Escuchar y no callar

Deseando amar

«Seríamos más felices fomentando la relación con los demás, abriendo nuestra mente y tratando de salir fuera de nosotros mismos». Un artículo de Miguel de la Guardia.

/ Escuchar y no callar / Miguel de la Guardia /

Tomo prestado de la película del hongkonés Wong Ker-Wai este título para mi columna que quiere hablar de la necesidad de cariño que tienen los seres humanos y de las dificultades que plantea la vida moderna para la relación interpersonal. Mi tesis es que la naturaleza humana es fundamentalmente social y requiere para su completa realización del contacto con otras personas. Frente a quienes defienden la soledad humana como motor de la vida y la felicidad, estoy convencido de que somos en la medida en que nos damos a los demás y que en ese darse estriba el motor de una vida plena.

Las grandes ciudades en que vive la mayor parte de la población del planeta deberían garantizar las relaciones humanas y, al contrario, en las ciudades nos movemos todos en nuestros propios carriles sin prestar atención a quienes nos rodean. Una amiga me habló de una tesis de Sociología sobre los itinerarios de hombres y mujeres en la ciudad en la que se concluía que ambos colectivos tenían hábitos diferentes; lo que dificultaba el encuentro entre personas de diferente sexo. En este sentido recuerdo la anécdota de unos colegas brasileños que estuvieron unos meses trabajando en mi laboratorio y que un día me expresaron las dificultades que tenían para encontrarse con chicas valencianas. En esa ocasión se me ocurrió preguntarles lo que hacían en sus fines de semana y al contestarme que iban al bar a ver fútbol, se me ocurrió  recetarles que visitaran alguno de los excelentes museos de nuestra ciudad, asegurándoles que estaban llenos de mujeres que, además, eran inteligentes y sensibles. Mi sorpresa fue que a la semana siguiente vinieron encantados agradeciendo mi sugerencia y coincidiendo plenamente con mi afirmación.

Mis colegas, como tantas otras personas, en el fondo estaban deseando amar en el sentido más amplio del término, intercambiar opiniones, miradas y caricias con otros, acercarse a gente diferente e interesarse por sus  creencias, sus anhelos y deseos.

En estos días, la lectura de la excelente novela de Cristina Campos Historias de mujeres casadas me confirma la necesidad que las mujeres tienen de cariño y no solo de amor, también de pasión y el libro de Pedro Simón Los incomprendidos me lleva al terreno del amor paterno filial y del amor familiar.  Ambas lecturas están impregnadas de la necesidad de amar.

Nos equivocamos cuando nos aislamos de los demás, cuando nos protegemos con corazas que amortiguan los sentimientos y cuando esquivamos las miradas a los ojos de quienes se cruzan en nuestro camino. De nada vale crear un mundo al margen de los otros argumentando que eso nos pone a cubierto de desengaños y frustraciones. Mejor darnos a los demás sin preocuparnos si seremos correspondidos, mirar, sonreír, abrazar, sin esperar nada a cambio, sintiéndonos a gusto haciendo lo que hacemos sin esperar nada porque solo nosotros mismos somos responsables de nuestra felicidad, no de la de los otros, pero también somos responsables de hacer desgraciado a alguien y, por eso, nuestro afecto debe darse sin exigencias, sin apropiaciones indebidas de las personas a quienes proyectamos nuestro cariño, pero sin renunciar a amar.

Cuando viajo me gusta mirar a las personas que lo hacen en el mismo tren, autobús, metro o el mismo vuelo y siempre me ha llamado la atención la forma en que acarician y miran a sus hijos y a sus animales de compañía, proyectando hacia ellos su ternura y sus deseos de amar, aunque esquiven las miradas de otros adultos.

En definitiva, estoy convencido de que seríamos más felices fomentando la relación con los demás, abriendo nuestra mente y tratando de salir fuera de nosotros mismos. Ahí dejo estas reflexiones para que cada lector las evalúe desde su propia experiencia con la esperanza de que contribuyan a mejorar la calidad de sus vidas pues lo bueno compartido es mejor y lo malo se hace más llevadero si alguien está a nuestro lado.


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Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.

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