El runrún interior

El runrún interior (76)

Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre la inauguración, en Madrid, de un monumento a la Legión o un cartel avisto en Cacabelos (León).

/ por Pablo Batalla Cueto /

El runrún interior (75)

Martes, 8/11/2022. Mi amigo Abel Aparicio me pasa el cartel de una próxima presentación de su ¿Dónde está nuestro pan? Será el día 11 en la sede de Izquierda Unida de La Robla, una localidad leonesa de 3884 habitantes. Cuando nos despertamos de la embriaguez del ciclo del cambio, IU seguía allí, manteniendo músculo organizativo allá donde otras rutilantes sedes de izquierda habían cerrado. Sumar debe tomar nota: no puede ser otra nube de entusiasmo sin raíces.


Miércoles, 9/11/2022. Inauguran en Madrid un monumento a la Legión, otra criatura del tándem formado por el pintor Augusto Ferrer-Dalmau y el escultor Salvador Amaya, consagrados desde hace unos años a traducir a estatuas el imaginario del nacionalismo conservador español: Blas de Lezo, Tercios de Flandes, Últimos de Filipinas, la Legión ahora, monumento en cuya inauguración se ensalza a su fundador, José Millán-Astray, y sus 102 años de historia. Hay aquí un truco del almendruco. Ante la imposibilidad de homenajear abiertamente algo que nos gusta, pero es polémico, acumular microhomenajes mejor admitidos y que, en conjunto, perimetren un contorno: la División Azul, la historia completa de la Legión… Como en el pasatiempo de unir los puntos, los puntos sueltos no significan nada, pero, si se los une con rayas, se descubre que forman un dibujo.

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Sean Penn visita a Zelenski en Kiev y le regala uno de sus Oscar. Los actores famosos y su irrefrenable deseo de ser el centro de atención. Como parodia Severo Sobrino, el mensaje, además, es este: «Recuerda que aunque haga tiempo que no estoy en el candelero, tengo de estos como pa’ poder desprenderme de uno sin despeinarme». Homenajes que son, en realidad, autohomenajes. Patético e insultante.


Jueves, 10/11/2022. Me leo de una sentada Más allá de la noche: crónicas de lo salvaje y lo precario, de mi querido y jovencísimo Israel Merino. Este chaval —21 años— va a llegar lejos. Tiene pulso literario, agilidad periodística y el más maravilloso humanismo pasoliniano: compasión sin condescendencia, sensibilidad sin sensiblería, moral sin moralina, respeto sin relativismo. Su libro cuenta la noche madrileña a través de cinco de sus trabajadores a los que sigue en su jornada y de los que conoce sus casas: una camarera, un camello, una prostituta, un relaciones públicas y un repartidor de Glovo.

Decía, hace unos días, una cuenta anónima en Twitter que «una de las grandes confusiones en las que han incurrido los marxistas en los últimos cincuenta años ha sido ver la disolución de la clase obrera fordista (sindicalizada, integrada, disfrutadora de derechos, relativamente protegida) como el final del proletariado, en lugar de como su regreso». Y es de ese regreso del que se nos habla aquí. El repartidor de Glovo que carga, a pulso, la bicicleta a la espalda, escaleras arriba, hasta un tercer piso minúsculo, igual que aquel en el que vive la camarera con su hijo y su madre, cuya pensión de 820 euros dedican íntegramente a pagar el desorbitado alquiler. Sobrecoge leer lo siguiente de esta joven a la que antes hemos visto afanarse en el estajanovismo de la barra de pub y de after semiclandestino, abierto con licencia de churrería o de club privado; de la que hemos conocido sus jornadas maratonianas de once horas, soportando a babosos:

«Me da pánico pensar en el futuro, Israel. No sabes cuánto. Joder, tengo treinta años, un hijo de doce y una madre de setenta y cuatro. Pago el alquiler gracias a su pensión y a que tiene un poquito ahorrado. No sé qué va a pasar el día que se muera y deje de entrar ese dinero en casa. Tuvo que dejar su casa de toda la vida, la de siempre, para venirse con nosotros. No había otra forma de que salieran los números. De verdad que no sé qué voy a hacer cuando se muera. Es que no, no. No puedo pensarlo. No, no. No puedo porque el pánico me mata».

¿Hasta cuándo va a poder torturarse a este precariado antes de que reviente y se alce contra sus explotadores? Pienso que el legionario broncíneo de Amaya y Ferrer, su homenaje a un cuerpo de cuyo historial forman parte las violaciones, mutilaciones y asesinatos que anegaron en sangre la revolución asturiana de 1934, como antes habían anegado la insurgencia rifeña y después la resistencia republicana del treinta y seis, se yergue contra muchas cosas (todo homenaje al pasado es un lanzamiento de mensajes para el presente; toda convocatoria de espectros pretéritos se hace para librar una guerra de la actualidad), y quizás también contra esa. Contra el pánico y el hartazgo del rider de Glovo y la camarera del after, sujetos esperables, junto a muchos otros, de una nueva comuna de comuneros sin mono azul en un mundo en el que ya se advierten conatos insurgentes, del pico de sindicalización o la Gran Dimisión a que se asiste en Estados Unidos a revueltas chilenas o francesas desencadenadas por la subida del precio del billete del metro o el del combustible. Es una advertencia, una tirita antes de la herida, igual que el macarthismo zafio de Ayuso y Almeida, anticomunismo sin comunismo, pero tal vez con él; tal vez viéndolo ya, con telescopios que nosotros no conocemos, asomar la cabeza en el horizonte del tiempo.

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Correos emite un sello conmemorativo del centenario del Partido Comunista de España y el facherío se revuelve. Dicen, por ejemplo, desde Ciudadanos que «conmemorar el siglo de vida del partido de la hoz y el martillo es conmemorar el odio, el crimen y la miseria. Contraviene, además, la resolución europea de 2019 sobre el comunismo y el nazismo. Mancha la imagen de España y es una vergüenza. El presidente de Correos debe dimitir». A un lado, el centenario heroico de un vasto martirologio de muertos y torturados que lo dieron todo por la democracia. Al otro, los despojos de una década y media que termina sin dejar huella alguna en la historia de España, tras una catarata de ridículos. El partido de Marcos Ana y el de Albert Rivera; el de «decidme cómo es un árbol, contadme el canto de un río cuando se cubre de pájaros» y el de «este perrete aún huele a leche»; el de «ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar» y el que en el mismo momento en que empezó a decaer vio migrar masivamente al PP a la mayor parte de sus cargos. Odios que ennoblecen.


Viernes, 11/11/2022. Twitter parece al borde del colapso debido a la desastrosa gestión de su nuevo dueño, el multimillonario Elon Musk. Y muchos de sus usuarios migran ya a Mastodon, una red social similar. Mastodon ha estado años ahí, pequeñito, agazapado, ignorado, aguardando pacientemente su momento, preparado para ofrecer y poner sobre la mesa una alternativa lista, terminada, prêt-à-porter, en el mismo momento en que el colapso del hegemón que parecía invencible se produjese. He ahí una lección política.

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Antonio García Ferreras entrevista a Pedro Sánchez en el prime time de LaSexta. La cosa obtiene solo un 6% de share y 841.000 espectadores. Allá por 2013, 2014, 2015… llegaron a publicarse en revistas extranjeras artículos sobre lo asombroso de que la política ocupara el prime time en la televisión española. Eso ya está definitivamente enterrado: la política ha vuelto a resultar aburrida a los españoles. No acabo de decidir si es una mala o una buena noticia.


Sábado, 12/11/2022. Me topo en Cacabelos, adonde hemos venido a dar una vuelta y comer, un cartel toscamente mecanografiado anunciano una de esas excursiones que organizan típicamente las parroquias y las asociaciones de vecinos. Su destino, el célebre alumbrado navideño de Vigo. Peregrinaciones del capitalismo tardío.

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Tengo una buena colección de monedas y billetes, pero nunca me dio por los sellos. Las monedas homenajean, los sellos conmemoran. Y a mí me interesa mucho más ver lo (poco) que los Estados homenajean que lo (mucho) que conmemoran.

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Un titular de El País que dice muchísimo, y de muchas maneras, del mundo en el que vivimos: «Twitter suspende el pago de 8$ por verificación azul tras el caos por la avalancha de impostores. Una farmacéutica se desploma en Bolsa tras un mensaje de una cuenta falsa certificada que decía que la insulina iba a ser gratis». Empresas que se desploman por aparentemente anunciar un comportamiento humano; un mundo en el que es cada vez más difícil distinguir lo cierto de lo falso; uno en el que el aleteo de una gigantesca compañía privada —Twitter— genera huracanes.

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Qué bueno esto de Guillermo Zapata: «El problema de los relatos del colapso no es tanto que ofrezca esperanzas sino que al sospechar de las instituciones como agentes de posible transformación social colocal su respuesta en un futuro que depende del propio colapso para existir».


Domingo, 13/11/2022. Tenemos con la Judicatura el mismo problema que, en tiempos, teníamos con el Ejército: un cuerpo no homogéneo, pero hegemonizado por un amplio sector aristocrático, endogámico y reaccionario, dispuesto a trabajar activamente en pos de objetivos antidemocráticos.

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Manifestación multitudinaria en Madrid en defensa de la sanidad pública en una semana en la que también hemos sabido de la toma ucraniana de Jersón y del cierto descalabro de los republicanos en las midterms estadounidenses. Contra lo que dicen y decían los derrotistas y los propagadores deliberados de la resignación, se puede doblegar a Rusia, se puede derrotar a los fascistas, la civilización puede ganar. Y se podrá tumbar a Isabel Díaz Ayuso, la Bolsonara madrileña. Fácil no es, pero no es imposible. Desde luego, la mani los ha puesto nerviosos: se han puesto a vociferar chaladuras macarthistas que chocan con lo que ha visto la gente, una movilización pacífica, alegre, sin banderas, en torno a una causa sensata y transversalmente apreciada. Soy de natural pesimista, pero aquí se ha tocado alguna tecla afortunada y esperanzadora.

Hay triunfos clamorosos que, por serlo, contienen la semilla de su propia destrucción. Ninguna victoria es fácil; ninguna se conquista o se mantiene sin esfuerzo, y su condición clamorosa puede llevar a sus beneficiarios a olvidarlo, y a confiarse. Se vence encarnando un sentido común; se pierde cuando uno pasa a creer que se ha vuelto su propietario y el sentido común lo seguirá, mascota leal, allá donde camine. Ayuso ganó las últimas elecciones autonómicas en Madrid encarnando un sentido común. Uno innoble, sórdido, claro: pero puede haber sordidez o innobleza en el sentido común. Hubo un sentido común fascista. El sentido común de Ayuso fue en 2021 el «no es para tanto» de la pandemia; satisfacer irresponsablemente el anhelo libertariano de los confinados. Cañas y terracitas; alegría y normalidad. Se insertaba esto en una de las tácticas propagandísticas generales que impulsan a la ultraderecha contemporánea: abanderar el disfrute. I just want to grill my steak and drive my car, proclaman los trumpistas en Estados Unidos: dejadme asar mi filete y conducir mi coche. La contraimagen, el receptor del «dejadme», es el estereotipo de una izquierda sermoneadora, prohibicionista, enemiga del goce y de la vida. Ahora, es ella la enfurruñada, la que encarna la furia y las pasiones tristes. Quizás el año que viene podamos derrotarla.


Lunes, 14/11/2022. El interés general es una ficción derechista (que la derecha maneja, pero en la que, por supuesto, no cree). Gobernar es siempre gobernar contra alguien; el poder puede siempre contra alguien y se conquista, no apelando a grandes valores, sino mancomunando demandas egoístas.

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Leo una estupenda crítica de Ignacio Echeverría de Un tal González, el último libro de Sergio del Molino, un panegírico a Felipe González. Dice de él Echeverría varias cosas, pero esta me parece particularmente tremenda y reveladora:

«[L]o peor no son el arrobo, el babeo: lo peor es el desdén con que Del Molino se ocupa de denigrar a cuantos se cruzaron en el camino de González sin rendirse a sus encantos ni a sus manejos. Ya se trate de los viejos socialistas exiliados “a quienes la artrosis ya no dejaba cerrar el puño para cantar La Internacional”, o de Santiago Carrillo, retratado como “un viejo cínico que se veía como líder de los soviets españoles”; ya de Luis Gómez Llorente, que, receloso del cesarismo de González, “prefería fumar en pipa a una distancia más que aséptica desde la que podía sentir la enormidad de su derrota”, o de Pablo Castellanos, “cebado por el resentimiento”, cuantos no se rindieron a González o simplemente cuestionaron su proceder, ya fuera desde posiciones de izquierda o de derecha, son tratados por Del Molino con una prepotencia y un desprecio feroces».

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Escucho, por la mañana, Onda Cero en el coche, el programa de Carlos Alsina, y me sorprende descubrir que apoyan la manifestación de ayer en Madrid. Refuerza mi sensación de que el ayusismo, envalentonado, ha dado ese pasito temerario que te ubica definitivamente fuera del sentido común. Eso hay que explotarlo. También me ha hecho pensar en cómo las últimas victorias sobre la ultraderecha han sido convergencias amplias de todo lo que va del centroderecha civilizado al socialismo democrático. No digo que esa tenga que (o pueda) ser la fórmula literal para ganar Madrid, pero algo empieza a palpitar que remite a ella.

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Tuitea el inefable Óscar Puente, lenguaraz alcalde socialista de Valladolid, que «manifestarse está muy bien, pero salir a votar el día de las elecciones y elegir a quien defiende tus derechos, especialmente si eres de los que no tienen de todo, está mucho mejor. Y te ahorra tener que salir a manifestarte». Reñir a la gente por votar mal, ese camino infalible hacia el que no te voten. En el PSOE —que también acaba de anunciar candidata a la alcaldía de Madrid, la insulsa Reyes Maroto— parece como si hubieran reunido un gabinete de crisis y se hubieran conjurado para hacer todo lo posible por no aprovechar lo de ayer y no ganar Madrid bajo ningún concepto. Si se gana, será, me temo, no gracias, sino a pesar de ellos.

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Conocíamos esta semana que el Gobierno eliminará el delito de sedición a petición de sus socios nacionalistas catalanes, de una manera que ha generado indignación en parte de la izquierda porque se hace con la contrapartida de un delito de «desórdenes públicos agravados» que endurece el castigo a la movilización social. Ahora, conocemos que también se propondrá una reforma del delito de malversación, consistente en que no se considere tal el robo que no redunde en lucro personal: un cambio a medida de los responsables del Procés, del que Jaume Asens, de En Comú Podem, anuncia ufano que podrá proporcionar una «pista de aterrizaje» al fugado Carles Puigdemont; pero también del socialista José Antonio Griñán, condenado por el asunto de los ERE, e incluso de Jaume Matas, condenado, en el marco del caso Nóos, no por enriquecerse, sino por contratar a Iñaki Urdangarin y su socio Diego Torres.

Yo comparto aquí la posición de Esther Palomera: «La concesión de los indultos era necesaria, la reforma de la sedición aceptable, pese a los matices, pero la posible modificación de la malversación sería incomprensible e intragable». Y me decepciona sobremanera la posición podemista, un partido que nació prometiendo acabar inmisericordemente con la casta, y que se ha acabado convirtiendo en valedor de este desolador salvataje de expresidentes y exconsejeros autonómicos corruptos, pergeñado incluso a costa de precarizar a los movimientos sociales.

El runrún interior (77)


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Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, NevilleCrítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).

3 comments on “El runrún interior (76)

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  2. Francisco

    De tan sentidos y vividos comentarios el el Run-run, sigo perplejo ante dos palabras, que sospecho polisemicas: no entiendo los términos democrático y fascista. Es ignorancia, acto fallido freudiano, negacionismo cultural o qué? En todo caso expresiones ordeñadoras de lactancia nutritiva y estimulante. Gracias.

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