Palo y astilla

Luisito

Francisco José Faraldo recuerda al primer mariquita que conoció, y la admiración que le profesaba.

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En mi barrio de Madrid trabajaba Luisito, de nombre artístico Hugo Martín, el primer mariquita que conocí. Era dependiente de Bodegas el Maño, un inolvidable bar de los alrededores. Luisito defendía con dignidad su condición sexual y su pluma, tenía mala leche y no toleraba bromas de los clientes. Cantaba con sentimiento, hondura y buen estilo y a menudo lo hacía en Radio Madrid, en un programa matinal y en directo que se llamaba Conozca a sus vecinos. Allí acudían aspirantes a artistas entre los que abundaban las trabajadoras del hogar —entonces chachas—, los emigrantes pobres que se ganaban la vida vendiendo peines o cepillos de dientes en las bocas del metro y muchachas que servían copas o enseñaban las tetas a los señoritos de pueblo en Chicote y Pasapoga; gentes que habían llegado del pueblo huyendo de la necesidad porque las familias se llenaban de hijos que era imposible alimentar y, en vez de meterse en el seminario o en la Guardia Civil, elegían marcharse a la capital y esperar la ocasión en que alguien se fijase en su talento. Todos ellos estaban seguros de que, cuando ese momento llegara, ni Lola, ni Concha Piquer, ni Antonio Molina iban a hacerles sombra. En aquel programa se podía escuchar el repertorio completo de Quintero, León y Quiroga, con sus historias trágicas tan bien escritas. Una de las que más me impresionaban refería las frustraciones del hijo de un ganaero que no quiso ser mataor y, aunque el padre le obligaba, al chiquillo le faltaba valentía y corazón.

Cuando cantaba Luisito, los vecinos del barrio estaban muy pendientes de la radio y, al otro día, mientras consumían el chato de vino o la caña, le hacían un comentario elogioso que él agradecía con su discreción habitual. Yo me fijaba mucho en Luisito y al principio no entendía por qué movía las manos de aquella manera, o el extraño meneo de su culo al caminar. Nunca me atreví a hablarle de la admiración que le profesaba, pero cada vez que mi madre me enviaba al bar a rellenar la botella de vino para el almuerzo, yo le miraba con mucho respeto, y si se corría la voz de que el martes intervenía en Conozca a sus vecinos, esperaba con impaciencia su actuación. Le acompañaba, como al resto de participantes, el maestro Nicolás, pianista habitual del programa. Ah, el maestro Nicolás y sus maravillosos glissandos en el «Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez», que Hugo Martín interpretaba mejor, infinitamente mejor, que todos los que vinieron después…

Cada mañana que pongo la radio, lo hago con la esperanza de encontrarme aunque, sea por casualidad, a alguien como Luisito cantando una de Lucho Gatica o de Marifé de Triana, pero no hay suerte. Y vuelven los tertuñados de guardia dando la turra y masticando indefinidamente el asunto del CGPJ o el galimatías de turno. Los tertuñados son de milongas, Luisito era de boleros. No hay color.

Por cierto, en esta evocación de Luisito olvidaba añadir que era republicano. Se lo dijo en voz baja mi padre a mi madre a la hora de la comida mientras dábamos cuenta de unos macarrones regados con el vino a granel de las bodegas El Maño. Pero yo a eso no le di importancia hasta muchos años más tarde.


Francisco José Faraldo (Ferrol, 1947) estudió magisterio y filosofía y letras en Madrid. Ejerció la enseñanza en Asturias y, durante doce años, en el Instituto Giner de los Ríos (Lisboa), ciudad en la que residió hasta 2018. Es autor de los libros de poemas Prédica del iluso (Premio Trivio) y La mano en el fuego (2017), tres textos teatrales y los ensayos El vecino invisible (2015) y Asociación Amigos de Mieres: cultura popular y lucha por la democracia en Asturias. En 2021 publica la novela Onofre, Raymond Queneau y una mula. En 2022 ha presentado la colección de poemas «Cantos y señas (básicamente es esto)» en Bohodón Ediciones.   Colabora en publicaciones periódicas de España y Portugal y ha impartido y coordinado cursos de creatividad destinados a profesores en ambos países. Como traductor ha vertido al portugués la obra teatral del dramaturgo sudafricano Athol Fugard y al castellano la producción del pedagogo y compositor belga Jos Wuytack.

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