Crónica

Ciudad Juárez en el mapa

Rodolfo Elías escribe sobre el recrudecimiento de la violencia en una Ciudad Juárez que, en años recientes, había vivido un cierto respiro en relación con los aconteceres sórdidos que le habían sido característicos.

/ por Rodolfo Elías /

«Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada. Y en una hermosa plaza liberada me detendré a llorar por los ausentes», dicen los primeros versos del bello canto de Pablo Milanés, refiriéndose a un posible regreso a esa ciudad después de los malos tiempos que viviera el pueblo chileno, por casi tres décadas, a causa del régimen de Augusto Pinochet. Y esta era de alguna forma también la ilusión que tenía uno después de caminar por las calles ensangrentadas de Ciudad Juárez, en el año 2009, en ese México que se había convertido —ahora sí, literalmente— en una tierra sin ley, a manos del crimen organizado.

Por aquel tiempo yo vivía en Tacoma (Washington), e hice mi peregrinar a la frontera. En esos días un viaje a la frontera norteña mexicana equivalía, de alguna forma, a un audaz desafío a la muerte. No importaba si esta frontera era Tijuana, Ciudad Juárez, Reynosa o cualquier otra; el asunto es que la frontera mexicana del norte era un estado geográfico que implicaba terror y peligro de muerte. Y todo ello a causa de la llamada guerra contra el narcotráfico y las batallas entre cárteles. Yo me jugué el albur y decidí visitar, después de algunos años ausente. 

Era invierno y faltaban un par de días para la Navidad, con un frío que de noche, valga el cliché, calaba hasta los huesos. Viniendo de El Paso (Texas), solo es cuestión de cruzar el puente internacional Paso del Norte, de unos 150 metros de largo, para entrar a México. Aun así, el estar en el lado mexicano hacía una diferencia psicológica descomunal, ya que al pisar tierra juarense inmediatamente se respiraba otra atmósfera; entraba uno a la dimensión donde, como dice la canción de José Alfredo Jiménez, la vida no vale nada. Y aunque el sentimiento siempre había sido el mismo respecto a eso, ahora lo acentuaba más el hecho de que uno sabía que los sicarios podían salir de dónde fuera y cuándo fuera, o que una bala perdida podía alcanzar al más pintado. 

Hay dos calles principales en Ciudad Juárez, donde en sus tiempos de auge se desarrollaba la vida nocturna: la avenida Juárez y la calle Mariscal. Estas dos calles eran para los turistas gringos el llamado strip y el red-light district (zona rosa), respectivamente; hoy destronadas ambas por la adversidad. Como ya no hay turismo, se han quedado fuera de servicio. Incluso, en esos días, al caminar por la Mariscal uno tenía la impresión de tomar parte de alguna escena de película del cine neorrealista italiano, por el aire desolado que tenían los edificios destruidos —como si hubieran sido bombardeados— de lo que antes fueron topless bars, burdeles, salones de baile y cantinas de media y poca monta. En algunas partes los edificios fueron completamente demolidos y quedó el espacio raso o, en el peor de los casos, los edificios permanecían en pie, derruidos por el vandalismo y el tiempo, como para confirmar la sospecha de que a Ciudad Juárez lo tenían, efectivamente, en estado de sitio.

Las ciudades fronterizas en México apelaban al turismo no por sus paisajes bonitos, porque nunca los han tenido, sino por el escape que proveían a los turistas gringos de sus rutinas y el romanticismo de poder decir que fueron a la frontera sur a adquirir sombreros mexicanos, sarapes y botellas de mezcal auténtico, con el gusano en el fondo. Era también la oportunidad para una infinidad de stray cats de caminar en el lado salvaje y explorar el aspecto decadente de ser un turista en busca de emociones fuertes lo que mantenía ocupados a una miríada de personajes sórdidos, tales como cantineros codiciosos, policías corruptos, prostitutas (y prostitutos), padrotes, vendedores de droga en menudeo e incluso asnos, porque Juárez también cobró fama por algún salón donde las mujeres copulaban con un burro. Esos lugares, que fueron diseñados para entretener turistas y noctámbulos con diferentes posibilidades económicas, alguna vez fueron el punto distintivo de lo que era una bonanza fronteriza.

Pero eso era solo el centro, y la periferia también tenía sus peculiaridades en 2009. Las calles estaban escuetas, especialmente a ciertas horas del día, hacia el atardecer. Curiosamente, una vez adentrado en la ciudad —y después de andar un rato dentro de ella—, como que uno se habituaba y dejaba de sentirse la aprehensión inicial. Y, contrario a la idea de que la gente andaba en la calle con una expresión de miedo en la cara, una vez afuera la gente se resignaba a lo que pudiera venir. Así que se armaba uno de valor y se hacía intrépido para recorrer el lugar, a pesar de la triste experiencia que esto conllevaba, por el espectáculo patético de ver como la ciudad se estaba quedando en ruinas por doquier, ya que mucha gente nativa estaba emigrando intempestivamente para huir del terror, o simplemente en busca de mejores posibilidades económicas en los Estados Unidos u alguna otra parte de México; sin importarles dejar sus casas abandonadas y la ciudad que los vio nacer y crecer.

Cuando manejaba uno por la ciudad, daba la impresión de estar viendo un documental de algún lugar allá en el Medio Oriente. Nomás que la pantalla era el parabrisas del auto y no había forma de apagarlo o cambiar de canal; y vaya si se podía convertir en un drama de la vida real en cualquier momento. Por doquiera se veían los convoyes de comandos armados de las policías municipal, del estado y federal. Había, también, retenes militares en toda la ciudad y se oían historias de horror, de cómo a cualquier hora del día —o de la noche— la policía o el ejercito podían allanar un hogar, sin orden de cateo ni nada por el estilo, nada más porque alguien les daba el pitazo (alerta) de que allí se alojaban drogas o que había actividad delictiva.

A propósito del pitazo, las líneas de denuncia que tenían habilitadas las autoridades podían convertirse en una verdadera pesadilla para la gente común. Solo bastaba con que uno le cayera lo suficientemente mal a alguien para que marcaran esa línea y lo denunciaran; entonces la vida de una familia ordinaria podía cambiar brutalmente de la noche a la mañana. Eso hacía pensar a uno en los informantes en los días de Hitler, que entregaban judíos a diestra y siniestra. A tal punto que la paranoia era general, porque los denunciados no siempre podían probar a tiempo su origen étnico, y hasta los hijos pequeños eran posibles delatores, hecho que Bertolt Brecht ilustra muy bien en su pequeña obra El informante.

Otro instrumento de terror extremo en esos días era la extorsión. Cualquier grupo de malvivientes se juntaba para explotar a dueños de tiendas de abarrotes y pequeños negocios, exigiéndoles grandes cantidades de dinero o pagos de cuotas a cambio de respetarles la vida y proporcionarles seguridad, tal como lo hacía el nefasto Don Fanucci de la película El Padrino II. De manera que no eran solo los bajos sueldos los que hacían imposible la subsistencia, sino que ya no existía ni la posibilidad de un pequeño negocio, por el riesgo enorme que eso implicaba. Lo cual hizo que muchos comerciantes cerraran sus tiendas y negocios, al saber que el mantenerlos les podía costar eventualmente la vida, como pasó con algunos que se resistieron a ser extorsionados.

Un dato por demás curioso es que en esos días nunca sabía uno si estaba hablando con un sicario, ya que cualquier muchacho muerto-de-hambre se alquilaba como matón a sueldo por la módica cantidad de 500 pesos o 50 dólares, y a veces hasta por menos que eso. Estos eran los encargados de extorsiones (directas e indirectas), ejecuciones y todo tipo de liebres que se echaban, nada más para mantener un vicio que se les había arraigado a temprana edad, como parte del incesante círculo vicioso que el narcotráfico ha producido como parte de sus dinámicas de subsistencia.

Y bueno, adelantemos la cinta al presente. Después de un respiro de seis años, durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, el país está otra vez en caos, con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador y su Cuarta Transformación. Y todas las atrocidades que describo arriba pueden volver multiplicadas e intensificadas. El jueves 11 de agosto volvía yo del trabajo a eso de las 8 de la nochen cuando recibí un mensaje de un amigo, donde me alertaba de algo que estaba pasando en Juárez. Me meto a ver los diarios locales, en línea, y me entero de ataques múltiples en diferentes puntos de la ciudad, que empezaron con un motín y una riña salvaje en el penal local conocido como el Cereso (Centro de Readaptación Social), que dejó tres muertos y algunos veinte heridos. De ahí la violencia se extendió al resto de la ciudad, con el incendio de gasolineras, tiendas de autoservicio y todo tipo de vehículos que circulaban por la ciudad. Todo eso dejó un saldo de once muertos, entre los cuales se encontraba un niño y cuatro empleados de una estación de radio. Además, hubo por lo menos un enfrentamiento a mano armada entre policías y rufianes.

Parece que esta vez el terror viene con más garra, porque está alcanzando niveles más altos, en áreas que no tocó antes, ya que esta vez los ataques fueron deliberadamente contra la ciudadanía. A diferencia de antes, en que gran parte de los ataques iban dirigidos a los involucrados directos en el mundo del narcotráfico, como una forma de limpieza y retribución. Ahora hay más despliegue de poder, indudablemente.

Hace unas semanas circuló el video de una ejecución de cuatro personas, también en Juárez, en un restaurante de la franquicia estadounidense Denny’s. En el video se ve como entran dos pistoleros al lugar y van directo a una mesa ocupada por las cuatro personas, disparándoles a todas con la intención clara de matarlas. Hay un comensal en el fondo del lugar que toma la decisión errónea de tratar de huir y los rufianes se van tras de él, disparándole. Luego vuelven a la mesa inicial y rematan a los otros cuatro. El hombre que quiso huir murió horas más tarde en el hospital. Hay una pareja, a unos cuantos pasos de la mesa de los ejecutados, que inmediatamente bajaron la cabeza y se cubrieron el rostro; a esos les respetaron la vida.

Es hoy, pues, más fuerte el pronunciamiento de la situación de México como un narcoestado, un país sin ley; o mejor dicho, donde impera la ley del más poderoso. Por primera vez se ven enfrentamientos directos entre miembros del hampa y policías, lo cual significa que es un ataque sistemático a la sociedad en general y una forma de reclamar terreno absoluto, sin ningún tipo de concesiones.

Lo paradójico de esto es que parte del discurso oficial del gobierno actual es combatir el neoliberalismo. Pero se hace esto poniendo el poder en manos de los nuevos ricos y empresarios: los narcos. Y conservando también a viejos políticos y empresarios (conocidos por sus prácticas corruptas) que hacen fuerte al nuevo régimen en sus bases, hacia un nuevo concepto de neoliberalismo, que acaso sea el verdadero sentido de la Cuarta Transformación. O sea, usando el concepto neoliberal se crea un concepto similar, pero con una nueva oligarquía. Incluso durante su campaña para la presidencia López Obrador hizo muy claras sus intenciones de tener in diálogo amistoso con los narcos y no perseguirlos, para no desatar «violencia innecesaria».

Eso de que el Gobierno no puede controlar la actividad y presencia del narco en el país es una vil falacia; en otras palabras, el narco no puede ser más fuerte que el Gobierno, a menos que el Gobierno esté coludido con el narco. El Estado es muy poderoso en cualquier parte del mundo, y la prueba de eso la tuvimos con lo que pasó en Tlatelolco en el sesenta y ocho, cuando manifestantes fueron masacrados por las fuerzas armadas del gobierno, sin que haya habido ningún tipo de repercusiones serias —fuera de la satanización y el carácter infame que perseguiría al presidente Gustavo Díaz Ordaz hasta su muerte— para el Gobierno. Y también el movimiento del Ejército Zapatista para la Liberación Nacional (EZLN), que no pasó a mayores, porque nunca pasó de ser una pequeña revuelta armada en aquel rincón del país —las Sierra Lacandona— que no trascendió; al menos de la forma en que se suponía iba a pasar. Fue mera distracción, que se antoja coreografiada, para lograr otros objetivos.

Desde hace unos meses se pasean tropas de la Guardia Nacional por la calles de Juárez; todo apunta a una militarización del país. Casualmente, en la misma semana de los hechos arriba descritos el presidente había anunciado que, mediante un decreto (anticonstitucional), buscará que la Guardia Nacional dependa de la Secretaría de la Defensa Nacional, por lo que pasaría de tener un mando civil a uno militar. El secretario de la Defensa Nacional, general Luis Cresencio Sandoval, planteó que el próximo 16 de septiembre, en la ceremonia del desfile cívico-militar por la conmemoración de la lucha de Independencia, la Secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC), Rosa Icela Rodríguez, transfiera a la institución militar la responsabilidad de la Guardia Nacional.

Ahora esas áreas del centro de Juárez que describí al principio ya no están llenas de escombros y herrumbre. Y aunque no son precisamente una belleza, recuerdan los sepulcros blanqueados de los que habla Jesús en el evangelio de Mateo, porque solo muestran la cara amable de algo que tiene un trasfondo muy siniestro.

El expresidente de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, hizo un llamado a combatir, a través de «medios legítimos», el intento de militarización del país en este sexenio: «Toda flaqueza frente al despotismo es un suicidio anticipado», aseveró. Claro que viniendo de alguien como él suena un tanto hipócrita. Muñoz Ledo es uno de los dinosaurios del sistema, que ha hecho una carrera política de más de cincuenta años, bajo diferentes guisas políticas e ideológicas. O sea, político más que nada.

Porfirio Muñoz Ledo fue uno de los fundadores del tristemente célebre Partido Revolucionario Demócrata, PRD. Partido fatídico de izquierda, que se caracterizó por sus inconsistencias muy marcadas y por traer más disensión a un país ya de por sí desquebrajado, que debido a su inestabilidad y confusión (el alzamiento del EZLN, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, etcétera) fue presa fácil de embusteros políticos de la peor ralea. Y no es de extrañarse pues que, a pesar de las declaraciones emitidas contra el presidente, Muñoz Ledo pertenezca al partido del poder, Morena (Partido Regeneración Nacional) , que en tan poco tiempo ha probado ser aun más nefasto que el PRD, con una política turbia y las prácticas opresivas propias de la llamada izquierda.

Por las vísperas se sacan los días, y se avizora un futuro nada alentador para México y el mundo. Ahora, lo que pasa en México es sólo un ejemplo del poder inusitado que el Estado está adquiriendo en todo el mundo; con la ayuda incondicional de la ciencia y la prensa. El mundo parece avanzar de una forma sistemática hacia un estado en que los derechos humanos y las garantías individuales van a ser cosa del pasado, una completa utopía. Y en su lugar, llega para quedarse la distopía orweliana. Así que a divertirse con lo que tenemos y hacer durables nuestros días de gozo, paz y ventura. Ahí residirá gran parte de la sabiduría del hombre moderno.

No esperes que un hombre muera
para saber que todo corre peligro,
ni a que te cuenten los libros
lo que están tramando ahí fuera.

Joan Manuel Serrat: No esperes


Rodolfo Elías, escritor en ciernes nacido en Ciudad Juárez y criado en ambos lados de la frontera, colaboraba con la revista bilingüe digital, hoy extinta, El Diablito, del área de Seattle. Sus textos han sido publicados en la revista SLAM (una de las revistas literarias universitarias más prominentes de Estados Unidos), La Linterna Mágica Ombligo. En la actualidad trabaja en dos novelas, una en inglés y otra en español.

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