/ una reseña de Pedro Luis Menéndez /
Una mujer de cuarenta años pierde su identidad por las circunstancias sobrevenidas. O tal vez una mujer de cuarenta años busca su identidad, la suya propia, la que antes nunca había tenido. O tal vez una mujer de cuarenta años vive en un vértigo imposible que la está destruyendo y construyendo al mismo tiempo. La mujer de cuarenta años no tiene nombre. Su sobrina la llama Tante, por aquello de que le hablaba en francés desde pequeña, pero no llega a tener nombre propio en las páginas de esta novela. ¿Cómo va a tenerlo si no sabe quién es ni quién no es?
Esta mujer es la protagonista de Animales hambrientAs, la última novela de Aida Sandoval (a la que llegué por un de boca en boca creciente, lo que supone una de las mejores maneras de llegar a un libro), un relato de capas superpuestas e interpuestas que se deja leer de un tirón por su prosa intencionalmente dinámica, pero que quizás no resulte el modo más conveniente de acercarnos a ella, porque tal lectura correría el riesgo de quedarse en la capa más superficial, una capa resbaladiza, a veces jocosa, otras hiriente, que nos situaría en el plano más fácil: mujer de cuarenta años con amante de veinticinco y familia destrozada.
Resulta posible que alguien se quede en este punto y cometería un error, pues entonces no llegaría al meollo de la tristeza de esa Tante cansada de hacerse preguntas que nadie parece saber o querer responder.
Para conducirnos a través de la trama de estas Animales hambrientAs, Aida Sandoval utiliza dos recursos que funcionan bien en una narración en primera persona: su ilación a través de los mandamientos de Rebelión en la granja de Orwell, que utiliza para titular los primeros capítulos y que acompaña de fondo toda la novela, y las conversaciones de la protagonista con su terapeuta, que van abriendo o cerrando caminos en ese espejo ante el que la sitúa y que ella en ocasiones decide romper.
Aida Sandoval arriesga desde la primera página con la inclusión de escenas sexuales explícitas (otra de las capas) que podrían llevarnos a pensar que se trata de una novela erótica al uso (y consumo). Y también nos equivocaríamos, porque el sexo —y que sea explícito es muy intencionado— funciona como un detonante de la trama muy bien dosificado a lo largo de toda la obra, lo que no deja de tener su peligro en una narración en primera persona, en unos momentos en que la moda de la autoficción puebla las librerías (y los premios).
Por eso, esta Tante que cita a Pessoa («Si el corazón pudiera pensar, se detendría»), y que ha perdido pie, busca asideros que no encuentra —o no lo bastante sólidos— y tarda en afrontar la que se le presenta como la única opción: «A veces hay que escoger: acabar rota o romper con todo». Así, el paso de la animalidad a la humanidad —la conciencia y la consciencia— va cercando a la protagonista hasta que decide —¿sin opciones?— regresar a sí misma, porque en palabras de Ana Elena Pena que aparecen como cita inicial: «Parece que no buscáramos amor […], sino tan solo madrigueras de piel y huesos para no morir de frío».
El resto de capas (unas cuantas más, los prejuicios, el vecindario, la familia, las costumbres, las impotencias personales) se las dejo al lector, porque reseñar una novela debe servir para cualquier cosa que no suponga destriparla y quitarle todo el placer —que va a ser mucho— de encontrar su propia lectura, sí, la suya, que ni es la mía ni puede que tampoco la de —. O la de Ana. O la de alguien que recita con Borges «somos los que se van».
PD- También en esta ocasión una editorial de provincias, Difácil, con una importante y larga trayectoria, se atreve con un texto valiente y arriesgado, de bastante más nivel del que a veces nos acostumbran las grandes editoriales. Esto es lo que ocurre, y no me parece mal que suceda así, más bien todo lo contrario.

Aida Sandoval
Difácil, 2022
142 páginas
16 €

Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Cofundador de la histórica colección de poesía Aeda en 1978, ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986). En 2018 retoma una actividad literaria más continuada que se inicia con el libro de prosas cortas Postales desde el balcón. Recientemente ha dado a la luz en Trea el libro de poemas La vida menguante (2019), el poema-libro Ciudad varada (2020) en los cuadernos Heracles y nosotros, y Cantos (1979-2022), este último una recopilación de sus poemas extensos. Ha obtenido hace unos meses el premio José Luis Hidalgo de poesía con su libro La madriguera (2023). Desde 2017 colabora de modo asiduo en El Cuaderno y mantiene una sección semanal sobre poesía y cuentos en el programa La buena tarde de la Radio del Principado de Asturias.
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