Palo y astilla

Ethos, pathos, logos

Un artículo tripartito de Francisco José Faraldo, protagonizada su primera parte por Tierno Galván, la segunda por los habitantes del planeta Vox, y la tercera por Julio Anguita y Pablo Iglesias.

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Ethos

La ética es ya un ingrediente raro en la política. No cotiza, no se valora como una parte sustancial del gobierno de la polis. Los partidos trabajan por objetivos, como las empresas, y los métodos utilizados para conseguirlos importan poco. Durante la transición española a la democracia parlamentaria, hubo algunas figuras a las que se consideró «referentes éticos», algo que ahora suena un tanto kistch. Tierno Galván fue uno de estos políticos. Había sido expulsado de la cátedra en compañía de Aranguren, un católico exfalangista y García Calvo, un anarquista sui generis. Su ethos se alimentaba de la credibilidad que le otorgaba de una suma de elementos heterodoxos: su procedencia universitaria, su mesura didáctica, su ingenio e incluso su aspecto de respetable hombre común. El viejo profesor, que nunca fue viejo, pese a las apariencias, y que protagonizó episodios de esos que gusta comentar en los bares y contribuyen a un acercamiento de simpatía al público; recordemos la foto con Susana Estrada en la que el profesor mira el pecho descubierto de la actriz en la entrega de unos premios y le recomienda serenamente «no se ponga nerviosa, pero que es mejor que se tape aquello». Un hombre así es imposible que se desvíe del camino recto. Un hombre decente y simpático que, sin embargo, era criticado por quienes le trataban de cerca,  achacándole un carácter irascible y prepotente, que se manifestaba con sonoras broncas en el ayuntamiento madrileño. Algunos de sus compañeros le acusaban de llevar mal la frustración de no haber sido secretario general del PSOE después de la absorción de su partido. Como alcalde lo hizo bien, entendió el momento histórico y se convirtió en un personaje que circulaba con desenvoltura y eficacia en medio del atrezzo posfranquista. Sin duda fue el que mejor aprovechó el ethos que emanaba de aquella tríada de antifranquistas expulsados de la universidad.

Pathos

Si el ethos escasea, el país abunda en representantes políticos que rebosan pathos  y lo liberan a borbotones cada vez que abren la boca. Son los que inyectan altas dosis de emoción y sentimiento en sus soflamas y las aderezan con incursiones en los géneros literarios, sobre todo en la épica. Cuando así actúan, se demuestra de nuevo que los géneros literarios mejor no sacarlos de los libros, porque tienden a mezclarse entre sí y dan lugar a inquietantes ecuaciones. Si no, veamos esta, muy frecuente: Épica + Lírica= Falange, un resumen de la trilogía completa, épica, lírica y drama.

Por las aguas del pathos navegan con entusiasmo los habitantes del planeta Vox, acompañados por ilustres miembros de otras cofradías, unidos todos en el rescate de la patria rota y  la defensa de la invasión de los nuevos bárbaros. En esa lucha heroica están Abascal, Ortega Smith, Buxadé, pero también aquel Albert Rivera (Primo de) que como los anteriores ilustraba sus mítines con citas literales de José Antonio, Ledesma Ramos y demás comparsa. El pathos desbocado que ayuda la táctica del entrismo practicado sistemáticamente para destruir las instituciones (algunas lo merecen) y que es apoyado, no lo olvidemos, por centenares de miles de votantes cabreados que no saben muy bien explicar sus razones, pero saben que lo que urge es romper toda la vajilla.

Es la renuncia a la racionalidad en favor de la emoción, la intoxicación por medio del uso sistemático de la mentira.

Logos

Estamos flojos en Logos, aquel modo de persuasión que Aristóteles asociaba a un desarrollo lógico para favorecer el equilibrio con el pathos. «Pensamiento, habla, discurso que se utiliza para el conocimiento de la realidad y la dirección de las conductas humanas».

Dos exponentes notables del logos político en las últimas décadas han sido Julio Anguita y Pablo Iglesias, a los que el público no ha obsequiado (hasta ahora, en el caso de Iglesias, que puede intentarlo de nuevo) con el éxito que merecían en lo suyo. Por lo visto, el personal no necesita que sus líderes sean especialmente brillantes ni consecuentes; en los discursos, cuanto más pedestres sean los argumentos, más atractivos se revelan. No importa la calidad: la gente no va a escuchar para que la ayudes a poner en marcha el lóbulo central. No te eleves, quédate pegado al suelo, no intentes iluminar ningún espacio que esté más allá de donde alcanzan las luces cortas.

El logos intenso y racional de Anguita, un maestro de la deducción que hablaba enlazando silogismos, era poderoso. A menudo, entre los silogismos introducía regañinas  para estimular el compromiso del auditorio con determinadas causas y surtían gran efecto. Logos y Ethos en grandes cantidades.

Iglesias es un caso único en la política española, el dirigente más decisivo surgido en el ámbito estudiantil. La antítesis del intelectual orgánico. Un logos brillante que copian incluso los que de él abominan. Ha renovado el léxico político introduciendo conceptos y expresiones que no se habían oído antes por estos pagos. Ahora cualquier majadero habla de significantes vacíos, sintagma que introduce Pablo Iglesias, tomado de Laclau, o de arriba y abajo, alternativas a derecha e izquierda, o de gente para referirse a pueblo. El propio nombre del partido Podemos era impensable para una organización política seria hace 15 años. Aporta la ironía y el humor, la mala leche utilizada con enjundia en legítima defensa, recursos tan utilizados en otras latitudes menos acartonadas por el rigor institucional que España, donde los debates políticos aburren hasta a los bóvidos. Creo que en el Congreso fue el orador más brillante a pesar de que los anacolutos de sus enemigos no le daban tregua.

En resumen: Aristóteles, maestro, vuelve.


Francisco José Faraldo (Ferrol, 1947) estudió magisterio y filosofía y letras en Madrid. Ejerció la enseñanza en Asturias y, durante doce años, en el Instituto Giner de los Ríos (Lisboa), ciudad en la que residió hasta 2018. Es autor de los libros de poemas Prédica del iluso (Premio Trivio) y La mano en el fuego (2017), tres textos teatrales y los ensayos El vecino invisible (2015) y Asociación Amigos de Mieres: cultura popular y lucha por la democracia en Asturias. En 2021 publica la novela Onofre, Raymond Queneau y una mula. En 2022 ha presentado la colección de poemas «Cantos y señas (básicamente es esto)» en Bohodón Ediciones.   Colabora en publicaciones periódicas de España y Portugal y ha impartido y coordinado cursos de creatividad destinados a profesores en ambos países. Como traductor ha vertido al portugués la obra teatral del dramaturgo sudafricano Athol Fugard y al castellano la producción del pedagogo y compositor belga Jos Wuytack.

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