Crónica

¿Qué está pasando en España?

En el segundo semestre de 2012, en plena ebullición pos15-M, un grupo de activistas y analistas se autoconvocaron para emitir un diagnóstico coral sobre la situación española. Diez años después de su publicación, EL CUADERNO recupera aquel documento.

/ por varios autoes /

Durante el segundo semestre de 2012, en plena ebullición post15-M, un grupo de analistas y activistas sociales se autoconvocaron para emitir un diagnóstico coral sobre la situación española. Participaron de aquella iniciativa Jorge Moruno, Ramón Espinar, Juan Domingo Sánchez Estop, Pablo Bustinduy, Jónatham F. Moriche, José Luis Carretero Miramar, Jesús Gómez Gutiérrez, Lola Matamala, Íñigo Errejón, Raimundo Viejo Viñas, Juan Pedro García del Campo, Gemma Ubasart, Patricia Rivero, Jorge Lago y Ángel Luis Lara. El texto fue reproducido, en el original castellano y su traducción al inglés, en distintos sitios de la red. Diez años después de su publicación, recuperamos aquel documento, significativa muestra del ambiente, el lenguaje, los diagnósticos, las estrategias, y las expectativas políticas del tiempo en que fue redactado y también significativo término de contraste con el momento político actual.


JORGE MORUNO

Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere y otra que bosteza

Antonio Machado

España parece estar destinada a ser la colonia europea del capitalismo dospuntocero. Casinos, fiesta, playa, festivales de música y todo tipo de actividades pensadas para ofrecer placer al visitante y servidumbre a quien le acoge. La lumpenoligarquía que nos gobierna encuentra en devaluarnos a las personas el principal atractivo para tranquilizar a los mercados. Precarización del trabajo, precariedad en el acceso al transporte y a la vivienda, es la brújula que guía la locura que nos gobierna. Mercantilizar los espacios que todavía quedaban al margen del mercado, como la sanidad o la educación y todo lo que suene a público y a derecho conquistado. Nos imponen una flexibilidad exenta de cualquier seguridad, nos someten a un trabajo que no existe, nos inoculan el miedo para que obedezcamos. Señalan al parado como parásito y al que trabaja como privilegiado, mientras las grandes empresas defraudan el 71% de los ochenta mil millones que no se declaran y el 63% de los asalariados cobra mil euros o menos al mes.

No hemos «vivido por encima de nuestras posibilidades», como nos repiten sin cesar. Al contrario, para que ellos, el 1%, mantenga sus posibilidades, tienen que vivir por encima nuestro y además culparnos por ello. Someten y disciplinan al conocimiento colectivo para someterlo a un mercado laboral que no garantiza ningún trabajo y donde el trabajo no te garantiza nada. Las multitudes desobedientes reclaman su papel de innovadores, el verdadero emprendedor que se construye en común para fines comunes, frente a la plusvalía de la renta financiera y al chantaje de la deuda. Marx decía en su artículo «La España revolucionaria» que «los levantamientos insurreccionales son tan viejos en España como el poderío de favoritos cortesanos contra los cuales han sido, de costumbre, dirigidos». En España hubo una guerra civil, y no sólo un golpe de Estado, porque la gente, los de abajo, decidieron defender la vida contra las pasiones tristes del franquismo. Hoy recogemos el testigo de la dignidad pasada para combatir a nuestro peor enemigo, el mismo que compartimos con el resto del mundo global: el miedo y el cinismo que nos conduce al neoesclavismo, que no es otra cosa que ser libres para poder convertirnos en siervos.


RAMÓN ESPINAR

En el terreno económico, la crisis iniciada en 2008 y el derrumbe, fundamentalmente, de los sectores financiero y de la construcción, dibujan un panorama desolador. Tras dos décadas de supuesto milagro económico, el Emperador ha quedado definitivamente desnudo, como en el cuento: la economía española se encuentra con las mayores tasas de desempleo de la UE, especialmente en lo que se refiere al desempleo juvenil, y con una incapacidad estructural para generar tejido productivo que sustituya el hueco que ha dejado el sector de la construcción y la quiebra del modelo de especulación inmobiliaria, tanto para la economía pública (especialmente para la financiación de entes locales) como para la privada.

El crecimiento exponencial de la deuda, a consecuencia de esta situación, y la injerencia de intereses especulativos bastardos, traducidos en el crecimiento de la prima de riesgo, en el mecanismo que fija el precio de esta ante la parálisis por incapacidad de las instituciones europeas encabezadas por el BCE, no solo dibujan un escenario de estancamiento, sino que nos permiten hablar de un fin de ciclo. La crisis de la deuda supone un ahogamiento de los sectores públicos en países cuya única salida a medio plazo es el crecimiento de la inversión pública para sustituir sectores de la economía que han quebrado para no volver. La pescadilla se muerde la cola y hace crecer la metástasis a países cada vez más grandes en población, con la consecuente imposibilidad de institución alguna de generar salidas.

En el plano político, la situación viene caracterizada por varios elementos: la incapacidad demostrada de la UE de plantear una salida a la situación española se ha traducido, de facto, en un rescate sin contrapartida, en el que la Troika dicta las condiciones en que se debe gobernar el país a espaldas de la ciudadanía, sin poner un euro a cambio; la incapacidad de los gobiernos de PP y PSOE para hacer valer los intereses del país frente al diktat; la estrategia de las élites, al calor de la crisis, de desmantelamiento de los servicios públicos y la protección social que, si bien nunca fue excesivamente generosa en el modelo español, había consolidado el modelo de convivencia desde la Constitución de 1978.

Así, la situación puede resumirse en dos elementos: en términos económicos, es imposible que este modelo de gestión de la crisis vaya a darle, en modo alguno, salida a la economía española para recuperar los niveles de crecimiento y calidad de vida anteriores a base de recortes de derechos y estrechamiento de la economía; en el plano político, la salida neoliberal a la crisis del neoliberalismo ha hecho saltar por los aires los cimientos que dotaban de consenso social al régimen político y han quebrado las bases del pacto social que, a día de hoy, ha sido puesto en cuestión por el estado de excepción permanente decretado por las élites económicas.

En este escenario, los movimientos sociales surgidos a partir del 15 de mayo de 2011 han marcado una hoja de ruta a seguir: la ruptura con el actual Régimen y el avance hacia un proceso de recuperación de la política que permita, al menos como primer paso, que la ciudadanía asuma la responsabilidad de autogobernarse en un momento en que sus gobernantes han depositado la soberanía en manos de capitales e intereses privados.


JUAN DOMINGO SÁNCHEZ ESTOP

Definitivamente, no es posible construir una democracia sobre un paisaje de fosas comunes y un pasado de terror. La coyuntura de crisis pone un término a esa ilusión. En la crisis, un todo social complejamente articulado puede deshacerse: cada uno de los elementos tiene su propia temporalidad y eficacia, también sus posibles líneas de fractura. Nada garantiza que la crisis sea el fin, como tampoco existen garantías de que el orden anterior perviva. Son varios los planos en que se hace patente la precariedad de los equilibrios del sistema. En primer lugar tenemos una erosión de la legitimidad del régimen. La recuperación de la memoria histórica, el profundo desgaste del bipartidismo, la corrupción generalizada (cuyo símbolo es una monarquía que aparece a la vez como vértice de un sistema de expolio y como heredera del franquismo), hacen que la población perciba el sistema político no como una democracia en la que tiene su voz, sino como un régimen que gobierna al margen de ella e incluso contra ella.

Este problema de legitimidad afecta también al sistema económico, que, en connivencia con el político, ha frustrado las expectativas de futuro de numerosos sectores y de varias generaciones, en particular las más jóvenes, liquidando el ya famélico Estado social, imponiendo unos niveles extravagantes de desempleo, atacando salarios y pensiones. Los propios agentes de los aparatos represivos del Estado desafían hoy en las calles las medidas del gobierno. La ilusión de vivir en una democracia se escapa hoy por los mismos sumideros que la esperanza de vivir en un sistema donde todos pueden disfrutar de la prosperidad general. El ciclo neoliberal se cierra así en España como una crisis política y una crisis económica y social. Ambas crisis son inseparables, pues el régimen español de la Reforma que hoy entra en una grave crisis fue el que abrió las puertas al neoliberalismo, no mediante el terror inmediato como la dictadura de Pinochet, sino por el recurso retroactivo a la acumulación originaria de terror franquista. La falta de ruptura con el franquismo mantuvo activos los resortes principales de la «legitimidad» del régimen. De la mano de las nuevas expresiones sociales del trabajo que constituyen la base social del 15-M y movimientos afines, este terror empieza a desaparecer. ¿Termina así el ciclo que empezó el 18 de julio de 1936?


PABLO BUSTINDUY

El gobierno de la deuda no es un dispositivo lineal, sino que funciona induciendo catástrofes. Así la excepción se hace norma: cada quiebra permite generar nuevos modos de expropiación, de un orden de magnitud cada vez mayor. España se acerca a pasos acelerados a otro de esos momentos de bifurcación. Y aunque la tarea política es tremenda, no hay otra alternativa que intentar bloquear esa transición, y desviarla hacia un proceso de democratización radical.

El agotamiento de la legitimidad política del régimen abre un resquicio de oportunidad. La multitud movilizada en las calles del Estado ya ha dejado constancia de su crecimiento y su densidad: su capacidad de actuar, y de producir verdades al margen de la gramática y de la institucionalidad establecidas, cada vez es mayor. La bifurcación, sin embargo, es doble; la resistencia también tiene que cambiar de marcha. Urge articular esa capacidad en un frente amplio y popular, que le permita personarse activamente en el proceso y neutralice definitivamente el riesgo de su colonización, de una recuperación oportunista o reaccionaria del descontento de la calle.

La politización definitiva de la deuda y de su impago debería estar en el centro de esa articulación: hay que impedir que el gobierno se suicide para regenerarse en un monstruo aún más «técnico» y dictatorial. Cuando el gobierno se disponga a firmar el próximo memorando, tiene que encontrarse enfrente al demos movilizado de forma clara e inapelable. Creo que constituir ese frente con inteligencia estratégica, en los tiempos breves de que se dispone, es hoy en día la tarea política fundamental.


JÓNATHAM F. MORICHE

«En enero de 1980, en los salones del Hotel Ritz de Madrid, la reforma española pasa su examen ante la Comisión Trilateral», enuncia el narrador del documental Después de, mientras la cámara retrata a los prohombres Pedrol, Osorio, March, Garrigues o Ferrer Salat en animada conversación. «Se ha logrado salir de la dictadura sin cambiar el sistema social», prosigue la narración, y «la democracia nacida desde arriba ha nacido hipotecada», y prueba de ello será que, aunque el general Franco haya muerto en 1975 y rija desde 1978 una Constitución formalmente democrática, esta extraordinaria cinta de los hermanos Cecilia y José Bartolomé permanecerá judicialmente secuestrada entre 1981 y 1983.

La democracia española nunca ha dejado atrás su fundacional naturaleza de democracia administrada. Para las élites burocráticas y corporativas franquistas (monarquía incluida), la Transición no constituyó tanto una ruptura real con la dictadura como su homologación formal a las normas y costumbres del capitalismo avanzado de su entorno. A despecho de las pulsiones antisistémicas de los sectores más conscientes y combativos del antifranquismo, el nuevo consenso constitucional arrolla a sus opositores con una diabólica combinación de seducción (cooptación institucional o empresarial) y terror (violencia policial o parapolicial). La intentona golpista cívico-militar de 1981 termina de disciplinar a un centro-izquierda que accede al poder en 1982 con un programa rigurosamente neoliberal (integración en la OTAN, reconversión industrial, liberalización del mercado de trabajo, reforma financiera). A cambio de que la derecha renuncie a la dictadura, (gran parte de) la izquierda renuncia a la política.

Durante treinta y cinco años este sistema, basado en la cohesión de las élites y la despolitización de las masas, parece haber funcionado. Mostró signos de agotamiento durante la enloquecida segunda legislatura imperial del neocón Aznar, vivió una efímera esperanza reformista en la primera del socioliberal Rodríguez Zapatero, y se hundió con la segunda, ante el feroz impacto de la crisis global sobre el ya de por sí desquiciado modelo económico autóctono. Apenas siete meses después de su precaria victoria electoral (por incomparecencia del adversario), Rajoy parece ya un mero paréntesis hasta la composición de un gobierno de concentración bipartidista al mando de alguna figura tecnocrática, que aplique el memorando del Directorio europeo sin mayores contemplaciones: el ocaso trágico de un Régimen de (en definición de Vicenç Navarro) «democracia incompleta y bienestar insuficiente», ahora en transición hacia alguna clase de protectorado deudocrático desinhibidamente autoritario y miserable. Con las calles en espontánea y electrizante (pero intermitente y problemática) ebullición desde la primavera de 2011, el comportamiento de las multitudes es ahora la más decisiva e imprevisible de las incógnitas de la ecuación española.


JOSÉ LUIS CARRETERO MIRAMAR

El calor golpea sobre el asfalto en las calles de Madrid, pero este no es simplemente otro tórrido verano. La temperatura es alta, es más, es cada vez más alta, pero no se puede culpar únicamente al astro rey. Ahora, en pleno agosto, las calles también arden con la huelga de los ferroviarios, las protestas de los taxistas, las manifestaciones de los funcionarios, el hartazgo cada vez más explícito de una multitud traicionada y ahíta de tanta agresión sin respuesta.

Los recortes, la intervención, los nuevos ajustes, el próximo rescate, el memorando que nunca es último y que va seguido siempre de un nuevo memorando, mientras la deuda externa se apila indefinidamente formando una montaña cada vez más alta gracias a las enormes (en puridad, incalculables) sumas de deuda privada de las entidades financieras y las grandes empresas que va a ser socializada.

La lucha de clases se despereza tozuda en las mismas calles que, no hace tanto, la negaban en una prepotente glorificación del consumo. Nos saquean. Así de simple. Las condiciones de trabajo, los servicios sociales, la infraestructura sanitaria y educativa, los bienes comunes, todo es transformado coactivamente en dinero, de ese que se anota en pantallas refulgentes de ordenador para enviarlo virtualmente a cubrir los insondables agujeros en los balances de las entidades financieras propias y foráneas.

Asistimos a una radical redistribución de la riqueza en favor de los enormemente ricos, operada por una clase dirigente anhelante del abismo que su propia ceguera hace cada vez más probable.

Es un tórrido verano. Ya lo hemos dicho. Pero no es otro tórrido verano. Las calles vibran hoy con la textura de una dignidad revisitada, de una creatividad reapropiada, de una solidaridad bella y precaria que se afirma pese al resplandor opaco de los escudos policiales.

Las calles están llenas de gente. Gente que, más pronto que tarde, va a exigir su primordial derecho a un nuevo tipo de abundancia: el de una democracia directa, real y profunda en un futuro vivible para los más.


JESÚS GÓMEZ GUTIÉRREZ

No vivimos una crisis, sino un cambio sistémico, la última fase de la revolución conservadora que inició Margaret Thatcher en la década de 1980. Se trata de destruir el pacto social surgido de la Segunda Guerra Mundial para adecuar nuestras circunstancias a una nueva economía, donde el factor trabajo empieza a ser despreciable. Ese es el mayor error de la socialdemocracia europea y de gran parte de la izquierda: creer que, con un poco de Keynes y un poco de asistencialismo, podemos revertir la situación y volver atrás. Ya no hay atrás.

Pero también es el momento de la construcción de alternativas, que necesariamente tendrán que ser internacionalistas, sin la palabrería de otras épocas. Y ese momento tiene características muy especiales en España: a los efectos de la revolución conservadora, que son globales, se suman las carencias del régimen surgido de la dictadura. La población española empieza a comprender que nuestro marco político y económico está agotado, que necesitamos uno nuevo y que no lo conquistaremos con el respeto al marco vigente.

El 15-M, que surgió como grito, evoluciona poco a poco hacia un movimiento regeneracionista en toda regla. Desde luego, no es suficiente. La pobreza y la disgregación social avanzan mucho más deprisa que nuestros esfuerzos, pero ya no somos sólo un principio, sino un hecho político que el sistema no puede despreciar. Incluso hoy, con millones de personas en paro y condenadas a la exclusión, tenemos mucho más que hace un año, cuando tomamos las plazas: hemos devuelto la esperanza a la gente. Solo falta que aprendamos a ser ambiciosos; a ir a la raíz del problema.


LOLA MATAMALA

Hace más de dos años, en el trabajo, escuchaba la radio. Hablaban de cómo este país en el que vivo estaba empezando a recibir la onda expansiva de lo que había ocurrido en EEUU con las hipotecas basura. La locutora de una de vuestras empresas nos advertía solemnemente de que podíamos entrar en recesión. Nada nuevo ni para mí, ni para mis compañeras en aquel trabajo mal pagado, precario y extenuante: esa cosa llamada recesión llevaba ya mucho tiempo viviendo dentro de nuestros bolsos. Así que ante esta extraordinaria primicia que nos ofrecíais, ni me inmuté.

Las cosas, es verdad, están empeorando. Para nosotras, claro, las que pagamos todos vuestros rescates. Pero también para vosotras, porque tras del ruido y la humareda de todo este destrozo, va saliendo a la luz vuestro perverso plan, trazado desde los aposentos del Banco Central Europeo, de Standard and Poor’s, del Financial Times o cualquier otro de esos clubes, gremios o sindicatos donde en vuestros almuerzos de negocios decidís la forma del mundo y tomáis de postre arroz con gente. Un plan muy parecido al que trazasteis con anterioridad en los bolsos de las gentes de mentes y caras bellas de América, de Asia o de África. En estos días lloro a veces, entre el asombro y la rabia, cuando os escucho anunciando el pedazo de nuestras vidas que habéis decidido en esta ocasión arrebatarnos. Pero paro ya de quejarme. Paro. Si no, este escrito sólo va a servir para que os frotéis vuestras manos avariciosas, pensando que mis compañeras y yo estamos agotadas. En cambio, os voy a mostrar lo que hago para sortear los cartuchos que soltáis por vuestra boca de escopeta (¡las de Lagarde, Merkel y Ashton llevan carmín!): 1, mientras comparto cama, beso y abrazo sin medida; 2, recojo, y regalo libros, discos, macetas, cepillos y faldas; 3, me recreo mirando campos en donde plantar cebollas, ajos y más deseos; 4, contemplo la cosecha de las compañeras de ambos lados del Charco Azul; 5, encuentro espacios libres de vuestras garras, y allí me oxigeno con los colores que intentáis robarnos; y 6, siempre brindo por las que lo merecen.

Después de esta muestra y con mis células rebosantes de energía (en caótica pero productiva conexión con las energías de las células de otras, con las que obstinadamente me reencuentro con y sin vuestro permiso en las plazas desde hace ya más de un año), he dejado de escuchar a la hipnótica locutora de vuestra empresa y, en sucinta respuesta a vuestro amenazador memorando, os paso la lista de algunas cosas que voy a hacer junto a mis compañeras: 1, despertaremos a la población dormida (¡no os pongáis violentas, no podemos desvelar con qué!); 2, haremos un severísimo corte de manga a vuestra Deuda; 3, recopilaremos vuestros nombres, los de todas las que habéis firmado los permisos y avales para llegar hasta aquí, y os comunicaremos por escrito, que ni contáis más con nosotras, ni contamos más con vosotras; y 4, programaremos para las próximas horas un primer aquelarre. La fogata se alimentará con el paquete que estaba en nuestras casas sin darnos cuenta: la Transición en España o de cómo engañarles durante casi treinta y siete años (se trata de una obra vasta, cientos de miles de páginas diariamente reescritas y reeditadas por los grandes grupos de comunicación, sus intelectuales de cabecera y otras cortesanas del pensamiento y la palabra). También quemaremos los almohadones grises de vuestros sueños (vuestro sueño de paz social, vuestro sueño de obediencia debida, vuestro sueño de mayoría silenciosa y unos cuantos más). Y no, todavía no podemos desvelar si también echaremos al euro a la pira (pero tened por seguro que, antes o después, también conquistaremos Berlín). Para finalizar, os recuerdo que nuestros bolsos siguen vacíos, pero nuestras mentes son bellas y poderosas; y nuestras bocas no esconden cartuchos como las vuestras, pero sí lenguas que conspiran, cantan y besan.


ÍÑIGO ERREJÓN

En España se está viviendo una crisis de régimen. No se trata (aún) de una crisis de Estado, puesto que las instituciones siguen funcionando, se mantienen el monopolio de la violencia y la regulación social, que siguen ordenando la cotidianidad y el conjunto del territorio del país. Pero tampoco es sólo una erosión de la legitimidad de las élites políticas y los principales partidos del sistema.

Los principales partidos del régimen político salido de la transición posfranquista han unido su suerte a la del agresivo programa de ajustes impuesto por las instituciones

no democráticas que representan al capital financiero europeo. En ese tránsito, les han acompañado las principales instituciones de la sociedad civil, productoras del hasta ahora estable consenso del régimen. Este programa no sólo tiene el fin de facilitar el despojo económico y la redistribución de la renta de abajo hacia arriba, de lo público a lo privado y de dentro a fuera del país. Se trata también de toda una ofensiva política de reestructuración oligárquica de los equilibrios del Estado, que tiende a eliminar los contrapesos democráticos y sociales que habían marcado el compromiso de las principales organizaciones (partidos y sindicatos) que representaban a las clases subalternas integrándolas en el contrato político y social.

En el Régimen (palabra de muy reciente y vigorosa entrada en el vocabulario político popular) se opera un cierre oligárquico, un repliegue autoritario que estrecha al máximo su pluralidad interna y expulsa cualquier demanda particular a la disyuntiva de la renuncia o de la confrontación política. El Régimen revela así con crudeza, en cada caso particular, que su naturaleza es ser tan feroz con los de abajo como servil con los de arriba: pone candados en los contenedores para evitar que los pobres recojan comida de la basura, desahucia familias, castiga a los manifestantes, mientras perdona las deudas a los especuladores, rescata bancos y premia a los más odiados representantes de la casta política endogámica.

¿Y, frente a este partido del régimen, qué hay? Una cierta latinoamericanización de la política española, mucho miedo a la miseria, mucha rabia e mucha impotencia, quiebra de la confianza hacia los que mandan y sus expertos, e importantes dosis de desorientación. Hay un terreno social fragmentado y cultural ambivalente, después de décadas de retroceso de las identidades colectivas subalternas, de los valores y las ideas de la izquierda. Pero también hay una tendencia hacia la conexión de las quejas particulares, de cada vez más sectores sociales y profesionales, en un sentido crecientemente destituyente, y aún muy tímidamente constituyente. Hay una idea difusa pero en extensión de que la mayoría golpeada por las inútiles e injustas medidas de austeridad constituye un pueblo, un nombre de límites imprecisos que se establecen sólo por oposición a las élites, que debe recuperar la democracia y la soberanía. Hay también una conciencia de que está por construirse el instrumento político de ese pueblo ―o pueblos, pues la realidad plurinacional complejiza las articulaciones―, el nuevo lenguaje político y los nuevos liderazgos que conviertan el hartazgo en proyecto de poder político para el cambio en favor de los de abajo.


RAIMUNDO VIEJO VIÑAS

El gobierno del PP aún no ha cumplido un año y ya resulta evidente que su proyecto no es otro que el de convertir el país en una colonia turística. La lumpenoligarquía española lo tiene claro: nada de veleidades desarrollistas que nos devuelvan a la vía muerta de la economía industrial (en rigor, la vía asesinada por la reconversión del PSOE); nada de cambio de modelo productivo que nos sitúe en la denominada sociedad de la información; nada de nada que no sea precariedad y empobrecimiento para el 99% y rapiña para el 1%. En esto, la lumpenoligarquía española comparte, inequívocamente, un proyecto común de Europa con las élites de los antiguos Estados nacionales hoy integrados bajo un único mando. La farsa de la burbuja inmobiliaria alimentada durante los últimos años ha liquidado cualquier opción para reorientar el modelo productivo en las próximas décadas desde el régimen. La sobreexplotación del turismo no puede relanzar un nuevo ciclo de crecimiento.

Así las cosas, el panorama que se dibuja en el horizonte aboca a la disyuntiva entre resignación o ruptura radical sin dejar apenas alternativas intermedias. El mando es perfectamente consciente de ello, pero también de las implicaciones que tiene la máxima spinoziana expuesta en la Ética: «nadie ha determinado hasta ahora lo que puede el cuerpo». El porvenir se presenta hoy, pues, como una prueba de resistencia en la que mientras el mando apretará todo lo posible, el cuerpo social deberá ingeniárselas para liberar recursos del control del mando y organizarse desde su propia autonomía. El movimiento relanzado el 15-M del año pasado debe profundizar este curso que comienza en una nueva etapa. La fase expresiva en las calles (el proceso destituyente) ha de ir cediendo paso a una segunda fase (la fase instituyente) que siente las bases para la instauración del régimen político del común. El 25-S debe servir para proyectarse más allá de la protesta en esta nueva etapa.


JUAN PEDRO GARCÍA DEL CAMPO

En España asistimos a una abierta ofensiva capitalista-patriarcal. Como en otros lugares. Sin embargo, hay ciertos matices diferenciales ―singularidades derivadas de la peculiar historia española― que hacen que esa ofensiva adquiera una singularidad específica: una característica propia del capitalismo español.

En España, la ofensiva capitalista es dirigida por los sectores más tradicionales y menos dados a permitir los más elementales usos democráticos. También, los más dados a silenciar y reprimir las divergencias o la contestación. Se trata, además, de sectores fuertemente ideologizados que compatibilizan una apuesta neoliberal en lo económico y un rancio tradicionalismo tardocatólico en lo cultural. Estos sectores se han convertido en la opción hegemónica entre las potencias del Orden tras el fiasco de la gestión de la crisis realizada por el PSOE. Así, los distintos gobiernos del PP (tanto el gobierno central como los gobiernos autonómicos), aprovechando la legitimidad que les parece conferir la mayoría absoluta que lograron en las últimas elecciones, se ha lanzado a una política abiertamente ofensiva que combina los ataques más burdos que se han visto contra los derechos sociales, contra las organizaciones sindicales, han emprendido la tarea de acabar con los principales emblemas del también peculiar Estado del bienestar español (educación, sanidad, dependencia, servicios sociales), han adoptado medidas abiertamente xenófobas y discriminatorias (exclusión de los migrantes no regularizados del sistema público de atención sanitaria) y, en la práctica, para justificar sus actuaciones, han lanzado una campaña de desprestigio (casi de criminalización) de los funcionarios públicos, de los desempleados y de los sectores sociales más desprotegidos.

La ofensiva capitalista-patriarcal que triunfa en otros países europeos, en España, sin embargo, paradójicamente, parece conducir de manera inevitable a una crisis del sistema capaz de resquebrajar los consensos del régimen político de 1978 (los que han regido durante el período posfranquista). A la vista de la inutilidad para la gestión (cuando no de la corrupción abierta) que los gobernantes no saben siquiera ocultar, a la vista del crecimiento constante del paro, a la vista del rigor con que el peso de la crisis recae en sectores cada vez más amplios de la población mientras no dejan de producirse ayudas (más bien regalos) a la banca y a los grandes capitales…, los resortes del poder han quedado a la vista. El supuesto buen gobierno se evidencia como poder. El Estado de Derecho se evidencia como garantía de dominio. La ficción de la representación se evidencia como ficción.

Por otra parte, en el último año y medio (más claramente desde el 15 de mayo de 2011, en que floreció el movimiento de indignación conocido como 15-M), tras varias décadas de derrotas acumuladas sin que los militantes y activistas del anticapitalismo lograran encontrar las formas de organización y lucha que sustituyeran a las (ya) inútiles instituciones en las que el obrero fordista articuló su resistencia al mando, finalmente ha fraguado una nueva forma de repolitización de la vida (y de revitalización de la política) en centenares de asambleas populares constituidas en las plazas de los barrios y pueblos de todo el Estado.

Una nueva articulación de las potencias del contrapoder (que es también, o quiere serlo, una nueva articulación de las relaciones sociales) se ha reencontrado con la alegría de la creación de espacios liberados del mando: en la discusión horizontal, en la búsqueda del consenso frente al orden, en la construcción de la (de una) alternativa.

España es hoy, ciertamente, uno de los espacios de fricción de las estrategias de organización sistémica del capital. Pero es también en uno de los espacios en los que la resistencia al mando se articula más claramente: de manera novedosa.

El resto falta.


GEMMA UBASART

La medicina que está probando en la actualidad la periferia de Europa no es muy distinta de aquella que se aplicó a América Latina durante la larga noche neoliberal de los años ochenta y noventa. Achicamiento del Estado y aumento de la deuda pública (externa y eterna), y no precisamente por inversión social sino por aquella que iba al capital. Destrucción de las pocas políticas welfaristas que habían podido consolidarse. Resignación, no future y desesperanza. Pérdida de soberanía real de la mayor parte de países de la región y sometimiento a los intereses del mercado, es decir, a las élites económicas nacionales e internacionales, a partir de las recetas impuestas por, entre otros, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio. Pero la historia está por escribir, y con el cambio de milenio, con la constitución de gobiernos transformadores en muchos países de América Latina se abrió una nueva ventana de oportunidad para soñar futuro, para atreverse a construir dignidad. Modelos distintos, en contextos diversos. Pero compartiendo una mirada emancipadora ―siendo esta semilla de los procesos de integración y cooperación regional en marcha.

Las hipótesis centrales de lo que está sucediendo/padeciendo Grecia, Italia, Portugal, Irlanda y el Estado español son compartidas por amplios espacios académicos, políticos y sociales: anticapitalistas, socialdemócratas y liberales radicales (aunque tengo mis dudas si a día de hoy existen unas fronteras claras entre ellos). Mientras que en los años ochenta y noventa fueron los países del centro los que externalizaban costes en la periferia del mundo, ahora son los países del centro de occidente los que externalizan en la periferia de Europa. Artículos y libros producidos en distintos países y por diversos sujetos políticos coinciden en el tratamiento principal; con los matices necesarios, pero no encontraríamos grandes variaciones en profundidad. Eso sí, en la propuesta de soluciones, o como mínimo en las iniciativas de gestión de la situación, es dónde radican las principales disputas. Aunque a decir verdad, tendríamos que hablar de insinuaciones de alternativas, porque a excepción de unos pocos proyectos sólidos, aún no hemos sido capaces de trascender más allá de planteamientos dispersos y sin materialización.

Aunque, en mi opinión, la cuestión nuclear para dar la vuelta a la situación y ser capaces de construir un nuevo escenario que permita pensar futuro, que posibilite en un cambio emancipatorio, no radica tanto en la discusión del mundo que queremos, la sociedad con la que soñamos o, en otras palabras, en el debate ideológico. El gran problema que tenemos sobre la mesa es de carácter organizativo y de acción política. Espacios amplios y plurales tienen claro lo que no se quiere. Nos unen unos valores de un mundo por el que luchar. Y la excepcionalidad actual nos obliga actuar antes de que sea demasiado tarde. Sabemos que las políticas neoliberales de la austeridad han concentrado derechos y libertades en una minoría, negándola a la mayoría. Y frente a esto es necesario confluir y estructurar poder. Con este acervo común ya es suficiente. Antes de que sea demasiado tarde.


PATRICIA RIVERO

Si analizamos los datos que muestran cuantas personas migradas hay residiendo hoy en España en comparación a otros años, efectivamente vemos que las proporciones han variado, yendo a la baja las personas de origen latinoamericano. Las explicaciones que más se suelen dar en relación a las causas de este comportamiento de los flujos migratorios son, casi en su totalidad, relacionadas con la gran crisis económica que azota a España. Pero limitarse a afirmar que la migración se debe a la crisis es un argumento cuando menos incompleto, si no falaz. La realidad está muy por encima de la correspondencia entre estas dos variables.

Es una falacia asegurar que el retorno de los migrantes es exclusivamente a causa de la crisis española. Puede que sea un mecanismo explicativo más, pero no lo explica todo, a todas luces debe haber más causas. Una de ellas es que muchos latinoamericanos hemos decidido volver a nuestros países de origen porque estamos contentos y orgullosos de la tierra que hemos ido construyendo estos últimos años. América Latina hoy es una región unida y fuerte (pese a los dolores de cabeza que aún nos dan algunos gobiernos vendepatrias). Nos encontramos residiendo en el país de destino, pero como nunca con nuestro corazón en nuestra tierra. Y es que está claro: nuestra gente está mejor, tenemos países más democráticos, con menos brecha y más justicia social. Nuestra gente es testigo de un proceso de cambio que da aún más esperanzas de progreso, y no estamos tan seguros de querer dejar de ser parte de ello.

Los latinoamericanos que vivimos en el exterior venimos siendo desde hace unos años testigos transnacionales de grandes progresos políticos, económicos y sociales en nuestra región. Una de las virtudes de estas diásporas ha sido la de huir de la contemplación del fenómeno; hemos querido ser parte de ello desde el exterior no sólo con el voto, sino que nos hemos convertido en una especie de agentes antirrumores. Se han formado en las sociedades receptoras pequeñas estructuras políticas, pequeñas células que se han encargado espontáneamente de contar nuestros cambios, los defectos y virtudes de nuestros gobiernos, explicar nuestras luchas, etc. Con todo esto, muchos españoles empezaron a comprender que aquellos dirigentes que nos decían que eran malos, en realidad no eran tan malos, y que muchos de los mecanismos mediante los cuales se dio esta crisis en España tenían algo que ver con ese pasado doloroso que América Latina vivió a causa del neoliberalismo.

Volver no es tarea fácil, nos volvemos a nuestra tierra compungidos, porque esta también es nuestra tierra, nuestros hijos son españoles, nos hemos enamorado de españoles, nuestros amigos son españoles… ¡Cómo hacemos ahora para irnos con tantos afectos aquí! ¡Nos quedaríamos con crisis y todo! Pero nos vamos, nos vamos porque sentimos que nuestro deber es irnos, porque hace rato dejamos de ser migrantes económicos y pasamos a convertirnos en migrantes más complejos. Nos vamos porque queremos ser parte de ese proceso de cambio que América Latina vive, queremos ser testigos directos de los cambios que aún van a suceder. Allá vamos.


JORGE LAGO

Desde el 2007, el mundo asiste a una crisis con precedentes pero de alcance inédito, que ha mostrado la imposibilidad de seguir negando el conflicto propio de toda formación social capitalista a través de lo que hoy se desvela como ficciones: manos invisibles que armonizan los intereses individuales, Estados que poco a poco conquistarán el reino de la igualdad y el bienestar, sistemas democráticos representativos y locales que pueden gobernar mercados jerárquicos y globales…

Estas ficciones se han encontrado, en España, con otro conflicto negado, ocultado o desplazado: la negación, en pos del consenso y la paz social, de un pasado y un conflicto social que se tradujo en la ausencia de un proceso constituyente y una representación democrática al uso; la subordinación de la cultura al poder; la inexistencia de medios de comunicación libres; la sustitución de toda política económica por una burbuja inmobiliaria y crediticia…

Dos negaciones que llevan años alimentándose mutuamente: cuanta más agua hacía la ficción de la Transición, más crecimiento económico se demandaba para desplazar sus contradicciones, lo que no hacía sino hinchar más el crédito, la construcción y la burbuja; cuanto más difícil se volvía crecer y acumular riqueza en Occidente, más se le pedía a la ficción de la política española para mantener un consenso forzado (más control de los medios de comunicación, más simulacro de democracia y menos política), por ejemplo.

Cuanto más se retroalimentaban estas dos negaciones más se afirmaba la necesidad de la política: proceso constituyente, nuevos y libres modos de comunicación, renovadas formas de acción cultural al margen del poder, búsqueda de nuevas estructuras de crecimiento ―o decrecimiento― económico… Una afirmación política de la que el 15-M es solo una muestra y que quizá debería pensar en un frente popular que aglutine a todos aquellos que ya no creen en los cuentos propios y que ven desvanecerse las ficciones políticas compartidas.


ÁNGEL LUIS LARA

«La mezcla severa de recortes en el sector público, congelación salarial y subida de impuestos que el señor Rajoy anunció la semana pasada va a empeorar la situación política y económica de España». Lo dijo The New York Times en su editorial del 1 de octubre de 2012. Milton Friedman no pudo leer el periódico aquel día: había muerto seis años antes. Una auténtica lástima. El bueno de Milton vivió obsesionado con lo que los economistas denominan incentivos perversos: políticas de supuesto estímulo que generan el efecto contrario al deseado. Desde su despacho de la Universidad de Chicago, Friedman pasó décadas sembrando la idea de que las políticas de bienestar social y de reparto de la riqueza eran profundamente perversas. Su doctrina terminó por imponerse a partir de los años ochenta. Años antes había servido para justificar dictaduras sangrientas en el cono sur latinoamericano. Como se deduce del editorial de The New York Times, España constituye hoy el analizador perfecto de la abismal distancia existente entre la realidad y los postulados de Friedman. Milton no fue más que un ideólogo. Pese a que Baudrillard y Eco acertaron al situar en Estados Unidos el origen de la hiperrealidad, erraron en la localización de su epicentro: no se encontraba en Las Vegas o Disney World, sino que estaba en la Universidad de Chicago. Por hiperrealidad se entiende «una falsedad auténtica» (Eco) o «la simulación de algo que en realidad nunca existió» (Baudrillard). El neoliberalismo ha resultado ser la mayor máquina de producción de hiperrealidad que jamás se haya inventado. Lejos de corregir las fallas del sistema, ha desatado la que va camino de convertirse en la crisis más profunda de su historia. Friedman no sólo fue un ideólogo, también ha sido el mayor de los incentivos perversos. Las políticas neoliberales de austeridad impuestas en España y en el conjunto de Europa no hacen más que ahondar dramáticamente en la perversidad: producen lo contrario de lo que supuestamente persiguen. Lo verdaderamente alucinante es que las élites españolas y europeas están imponiendo como medicina exactamente las mismas políticas que han generado la enfermedad.

«El monstruo en su laberinto y el tonto en su lío», que decía José Bergamín. Esta vez el Minotauro se ha construido su propio laberinto. El problema es que todos estamos dentro y Teseo no va a venir a salvarnos. Sólo de las plazas puede nacer la salida. «No queremos cambiar el mundo, basta con hacerlo de nuevo», decían los zapatistas hace unos años. En España, la gente de a pie ha comenzado a sintetizar la frase en dos palabras: proceso constituyente. No una refundación de lo pasado, sino un movimiento hacia el ser por venir. La necesidad de algo nuevo. El deseo de otra cosa. Todo lo demás es hiperrealidad y laberinto.

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