Estudios literarios

De Ítaca a Troya: billete de ida y vuelta

Manuel Fernández Labrada reseña 'Muros de Troya, playas de Ítaca: Homero y el origen de la épica', de Jacqueline de Romilly (1913-2010).

/ una reseña de Manuel Fernández Labrada /

En su Historia de los animales, Aristóteles señala como edad límite para la vida de un perro los veinte años. Un pronóstico optimista que no era, sin embargo, ni caprichoso ni infundado, pues se apoyaba en la autoridad del más grande de los poetas, Homero, al que el filósofo griego citaba como fuente digna de todo crédito. El cálculo no podía fallar. La suma de los diez años de la Ilíada y los otros tantos de la Odisea daba como resultado las dos décadas que vivió Argos, el perro de Ulises. El héroe lo había dejado siendo todavía un cachorro, y ahora, transcurridos veinte años, lo reencontraba viejo y abandonado, aunque capaz todavía de reconocerlo bajo su disfraz de mendigo antes de morir: una emotiva escena que contrastaba la grandeza de la gesta desempeñada por el héroe con la limitada existencia de un perro. Concedía así el poeta una escala temporal de mayor cercanía a esa portentosa serie de aventuras protagonizadas por Ulises, que comprenden tanto su participación en la hazaña colectiva de la guerra de Troya como la proeza individual de su accidentado retorno a Ítaca.

Creamos o no en la excepcional longevidad de Argos, la cita de Aristóteles sirve al menos para testimoniar el enorme respeto de que gozaba la figura del poeta de Quíos en la cultura griega de su tiempo, incluso en dominios tan alejados de lo heroico como la historia natural. Una prevalencia que no se extinguió con el fin del mundo clásico y ha llegado hasta nuestros días. Cómo pudo producirse esa fascinación por los poemas homéricos, de qué manera se generaron y en qué valores literarios se sustentan, son algunos de los misterios que va a desvelarnos esta valiosa monografía que acaba de publicar Siruela: Muros de Troya, playas de Ítaca: Homero y el origen de la épica, obra de la eminente filóloga francesa Jacqueline de Romilly (1913-2010), destacada académica y profesora de griego clásico en las universidades de Lille y París. Hablamos de un ensayo profundo y riguroso, escrito con un propósito divulgativo, pero que acierta a desplegar ante nuestros ojos toda la riqueza y complejidad de los poemas homéricos. Un libro que se lee también con enorme placer, y nos facultará para dirigirles una mirada renovada en nuestro próxima relectura. El inagotable poder de seducción de los clásicos se nutre también de estudios como este.

En sus dos primeros capítulos, el libro se ocupa de la génesis de los poemas, requisito previo al estudio de sus valores literarios. Entre el final de la cultura micénica (c. 1200 a. C.) ―momento en el que se produciría el asalto a Troya que inspiró a los poemas― y la vida de Homero (c. 800 a. C.) se extiende una especie de Edad Media griega caracterizada por la tradición oral de la épica, que los investigadores de la pasada centuria intentaron reconstruir estudiando la manera de hacer de los modernos bardos yugoslavos. Una rica tradición oral que alumbraría también otras epopeyas de las que tenemos alguna noticia, pero que no se han conservado. En esta tradición oral de los aedos, la autora subraya la importancia de las fórmulas, repeticiones y epítetos épicos, que «descargan a la invención o a la memoria». Estas y otras cuestiones referentes a la tradición oral, expuestas en este capítulo preliminar, permiten a la autora fundamentar un breve bosquejo de la denominada «cuestión homérica»: una encendida controversia, ya antigua, en la que se inserta defendiendo una posición intermedia entre analistas y unitarios; es decir, situándose entre aquellos que resaltan el carácter híbrido de los poemas (obra de diversos poetas en sucesivos momentos) y los que subrayan su homogeneidad, justificando contra viento y marea sus aparentes fallos de coherencia. A lo largo de todo su libro, De Romilly contrapone reiteradamente el diferente carácter de los dos poemas, pero sin dejar de considerarlos en ningún momento obra de un mismo autor, Homero, aunque compuestos quizás en diferentes estadios de su vida,

Una de las grandes sorpresas que nos depara la lectura de los poemas homéricos es, según De Romilly, la solidez que respira su estructura compositiva, sobre todo si hacemos cuenta de la enorme complejidad de sus fuentes y el demorado proceso creativo que los alumbró. La Ilíada fundamenta su bien trabada arquitectura argumental en varios puntales esenciales. El principal motivo ordenador es el de la cólera de Aquiles, ya enunciada en los primeros versos. Pero las abundantes batallas que jalonan el poema, siempre diferentes, así como las escenas entre los dioses, tan determinantes en el desarrollo de la gesta, contribuyen también a darle una mayor variedad y relieve. En la parte correspondiente al bando troyano, De Romilly subraya la importancia de los cuadros familiares que componen las figuras de Héctor y Andrómaca, Hécuba, Elena, Príamo o Paris, que añaden al poema un peculiar relieve trágico ausente en el bando griego, integrado sobre todo por guerreros. Esta complejidad estructural es aún mayor en la Odisea, como consecuencia de los diferentes tiempos y escenarios que la integran: Telemaquia, peregrinaje de Ulises, y llegada del héroe a Ítaca con la subsiguiente matanza de los pretendientes. Pero también por las diferentes voces que cuentan la gesta: primero, por la del narrador; y luego, por el propio Ulises, que narra las peripecias de su peregrinaje ante la corte de los feacios. A este respecto, De Romilly destaca también el papel vertebrador que cumplen las tres poderosas figuras femeninas del poema ―Calipso, Medea y Nausícaa―: eslabones de una curva ascendente de interés que prepara el reencuentro final del héroe con Penélope.

Dando un paso más en su aproximación a las gestas homéricas, De Romilly analiza los recursos poéticos que las articulan y enriquecen. Es el caso de los denominados «versos formulares», encuadrables dentro de una economía de medios, propia de la tradición oral, que no le impide al poeta contraponer los caracteres de sus personajes sin reducirlos a meros estereotipos. Pero el análisis más atractivo e interesante de este capítulo quizás sea el de las «comparaciones asimétricas»: aquellas en las que el término de comparación se dilata hasta constituir una breve pintura descriptiva de gran belleza. Estos cuadros comparativos evocan con frecuencia fenómenos atmosféricos (tempestad, tormenta…) o animales salvajes (león, jabalí, águila…), aunque también apacibles escenas familiares y cotidianas, como la vida en el campo o, incluso, los juegos infantiles. Subraya De Romilly que este procedimiento cumple una función plenamente literaria, al servicio de la riqueza del texto, y no de simple relleno. Esto explicaría su mayor frecuencia en la Ilíada, donde sirven de contrapeso a la larga serie de batallas y enfrentamientos que la sustentan: una necesidad que no se da tanto en la Odisea, donde se recogen una mayor variedad de situaciones y paisajes ajenos a la guerra. Finaliza Jacqueline de Romilly su interesante capítulo señalando algunos procedimientos poéticos que le permiten al autor intervenir en el relato, dotándolo de una mayor vivacidad. Así sucede cuando el poeta, en momentos de especial emoción, se dirige al personaje, anticipa el momento de su muerte o profiere un comentario piadoso enfatizando el daño que supone su pérdida.

Es importante recordar que tanto la Ilíada como la Odisea constituyen las fuentes literarias más antiguas con que contamos para el conocimiento de la mitología griega y sus dioses. Omnipresentes en las dos epopeyas (sobre todo en la Ilíada), las muy humanizadas divinidades homéricas se nos presentan como miembros de una familia dividida en bandos por causa de la guerra, y que protagonizan con frecuencia todo tipo de rencillas e intrigas. Unos enfrentamientos que en ocasiones «rayan en la comedia», como sucede en muchas de las trifulcas matrimoniales de Zeus con Hera. Una cuestión crucial para De Romilly es la de dilucidar hasta qué punto los dioses ―Zeus en concreto― se presentan como garantes de la Justicia, una función que cumplen de manera desdibujada y errática en la Ilíada, y más inequívoca en la Odisea. A este respecto, la estudiosa francesa se pregunta también si las actuaciones de los héroes obedecen a su libre elección o se ven determinadas por la voluntad de los dioses. La respuesta a esta difícil cuestión (que no me parece otra que la del libre albedrío trasplantada a la religión antigua) pasa por reconocer una «doble causalidad» que salvaguardaría la dignidad de los hombres. De los varios aspectos tratados por De Romilly en este capítulo referido a los dioses, uno de los más interesantes, a mi manera de ver, es el que atañe al papel que representan los elementos maravillosos en los poemas homéricos. Es digno de resaltarse que todas las intervenciones y apariciones divinas se produzcan casi siempre de la manera «menos chocante posible», adoptando en general una forma humana que no asuste ni sorprenda demasiado. Esta señalada «discreción» de Homero frente a lo maravilloso coloca a sus poemas en las antípodas de Las mil y una noches, y se detecta en una manera de narrar los mitos que prescinde de sus notas más inverosímiles. Incluso en el fantástico mundo de la Odisea los monstruos «nunca se describen en su extrañeza», silenciándose muchos de los rasgos anómalos de su anatomía, que solo conocemos por otras fuentes.

Reserva De Romilly sus dos últimos capítulos para el análisis del héroe homérico, una figura que ha logrado conservar su poder de fascinación hasta nuestros días. Unos héroes que llevan al límite todo cuanto puede exigirse a la condición humana, pero sin sobrepasarla nunca. Monarcas, en su mayoría, de sus respectivos dominios, los actos de valentía que protagonizan a diario en los combates son la contrapartida ineludible a los privilegios de que disfrutan. Pero este valor heroico no es en Homero un mero cliché, fijo e inmutable. No solo se materializa de manera harto diferente en cada poema, sino que cada héroe en particular lo manifiesta con un talante particular que el propio poeta se preocupa de resaltar y contraponer. Una diferenciación que se extiende también a los personajes femeninos de los dos poemas (Andrómaca, Helena, Nausícaa o Penélope), como De Romilly nos recuerda oportunamente. Son igualmente patrimonio de los héroes homéricos la piedad (oraciones a los dioses y sacrificios) y todos los valores relacionados, como el respeto a los juramentos o el cumplimiento de los deberes de hospitalidad. En este sugerente estudio del héroe homérico resulta especialmente interesante la comparación que establece De Romilly entre la visión tan favorable de héroes y heroínas que nos ofrece Homero (de Helena, muy singularmente) y la más sombría y crítica de los grandes dramaturgos griegos posteriores, como Esquilo o Eurípides, que ven ejemplificados en su conducta todo tipo de vicios y excesos.

Cierra el ensayo un breve capítulo en el que se resume el éxito, difusión e influencia posterior de los poemas homéricos: una cantera inagotable que a través de los siglos ―y más allá de su valor como modelo literario― ha servido para extraer la más variada suerte de materiales: ejemplos de índole moral, significados ocultos, valores simbólicos o, incluso, ejercicios escolares… En uno de sus más célebres ensayos, Naturaleza, Ralph Waldo Emerson (1803-1882) reprochaba a su época el defecto de ser «retrospectiva». Según el filósofo de Concord, las generaciones antiguas miraban cara a cara a Dios y a la Naturaleza, mientras que las sucesivas ―la suya especialmente― se limitaban a mirar a través de los ojos de quienes los habían precedido, sin aportar nada nuevo. Aunque las cosas han cambiado mucho en estos dos últimos siglos, no cabe duda de que resulta difícil liberarse de la tradición, y que una parte considerable de la belleza del mundo todavía la continuamos percibiendo a través de unos ojos tan antiguos como los del propio Homero.


Extractos del libro:

«Es posible que, de estas tres figuras femeninas, solo Circe, la primera, proceda de la tradición y que las otras dos [Calipso y Nausícaa] hayan sido creadas por el poeta; pero, de todas formas, ¡qué hermosa escala y qué variedad! Estas tres figuras, cada vez más cercanas y humanas, preparan la auténtica llegada junto a Penélope. Las tres mujeres habrían querido quedarse con Ulises o tener un marido como él. Pero, más allá de estas tres treguas, regresa a Ítaca, a su pobre islita y a su esposa ya no tan joven.»

«Todo ocurre como si, cuando estuviera encerrada en una acción tensa y delimitada, la epopeya necesitara medios para ampliar las perspectivas y descentrar el interés, pero dejara de necesitar recurrir a ellos cuando las circunstancias la paseasen por toda la diversidad concreta de lo real. La Ilíada tiene obreros agrícolas en sus comparaciones, pero una parte de la Odisea transcurre junto al porquero Eumeo, y la Ilíada tiene tempestades para evocar el enfrentamiento de los guerreros, pero la Odisea presenta a Ulises preso de la auténtica tempestad.»

«Es más, cuando alguien relee el propio texto de Homero, aún hoy en día, es difícil resistirse a esa sencillez directa y sin embargo matizada, a esa vida radiante y sin embargo cruel, a esos relatos llenos de maravillas y sin embargo profundamente humanos.»

(Traducción de Susana Prieto Mori)


Muros de Troya, playas de Ítaca: Homero y el origen de la épica
Jacqueline de Romilly
Siruela, 2022
164 páginas
19,95 €

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es foto-de-autor-manuel-fernc3a1ndez-labrada-e1648624792889.jpg

Manuel Fernández Labrada es doctor en filología hispánica. Ha colaborado con la Universidad de Granada en el estudio y edición del Teatro completo de Mira de Amescua. Es autor de diversos trabajos de investigación sobre literatura española del Siglo de Oro. Entre sus últimos libros de narrativa publicados figuran: Elrefugio (2014), La mano de nieve (2015), Ciervos en África (Trea, 2018) y Al brillar un relámpago escribimos (Trea, 2022). También escribe en su blog de literatura, Saltus Altus (http://saltusaltus.com).

0 comments on “De Ítaca a Troya: billete de ida y vuelta

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: