/ Crónicas ausetanas / Xavier Tornafoch /
Chris Ealham (Kent, 1965) es un historiador británico afincado en España, especialista en historia del anarquismo. Según cuenta, su interés por este movimiento surgió en su juventud, cuando formó parte de la cultura punk, lo cual le llevó a profundizar en las corrientes antiautoritarias europeas. Fue en ese momento que descubrió que el principal movimiento libertario del mundo tuvo lugar en la España anterior a la guerra civil, y que el epicentro fue la ciudad de Barcelona.
Formado en el Queen Mary College de la Universidad de Londres, Ealham se instaló dos años en la ciudad condal para realizar un extenso trabajo sobre las características del anarquismo barcelonés. El estudio fue publicado inicialmente en su versión en inglés como Anarchism in the city: revolution and counter-revolution in Barcelona 1898-1937. Años más tarde apareció una edición en castellano (La lucha por Barcelona: clase, cultura y conflicto, 1898-1937) y recientemente en catalán, que es la que he leído. Debo decir que es un libro que me ha entusiasmado, por la originalidad del análisis y por la claridad argumental con la que se expresa el autor.
Los debates sobre el arraigo del anarquismo en España durante el siglo XX vienen de lejos. Algunos dicen que se debe al atraso económico del país, otros al reflejo rural de una sociedad muy tradicional. Incluso hay quien vincula el fenómeno a las revueltas campesinas del Antiguo Régimen y al espíritu rebelde de los desposeídos españoles. También hay quien habla de la debilidad de un Estado incapaz de completar una centralización a la francesa, a pesar de la división provincial y de la Guardia Civil, instrumentos de una voluntad centralizadora que no tuvo éxito. Así pues, Ealham, discípulo del gran historiador inglés E. P. Thompson, trata el asunto desde el punto de vista de la cultura y de la apropiación popular del espacio urbano.
Según el autor británico, la segmentación urbana de Barcelona, profundamente clasista, evitó cualquier tipo de mezcla social en determinados barrios. Zonas como Poble Sec, Raval, Barceloneta, Poble Nou o el Clot eran exclusivamente obreros. Allí vivía un proletariado precario sometido a una explotación feroz. Incluso barrios populares como Gràcia albergaban solamente trabajadores cualificados. En este contexto de separación social estricta y de abandono administrativo, el Ayuntamiento solo se acordaba de estos barrios para enviar a la policía y se fraguó un movimiento popular autónomo que adoptó el anarquismo como forma de lucha y de organización, pero sobre todo como forma de vida alternativa al consenso burgués imperante.
Los códigos morales en estos lugares diferían de la moral conservadora y, de hecho, el autor habla a menudo de los «pánicos morales» que generaba esa clase obrera en el «sentido común burgués». Las conductas sociales del proletariado no casaban con la ideología oficial, y eso daba mucho miedo. Fue ahí donde prosperaron la Escuela Moderna de Ferrer i Guàrdia, el espiritismo, el esperantismo, el naturismo y el amor libre. Además, surgieron formas de lucha social que utilizaban métodos propios, ajenos a cualquier moral imperante. El robo y la expropiación forzosa se hicieron habituales en momentos de necesidad, sin que eso moviera ningún reproche militante. La revolución social se concibió cómo legítima y urgente, por lo que algunos líderes anarquistas no tenían ningún reparo en autocalificarse de «terroristas de la clase obrera».
Los barrios de Barcelona fueron escenario de una cruel guerra social durante los años veinte del siglo pasado, que se conoció como la época del pistolerismo, cuando los activistas de los grupos de acción (de los cuales formaban parte gente como Joan García Oliver y Buenaventura Durruti) se enfrentaron a la policía y a los mercenarios de la Federación Patronal y los Sindicatos Libres. En este ambiente de rebeldía popular creció el anarcosindicalismo y se constituyó la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que contaba con decenas de miles de afiliados en Barcelona y su área metropolitana. Era un movimiento formalmente antipolítico, pero apoyó a los republicanos para derrocar la monarquía alfonsina y albergó grandes esperanzas con el nuevo régimen republicano; esperanzas que se truncaron por la consolidación de lo que Ealham llama «la República de orden», a la que se enfrentaron, esta vez con grandes insurrecciones, que pusieron en jaque a la fuerzas policiales republicanas. Para desactivar a los rebeldes anarquistas, que no aceptaban los jurados mixtos ni el tímido reformismo pequeñoburgués, la República creó la Guardia de Asalto y, en el caso de Cataluña, una policía autonómica que se empleó con tanta o más contundencia contra los trabajadores que las odiadas fuerzas del orden monárquicas.
A pesar de los recelos anarquistas contra una República que creían que había traicionado al pueblo, fueron sus milicias las que en Barcelona pararon el golpe del 18 de julio de 1936, para el que se habían preparado desde hacía tiempo. Utilizaron los métodos de defensa que los trabajadores habían utilizado durante lustros para proteger sus barrios, esto es, la lucha callejera de la que las barricadas eran un elemento esencial. La fuerza de la revolución proletaria desencadenada en julio de 1936 se desinfló desde el momento en que los líderes anarquistas aceptaron integrarse en el Comité de Milicias Antifascistas, renunciando a imponer su hegemonía a través de los comités de barrio, que, según Ealham, disponían de los militantes y de las armas para controlar la revolución. En cualquier caso, el autor considera que fue en mayo de 1937 cuando, después de unos duros combates, las instituciones republicanas recuperan el control de la calle, que puede considerarse desactivado definitivamente el movimiento popular barcelonés.
Finalmente, el libro de Chris Ealham, un magnífico trabajo, me sugiere algunas dudas. Si la consolidación del anarcosindicalismo en Barcelona tiene que ver con la configuración urbana de las diferencias de clase, de forma extrema está claro, ¿cómo es que, en lugares alejados de Barcelona, por hablar de Cataluña (pero podríamos aludir a otros puntos de España, donde no existía quizás esa segmentación social tan marcada) se configuró igualmente un potente movimiento anarquista? Estoy pensando en los pueblos textiles y mineros de la cuenca alta del Llobregat, pero también en muchos otros sitios de la geografía catalana, donde trabajadores del campo, artesanos o leñadores, como sucedió en la zona de Les Guilleries, constituyeron potentes sindicatos adheridos a la CNT. Eran lugares rurales, alejados de Barcelona y su área metropolitana. Allí la Iglesia ejercía, o lo intentaba, un gran control social, ideológico y moral. Aún así, fueron capaces de crear sociedades obreras con cientos de afiliados que se vincularon a la CNT y sus tácticas, que montaron escuelas racionalistas y ateneos e incluso desarrollaron agrupaciones naturistas. Quizás nos falte la fotografía completa del fenómeno anarquista.

Chris Ealham
Virus, 2022
448 páginas
27 €

Xavier Tornafoch i Yuste (Gironella [Cataluña], 1965) es historiador y profesor de la Universidad de Vic. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Barcelona en 2003 con una tesis dirigida por el doctor Jordi Figuerola: Política, eleccions i caciquisme a Vic (1900-1931). Es autor de diversos trabajos sobre historia política e historia de la educación y biografías, así como de diversos artículos publicados en revistas de ámbito internacional, nacional y local, como History of Education and Children’s Literature, Revista de Historia Actual, Historia Actual On Line, L’Avenç, Ausa, Dovella, L’Erol o El Vilatà. También ha publicado novelas y libros de cuentos.
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