/ Escuchar y no callar / Miguel de la Guardia /
La vida es la más apasionante de las historias, pero, lamentablemente, siempre termina con la muerte del protagonista. Por eso, envejecer nunca debe considerarse una mala noticia, sino la constatación de que seguimos vivos, siendo la alternativa a cumplir años proporcionar un bello cadáver juvenil. Eso, permítanme decirlo, no es ninguna buena noticia.
La imagen que tenemos de la vejez es bastante desafortunada, pues pone el acento en la pérdida de energía y de belleza, los problemas de salud, el alejamiento de la actividad profesional, sin prestar atención al tiempo vivido ni a los recuerdos y experiencias acumulados, dejando de lado esos aspectos que, más allá de los bienes atesorados, son el testimonio de lo que la vida nos ha regalado cada día.
La vejez no es algo que llame a nuestra puerta un buen día con motivo de un cumpleaños determinado. Envejecemos todos y cada uno de los momentos de nuestra existencia una vez que hemos llegado a la plenitud física y síquica. Jorge Bucay sostiene la teoría de los tres tercios de la vida de las personas, que implica que el primer tercio es de aprendizaje, el segundo de plenitud y el tercero sería la senectud; de manera que asumiendo una esperanza de vida de ochenta y tres años, empezaríamos el declive a los cincuenta y cinco, aunque esta es una estimación grosera que depende del tipo de actividad, de su naturaleza física o intelectual o de se acompañe de un aprendizaje constante y una toma de decisiones habitual.
Mi querido amigo el profesor José Viña, catedrático de bioquímica, sostiene que estamos hechos para durar un máximo de ciento veinte años, lo que situaría la senectud entre los ochenta y el final de nuestras vidas; pero me temo que es demasiado optimista y, por supuesto, habría que seguir puntualmente las recomendaciones de su libro Cuídate para que no tengamos que cuidarte.
En cualquier caso, envejecer siempre supone aceptar la pérdida de rendimiento físico y los cambios en nuestro cuerpo, y es en la adaptación al paso del tiempo donde se encuentra el secreto de hacerlo bien, sin traumas ni disgustos. Tiene sentido seguir esforzándose cada día en todos los campos, pero carece de lógica pretender mejorar, e incluso mantener, las marcas de juventud. Cambiar la actividad física por otra más adecuada al estado de nuestros tejidos y músculos no es una claudicación sino una sabia decisión que no impide el disfrute del esfuerzo ni limita la generación de endorfinas.
Un tema que preocupa al iniciar la senectud es el de las relaciones sexuales. Oí decir al cantante Pancho Céspedes, contestando a una pregunta sobre su actividad amatoria, que él era un hombre deseante, pero le seguían gustando las mismas mujeres que hacía veinte años, y ahora constataba que no tenía ninguna oportunidad con ellas. Esa misma experiencia me comentaban varias amigas brasileñas que lamentaban ser invisibles en su país a partir de los cuarenta años. Este es un tema delicado y los esfuerzos de las empresas farmacéuticas así lo evidencian. De nuevo, la respuesta está en adaptarnos al tiempo vivido. La belleza es la belleza, pero no hay un único canon, y si agudizamos la mirada podemos constatar que cada edad tiene sus cualidades e incluso hay algunas, como una mirada inteligente, una sonrisa sincera o la suavidad de la piel, que se acrecientan con el paso del tiempo. En una ocasión al reencontrarme con una mujer a la que amé intensamente, le dije que el tiempo había hecho cosas bonitas en ella, y les aseguro que, además de veraz, mi apreciación siempre ha sido celebrada por mi amiga y, lo más importante, me ayudó a actualizar mis ideas sobre la atracción física y el deseo. No se trata de discriminar positivamente (como se dice torticeramente hoy en día) a las mujeres por su edad, pero sí adaptar el deseo a la realidad.
En resumen, aconsejo al lector que acepte el paso del tiempo, guardando los recuerdos del pasado pero, disfrutando del presente, adaptando su actividad y sus deseos a lo que los años han operado en su cuerpo y en su mente que ese, no otro, es el secreto de la felicidad.

Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.
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