Ahora verás.
Me lanzo calle Urgell abajo. A medida que nos aproximamos a la multitud manifestante, aparecen las preguntas y surgen las dudas. ¿Por qué todos y todas van de blanco? ¿Dónde están las banderas republicanas? ¿Por qué no se entiende lo que gritan, si ya estamos cerca?
Digo yo, de pronto iluminado: ¿Hoy no juega el Barça contra un equipo alemán? ¿No serán hinchas alemanes?
Así es. Los manifestantes republicanos son, vistos de cerca, seguidores del Eintracht de Frankfurt, que disputa esta noche al Barcelona los cuartos de final de la Europa League. Un ejército de más de 10.000 forofos llegados de Alemania desfila, ocupando toda la calle. Para disfrutar del espectáculo, nos desviamos por Buenos Aires y buscamos los jardines de Marco Redondo. Allí habrá bancos donde sentarnos cómodamente para ver pasar al ejército por la avenida de Sarrià.
Yo me siento en un banco. Maria no, porque está sucio.
Abren el desfile dos camionetas de los Mozos de Escuadra. Detrás, cientos, miles de camisas y sobre todo camisetas blancas, gritando al unísono, alzando el puño de la mano con la que no llevan la lata de cerveza, porque hay tantos miles, cientos de latas de cerveza como alemanes dispuestos a derrotar esta noche al Barça en su propio campo, a machacarlo, a humillarlo. Bien mirado y contado, hay muchas más latas de cerveza que bebedores. Van arrojando latas bebidas al suelo de la avenida y sustituyéndolas por otras, llenas y rubias. Algunos bebedores les hacen la peineta, es decir, les mandan a tomar por el culo a algunos ciudadanos que se han asomado a los balcones. Son pocos, pero son. Casi no hay mujeres. El griterío es ensordecedor, vibrante. El ejército camina al campo de fútbol y batalla. Hay ansias de victoria.
Y hay ansias de mear. Alguien que marcha a la cabeza de la turba se ha acercado a los Mozos de Escuadra. Las dos camionetas se detienen. ¿No son unos jardines un espacio ideal para mear? La policía se ha detenido para que los bebedores que lo deseen se acerquen con comodidad, como se están en efecto aproximando por decenas, hasta las plantas y árboles de los jardines de Marco Redondo, tocándose con prisas la bragueta.
Dice Maria: Vienen a mear. Yo me voy.
Yo sigo sentado. A ambos lados del banco, empiezan a orinar dos forofos. Aprovecho para comparar sus penes con el mío. Nada especial que constatar. La cosa se pone fea. Llegan más orinadores. No descarto que alguno me salpique en su ansia por desahogarse. Me levanto del banco y me alejo de los jardines, que se han metamorfoseado en urinarios.
Digo yo: Mañana esto olerá mal.
Regresamos a la plaza Francesc Macià, el proclamador de la República Catalana que duró tres días. Decenas de coches y autobuses detenidos. El atasco es monumental, cívico, como en otras partes de la ciudad. Salen de un taxi empotrado entre coches tres camisetas blancas con sendas latas de cerveza en las manos y sin rastro de las mascarillas obligatorias en el transporte público. Tras arrojar las tres latas al suelo resplandeciente de la Diagonal, se lanzan a las primeras palmeras que encuentran a regarlas y mearlas.
En un extremo de Barcelona el Camp Nou, que llenarán en horas más de treinta mil alemanes rugientes y otros tantos miles de culés enmudecidos. En el otro extremo de la ciudad la plaza de toros de la Monumental, vacía de toros, toreros, catalanes y alemanes, y tal vez hasta de arena, como corresponde a una Barcelona que se declaró en 2004 la primera ciudad antitaurina de España, en votación secreta de los concejales.
Pienso en mi padre. Le gustaban la República, Felipe González y los toros. No le gustaba el fútbol. Me llevó de niño a la Monumental decenas de veces, porque era abonado de la plaza, sin lograr que me gustasen. Pienso en mi padre, que nos dijo una tarde: Nunca podrán prohibir los toros en Barcelona. Hay mucha afición en esta ciudad.
Todo puede prohibirse.
¿Para cuándo la prohibición de los partidos de fútbol?

Sergio Gaspar nació en 1954 en Checa, provincia de Guadalajara. Se licenció en filosofía y letras en la Universidad de Barcelona. Ha publicado los libros de poesía Revisión de mi naturaleza (1988), Aben Razin (1991), El caballo en su muro (2004) y Estancia (2009), reeditado en formato digital por Uno y Cero Ediciones (2013). Es asimismo autor de la novela Viento de tramontana (2014). Fundó en 1996, junto a Maria Fortuny, la editorial DVD Ediciones, aventura que dirigió hasta su cierre en otoño de 2011, tras haber publicado más de doscientos títulos de poesía, narrativa y ensayo. En la actualidad, es un jubilado y pasea.
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